Para entender el estado de la universidad pública propongo un pequeño experimento mental protagonizado por un maestro en la materia, Albert Einstein. El experimento es el siguiente: ¿podría hoy en día Albert Einstein ganar una plaza de profesor funcionario (Titular o Catedrático) en nuestra universidad?
Einstein se doctoró en física en 1904, a los 25 años, con una tesis de 17 páginas titulada Una nueva determinación de las dimensiones moleculares
Einstein se doctoró en física en 1904, a los 25 años, con una tesis de 17 páginas (retengan el dato) titulada Una nueva determinación de las dimensiones moleculares. Su carrera posterior fue rápida: en 1913 fue nombrado miembro de la Academia Prusiana de Ciencias, y encargado de dirigir la sección de Física del prestigioso y vanguardista Instituto de Física Káiser Wilhelm, en Berlín. Su fama comenzó tras recibir el Premio Nobel de Física de 1921 por tres de los cuatro artículos que publicó en su annus mirabilis de 1905, cuando aún trabajaba en la Oficina Federal de la Propiedad Intelectual de Suiza, en Berna.
El primer artículo trataba sobre el movimiento browniano, el segundo sobre el efecto fotoeléctrico, el tercero sobre la relatividad especial, y el cuarto sobre la equivalencia masa-energía; el Comité del Nobel desestimó el tercero por verlo demasiado complicado. En 1932, alarmado por el auge del antisemitismo y del nazismo, Einstein abandonó Alemania para emigrar a los Estados Unidos, donde su fama y popularidad acabaron de fraguar en un popular icono de la cultura moderna pese a la extrema dificultad de su trabajo científico. Salvo los nazis, cualquier país del mundo habría dado lo que fuera por tener a Einstein en uno de sus centros universitarios.
Las tribulaciones del joven Einstein con la ANECA española
Ahora vayamos al experimento. Imaginemos que Albert Einstein es nuestro contemporáneo, tiene 26 años de edad y, por alguna oscura razón, intenta obtener una plaza de Profesor Titular en algún Departamento de Física español (Einstein visitó España en 1923, siendo recibido por las más altas autoridades). El bagaje académico del joven doctor es su tesis de 17 páginas y cuatro artículos sensacionales, pero también breves (una brevedad desusada en un sistema universitario verborreico, donde a un Trabajo de Fin de Grado se le piden 40 páginas).
El señor Einstein fue informado de que para concursar a una plaza de profesor funcionario en España, es decir de Titular o Catedrático, primero debería pasar el filtro de la acreditación por la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), o de alguna de las agencias autonómicas replicadas a su imagen y semejanza. Ese filtro exige ciertos requisitos.
Para aspirar a una plaza de Titular, haber publicado al menos 50 artículos en revistas indexadas en el JCR (Journal Citation Reports), es decir, revistas internacionales citadas en otras revistas de su nivel. Otros méritos también exigibles son haber dirigido al menos un trabajo de investigación competitivo de cómo mínimo tres años de duración; ser Investigador Principal de un grupo o agencia reconocida durante al menos cuatro años; demostrar liderazgo en redes internacionales de investigación con financiación pública; estancias en centros internacionales distintos a su universidad de al menos tres años; haber sido invitado a impartir al menos tres conferencias en Congresos de prestigio, y un largo etcétera.
Albert Einstein debería esperar hasta bien avanzados los treinta o cuarenta años solamente para optar a ser acreditado
Solamente sumando los años necesarios no ya para publicar cincuenta artículos de investigación de peso, sino para la suma de estancias e investigaciones oficialmente reconocidas que se exigen, pues como es natural la carrera de investigador comienza por la base y no por la cúspide, Albert Einstein debería esperar hasta bien avanzados los treinta o cuarenta años solamente para optar a ser acreditado.
El verdadero Einstein tardó siete años en llegar a publicar 50 artículos, y al final de su larga, fértil y solicitadísima vida de investigador había publicado 320 artículos, muchos de ellos adendas a artículos anteriores y notas muy breves como esta, que no se considerarían publicación de impacto en el JCR. Einstein lo tendría muy difícil, por no decir imposible, y cuando menos debería esperar a tener 33 años para aspirar a acreditarse.
Pero la carrera de obstáculos sólo acaba de empezar. La acreditación española no garantiza el acceso a una plaza, y además tiene plazo de caducidad. Einstein debería esperar a que algún Departamento o centro de investigación sacara una plaza a concurso público. Y entonces presentarse y encomendarse a todos los santos del cielo para eludir la trampa habitual de una plaza endogámica creada a la medida del candidato de la casa (que para eso lleva muchísimos años reuniendo el abultado y costoso CV exigido por la ANECA). Por otra parte, convocar esas plazas tampoco depende de la Universidad, sino de la dotación económica necesaria del Gobierno nacional o autonómico, la misma que lleva años recortándose y no muestra indicios de recuperación, extinguiendo cátedras y titularidades sustituidas por contratos laborales por horas.
Los méritos de Albert Einstein que sirvieron para un Premio Nobel en la edad de oro de la física, no bastan para obtener la acreditación indispensable para concursar en cualquier departamento universitario español
Así pues, los méritos de Albert Einstein que sirvieron para un Premio Nobel en la edad de oro de la física no bastan para obtener la acreditación indispensable para concursar en cualquier departamento universitario español. La conclusión del experimento es que si bien las universidades españolas no logran entrar en los primeros cien o doscientos puestos de los famosos rankings universitario mundiales, al menos sí se han preocupado, o mejor, el Estado se ha preocupado por ellas, de que sus codiciados puestos de profesor funcionario sean completamente inasequibles para investigadores con un equipaje tan liviano como el de Einstein en 1905, aunque ese equipaje fuera la base de la revolución de la física moderna. Nada medido en kilos de papel, que es lo aquí se pide.
Si algún nuevo y joven genio deseara ser profesor universitario haría bien en dirigirse a cualquier universidad libre de burocracia asfixiante y gobernanza absurda, como cualquiera de las americanas, europeas o asiáticas que por eso mismo copan los rankings mundiales
Dicho de otro modo, si algún nuevo y joven genio (pues los genios suelen ser jóvenes) deseara ser profesor universitario haría bien en dirigirse a cualquier universidad libre de burocracia asfixiante y gobernanza absurda, como cualquiera de las americanas, europeas o asiáticas que por eso mismo copan los rankings mundiales. El resto del mundo nos lo agradecerá, como agradece los ingenieros, matemáticos o personal sanitario bien formado que España no puede emplear. Que pese a todo el 80% de la investigación básica española se siga haciendo en universidades y centros públicos puede considerarse casi milagroso. La universidad ha sido convertida en una maraña de agencias, evaluadores, gestores, administradores, informantes, estrategas, planificadores, inventores de formularios, y comisarios políticos y sindicales consagrados a asfixiar toda vida no controlada por ellos.
¿Hacia dónde empujan la universidad pública?
La universidad moderna ha tenido dos funciones históricas: transmisión del saber, y ampliación del saber mediante la investigación. A esas dos se han añadido en España las de servir como laboratorio de experimentos políticos, y como ecosistema a la medida de una invasora burocracia tecnocrática. Pero esas “nuevas funciones” son en buena medida incompatibles con la transmisión y ampliación de saberes.
Un reconocimiento implícito de este hecho, tan evidente como desagradable, es que en los últimos años la inversión pública en investigación avanzada haya recaído en institutos y entidades que no forman parte de la universidad, y que por tanto no están sometidas a sus normas arbitrarias, disparatadas y anticompetitivas. Si alguien brilla en Inteligencia Artificial, física, genética o cualquier campo avanzado, estos centros podrán contratarle –si tiene fondos- mientras que a ese mismo investigador le resultará muy difícil y extremadamente fatigoso acceder a una plaza de profesor funcionario.
El sentido del delirante incremento de los requisitos académicos para acceder a la condición de Titular o Catedrático no es mejorar el nivel académico, sino restringir el acceso a un cuerpo de funcionarios que, como los toreros o los domadores de leones, parece condenado a la extinción
Por tanto, el sentido del delirante incremento de los requisitos académicos para acceder a la condición de Titular o Catedrático no es mejorar el nivel académico, sino restringir el acceso a un cuerpo de funcionarios que, como los toreros o los domadores de leones, parece condenado a la extinción. Está, en primer lugar, el sacrosanto argumento tecnocrático de la austeridad y el ahorro. Un Titular o Catedrático con antigüedad puede cobrar en torno a los 45.000 – 60.000 euros anuales, pero en su lugar pueden ponerse dos contratados temporales y precarios mucho más baratos, que no sumen ni 10.000 euros anuales juntos y, por descontado, mucho más sumisos por la cuenta laboral que les trae. Y esta es, ahora mismo, una política sistemática en las universidades públicas.
Toda la política laboral y de promoción académica de los últimos quince años se ha ido orientando hacia este mix de explotación laboral y degradación académica: este artículo lo explica muy bien. Ha motivado protestas incluso de los muy conservadores Rectores, puesto que con los nuevos contratos, colados con la excusa de la crisis, trabajar en la universidad ya no garantiza llegar a final de mes por muy ahorrativo que uno sea, ni menos con una familia que mantener. Se estima que en algunas universidades el 40% del profesorado actual – un porcentaje mucho más alto entre los de menos de 40 años- tiene empleos precarios con sueldos insuficientes para una vida normal. Como en tiempos que se creían felizmente superados, es un profesorado abocado al pluriempleo, y por ende a la inevitable pérdida de calidad y competencia profesional.
A males históricos como la endogamia y el provincianismo se añade ahora la precarización laboral, justificada falazmente con una pretensión de meritocracia aparente
El sistema impuesto por la vía Decreto en el BOE ha creado un profesorado inestable y precario que, por pura supervivencia, debe dedicarse a acumular méritos abusivos, académicamente injustificados, sólo para poder aspirar a obtener un día plazas a tiempo completo con estabilidad laboral. La degradación tiene otras consecuencias. Así, la necesidad imperiosa de obtener publicaciones, puestos en grupos de investigación, estancias internacionales y otras exigencias deriva en fuente inevitable de corrupción, pues muchos de estos logros dependen de favores arbitrarios –que incluye el riesgo de sufrir abusos sexuales– sometidos a la ley de la correspondencia del “hoy por ti, mañana por mí”. A males históricos como la endogamia y el provincianismo se añade ahora la precarización laboral, justificada falazmente con una pretensión de meritocracia aparente.
La verdadera formación universitaria está pasando a los posgrados de máster y doctorados, caros y necesariamente minoritarios
Las universidades se han ido convirtiendo en demasiados casos en prolongaciones del bachillerato para adolescentes de ciclo largo sin mucho interés por lo que estudian, o en politécnicos más parecidos a escuelas de FP de tercer grado que a centros de estudios superiores. No hay nada de malo en ello si es una decisión pensada, con debate público y racional. Pero el hecho es que la verdadera formación universitaria está pasando a los posgrados de máster y doctorados, caros y necesariamente minoritarios. Mientras, la investigación de élite migra calladamente fuera de los campus universitarios al precio de normalizar una carrera investigadora precaria e inestable. Incluso esta migración se limita a la ciencia y la tecnología: las humanidades no producen beneficios económicos evidentes y así quedan casi excluidas de esa forma de financiación.
Un gobierno puede decidir dar algo para una investigación en epigenética, pero no hay nada que hacer si el proyecto es de filología paleosemítica o algo por el estilo. Y este abaratamiento de las humanidades, además de poner en riesgo la transmisión de conocimientos en historia, filosofía y campos afines, ha facilitado extraordinariamente la conversión de las aulas en laboratorios de ingeniería ideológica donde han triunfado primero el nacionalismo y, ahora, el populismo cuyo paradigma es Podemos, concebido y parido en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense privatizado por ellos. Pero este ya es otro asunto que podemos abordar otro día. Como el de si el abandono de las humanidades tiene o no consecuencias económicas negativas: ya les adelanto que sí, y muchas.