Rivera - Nestor Aldea

En diciembre de 2013, Campofrío publicaba Hazte extranjero, un sonado anuncio para su campaña de Navidad, una pueril reivindicación de lo español. En él, una conocida actriz se pasea por una especie de feria, en la que varios otros famosillos van eligiendo sus nuevas nacionalidades, hartos como están de este país y de su archireiterada pandereta. Y claro, la mujer, muy animada, decide hacerse sueca hasta que, milagro, sobrecogida por una epifanía, comienza su lúcida retahíla sobre las ineludibles bondades de ser español, por este orden: Los Brincos, abrazarnos, tocarnos, el sentido del humor o invitar aunque no se tenga un duro. ¿Cómo diablos renunciar a semejante patrimonio aunque no tenga uno trabajo? Pues bien, eso piensa ella. Y al final, fiesta, chorizo, jamón, un poco de flamenco y un lapidario y descorazonador “uno puede irse, pero no hacerse”, que a cualquier inmigrante le alegrará oír. Cámara que se aleja y logo de Campofrío.

En definitiva, una edulcorada desfachatez moral e intelectual. Poco importa que no haya trabajo, ni dinero, ni expectativas: nos quedan las sonrisas, el jamón y, además, podemos seguir invitando.

Semejante banalización de la crisis y el sufrimiento ajeno tuvo en su momento, evidentemente, numerosas críticas. Sin embargo, sus sentimentaloides soflamas, tras las cuales se esconde la terrible omisión de las condiciones laborales y las clases, siguen vendiendo mucho, y no sólo jamones.

La línea que separa nacionalismo y patriotismo no es tan delgada como Rivera pretende, y cada apelación a los sentimientos, además de la pesada carga de los símbolos, colocaba al evento en el primero

El domingo 20 de mayo de 2018, la plataforma ‘España Ciudadana’ se presentaba en Madrid con un apabullante despliegue de símbolos y una puesta en escena propia de un congreso de coaching. Entre los protagonistas, además del Líder Rivera y de Inés Arrimadas, varios personajes de la llamada sociedad civil y el pobre Manuel Valls, que intenta superar su fracaso en Francia como puede. Mucho se ha dicho ya sobre este encuentro y sobre sus aterradores tintes nacionalistas, y con razón. La línea que separa nacionalismo y patriotismo no es tan delgada como Rivera pretende, y cada apelación a los sentimientos, además de la pesada carga de los símbolos, colocaba al evento en el primero. Nacionalismo del de verdad, del de lógica religiosa, con su Dolorosa, Marta Sánchez, incluida.

El carácter sentimental es lo que diferencia patriotismo y nacionalismo. El patriotismo, en un sentido cívico, apela a la entidad del Estado y a la adhesión y la defensa de los valores que éste representa. En el nacionalismo, sin embargo, importa el sentido de pertenencia, el apego irracional a un grupo étnico, sean cuales sean sus valores. Prestando un poco de atención al show de Rivera el domingo, no resulta difícil encontrar evidencias de este apego irracional, sensiblerías a partir de las cuales busca contruir un futuro político común, lágrimas mediante.

Pues bien, como en el anuncio de Campofrío, las infantilidades se suceden, articulando un discurso intelectualmente vacío. Todos están enamorados (sin matices) de España. Santi Acosta, Marta Sánchez o Eduardo López Collazo así lo declararon, despertando entusiasmadas ovaciones en una audiencia algo facililla. A este último, además, hay que agradecerle el haber desenmascarado la profundidad del asunto: «España puede llegar a ser una potencia científico técnica mundial; nos diferencia nuestra alegría y eso es extremadamente importante. Somos únicos». Curaremos el cáncer con sonrisas.

Todo esto, evidentemente, es mucho más grave. La positividad naif del evento enterró todo tipo de positivismo. Cualquier análisis material (en el más epistemológico sentido) quedó definitivamente apartado tras las pasiones, las referencias deportivas, oé, y los lugares comunes (¡héroes anónimos!).

Desde luego, lo más grave de todo fue el Líder Rivera, y su charla motivacional sobre españolismo, con tufo a publicidad de Aquarius. Gravísimo para un señor que va a presentarse a unas elecciones (y que puede ganarlas), omitiendo toda referencia a la penosa situación laboral, porque, en el fondo, para él, España está desligada de lo material, es un ideal o un destino absoluto, como para cualquier nacionalista.

“Yo no veo trabajadores o empresarios; veo españoles”, dijo. Rivera sólo ve (o quiere que sólo veamos) sonrisas y jamón.