Emmanuel Macron hizo la campaña de 2017 insistiendo a la vez en su voluntad de transformar el país (especialmente para liberalizar el derecho laboral) y en la cohesión nacional (protección de los más débiles). Fue elegido con el 66% de los sufragios frente a la candidatura de extrema derecha, en un escrutinio marcado por la participación más débil en una segunda ronda de elección presidencial desde 1969 (77´77% de participación). El Gobierno se lanzó a una serie de reformas muy rápidas que suscitaron inquietudes e incertidumbres (alzas de ciertos impuestos y bajadas de otros sin un calendario sincronizado de las primeras y segundas, así que muchos hogares solo vieron de momento aumentar sus gastos). El impuesto sobre el gasoil con intención medioambiental, en un país donde el diesel ha sido hasta ahora subvencionado por el Estado, ha sido la chispa de un creciente movimiento de descontento.
Una imagen que se degrada: Presidente “de los ricos”, “de las ciudades”, Presidente “arrogante”
Una de las primeras medidas del Presidente ha sido abolir el “Impôt de Solidarité sur la Fortune” (un impuesto sobre las rentas más altas) que gravaba las inversiones financieras, el ahorro y los bienes muebles, conservando sólo un impuesto sobre los bienes inmobiliarios. El objetivo era alinearse con la fiscalidad del conjunto de los países europeos para incentivar a las grandes fortunas a invertir en empresas francesas. Redujo igualmente las ayudas a la vivienda o la subvención del Estado a ciertos empleos. Estas medidas enmascaraban o perjudicaban al resto de la política gubernamental. Emannuel Macron es visto como “el Presidente de los ricos”. También ha decidido imponer una tasa llamada Contribución Social General sobre las pensiones de jubilación, que estaban exentas hasta ahora, y aumentar las pensiones por debajo de la tasa de inflación, lo que ha provocado la movilización de los pensionistas. El Presidente prometió durante su campaña suprimir el impuesto de la vivienda (IBI) al 80% de los hogares, pero se hará progresivamente de aquí a 2020. De momento, esta medida ha suscitado sobre todo una fuerte oposición de los alcaldes, porque ese impuesto se recaudaba en beneficio de los ayuntamientos. En Francia hay más de 35.000 ayuntamientos, y la asociación de alcaldes de Francia es muy potente. Así pues, el descontento con el Gobierno es retransmitido por numerosos cargos locales. El impuesto sobre el gasoil, previsto para enero de 2019, ha encendido la mecha. Se une a la decisión, aparentemente muy impopular, de bajar a 80 km/h la velocidad máxima autorizada en las carreteras locales (en lugar de 90 km/h). Así se añade también la imagen del “Presidente de las ciudades”. En fin, tras su elección Macron anunció que su presidencia sería “jupiterina” para romper con el estilo de François Hollande, que podía parecer vacilante y sumiso a la opinión pública. Para avanzar rápidamente y aplicar la mayor parte de su programa en sus primeros años (a diferencia de Hollande, que se comprometió a votar la ley de cambio del régimen laboral poco antes del fin de su mandato), Macron y su Primer Ministro dan la impresión de pretender construir los consensos consultando a los cuerpos intermedios (sindicatos, asociaciones) pero sin tener en cuenta sus puntos de vista. Y así ha cosechado el calificativo de Presidente “arrogante”.
Los chalecos amarillos: un movimiento espontáneo que revela las divisiones de la sociedad
El movimiento de los “chalecos amarillos” ha nacido de manera espontánea, a partir de llamamientos lanzados en las redes sociales. Intenta estructurarse para durar. Es un movimiento multiforme: electores de todos los extremos, sobre todo de extrema derecha y extrema izquierda, bastantes abstencionistas, algunos ricos y pobres, jóvenes y viejos. Revela la creciente distancia entre la Francia de las ciudades centrales y la Francia rural o periférica: el 77% de los 700 ayuntamientos “ocupados” por los chalecos amarillos cuentan menos de 20.000 habitantes. Las ciudades de más de 50.000 habitantes no representan sino el 8% de ese total. Los habitantes de las primeras son los más preocupados por sus dificultades financieras y están hartos de los fines de mes con problemas, los de las segundas son mucho más favorables a las medidas de lucha contra el recalentamiento climático (para afrontar el problema del fin del mundo). La crisis de los chalecos amarillos refleja por tanto un desafío político que se encuentra un poco por todas partes en Europa. Una parte importante de la población se siente desposeída de medios de acción para construir un porvenir personal gratificante en un ambiente económico muy competitivo. No se siente prioritariamente concernida por los problemas medioambientales, igualmente mundializados, y se ve como la víctima de las medidas adoptadas para hacerles frente. En las encuestas, los únicos que desaprueban masivamente el movimiento son los cuadros y profesiones intelectuales.
En Francia, esta polarización entre intereses divergentes que fragilizan la cohesión social y nacional tiene una clara traducción geográfica. Es notablemente visible en la muy rápida progresión del Rassemblement National (nuevo nombre del Frente Nacional) en el norte y noreste. Son antiguas regiones mineras donde la población no tiene suficiente cualificación ni dinero para aprovechar las nuevas oportunidades laborales de una vida mejor o de partir a nuevos horizontes. En la isla de Reunión (Océano Índico), donde se ha decretado el toque de queda para detener las violencias y pillajes, la tasa de paro asciende al 26%, y el 42% de la población vive por debajo del índice de pobreza a pesar de las importantes transferencias de ayudas sociales.
Una dinámica social muy preocupante para el Gobierno
Para poder hacer sus reformas con rapidez, el Gobierno se ha limitado a esperar que ciertas medidas impopulares den resultado, por ejemplo que aumenten las inversiones en Francia. El Presidente ha terminado respondiendo directamente a los manifestantes. Ha dicho comprender el mensaje de los chalecos amarillos y no confundirlo con el de los vándalos y las personas agresivas o insultantes de los bloqueos de carretera (la víctima fallecida y los heridos revelan que es peligroso poner controles peatonales contra automovilistas exasperados). Ha respondido con un plan para superar la dependencia de las energías fósiles y reducir la producción de energía nuclear, mientras rechaza volver a subir los impuestos (en 2014, el Gobierno de François Hollande abandonó un impuesto ecológico tras un movimiento de protesta en Bretaña) pero proponiendo dejarlo fluctuar en función del mercado de petróleo. Ha anunciado una “gran consulta sobre la transición ecológica y social para evitar que la transición ecológica acentúe la desigualdad entre los territorios”. Pero su mensaje considera los problemas a medio y largo plazo y no ha propuesto soluciones a corto para responder a la bajada del poder adquisitivo y reducir el alza de gastos. Francia forma parte de los Estados con las cargas fiscales más elevadas (con Italia, Austria, Bélgica, Suecia, Dinamarca y Finlandia). Las cotizaciones sociales representan más del 35% de estas cargas fiscales (como en Austria, Alemania, Holanda…), y la recaudación del IVA está en la media europea. La fiscalidad sobre los beneficios es en cambio tan elevada como en Suecia aunque, tras los años 80, la carga de este impuesto afecta a un número cada vez más reducido de hogares. Hoy menos de la mitad de los domicilios fiscales están gravados. El movimiento de chalecos amarillos pone en cuestión la legitimidad o el rechazo del impuesto, de su reparto y su empleo.
Las encuestas que dan voz a la llamada opinión pública muestran que el Presidente no ha convencido. Los franceses esperan del Estado resultados contradictorios, a la vez rápidos y a largo plazo, menos impuestos y más políticas públicas. Las soluciones exigidas suponen para el Gobierno abrir la puerta al gasto público, algo que rechaza hacer. La movilización de los chalecos amarillos es uno de los ecos del fin de la prosperidad de Europa que comenzó hace 30 años y que está a punto de sumirnos en una crisis política cada vez más profunda, marginando a los partidos centristas. La oposición de izquierda sueña, como en 2016 con las manifestaciones contra la reforma laboral, con provocar una “convergencia de luchas” para derribar al Gobierno Macron. La oposición de derecha espera su hora, especialmente en las elecciones europeas. Estas se jugarán en parte sobre el problema del endeudamiento público para la defensa del medio ambiente y de los más pobres. La derrota de Marine Le Pen en 2017 y la mayoría absoluta del partido de Emmanuel Macron (La República en Marcha, LRM), no disipa el peligro de ruptura del cuerpo electoral entre opciones extremadamente divergentes.
Más información:
Jérôme Fourquet et Sylvain Manternach, Les “ gilets jaunes ” : révélateur fluorescent des fractures françaises, 28/11/2018, Fondation Jean Jaurès (proche du PS)
Bernard Alidières, La progression du vote Marine Le Pen aux deux tours de la présidentielle 2017
Bernard Alidières, Trois décennies de vote Front National, 1984-2014
Le Monde Les gilets jaunes : le symptôme d’une France fracturée, 28.11.2018, infographie et cartographie des blocages dans le Nord-Pas-de Calais superposé au vote pour le FN.
France Culture, Entendez-vous l’éco ? Quatre émissions sur l’impôt
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Traducción de Carlos Martínez Gorriarán