INCLUSIVO

Me llama la atención que hayamos normalizado llamar “inclusivo” al lenguaje del activismo feminista. Inclusivo es el braile, es la lengua de signos, es el lenguaje adaptado a la gran diversidad que engloba el mundo de las necesidades especiales. Es un camino difícil frente a la demagogia que arregla el mundo con un niñes. En definitiva, es el lenguaje que soluciona problemas, y no el que los crea, y por el que realmente hay que apostar para luchar por un lugar en el que todos tengamos cabida.

Pero lejos de esto, nos encontramos con que en los últimos años han crecido los movimientos activistas que no han dudado en hacer uso del populismo para subirse al carro de las políticas identitarias. De ese modo, apelando al feminismo y a otras nobles causas como excusa, consiguen paralelamente colarnos su visión del mundo marxista, antisistema o anticapitalista, que acaba siendo inseparable de éstas. Por supuesto, esto lo consiguen aprovechándose del buen corazón de la gente que cree que está haciendo un mundo mejor, mientras utilizan a las personas, en este caso a la mujer, consiguiendo despersonalizarla y convertirla en víctima y en colectivo al mismo tiempo.

Han sabido apelar al discurso emocional para que nos olvidemos de la razón y de los datos

Han sabido apelar al discurso emocional para que nos olvidemos de la razón y de los datos, y capitalizar así luchas dignas dividiendo a la sociedad en buenos y malos según quién le baile o no el agua. Vamos, nada nuevo. También han conseguido vendernos como “el lenguaje evoluciona”, lo que en realidad es forzarlo con su correspondiente imposición. Qué interesante es leer a Laclau en este sentido para saber lo que nos espera si no reaccionamos a tiempo… El tema del populismo y de cómo ha conseguido llegar al poder, siendo capaz incluso de anular principios legales básicos, o de entrometerse en la ciencia imponiendo su censura, es un tema tan triste como apasionante, pero en el que no me voy a extender aquí porque me quiero centrar en el mal denominado lenguaje inclusivo.

Sí, ese lenguaje que es una realidad porque sus activistas han sabido encontrar la oportunidad y no han tenido reparo en gritar más fuerte, mientras el silencio de la mayoría, derivado de la etiqueta de inferioridad impuesta y el miedo a hablar de aquellos que han sido encasillados entre los malos, les ha permitido extender sus tentáculos en lugares donde nunca lo tendrían que haber hecho. Y estos lugares son principalmente dos: las instituciones y la infancia.

En primer lugar, que un país supuestamente civilizado y con la que está cayendo, gaste sus recursos públicos en plasmar en su BOE (RD 298/2021 de 27 de abril) una rectificación para aclarar que donde el Decreto hacía referencia, entre otros, a instalador o reparador, en realidad deben entenderse como instalador o instaladora, reparador o reparadora, y un largo etcétera, tiene desde mi punto de vista un grave problema de gestión, de futuro, de inteligencia, y de hacer frente a los problemas reales de la gente. Pero sobre todo, el usar esto en organismos y documentos oficiales, que tienen una función seria y concreta y deberían de ser neutrales al ser un lugar común a todos, demuestra un grave problema de respeto a los ciudadanos y a las instituciones que los representan. Y es que no sólo se aprovechan de ciertos colectivos para sacar rédito político, sino que además es un burdo modo de tratar a los ciudadanos de un modo infantil y tutelado, posiblemente como reflejo de la sociedad a la que aspiran.

Es también poético (y patético) ver a nuestros políticos, en ese esfuerzo antinatura, hablarnos de impuestos e impuestas (Yolanda Díaz), de Fuerzos y Cuerpas de Seguridad del Estado (Irene Montero) o de las empresas y los empresos (Nadia Calviño), entre otras lindezas. ¿De verdad es necesario este ridículo?

editoriales como Zahorí Books se han animado a usar arrobas en alguno de sus libros informativos para niños

En segundo lugar, y probablemente más importante, está el mundo de la infancia, y como cómplice, el mundo editorial, que lejos de disputar la batalla por la racionalidad y el sentido crítico, se apuntan a estos temas que en última instancia lo único que consiguen es dividir, sin aportar nada real. A veces me pregunto hasta qué punto están siendo honestos con los niños, por mucho que todo esto se disfrace bajo la capa de las buenas intenciones. No creo que les descubra nada nuevo si les digo que una gran parte de la oferta de libros infantiles pasa no sólo por temas ideológicos de moda que le importan a los mayores, sino que en el asunto que nos compete, no dudan en usar el lenguaje de moda contrario a las recomendaciones de la RAE, reafirmando a la mujer como víctima que necesita su tutela. Existen ya no sólo desdoblamientos frecuentes, sino que incluso editoriales como Zahorí Books se han animado a usar arrobas en alguno de sus libros informativos para niños. Realmente esto no es tanto problema porque en la decisión de cada uno está primar la calidad y el respeto a nuestro idioma o primar el activismo en aquello que cada cual compra para sus hijos, así que con no comprar ni consumir este tipo de libros a quien le incomode, se puede solucionar. Eso sí, es un engorro tener que estar revisando antes de comprar, pero igual es el precio que hay que pagar.

editoriales grandes como Santillana, Edebé o Vicens Vives realizan estos desdoblamientos gramaticalmente desaconsejados

El problema está en que este uso erróneo del lenguaje y al margen de la RAE esté también en los libros de texto, esos que se llaman educativos, incluso en los de lengua (por ejemplo, editoriales grandes como Santillana, Edebé o Vicens Vives realizan estos desdoblamientos gramaticalmente desaconsejados, pero me temo que no son las únicas). Hace no mucho saltaba la polémica con lo de visigodos y visigodas, moriscos y moriscas, conversos y conversas y demás lindezas. ¿De verdad le queremos transmitir a nuestros niños que esto empodera, o que ésta es la forma en que podrán solucionar sus problemas?

unas veces se desdobla, y otras no, creando la incertidumbre de si cuando no desdoblas estás usando o no el genérico. Es decir, más problemas.

Todo esto, además de instrumentalizar y aprovecharse de una aparente buena causa que en última instancia responde a intereses de control que nada tienen que ver, no deja de ser la puerta de entrada a despreciar nuestra gramática introduciendo la arbitrariedad como norma. No sólo transmitimos a las personas, especialmente a las niñas, la falsedad de que si no está desdoblado es que no están representadas, creándoles un problema donde antes no lo percibían, sino que en la mayoría de los sitios donde se usa este tipo de lenguaje se usa al azar. Lógico también. Si se desdoblase todo, además de dificultar la compresión, destrozaríamos la lengua y no habría quién aguantase más de dos párrafos leyendo, escribiendo o escuchando, por no hablar ya de los que usan caracteres ilegibles. Entonces lo que suele pasar es que unas veces se desdobla, y otras no, creando la incertidumbre de si cuando no desdoblas estás usando o no el genérico. Es decir, más problemas.

Y por supuesto, si creamos problemas, también podemos crear a los salvadores, y muchos no dudan en arrogarse una superioridad moral que le habilita para luchar por la justicia social (término manido de significado a la carta) que salvará a estas nuevas víctimas de ese supuesto patriarcado opresor. Una manera cómoda de colocarse la etiqueta de las buenas personas que luchan por un mundo mejor, un acto que expía nuestras culpas y nos encumbre definitivamente en el lado de los buenos.

La imposición activista de este tipo de deslenguaje ha llegado incluso a las cunas del conocimiento, aunque teniendo en cuenta que nuestra universidad es tantas veces refugio de mediocridad y corporativismo, tantas veces politizada, no extraña que haya podido echar raíces ahí también algo tan contrario a lo que esta institución representa. Hace poco leía en las redes sociales a un chico al que le habían bajado la nota en la universidad por no usar lenguaje inclusivo. No sé si será cierto, pero desde luego es creíble en un lugar que ha pasado de ser la catedral de la sabiduría y del debate de ideas, a un lugar de censura, escraches y pensamiento único, con el beneplácito y ayuda de algunos políticos (y profesores).

Sólo los fanáticos y los revolucionarios que quieren crear un homo novus desean acabar con todo lo anterior para que no haya resistencia alguna a su autoridad

Y así, poco a poco, nuestros hijos crecen hablando otro idioma que no es el nuestro, sin el equipaje asociado de un mundo menos tolerante. Sólo los fanáticos y los revolucionarios que quieren crear un homo novus desean acabar con todo lo anterior para que no haya resistencia alguna a su autoridad. Y no hay mejor forma de construir este hombre nuevo (y mujer nueva, añadirán, evidenciando sus conocimientos de latín), que derribar todo su vínculo con el pasado. La degradación intencionada de nuestra lengua nos separa de la tradición y de nuestros clásicos, que al final son una guía fundamental para entender la historia de nuestro país, y por tanto, para entender de dónde venimos y quiénes somos. Y si permitimos que arrasen nuestro lenguaje hasta separarnos de todo el corpus de obras en castellano, seccionaremos a los hombres de su pasado, con la intención de construir algo mejor sobre ellos. Pero ya sabemos, ay, cómo acaba la edificación del hombre nuevo: con mucho derribo, y poca, muy poca, construcción.

En definitiva, este uso del “lenguaje inclusivo”, que no es tal, ni empodera (al contrario, victimiza), ni soluciona problemas (los crea). Debemos de sacar de nuestras instituciones y de nuestras aulas esta lacra, pues ambos son sitios donde hay que proteger la calidad y la excelencia, que son incompatibles con dejarse instrumentalizar también por este tipo de modas y cálculos políticos. Sus funciones son otras y han de estar por encima de ideologías impuestas. No confundamos el lenguaje del activismo feminista con el lenguaje inclusivo de verdad. Luchemos por este segundo y demos herramientas de empoderamiento a nuestros niños, pero no las que nos perpetúan en un papel de víctima necesitada de tutela, sino las que nos hacen personas libres y responsables con capacidad para tomar las riendas de nuestra propia vida, las herramientas que nos permitan luchar por aquello que soñemos, y asumir también nuestros fracasos. Y si tenemos por el camino que lucir algún tipo de insignia, que sea la del respeto, la del respeto al que piensa diferente, porque paradójicamente la diversidad de pensamiento es la que primero se suele excluir de muchas de las banderas supuestamente inclusivas.

A los políticos, también me gustaría pedirles que tomen ejemplo de Francia, que acaba de emitir una orden ministerial para proteger el ámbito educativo de este tipo de perversión lingüística

Me gustaría pedir, tanto a los políticos como a las editoriales, que defiendan el uso correcto del lenguaje en las instituciones y en la infancia. No pueden ser ajenos a la altura y a la responsabilidad que sus profesiones y cargos conllevan. A los políticos, también me gustaría pedirles que tomen ejemplo de Francia, que acaba de emitir una orden ministerial para proteger el ámbito educativo de este tipo de perversión lingüística, y ya de paso, que saquen este despropósito de cualquier documento oficial o institución, así como de espacios, actos o actividades financiadas con dinero público, especialmente dirigidas a nuestros pequeños.

Está en sus manos el cuidar nuestro lenguaje, pues hacerlo, además de símbolo de unión, será seña de un país que respeta la inteligencia y la cultura. Nuestro lenguaje es uno de nuestros mayores tesoros, es la esencia de nuestro pensamiento, y no podemos permitir que ningún movimiento político o activista meta la zarpa en él. Cada cuál que hable como quiera o escriba como le parezca, faltaría más, pero no con nuestros niños ni con nuestras instituciones. Ojalá despertemos y alcemos la voz. Los silencios no ganan batallas aunque los mudos sean más. Creo que el tiempo de tener miedo a expresarnos ha pasado, y que tenemos una bonita misión por delante: Recuperar la concordia y el sentido común, y luchar por el lenguaje inclusivo, pero el de verdad. Solucionemos problemas, no los creemos.