Ni se puede ni se debe vivir reaccionando ante todos los disparates que uno escucha: no hay tiempo material, hay cosas mucho más importantes que hacer y la mayoría de las veces no sirve más que para hacerse mala sangre por algo que, muchas veces, carece de importancia. Sin embargo, hay cosas que no se pueden dejar pasar sin mostrar nuestra más enérgica protesta, cosas ante las que el silencio no es una opción.
¿Cómo se puede permanecer callado cuando alguien dice que “todos lo hombres son violadores”?
Por ejemplo: ¿cómo se puede permanecer callado cuando alguien dice que “todos lo hombres son violadores”? Si el que dice eso es un hombre caben dos posibilidades: una, la más probable, que lo diga por decir sabiendo perfectamente que él no es un violador y la mayoría de los hombres tampoco, en cuyo caso es nuestro deber hacerle saber inmediatamente que es un completo imbécil y que la próxima vez que quiera decir una tontería escoja un tema mas adecuado para provocaciones frívolas. La otra posibilidad es que lo diga en serio porque, en efecto, él se considere a sí mismo un violador (probablemente sólo en potencia porque los que han dado el paso de cometer esos crímenes no suelen confesarlos) y crea que todos los demás son como él. En este caso hay que decirle también que es un imbécil por delatarse e informarle a continuación de que vamos a advertir a las autoridades y a su entorno más cercano. ¿Les parece exagerado? No sé, es lo que yo haría si alguien me dijera que es un asesino y me pareciera que está diciendo la verdad, y no sé por qué habría que actuar de otro modo si en vez de asesino es violador.
Quienes dicen lo de que todos los hombres son violadores normalmente quieren decir que, aunque no lo sean de hecho, lo son en potencia
La cosa cambia, evidentemente, si quien dice “todos los hombres son violadores” es una mujer. Es claro que aquí, aunque también puede ser fruto de la estupidez y lo diga por decir, no cabe sin embargo atribuir la frase al famoso “piensa el ladrón que todos son de condición” sino que lo que probablemente nos esté diciendo es “por definición yo soy una víctima y todos vosotros sois unos criminales”. Viene a ser como esa frase de “todas las mujeres sois unas putas” cuando es dicha por un hombre que se siente traicionado por alguna mujer y quiere vengarse insultándolas a todas. Bueno, en realidad la de los violadores es una frase un millón de veces más ofensiva, porque ser una puta es un millón de veces mejor que ser un violador y me quedo corto. Llamar puta a una mujer que no lo es, como digo, es un insulto (y una falta de educación si en efecto ésa es su profesión), llamar violador a un hombre que no lo es es una injuria, o más exactamente, una calumnia según nuestro código penal. Es verdad que quienes dicen lo de que todos los hombres son violadores normalmente quieren decir que, aunque no lo sean de hecho, lo son en potencia, lo serían si pudieran o lo son en el fondo de su corazón. Bueno, el que dice lo de que las mujeres son todas putas tampoco quiere decir que todas hagan la calle, sino que son traicioneras, volubles, interesadas o alguna cosa así. Son frases por tanto perfectamente equivalentes, aunque una infinitamente más calumniosa, y creo que además ambas suelen ser dichas por personas que, en realidad, no tienen ningún motivo para odiar al sexo opuesto sino que como mucho son víctimas de agravios puntuales, muchas veces leves o incluso imaginarios. De hecho, no he conocido a nadie que haya sufrido algo realmente serio en estos terrenos y que diga cosas semejantes.
En cualquier caso, si se da la circunstancia de que uno es un hombre, no se debe permanecer callado cuando una mujer le dice algo así, sino que debe hacerle ver con claridad y con toda la calma posible que nos está calumniando gravemente, no solo a los hombres en general sino a cada uno de nosotros en concreto, y añadir que esa idea es tan delirante como esa otra de que a todas las mujeres, en el fondo, les gustaría ser violadas, idea con la que precisamente justifican sus crímenes algunos violadores, incluso a veces creyéndosela. Son pues ideas perfecta y siniestramente complementarias que, conviene hacerlo notar, se alimentan la una a la otra.
Oigo también mucho últimamente una frase, desde luego menos extrema, pero que apunta en la misma dirección, y es la de que vivimos en una cultura que justifica, ampara, o no persigue suficientemente la violencia sexual contra las mujeres
Oigo también mucho últimamente una frase, desde luego menos extrema, pero que apunta en la misma dirección, y es la de que vivimos en una cultura que justifica, ampara, o no persigue suficientemente la violencia sexual contra las mujeres. Bueno, si lo que se quiere decir es que no todos los criminales sexuales tienen lo que merecen estoy completamente de acuerdo y habría que mejorar muchas cosas al respecto, y ya de paso podríamos también mejorar cómo luchamos contra la corrupción, el fraude fiscal, el terrorismo, el narcotráfico, el blanqueo de capitales, los delitos contra la seguridad en el trabajo, la seguridad vial, el honor y un largo etc. Pero no puedo estar de acuerdo sin embargo con la idea de que la justicia pone por sistema más dificultades a las víctimas de violaciones que a las de otro tipo de delitos, o es más indulgente con éstos que con otros criminales. No tengo la menor duda de que en este tema se han cometido injusticias realmente sangrantes y entiendo perfectamente que quienes las han sufrido desconfíen de todo y de todos, como también lo entiendo cuando son injusticias referidas a otros crímenes. Pero cada uno habla, o debería hablar, de lo que ha visto, y lo que yo personalmente he visto ha sido a un juez condenar a veinticinco años de cárcel a un violador basándose casi exclusivamente en el testimonio de la víctima. Y digo un juez, y no una jueza, porque era un hombre, un magistrado de esos que por lo visto nunca dan crédito al testimonio de estas víctimas. Y por cierto que esa condena fue posible porque también otro hombre, un familiar de la víctima, se dejó la piel luchando durante años contra todo tipo de dificultades para que ese crimen no quedara impune. Sé que hay casos de lo contrario, pero lo que yo he visto con mis propios ojos ha sido eso.
Cuando alguien dice eso de que nuestra cultura tolera o incluso fomenta la violación también suele referirse a la cultura propiamente dicha, o sea, el arte, la literatura, el cine, la educación, las costumbres, esas cosas. Es complicado definir cuál es nuestra cultura: ¿la de quién? ¿La individual o la de mi familia, mi grupo? ¿La propia de nuestro país o la que hemos importado de Europa, de occidente, de todo el mundo? ¿La que nos dejaron nuestros antepasados o la que día a día seguimos creando nosotros? De hecho, si preguntáramos a la gente si forman parte de su cultura cosas como el yoga, la música dodecafónica, el sexo oral, los toros, el rap o la prensa del corazón nos encontraríamos con respuestas francamente variadas, así que creo que lo mejor es que cada uno piense cuál es su cultura, a lo mejor así es más fácil saber si ésta fomenta o no la violación. Voy a hacer un somero repaso a la mía en particular con respecto a ese tema, y no creo que sea muy diferente de la de gente de mi generación.
Cuando yo era un niño, el código aceptado entre los chicos (y avalado por lo mayores) era que pegar a una chica era de absolutos miserables. También estaba prohibido pegar a los que llevaban gafas, pero si se las quitaba entonces sí se podía. No es que estuviera bien visto pegar a otro niño, pero en determinadas circunstancias sí teníamos derecho a hacerlo, siempre que fuera de manera proporcionada, sólo con nuestras manos (ni patadas, ni cabezazos, ni mordiscos, ni desde luego ninguna clase de arma), que fuera de nuestra edad (lo del tamaño no importaba para desgracia de los que éramos y somos canijos) y nunca dos contra uno. Pero como digo pegar a una niña era, para alguien que consideráramos normal, impensable, y la violencia sexual directamente inimaginable. En los relatos que nos gustaban, ya fueran películas, novelas, cuentos, o tebeos, el héroe a imitar siempre defendía a las mujeres y, si los autores querían dejar por los suelos a su rival, no tenían más que ponerle en alguna ocasión maltratando a una mujer o escudándose detrás de ella para que se convirtiera, a ojos de los niños, en una rata asquerosa. Por cierto que los autores no siempre hacían eso porque los rivales que describían, e incluso los enemigos, a veces también eran nobles a su manera y agradezco enormemente a esos contadores de historias que nos los presentaran así. A imitación de esos héroes nosotros no sólo teníamos absolutamente prohibido pegar a las niñas sino que debíamos defenderlas de cualquier ataque y en cualquier circunstancia. Daba igual si la conocíamos o no, o si el agresor era mucho más grande que nosotros, nuestro deber era actuar y si no lo hacías eras un maldito cobarde. Afortunadamente en estos casos no regía la regla del dos contra uno y creo que la de las gafas tampoco.
Con la adolescencia empezamos a tomar conciencia de que existía algo que se llamaba violación, algo horrible, casi innombrable, algo que podían sufrir nuestras hermanas, nuestras amigas, aquella chica que nos gustaba. Eran los tiempos de la transición y empezó a hablarse mucho del tema y a aparecer en la prensa y en el cine. Los autores de esos crímenes eran para nosotros la pura otredad: los quinquis, los nazis, los salvajes, los psicópatas; ninguna persona normal y civilizada podía hacer algo así. Supimos que en la vida real la chica no siempre se salvaba y hacíamos lo posible para evitar que a las que nosotros queríamos les pasase eso, por ejemplo no permitiendo jamás que una chica volviera sola a su casa de noche, costumbre que no sé si entre los jóvenes de hoy se ha perdido pero que, mientras el mundo se convierte en ese lugar maravilloso en el que todos somos buenos, recomiendo mantener.
Aquella época de poner a prueba las propias tragaderas viendo esa clase de películas duró poco porque aprendí, como todo el mundo, que el valor y la entereza no había que demostrarlo ante una pantalla sino en el mundo real
Pasaron los años y empecé a ver otro cine que el que veía con mi padre, así presencié escenas horribles de violaciones en películas que, al parecer, había que soportar como una especie de rito de iniciación al mundo adulto: Frenesí, La naranja mecánica, Perros de paja, Deliverance (aunque aquí la víctima es un hombre, pero esa es otra historia). No creo que entre los amigos que veían conmigo aquellas películas hubiera nada parecido a la complacencia, sino más bien repulsión, rabia, terror, y sobre todo angustia al pensar en cómo evitaríamos algo tan horrible si en la vida real nos viéramos en una situación así, porque evitarlo era lo único que queríamos y debíamos hacer, evitárselo a cualquier mujer, de cualquier modo y a cualquier coste. En cualquier caso, aquella época de poner a prueba las propias tragaderas viendo esa clase de películas duró poco porque aprendí, como todo el mundo, que el valor y la entereza no había que demostrarlo ante una pantalla sino en el mundo real. Y desde luego sería falso creer que desde entonces simplemente preferí no saber nada del tema, porque sería francamente reduccionista pensar que sólo las películas (o las novelas) que relatan explícita y crudamente violaciones hablan de éstas o, más genéricamente, de violencia contra las mujeres. Por ejemplo el cine de John Ford, un cineasta del que veo una docena de películas al año, habla una y otra vez del tema, a veces de manera más o menos elíptica y otras muchas de forma directa e incluso como núcleo de la historia que cuenta.
Creer que el mal es producto de una especie de malfuncionamiento social, que desaparecería en entornos culturales y educativos diseñados al efecto, no solo es propio de totalitarios sino que es además es una inmensa falacia como la historia ha demostrado una y otra vez
No creo necesario extenderse con más ejemplos para concluir que en mi cultura, y como digo creo que en esto se parece a la de la inmensa mayoría, la violación es presentada como la cosa más cobarde, odiosa, e imperdonable que un hombre puede hacer. Pero si esto es así, si la violación no está bien vista en nuestra cultura sino todo lo contrario , si a los niños no se nos enseñó a agredir a las mujeres sino a defenderlas de las agresiones, ¿cómo es posible que entre nosotros haya violadores? Pues porque, guárdenme el secreto, la gente es libre y puede hacer caso a lo que le han enseñado o no. Introduzcan todos los matices que quieran, mejoremos en educación todo lo mejorable, combatamos con todas nuestras fuerzas los espacios que pueda haber donde la violación se justifique, se fomente o no se condene lo suficiente, pero al final cada uno decide por su cuenta y los seres humanos no sólo elegimos entre helados de vainilla o chocolate, también elegimos entre hacer el bien o el mal y hay quien elige causar dolor, lo ha habido siempre y siempre lo habrá. Creer que el mal es producto de una especie de malfuncionamiento social, que desaparecería en entornos culturales y educativos diseñados al efecto, no solo es propio de totalitarios sino que es además es una inmensa falacia como la historia ha demostrado una y otra vez.
Con todo lo dicho, no quiero que parezca que no haya nada mejorable al respecto, que no se pueda hacer nada más desde la educación y la cultura para combatir la violencia sexual. Para empezar podíamos dejar de decir que todos los hombres somos unos violadores y que todas las mujeres son unas putas, no sólo porque ni los hombres ni las mujeres merezcamos algo así, sino, sobre todo, porque es lo último que necesitan oír los jóvenes, salvo que queramos que vivan en un mundo de miedo y desconfianza mutua.