Opinión, internet y democracia - Carlos M. Gorriarán

¿Representa internet un riesgo para el futuro de la democracia? Si hacemos caso a un verdadero alud de artículos y declaraciones que lo insinúan o lo afirman abiertamente, habrá que creer que sí. Sin embargo, hay muy buenas razones para rechazar esa alarma de tintes apocalípticos. A continuación voy a exponer algunas, proponiendo una reflexión sobre las relaciones actuales entre internet, opinión pública y democracia.

Internet: ganadores y perdedores

Cualquier novedad importante despierta dos reacciones básicas: una confía en que la novedad traerá un mundo mejor, y otra no ve sino peligros y desastres inminentes

Gracias a la invención de la escritura conocemos la historia cultural de los últimos cinco o seis milenios. Una de sus constantes es que cualquier novedad importante despierta dos reacciones básicas: una confía en que la novedad traerá un mundo mejor, y otra no ve sino peligros y desastres inminentes. Ocurrió con la imprenta y seguramente con la propia escritura, con la invención de la pólvora y del automóvil, o con la incorporación de la mujer al mundo laboral de los varones. Los humanos somos una paradójica mezcla de creatividad y conservadurismo.

Algunas quejas tradicionales son de venerable y regocijante antigüedad. Tenemos papiros egipcios del Imperio Medio (hace unos 4.000 años) que denuncian a “los jóvenes de ahora” por perezosos y rebeldes e ignorar la autoridad y sabiduría de sus mayores… “Nada hay nuevo bajo el sol”, proclaman los clásicos. El entusiasmo y el horror a los cambios parecen formar una bipolaridad permanente. Umberto Eco, al que también me referiré luego, describió con su ingenio habitual esta vieja bipolaridad como la tensión entre apocalípticos e integrados.

Esta doble actitud volvió a manifestarse cuando apareció internet, no hace todavía 30 años. Para los más integrados iba a ser la panacea y llave de una gran revolución cultural: permitiría el libre acceso a masas inmensas de información, democratizando de una vez por todas la educación, el conocimiento, la cultura e incluso el poder político, forjando una nueva democracia basada en la participación ciudadana telemática. Para los apocalípticos iba a ser más o menos al revés: nada de nueva democracia, pues debido a su concentración en unas pocas compañías privadas, internet instauraría a escala mundial una concentración del poder informativo sin precedentes, difundiría mucha basura e impediría la mejora del conocimiento al confundir opiniones y rumores con saberes y hechos.

El imprevisto advenimiento de las redes sociales (Facebook, Youtube, Twitter, etc.) ha polarizado todavía más ambas actitudes. Ciertamente, que algunos crean posible dirigir un país a golpe de tuit, como intenta obscenamente Trump, o condicionar la política mundial como procura con más disimulo Putin a través de sicarios interpuestos, puede llevar a las peores sospechas. Y lo mismo ocurre con la decadencia de antiguas profesiones y empleos afectados por la revolución digital que acompaña al desarrollo de la red.

Algunas voces se empeñan en identificar la democracia con los editoriales de los grandes periódicos que cada vez tienen menos lectores y prestigio, de modo que desde su punto de vista la democracia vive gravemente amenazada

Si hay un sector perjudicado y en grave crisis por internet es precisamente la prensa en papel, y en general los medios e industria cultural predigital. La piratería se ha presentado como una plaga apocalíptica que amenaza con barrer la profesión de músico o escritor. Pero algunas voces se empeñan en identificar la democracia con los editoriales de los grandes periódicos que cada vez tienen menos lectores y prestigio, de modo que desde su punto de vista la democracia vive gravemente amenazada. En algunos países los medios tradicionales han logrado adaptarse a la revolución digital; pese a los ataques de Trump, o con esa ayuda, el New York Times ha conseguido que sus ingresos principales vengan de las suscripciones digitales. Pero en otros, como España, los medios y recaudadores de derechos de autor han intentado que sus amigos políticos les hicieran el favor -inútil, absurdo y dañino- de frenar por ley a internet con barreras monopolísticas como la famosa “tasa Google”. Una vez más, es la actitud, adaptativa o rígida, la que separa a ganadores de perdedores.

La manipulación social mediante la desinformación y la calumnia son tan viejas como la propia opinión pública

Como suele pasar, casi todos los argumentos tienen algo de verdad y acierto. Internet no es la panacea que producirá por sí misma un mundo mejor y más justo, pero tampoco ha creado la falsa noticia malintencionada (fake) ni los difamadores profesionales (trolls). Fakes y trolls profesionales como Julian Assange (al servicio de Putin y saludado no hace tanto como apóstol de la nueva democracia telemática) son acusados de provocar cambios irracionales y malévolos en la opinión pública. ¿Pero es así?: la respuesta es no. Es cierto que internet logra extender y difundir de un modo antes imposible la circulación de información, mezclando la buena con la mala (y haciendo más importante que nunca una educación crítica en el discernimiento de la calidad que internet no proporciona por sí misma), pero la manipulación social mediante la desinformación y la calumnia son tan viejas como la propia opinión pública.

Fakes antes de Cristo

Uno de los pasajes evangélicos más estremecedores relata la entrada de Cristo en Jerusalén entre palmas y ramos de olivo, aclamado como mesías por la misma plebe que pocos días después exige a Pilatos su ejecución en la cruz. Sin embargo, ni Caifás ni los sacerdotes del Templo disponían de Twitter ni nada parecido: el rumor organizado y la calumnia sistemática bastaban para hacer el mismo efecto.

La fabricación de falsedades monstruosas con éxito nunca ha necesitado a internet. El antisemitismo moderno que preparó y justificó el genocidio nazi de la Shoah fue fabricado por la policía rusa de los zares y publicado en 1902: se trata del falso informe sobre un pérfido gobierno judío mundial secreto, los Protocolos de los Sabios de Sión. Tampoco es verdad que la alta cultura proteja de la creencia en semejantes maquinaciones: Louis Ferdinand Celine, tan gran escritor como necia y brutalmente antisemita, sigue testimoniando que se puede ser un gran artista y un perfecto idiota ideológico; o científico: el gran físico Wener Heisenberg apoyó al nazismo; o empresario: Henry Ford era un supremacista blanco (pese al color negro de todos los Ford T). Y ninguno de ellos fue pervertido por las redes sociales.

Las noticias y las emociones

Todos los expertos en comunicación saben que para vender un producto, sea político, ideológico o comercial, hay que llegar a las emociones de la gente, no a su razón

La neurociencia actual ha demostrado algo sabido desde siempre pero rechazado por el racionalismo de vía estrecha: las emociones y los sentimientos derivados gobiernan la mente por encima de las ideas y la información, hasta el punto de que no nos importa ser engañados por los nuestros mientras cerramos oídos a los argumentos de otros. Todos los expertos en comunicación saben que para vender un producto, sea político, ideológico o comercial, hay que llegar a las emociones de la gente, no a su razón. Despertar afecto, admiración, solidaridad, esperanza o sus contrarios de odio, fobia, agresión y miedo (y es más fácil con los sentimientos negativos), esa es la verdadera clave del éxito social. Internet no ha inventado esto, está en la naturaleza humana que ha hecho del mundo lo que es y cómo es, incluido internet.

Los sentimientos contrarios que despiertan internet y las redes sociales, desde el elitismo ofendido al genuino horror por la verdadera faz de la humanidad, también modelan la actitud hipercrítica y de rechazo. Citaba antes a Umberto Eco, que en sus últimos años prodigó las advertencias apocalípticas sobre el peligro de convertir las declaraciones de un idiota en la barra de un bar, o “invasión de los necios”, en poderosas corrientes de opinión pública.

Eco sabía perfectamente, en parte porque era italiano, que las redes sociales no han inventado ni la difamación, ni la manipulación, ni el populismo que amenaza a la democracia

Pero Eco sabía perfectamente, en parte porque era italiano, que las redes sociales no han inventado ni la difamación, ni la manipulación, ni el populismo que amenaza a la democracia: los tres ingredientes estaban en el cóctel de Mussolini para derribarla en Italia y exportar el modelo –y la guerra- a media Europa. Además de Eco hay una larga lista de respetables intelectuales y pensadores, algunos buenos amigos míos, con posiciones retrógradas parecidas. En todas sus opiniones resuena el antiguo lamento elitista de Platón por la influencia del teatro y los poetas en la democracia ateniense, que en Las Leyes despreció como una “teatrocracia” demagógica incompatible con el progreso y gobierno de la aristocracia del espíritu. Lamentablemente, o no, 2.500 años de reflexión y experiencia demuestran que la libertad política es incompatible con la erradicación por ley de las opiniones ofensivas, necias o dañinas. Van juntas en el mismo pack y debemos elegir.

Numerosos intelectuales que piensan así lo hacen, a mi juicio, porque han visto deshacerse la protegida burbuja en que prosperaban reconocidos como preceptores de la opinión pública. Esa burbuja sólo aceptaba a sujetos especiales e ingeniosos cuyos pareceres fueran, además, compatibles con los intereses más vastos y menos manifiestos de las grandes empresas de comunicación ligadas al poder político y financiero. Internet y sus redes sociales son, en cambio, el patio de conversación de la gente normal: por lo tanto, está lleno de tontos, idiotas y sinvergüenzas, resentidos y odiadores profesionales: el mundo nunca logrará librarse de ellos. Pero exactamente por esa misma razón internet también abunda en palabras e ideas de gente buena, inteligente, sensata, interesante, honesta y empeñada en mejorar las cosas. Claro que seguir y conocer a estos te pone en contacto inevitable con los primeros.

El refugio internet

Paradójicamente, he escuchado muchas más protestas por los excesos de internet que por otro mal peor y usual en los medios tradicionales: su servidumbre al poder político y financiero, que conlleva la publicación habitual de falsedades, tergiversaciones y simples calumnias contra el blanco elegido por estos

Paradójicamente, he escuchado muchas más protestas por los excesos de internet que por otro mal peor y usual en los medios tradicionales: su servidumbre al poder político y financiero, que conlleva la publicación habitual de falsedades, tergiversaciones y simples calumnias contra el blanco elegido por estos. Supongo que el colaborador crítico de prensa que no incurre en tales vicios no ve lo negativo que es el papel del periodismo político en España, o considera que su contribución de calidad compensa esos males (un punto de vista egocéntrico nada raro). Por eso puede rasgarse las vestiduras con la “invasión de la necedad”, que decía Eco, mientras absuelve al poderoso periódico o radio que le tiene en nómina porque aún le permite publicar bellas páginas, dar buenos consejos y propinar algún sopapo testimonial al sistema. Pero lamentar en una columna la corrupción y mala gestión de la banca, o con diapasón más alto la rapacidad del capitalismo, es mucho más inútil que llevar a los tribunales a los responsables del saqueo de las Cajas de Ahorro, como hizo UPyD en 2012, ganándonos una exitosa cacería mediática que pasará a los anales de la manipulación de la opinión pública.

Internet se ha convertido en el refugio de las muchas personas que tienen algo que decir y están excluidas de la burbuja mediática tradicional. Lo cierto es que la opinión excluida ha mostrado muchas veces ser más importante para frenar o compensar la manipulación de la opinión pública que el trabajo de muchas plumas tradicionales cuya alta opinión de sí mismos no está ratificada por su pobre desempeño.

¿Todas las malas ideas nacen en internet? No lo creo: el populismo de Podemos, por ejemplo, nace en una TV de barrio de Pablo Iglesias y sus amigos financiada por los ayatolás de Irán a través de HispanTV, desde donde dieron el salto a las tertulias y “debates” del aplastante duopolio Mediaset – Atresmedia a petición a las empresas de estrategas del PP que buscaron debilitar al PSOE con un rival populista más seductor. Con Ciudadanos pasó algo parecido tras destruir mediáticamente a UPyD y declarar un banquero catalán que necesitaban –es decir, habían puesto en marcha- “un Podemos de derechas”.

Internet como tal no ha sido un factor imprescindible en el lanzamiento de Podemos ni de Ciudadanos como alternativas de diseño a PSOE y PP. Pero es en internet donde se encuentra más crítica razonada e información contrastada –sin duda, entre abundante e inevitable bazofia- sobre los partidos populistas y los riesgos que representan para la democracia, incluyendo por supuesto informaciones y opiniones de prensa y periodistas profesionales que consiguen así un eco y difusión mucho mayores que por los canales tradicionales.

Esta observación es válida para la evolución del separatismo en Cataluña: animado y jaleado por el pensamiento único de los medios tradicionales catalanes, internet ha permitido agruparse a los disidentes del separatismo y crear una corriente de opinión crítica, con ideas tan exitosas como la de Tabarnia. En el País Vasco tuvimos una experiencia pionera semejante: Basta Ya, una iniciativa importante para la derrota de ETA, nació y creció en internet mientras los foros tradicionales nos difamaban o ignoraron hasta que no pudieron hacerlo.

Internet ha posibilitado mantener un diálogo entre personas e ideas enviadas al ostracismo por los medios tradicionales y los partidos políticos de baja calidad democrática

A pesar de todos los inconvenientes, internet ha posibilitado mantener un diálogo entre personas e ideas enviadas al ostracismo por los medios tradicionales y los partidos políticos de baja calidad democrática. Hace posibles instrumentos de comunicación y pensamiento como este digital en el que escribo. Con sus peligros, internet merece el riesgo. No va a crear una democracia ideal, y menos con los modos y modales a lo Trump o Putin, pero quizás sirva para impedir que perezca la libertad de palabra que dicen querer proteger quienes más la han puesto en entredicho.