Mediocrecracia - Bernardo Bartolome

El vídeo no es nuevo, ya lleva un tiempo circulando por las redes sociales. Les pongo en situación: en un escenario minimalista ─parco en decoración, con una iluminación moderada─, dos individuas interpretan ─perpetran más bien─ una expresiva performance. Mientras la una machaca insistentemente un xilofón ─o tal vez marimba, el vídeo no es demasiado nítido─ la otra repite sin cesar la frase que da título al presente artículo: Manolo, cómeme el coño. Así, en imperativo. Y con gorgoritos desafinados y mucha reverberación. Quizá es indispensable para terminar de describir fielmente el espectáculo subrayar que la “cantante” viste sobrio sostén y nada más. O sea, con el parrús al aire. ¿Se van haciendo la idea? Imaginen todo este despliegue durante una hora ─una hora, que se dice pronto─. La una golpeando tres o cuatro notas en el instrumento ─xilofón o marimba─ y la otra diciéndole al tal Manolo que ha llegado la hora de tomar el ágape genital.

De repente mi cerebro de pequeño burgués recordó a un tal Ockham, con su navaja y todo. Si parece un truño a lo mejor es que es un truño

Les confieso que buscando el significado de la gala teatral quedé descolocado, ahíto de emociones, preso de un arrebato místico y con síntomas cercanos al síndrome de Stendhal. ¿Una crítica al heteropatriarcado? ¿Una muestra de repulsa al capitalismo salvaje? ¿Una demostración de empoderamiento femenino? De repente mi cerebro de pequeño burgués recordó a un tal Ockham, con su navaja y todo. Si parece un truño a lo mejor es que es un truño ─el franciscano lo contaba con otras palabras, pero la esencia era esa─. A lo mejor, me dije, es que las dos artistas son familia de algún mandamás de medio pelo, o allegadas, es indiferente. Y no tienen donde caerse muertas. Y el hambre da muchas cornás. Y sudar en el trabajo es de lúmpenes. Lo que tenía claro es que el chou estaba patrocinado ─subvencionado, en moderno─ por la concejalía de cultura y el gobierno autonómico de turno. Gobiernos ambos del cambio, para más señas. Traducido en cristiano: que la mamarrachada la pagamos todos a escote. Y con alegría, qué coño.

La prevaricación ya no es corrupción, ahora que gobiernan los buenos. Con tener el tuiter saneado nos vale

Sirva este ejemplo para ilustrar el cambio político que nos han vendido los últimos años. Se sigue sin premiar el esfuerzo, la honestidad, la excelencia. La falta de talento se disfraza de progresismo. Si algo no le parece bien a usted es porque no lo entiende. Y punto. O porque es un facha, que cosas peores se han visto. Hoy se es más demócrata cuanto mayor sea el desaliño al acudir al Congreso, cuanto mayor la astracanada al tomar la palabra, con camiseta conmemorativa o impresora al lomo si se tercia. Saltarse la ley es signo de modernidad. La prevaricación ya no es corrupción, ahora que gobiernan los buenos. Con tener el tuiter saneado nos vale. ¿Acaso el espectáculo arriba relatado y pagado con dinero público no es malversación? Depende, dirán ellos. Depende de quién lo pague, digo yo.

Les aseguro que a uno se le inflaman las meninges ─las gónadas también, no lo niego─ cuando observa la pasividad del respetable, que es el colaborador necesario. Las tragaderas inmensas del votante español trasiegan lo que les echen. Lo mismo da un cantautor en lengua vernácula de oprimido estado independentista que un consejero de RTVE. Lo único imprescindible para prosperar en la Administración es obedecer y saber aplaudir. Lo demás es todo accesorio. Políticas de ocurrencias y anuncios para entretener al personal mientras con la otra mano se esconde disimuladamente la bolita.

Ese quítate tú para ponerme yo que, repetido año tras año, ya nos suena a estribillo reguetonero en chiringuito playero o fiesta patronal de verano

Al final uno piensa si no será esa la definitiva seña de identidad patria, la semejanza genética, lo que nos une. Ese quítate tú para ponerme yo que, repetido año tras año, ya nos suena a estribillo reguetonero en chiringuito playero o fiesta patronal de verano. Mediocrecracia, la era del triunfo de la mediocridad. Lo importante es meter cabeza, da igual cómo. El resto vendrá rodado. Incluso se recompensan trayectorias políticas con galardones ministeriales ─no me dirán que el tal Ábalos está ahí por su elocuencia y sabiduría─. Se gratifican los servicios prestados. Sin pudor, sin rubor. Sin vergüenza.

Unos días atrás observé con estupefacción el nombramiento del mandamás de la empresa postal. A dedo y a doscientos mil lereles al año. Comprendan mi cabreo

Por último les contaré una vivencia personal. Me inscribí hace unos meses en el proceso para formar parte de la bolsa de empleo de Correos. Papeles, papeles y más papeles ─a burocracia no nos gana nadie─. Incluso me pedían un certificado médico en caso de ser contratado. Unos días atrás observé con estupefacción el nombramiento del mandamás de la empresa postal. A dedo y a doscientos mil lereles al año. Comprendan mi cabreo. Para repartir cartas se necesita pasar por un procedimiento de selección pero para dirigir a los que reparten esas misivas no. Y exactamente igual para ser Presidente del CIS, o de RTVE o de lo que sea. El único cambio que notamos es la coletilla “provisional” o “de transición” añadida detrás del cargo para acallar conciencias.

Y lo peor es la cara de tontos que se nos queda. Perdemos las ganas de luchar por lo que es justo porque está todo corrompido. Caemos en el desánimo, que tal vez sea lo que ellos buscan. Por eso es imprescindible que no bajemos la guardia y que plantemos cara. Que luchemos por recuperar una política ética y desterremos la actual política hípica, la de subirse cómodamente al caballo ganador una vez ha traspasado la meta. Exijamos gente competente e independiente en las instituciones ─Sr. Presidente, independiente, no independentista─. Porque solo si nos mantenemos firmes podremos algún día enviar a tomar por saco al del CIS, al de Correos, al de RTVE, a la cantante desbragada, a la del instrumento de percusión ─xilófono o marimba─ y, si me apuran, al tal Manolo si se pone a tiro.