A menudo me preguntan qué me parece mejor votar en las próximas elecciones. No es fácil. No voy a desgranar la penosa letanía de por qué no veo posible votar a cada partido con posibilidades parlamentarias ya sea por su corrupción impenitente, su populismo demagógico, su vacuo oportunismo, el cóctel de todos ellos o cualquier horror adicional como separatismo o incompetencia irredimible.
Tampoco me atrae la comprensible teoría del “mal menor”, sobre todo cuando se trata de optar entre males mayores (también es posible que mi escepticismo haya crecido mucho con mi experiencia política y parlamentaria, alcanzando alturas postraumáticas). Creo que el problema no es que la oferta política sea insuficiente, sino que está incompleta, y me explico: los auténticos protagonistas de las decisiones políticas más importantes no se presentan a las elecciones, hurtando a los ciudadanos el derecho de reprocharles o apoyarles con su voto.
¿Quién decide por nosotros?
En España, las decisiones políticas realmente importantes, esas que repercuten en la vida de todos nosotros y afectan a la libertad personal y a la igualdad democrática, no se deciden en los parlamentos ni consejos de gobierno, tampoco en el poder judicial (que por principio sólo puede actuar ante actos ilegales, y tampoco lo ha hecho siempre ni mucho menos). Me refiero a decisiones como la investigación judicial de la quiebra en masa de las Cajas de Ahorro, el consiguiente rescate bancario, el fin del terrorismo, las prioridades en inversión pública (por ejemplo, ¿en más AVE o en ciencia y educación?), la política energética, la lucha contra la corrupción y un largo etcétera. Ese etcétera incluye cuestiones nada baladíes como las concesiones de licencias a TV privadas, las subvenciones y ayudas encubiertas a grupos de comunicación privados, e incluso decidir el futuro de los partidos políticos que los ciudadanos parecen elegir libremente.
No estoy del todo seguro si fui el primero en usar la expresión “capitalismo de amiguetes”, que tanto éxito ha tenido para denominar gráficamente a lo que técnicamente es capitalismo clientelar (una subespecie degenerada), pero sí que fui de los primeros en ponerla en circulación, gracias en buena medida al trabajo de UPyD. En cualquier caso da lo mismo. De lo que se trata es de comprender qué es el capitalismo de amiguetes y su modo de suplantar a la democracia representativa (que en mi opinión es la única que puede funcionar razonablemente).
El capitalismo de amiguetes es un sistema discreto: sus partícipes y beneficiarios niegan su existencia; pero no es una conspiración secreta: sus consecuencias están a la vista de todos
El capitalismo de amiguetes es un sistema discreto: sus partícipes y beneficiarios niegan su existencia; pero no es una conspiración secreta: sus consecuencias están a la vista de todos (en esto se parece a la mafia tradicional). Básicamente, consiste en un tráfico de ventajas económicas conseguidas mediante favores políticos, y viceversa, ventajas políticas obtenidas con favores económicos. Lógicamente, sus protagonistas son grandes empresas –sobre todo bancos, energéticas y de comunicación- y grupos políticos poderosos.
Propietarios de empresas y de grupos políticos intercambian favores en reuniones privadas: tú me apruebas esta reforma de las leyes energéticas para garantizar mis beneficios y yo aporto dinero a lo que me digas (fundaciones, institutos, campañas, medios de comunicación) y ficho a tu gente; tú me libras de la competencia de nuevos empresarios con esta ley proteccionista y yo te garantizo el apoyo de mis TV, radios y periódicos. Y así con casi todo (naturalmente, el sistema incluye incidentes, desacuerdos, broncas y cambios espectaculares de caballo, como el de Prisa de Psoe por Ciudadanos).
Las grandes decisiones llegan ya cocinadas a un parlamento donde la misión de los parlamentarios es sancionar con su voto una decisión en la que realmente no han tenido parte activa
Los pactos conseguidos se llevan después al escenario político en forma de ley o decreto del gobierno para salvar las formas parlamentarias. Pero, en realidad, las grandes decisiones llegan ya cocinadas a un parlamento donde la misión de los parlamentarios es sancionar con su voto una decisión en la que realmente no han tenido parte activa (y eso explica algunas cosas, como la sumisión del parlamentario normal o la exagerada teatralidad de choques entre partidos por asuntos menores para tapar lo verdaderamente importante).
Alguna vez, la decisión la han tomado exclusivamente dos políticos, dos, tras recibir presiones demoledoras de poderes políticos y económicos multinacionales, como ocurrió con la reforma del artículo 135 de la CE que garantiza la prioridad de pagar la deuda pública a los prestadores internacionales. Lo decidieron, la noche del 22 al 23 de agosto de 2011, José Luís Rodríguez Zapatero como jefe del Gobierno y Mariano Rajoy como jefe de la Oposición; luego ordenaron a su hueste parlamentaria ratificar el estropicio sin debate alguno para evitar la amenaza de un default y rescate europeo de España en condiciones a la griega.
El capitalismo de amiguetes, causa de atraso y pobreza
El de amiguetes no es verdadero capitalismo, sino su caricatura: el capitalismo genuino es un sistema productivo basado en la economía de mercado regulado, mientras en el de amiguetes las regulaciones legales quedan suplantadas por pactos entre personas y grupos; las normas son relativas y según para quién; el mercado es irreal porque no todo el mundo tiene las mismas posibilidades de acceso; por el contrario, una de las misiones de la política es impedir la verdadera competencia para proteger a las empresas con posición dominante.
En España, los grandes empresarios independientes, como Amancio Ortega o Juan Roig, son rara avis
Por ejemplo, defender como leones el anticuado sistema de copyright en una mala Ley de Propiedad Intelectual porque tal es el interés concreto de los grupos de comunicación y la industria cultural tradicional (incluyendo lobbys delictivos como la SGAE), aunque el precio a pagar sea paralizar en España el despegue de la industria digital que protagoniza el crecimiento y cambio de la economía mundial mediante empresas como Google, Amazon, Microsoft, etc. La protección de los viejos socios provoca la paralización y ruina de la nueva realidad emergente. En España, los grandes empresarios independientes, como Amancio Ortega o Juan Roig, son rara avis.
Eso tiene consecuencias inevitables: el atraso de la economía, especialmente de los sectores más innovadores que pueden hacer peligrar negocios tradicionales (por ejemplo, la industria digital), provocan más desempleo, especialmente juvenil, peores salarios y más precariedad laboral (por cierto, nunca oirás quejarse en público del capitalismo de amiguetes a los sindicatos tradicionales porque son tan parte del tinglado como las patronales; véase el caso Bankia).
Como expone este artículo de Fernando Rodríguez, el capitalismo clientelar en España explica los problemas económicos peculiares de países como España e Italia, incomprensibles de otra manera. Son problemas económicos causados por la vieja política, y viceversa, su vieja política está defendida por la vieja economía. Y un resultado inevitable de este sistema, porque es uno de sus ingredientes fundamentales, es la corrupción política que corroe todo, de las campañas electorales y los concursos públicos a las columnas de opinión y las tertulias políticas de los medios.
Evidentemente, la manipulación política del capitalismo de amiguetes se dispara cuando la fuerza imparable de la evolución social hace emerger nuevas fuerzas políticas, o pone en peligro el antiguo reparto, como el del bipartidismo con socios nacionalistas que ha dominado la política española desde 1977 hasta hoy.
Un partido barrido del escenario tras una campaña de años de acoso y derribo precisamente por enfrentarse al capitalismo de amiguetes y el bipartidismo con socio nacionalista
La historia de UPyD es el mejor ejemplo de ello: un partido barrido del escenario tras una campaña de años de acoso y derribo precisamente por enfrentarse al capitalismo de amiguetes y el bipartidismo con socio nacionalista. Pero también lo es el lanzamiento de Podemos tras el 15M por el duopolio televisivo de Mediaset y Tresmedia, primero para debilitar al PSOE y luego –pues este partido se apaña muy bien para debilitarse sólo- porque era un espectáculo demandado por el público. Por la misma lógica, y dado el declive del PP por la corrupción, Ciudadanos se convirtió en el “Podemos de derechas” que reclamaba Josep Oliú, presidente del Banco de Sabadell. Cambiar de caras para que gobiernen los mismos, la vieja máxima lampedusiana.
Capitalismo sí, pero el auténtico
Quien esto suscribe no es “anticapitalista”, por mucho que piense que el sistema económico necesita muchos cambios. Al contrario: creo que el problema de España, incluso de Europa en menor medida, es que no tenemos ese capitalismo que se caricaturiza y ataca cuando está más bien ausente. No tenemos un mercado regulado de acceso realmente libre donde todos puedan competir por los favores de la demanda: que se lo pregunten a las nuevas empresas de energías renovables expulsadas del mercado con la crisis para mantener a las viejas. No tenemos normas reguladoras que favorezcan la innovación, apoyen la I+D y regulen la competencia en igualdad de condiciones. No tenemos leyes laborales que den a los jóvenes las oportunidades de empleo estable que tuvieron sus padres. No tenemos empresas como Google, Apple, Tesla o Microsoft surgidas del “capitalismo de garaje”, ni siquiera como el gigante chino Alibaba surgido del cálculo gubernamental, sino dinosaurios que viven por la protección del gobierno de turno (incluso en Alemania pasa, como reveló el escándalo de la doble estafa de Wolkswagen a los gobiernos y a los consumidores).
Lo que tenemos es un castillo de naipes pegado por la corrupción y la incompetencia política, y sostenido por una manipulación masiva de la opinión pública, cada día más vulnerable al timo también por su propia elección
Lo que tenemos es un castillo de naipes pegado por la corrupción y la incompetencia política, y sostenido por una manipulación masiva de la opinión pública, cada día más vulnerable al timo también por su propia elección. Porque si prefieres que los informativos se recreen casi exclusivamente en el tiempo, el famoseo y los crímenes horrendos –como si viviéramos en el Far West de OK Corral, y no en la sociedad más pacífica y segura conocida nunca-, no deberías extrañarte de que las grandes decisiones que te afectan no sólo se toman sin tu conocimiento, sino contra tu conocimiento y para que sigas viviendo explotado en la ignorancia.
Por todas estas razones me gustaría poder votar directamente a listas que representen sin intermediarios a ciertas empresas del Ibex 35. En lugar de Albert Rivera sería preferible poder elegir votar a Josep Oliú, y en vez de a Pablo Iglesias a Jaume Roures (antes Jaime Robles). Algo así sería un gran paso adelante en la mejora de la democracia, la decencia y la conciencia pública y, por ende, de la economía que la sustenta y el progreso social que perseguimos. Pero me temo que esta vez tampoco será posible.