Manipulacion sectaria - Antonio Cervero

Lavado de cerebro vs reforma del pensamiento

Cuando un grupo de individuos sube a un monte remoto y se suicida voluntariamente de forma colectiva en espera de un OVNI que vendrá a recoger sus almas trascendidas, generalmente produce un movimiento de reflexión social en el cual nos preguntamos cómo ha sido posible que personas aparentemente normales y correctamente adaptadas hasta un determinado momento de sus vidas, hayan caído en manos de un movimiento que las ha moldeado tanto como para hacerles creer semejante barbaridad y actuar en consecuencia.

Sin embargo, la curiosidad natural que nos genera ese fenómeno puede tornarse en verdadero terror si comprobamos que dicho grupo adquiriere suficiente masa crítica como para configurar una parte importante de la sociedad y vemos cómo toma en sus manos las estructuras de poder político y económico cuyas decisiones nos afectan a todos. Algo que, no nos vamos a engañar, ha sucedido más de una vez a lo largo de la Historia.

En poco se diferencia el platillo volante de algunas de las argumentaciones e ideas peregrinas que sustentan el independentismo catalán

En poco se diferencia el platillo volante de algunas de las argumentaciones e ideas peregrinas que sustentan el independentismo catalán. Ya saben: la existencia del Reino de Barcelona, germen de los Países Catalanes; el origen catalán del descubrimiento de América; la localización de las raíces del pueblo catalán en la democracia griega frente al pérfido imperialismo español de origen romano; el plagio de la bandera de EE.UU. a partir de la estelada; la ciudadanía catalana de Cervantes, Santa Teresa (de Ávila) y Leonardo da Vinci; el España nos roba; el estado de paranoia permanente (tan bien representado en aquella entrevista en que Raul Romeva le contaba a Carlos Herrera cómo se habían enviado aviones militares con la perversa intención de atemorizar a la población catalana)…

Desde el ámbito psicológico este fenómeno se ha estudiado ampliamente. No tanto centrándose en el cúmulo de perogrulladas que un grupo de iluminados con ansias económicas y de poder puede llegar a manifestar, algunas ingeniosas y realmente cómicas, sino en los procesos mentales por los cuales una persona aparentemente cabal llega a aceptarlas y defenderlas como dogma fundamental de su cuerpo de creencias. Por ello, no es extraño que Albert Boadella, que sabe muy bien de lo que habla, haya dicho hace unos días que lo que necesita Cataluña no son ni policías ni militares, sino un amplio cuerpo de psiquiatras que someta a la población a un planificado y generalizado proceso de desprogramación sectaria.

Coloquialmente, suele hablarse en estas circunstancias de un proceso de lavado de cerebro, producto del cual el individuo sufre un cambio tan profundo que transforma los pilares de su identidad personal. No obstante, técnicamente, es más adecuado hablar de proceso de control mental (algunos preferimos el término reforma del pensamiento), cuyas características se diferencian ampliamente de las del primero. Veamos las diferencias.

El caso prototípico de lavado de cerebro fue el protagonizado por Patricia Hearst, nieta de un magnate de la prensa estadounidense, que en 1974 fue secuestrada por los pirados del Ejército Simbiótico de Liberación, una especie de guerrilla urbana que promovía el liderazgo del Tercer Mundo en un proceso revolucionario cuyo fin pasaba por instaurar el socialismo a nivel mundial. Tras ser encerrada y cegada en un armario, donde fue sometida a todo tipo de abusos físicos, psíquicos y sexuales, y debido a un proceso extremo similar al síndrome de Estocolmo, acabó adoptando una nueva identidad en que Patricia pasó a ser Tania, una guerrillera más del mencionado ejército.

Así, el proceso psicológico que sufrió “Patty” Hearst no deja de ser un mero acto de autoprotección psicológica gracias al cual la víctima adopta, de forma inconsciente y producto de la coacción y la violencia, los fines de sus captores con el objetivo de convertirse en una más del grupo. Si una es miembro del grupo, cesan o se reducen las agresiones, las violaciones y las amenazas de muerte, y el cambio de identidad permite alcanzar el objetivo más básico del ser humano: la supervivencia.

El control mental, o la reforma del pensamiento, conduce a un fin semejante, pero se diferencia del lavado de cerebro en el conjunto de técnicas que utiliza, menos beligerantes y desplegadas de forma mucho más fluida, sutil y menos aparente, hasta el punto que la persona no es consciente de esta manipulación, llegando a pensar que comparte las ideas del grupo como producto de un proceso libre de evolución personal. En palabras de Hassan, el control mental es “un sistema de influencias que desbarata la identidad del individuo (creencias, comportamiento, forma de pensar y emociones) y la reemplaza por una nueva” (1990, 19).

Componentes de la reforma del pensamiento y disonancia cognitiva

Sin entrar en detalles demasiado técnicos, el proceso para implantar la reforma del pensamiento con eficacia debe garantizar un control lo más amplio posible de los tres componentes que configuran la identidad de la persona, esto es: un control del pensamiento, un control de las emociones y un control de la conducta, siendo especialmente relevante para conseguir este objetivo, el control de un cuarto componente, el control de la información.

Sin embargo, como paso previo al análisis de las técnicas que se utilizan para potenciar ese control y para entender por qué las mismas funcionan, hay que conocer una teoría psicológica de la cual, precisamente a costa del fenómeno que ha desencadenado el independentismo catalán, se ha comenzado a hablar coloquialmente: la teoría de la disonancia cognitiva.

Esta teoría fue planteada en 1957 por Leo Festinger, suponiendo una verdadera revolución en el ámbito de la psicología social y convirtiéndose en una de las más importantes y de mayor aplicación en este campo (Morales, Moya, Gaviria y Cuadrado, 2007).

Según esta teoría, los tres elementos que hemos visto (cogniciones, emociones y conducta) tendrían que ir en la misma dirección ante una circunstancia, pues si uno de ellos se altera y va en dirección contraria a los otros dos, generaría una sensación psicológicamente desagradable en el organismo denominada disonancia. Ante esta situación, la forma más eficaz de solucionar el problema es reconduciendo el componente que se ha alterado (siempre será más fácil cambiar un patrón del comportamiento que los otros dos) para que todo vuelva a ser consonante (Festinger, 1975).

Con un ejemplo esta situación se entiende mucho mejor, y el propio Festinger, fumador contumaz, utiliza su hábito para explicarlo. Los fumadores habituales, producto de su costumbre, despliegan una serie de automatismos con los cuales inician su conducta de fumar, lo que representaría el componente conductual. Por otro lado, fumar es una conducta que produce placer (el gran Antonio Escohotado señala a este respecto que el gran poder adictivo de esta sustancia se debe precisamente a que es la única droga que produce a la vez ansiedad y relajación), siendo este el componente emocional. ¿Qué pasaría pues con el tercer componente? Si aceptamos que el tabaco es una sustancia absolutamente perniciosa para la salud como es de sobra conocido, el componente cognitivo iría en contra de los dos previos, generando disonancia. Así que es en este punto donde opera la teoría, haciéndonos disminuir o negar el componente disonante, la cognición, a través de un “autoengaño” para restar potencia a la información que genera la disonancia. ¿Cómo lo hacemos? Rechazando o tergiversando la nueva información para ajustarla a nuestras creencias y deseos previos. “Hay gente que fuma toda la vida y no muere de cáncer”, “si dejo de fumar comeré más y eso también es negativo para la salud” o el archiconocido: “también fumaba Carrillo como un carretero y no murió hasta los 97 años”. Resultado: información neutralizada, fin de la disonancia y vuelta al fumeteo.

Como se puede apreciar, una de las formas más habituales en las que aparece la disonancia es a través de la nueva información. Por eso es tan importante su control y por eso todos los ciudadanos leen diarios y periódicos más o menos afines a su ideología y creencias previas, para no generar disonancia y para confirmar sus ideas existentes previamente.

Estrategias para reformar el pensamiento

¿Y qué tiene que ver esto con el independentismo catalán? La respuesta es: todo. Porque este movimiento ha seguido un plan diseñado y planificado hasta el más mínimo detalle para desplegar un proceso generalizado de reforma del pensamiento, ahí está el Plan 2000 del desaparecido Jordi Pujol, convirtiéndolo en uno de los casos más vergonzantes de ingeniería social que se ha dado en Europa desde el ascenso del nacionalsocialismo. Hasta el punto de que no ha tenido ningún problema en copiar algunas de las técnicas más abyectas de estos, ignorando las más elementales normas éticas y, por supuesto, democráticas. Baste como ejemplo esa fea costumbre de señalar los comercios de los disidentes a través de pintadas en su fachada, como recordaba el inefable Albert Rivera (de quien prefiero ahorrarme opinión) esta misma semana y que nos retrotrae a épocas que se creían superadas.

No obstante, y aunque referiremos algunas de las técnicas utilizadas a cada uno de los componentes aludidos, es obligado señalar que en su despliegue hay un marcado entrelazamiento, siendo utilizada esta división únicamente para facilitar su análisis.

Control emocional

Así pues, el primer gran bloque de estrategias para conformar un sistema consonante con los supuestos del independentismo y reducir la disonancia frente a planteamientos alternativos, ha sido el que ha pretendido controlar las emociones para encaminarlas en una única dirección. De hecho, es habitual comenzar por este componente porque es, de los tres, el más fácilmente moldeable.

Los grupos de dinámica sectaria generalmente aprovechan momentos de debilidad emocional para establecer el primer contacto y esta es la razón por la cual cualquiera puede ser víctima de una secta independientemente de su status o nivel cultural

Los grupos de dinámica sectaria generalmente aprovechan momentos de debilidad emocional para establecer el primer contacto y esta es la razón por la cual cualquiera puede ser víctima de una secta independientemente de su status o nivel cultural. Frente a la dureza de cualquier acontecimiento que debilite psicológicamente al sujeto, el grupo impregna al sujeto de una fuerza y afecto que contrasta con el sufrimiento que ha llevado ahí a la víctima. Es lo que se denomina el “bombardeo amoroso”, donde los miembros del grupo incrementan de forma exagerada la autoestima del adepto haciéndole ver lo maravilloso que es, lo mucho que puede aportar a su causa, lo mal que se le ha tratado hasta ese momento, lo injusta que es la situación por la que está pasando; y donde recibe muestras de afecto desorbitadas. Todo son sonrisas, abrazos, apoyo… convirtiéndose el grupo en una nueva familia. Con este proceso se inicia un movimiento en el cual el sujeto, debido a lo bien que se siente, cede cada vez más tiempo al grupo rechazando el exterior, que no ha sabido “valorarlo”. A este respecto, no es extraño que el empoderamiento social del independentismo se fraguara en medio de una gran crisis económica y social, que supuso un verdadero drama para miles de ciudadanos (pérdida de empleo, dificultad de acceso a un nuevo trabajo, pérdida de capacidad adquisitiva, traslados forzosos, etc). Crisis que, desde luego, es responsabilidad de otros, que nosotros no estaríamos así porque somos los mejores. De hecho, la generación de un enemigo externo al que responsabilizar de todo mal, se configura como un dogma que ya ha sido ampliamente utilizado históricamente: los capitalistas para los comunistas, los judíos para los nazis o los masones para los franquistas.

La segunda gran estrategia es la redefinición del significado emocional, que explicaremos con otra situación tristemente verídica, correspondiente a una secta destructiva de corte cristiano. Es obvio que si preguntamos a cualquier ciudadano por sus objetivos vitales nos dirá que una de sus mayores metas pasa por la búsqueda de la felicidad. Pero, ¿qué es la felicidad? La felicidad puede ser, para unos, un estado de alegría y satisfacción permanente. Sin embargo, para otro determinado grupo cristiano la felicidad puede definirse como el estado de gozo que produce estar cerca del Señor. Y para estar cerca de él, lo idóneo es vivir como él vivió y sufrir como él sufrió con el fin de redimir a la Humanidad. Luego, cuanto más sufrimiento y mortificación asuma uno, más cerca estará de Dios y, por tanto, mayor será su felicidad. Este tipo de juegos (i)lógicos los hemos presenciado esta misma semana en el juicio del 1-O, ante la sorpresiva mirada de muchos analistas que no daban crédito a lo que estaban escuchando. Por ejemplo, en la entrevista de Carlos Alsina al presidente Torra que aludía al mandato democrático desdeñando los textos legales y apelando a mayorías ciudadanas de incierta demostración a golpe de encuesta. La democracia, por tanto, ha pasado a ser un constructo sustentado en lo que quiere una mayoría (inexistente) frente a un sistema fundamentado en el Estado de Derecho. Algo semejante a la redefinición de libertad que el ínclito Junqueras expuso en su mitin (que no defensa) frente al Tribunal Supremo. La libertad, tal y como la entiende, incluye el derecho a ignorar cuantas leyes democráticas sea preciso para conseguir su fin, pues si tiene que someterse al imperio de la Ley, estas leyes fascistas coartarían su libertad. En realidad, es algo muy semejante a ciertos raperos huidos que no entienden que la libertad de expresión también tiene sus límites, precisamente para salvaguardar los derechos y libertad de otros.

Pero donde realmente el independentismo ha traspasado todo límite moral, es en la intensificación de emociones negativas

Pero donde realmente el independentismo ha traspasado todo límite moral, es en la intensificación de emociones negativas. Desde hace mucho tiempo, el independentismo se ha encargado de fomentar el miedo a todo elemento contrario a los intereses nacionalistas: miedo al 155, miedo al franquismo “presente” todavía en todas las instituciones españolas, miedo a una intervención militar… Ha hecho lo propio con la culpa, la culpa “personal” por no haber conseguido la independencia debido a que los ciudadanos no se han involucrado lo suficiente en esa lucha, la culpa “histórica” por haberse dejado arrebatar sus años como Estado independiente (sic.) y por supuesto la culpa “externa” que ya hemos mencionado. Y especialmente, el asco, el odio y la ira ante todo lo que suene remotamente a español. Asco a sus tradiciones como los toros (no se incluyen por supuesto los correbous, ante los cuales el Parlamento Catalán aprobó una moción de reconocimiento y protección); odio a su historia (el genocidio indígena imperialista o el franquismo), a sus héroes (Colón el asesino, supongo que al menos hasta que se “demostró” que era catalán) y a sus ciudadanos (bestias con forma humana como los definía Torra o bien hombres anárquicos, destruidos, poco hechos, hambrientos y de miseria cultural, mental y espiritual, términos con los que Pujol se refería a los andaluces); e ira ante sus leyes “fascistas” que impiden (como la mayoría de los países del mundo) la ruptura del orden territorial. Este aspecto es, de hecho, el que tiene una mayor implicación en la conducta, pues la combinación de ira, asco y odio es el caldo de cultivo que desencadena de forma prioritaria, la violencia.

Además, es fácil encontrar argumentaciones basadas en la carga emocional del lenguaje, otra de las estrategias que inducen a la deshumanización del oponente y al fomento de la violencia. Algunos recordamos aquellas expresiones de Pujol, cuando afirmaba que “es necesario que Cataluña se prepare para una batalla fuerte, muy decidida, arriesgada si es necesario, para defendernos de la voluntad de España de atacar la identidad y el autogobierno catalán” o del entonces portavoz de la extinta Solidaritat Catalana: “reventar España desde dentro y hacer daño a los intereses españoles”.

Por último, no es extraño ver como se potencia el sentido de trascendencia, que induce a los ciudadanos a pensar que viven en un momento de gran alcance histórico que, por supuesto, solo podrá alcanzarse gracias a unos líderes que, aunque no compartan las miserias del pueblo (dedicándose al marisco y a los gin-tonic por Europa) son merecedores de una lealtad y devoción incondicional (aspecto reiteradamente expresado en forma de lonas, pancartas y chapas omnipresentes). De hecho, estos líderes serán quienes dirijan una cadena de mando autoritaria y fuertemente jerarquizada en pro del objetivo final.

Control conductual

Una vez conseguida la adhesión emocional, el resto es coser y cantar. Las personas tendemos a acercarnos a aquello que nos genera bienestar y alejarnos de las situaciones que nos producen malestar. Por tanto, para acercarnos al colectivo donde nos sentimos valorados, adaptaremos nuestras conductas con gran rapidez. No es necesario explicar que nadie se sentiría cómodo en un grupo al que contradice en todo momento y que, por tanto, lo propio es asumir su discurso con la intención de lograr una rápida y correcta integración.

Es aquí donde se incorporan las estrategias de cohesión grupal, partiendo de las formas de expresión del grupo. Una determinada vestimenta o simbología que nos identifica como miembros (el famoso lacito amarillo o la estelada); la adopción de rituales propios (el saludo con el brazo en alto y los cuatro dedos extendidos simbolizando las barras de la estelada, y que tanto recuerda al saludo nazi o al saludo del Ku Klux Klan, consistente en meter los dedos pulgar y meñique por el reborde del pantalón, estirando los tres dedos centrales, simbolizando las tres kas); acciones conjuntas (manifestaciones, reuniones de grupo, charlas, seminarios…); y cualquier acción, en definitiva, que anule la individualidad y facilite el funcionamiento como masa.

Entre estas acciones conjuntas, merecen mención aparte las vigilias nocturnas o las tristemente famosas marchas de antorchas, milimétricamente diseñadas por el movimiento nazi para generar una especie de pensamiento mágico sobre el carácter místico del grupo. El doctor en antropología José Luis Cardero lo explica de forma brillante cuando expone la gran carga simbólica y el devastador efecto psicológico que produce la combinación de tres efectos: la luz, el fuego y la palabra, en cualquier ritual colectivo.

En el caso del independentismo, también es importante la red clientelar construida, pues nada será más efectivo para los fines del grupo que la dependencia económica de sus miembros, lo que tendrá un potencial movilizador difícilmente superable, ya que a fin de cuentas, de ello depende la propia satisfacción de las necesidades básicas.

Y finalmente, cabe señalar el control conductual que se produce en lo referente al control de las relaciones, ya sean sociales o familiares. Una realidad que se ha hecho patente en el caso que nos ocupa con la ruptura de miles de familias desde la llegada del procés. En los grupos de dinámica sectaria la ruptura con los miembros del exogrupo (personas ajenas al grupo) es alentada con el fin de romper las relaciones afectivas e íntimas, y controlar la información que llega al adepto. No me resisto a comentar aquí cierta experiencia personal ocurrida cuando, haciendo gala de mi inconsciencia, acudí a un grupo de dinámica sectaria con otra persona, para ver in situ cómo funcionaban estos procesos. De forma absolutamente magistral, el primer paso fue separarnos a ambos para romper el vínculo de unión y poder trabajar con nosotros de forma “más personal”.

Con todo lo anterior, puede apreciarse el cierre del círculo, observando cómo todo aspecto personal, afectivo y económico queda controlado por el grupo, suponiendo desde entonces la ruptura con el grupo el más absoluto aislamiento y soledad, fenómeno muy semejante al que mantiene retenidas a las víctimas de violencia de género.

Control cognitivo

Aunque frecuentemente el componente cognitivo es el más llamativo, pues es el que nos hace preguntarnos cómo una persona ha podido cambiar tanto su forma de pensar, en realidad es el paso lógico que resta. ¿Por qué? Porque reduce la disonancia cognitiva. Guste más o menos, lo cierto es que el ser humano es un ser prioritariamente emocional y no racional. ¿Cuántas veces a lo largo del día toma decisiones basadas en procesos analíticos de coste-beneficio o ventajas-inconvenientes y cuántas toma decisiones porque le han funcionado en el pasado en situaciones semejantes con resultado satisfactorio? La satisfacción es emocional.

Por tanto, la persona adoptará el discurso argumental del grupo, por muy peregrino que sea, no como conclusión racional sobre la idoneidad de sus ideas y propuestas, sino para reducir la disonancia y mantener lo que ahora supone su principio vital, la integración en un grupo que se ha convertido en su única familia. Es cierto que, en ocasiones, se verá amenazado por argumentos contra las ideas del grupo, pero contra eso bastará con repetir los mantras argumentativos que la cadena de mando se preocupará de contrarrestar.

A pesar de todo, a veces la argumentación será tan categórica y contundente o el nivel de estupideces defendidas tan enorme, que hará dudar al adepto, suponiendo la única amenaza para que este se plantee si la disonancia no le estará dando una pista de que algo no funciona como debe. Aquí es donde surge la necesidad del cuarto elemento: el control de la información.

Control de la información

Cuanto menor sea la información que contradiga los postulados del grupo, menor será la frecuencia de aparición de la disonancia cognitiva

Cuanto menor sea la información que contradiga los postulados del grupo, menor será la frecuencia de aparición de la disonancia cognitiva y, por tanto, menor el esfuerzo por rechazarla y la probabilidad de que esta haga dudar a la víctima, reflexionando sobre la individualidad que ha perdido a todos los niveles. Para evitarlo, el grupo tratará de controlar las fuentes de información y, mejor aún, la educación.

El primer caso, evidencia el camino que han tomado los medios de comunicación de Cataluña afines al independentismo, convertidos en auténticas armas de adoctrinamiento. Pero, ¿cómo es posible que estos se hayan plegado a semejante proceso?

Mencionemos el tema de las subvenciones a los medios de comunicación, donde solamente TV3 ha recibido más de 2.000 millones de euros del Gobierno de la Generalitat desde el inicio del procés (Arranz, 2018), a los que habría que sumar otras cifras como los 1,8 millones de euros que han recibido las 8 webs secesionistas más leídas (Mondelo, 2018), otros tantos millones a medios impresos y digitales (Cano, 2018), o los 4 millones que entre 2015 y 2017 se invirtieron en publicidad en medios extranjeros, que ya sabemos que hay que internacionalizar el procés (Europa Press, 2018). Esto sin contar otro tipo de “ayudas” que se disfrazan bajo el seudónimo de ayudas a la difusión del catalán o aranés en medios de comunicación, como los 7,4 millones repartidos en el año 2018 (Semprún y Romera, 2018)

El caso de la educación es semejante, aunque especialmente interesante desde el punto de vista psicológico porque garantiza un futuro prometedor si cae bajo el dominio del grupo. ¿Por qué? Porque es bastante probable que los menores no se hayan sometido previamente a otro tipo de información que contradiga los postulados del grupo (como sí pudo ocurrir con los adultos). En este sentido, la única amenaza que podría hacer dudar a los miembros, la información contraria que genera la disonancia, sería reducida a su mínima expresión. Esta es la razón por la que todos los grupos de corte dictatorial que han tomado el poder, se han preocupado de forma prioritaria de organizar a los jóvenes y controlar su educación: las juventudes hitlerianas, el Frente de Juventudes de la Falange, la Unión de Jóvenes Comunistas en Cuba, el Komsomol (Kommunisticheski Soyuz Molodiozhi) en la extinta URSS, etc.

Por eso, los gobernantes independentistas, antes nacionalistas, han aprovechado la imperdonable torpeza de los partidos nacionales traspasándoles competencias educativas, con la consiguiente consecuencia de convertir la educación en una batalla de adoctrinamiento ideológico. Las esteladas en los colegios, el señalamiento del disidente, el acoso escolar fomentado contra los opositores, las charlas de adoctrinamiento, las huelgas, las movilizaciones escolares, las protestas… se han convertido en el día a día de las instituciones escolares catalanas, lo que unido al vergonzoso adoctrinamiento que emana de los libros de texto (aplíquese lo dicho a los medios de comunicación a las editoriales escolares catalanas), supone un auténtico tsunami ideológico contra los más indefensos.

Por ello, el problema se ha agravado con generaciones enteras adoctrinadas desde la infancia. Incluso muchos líderes actuales se han creído sus propios argumentos porque, si bien los líderes originales sabían perfectamente que se trataba de un engaño, los cuadros directivos de segundas y sucesivas generaciones ya no son capaces de diferenciar la realidad de la fantasía propagada.

Referencias bibliográficas

Arranz, R. (2018, 30 de Marzo). TV3: La Generalitat ha invertido 2.000 M. en su aparato de propaganda desde el inicio del “procés”. Voz Populi.  

Cano, F. (2018, 8 deAgosto). La Generalitat gasta más dinero en publicidad que todos los ministerios juntos. El Español.  

Europa Press. (2018, 28 de Octubre). La Generalitat destinó 4 millones entre 2015 y 2017 en publicidad en medios extranjeros. El Economista

Festinger, L. (1975). Teoría de la Disonancia Cognoscitiva. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. [Primera Edición Stanford University Press, 1957]

Hassan, S. (1990). Las técnicas de control mental de las sectas y cómo combatirlas. Barcelona: Urano

Mondelo, V. (2018, 30 de Julio). Cuatro veces más publicidad a web afines. Diario el Mundo

Morales, J.F., Moya, M., Gaviria, E. y Cuadrado, I. (coords.). (2007). Psicología social (3ª ed.). Madrid: McGraw Hill.

Semprún, A. y Romera, J. (2018, 30 de Enero). La Generalitat renueva 7,4 millones de ayudas a la prensa en pleno 155. El Economista.