Empiezo este artículo parafraseando el inicio de la Regenta de Clarín. El autor entonces describía la inactividad que predominaba en una ciudad española cualquiera a la hora de la sobremesa. Hoy la costumbre de la siesta ha ido desapareciendo de los hábitos españoles pero sin embargo parece como si España entera se hubiera contagiado de ese estado de languidez y parálisis, al menos cuando se trata de asuntos que ponen en peligro su propia existencia.
Lo único que nos unió a todos los españoles y nos motivó para salir a la calle fue la reacción contra el terrorismo de ETA, sobre todo tras la vil muerte de Miguel Ángel Blanco
Lo único que nos unió a todos los españoles (menos a los salvajes de turno) y nos motivó para salir a la calle fue la reacción contra el terrorismo de ETA, sobre todo tras la vil muerte de Miguel Ángel Blanco. Desde que ETA dejara de matar los españoles han pasado a un estado vegetativo, como si ya no existirán otras graves amenazas. Aunque al parecer ya ni el terrorismo es capaz de unirnos, a tenor de las reacciones institucionales ante la última masacre de Barcelona. Es fácil encontrar manifestaciones y actos en la calle para casi todo: desde la guerra anti-taurina, hasta la protección de refugiados sirios pasando por los desahucios, pero ¿en defensa de que España siga unida, siendo el país que ha sido los últimos quinientos años (o para los minimalistas de los últimos doscientos)? Ni una. ¿No es algo relevante para la mayoría?
Algunos andan empeñados en romper España, pero eso parece que no va con nosotros
Por el contrario sacar estos asuntos en público suena de mal gusto, como si aguáramos la fiesta o nos diera miedo a que nos etiquetasen de carcas o de pelmas. Resulta más productivo ir de “guays” y de postmodernos. Algunos andan empeñados en romper España, pero eso parece que no va con nosotros. Es más, el discurso dominante es que no hay que responder a los insultos ni a las amenazas, que eso es lo que precisamente lo que esperan los separatistas. Como mucho se puede acudir a algún juez para que se ocupe del asunto, como si se tratara del pesado vecino del sexto que no nos deja dormir por las noches. Ante todo hay que evitar el choque de trenes. Lo que ellos esperan es que algún policía nacional o guardia civil se exceda, eso les daría la portada que están esperando para internacionalizar su victimismo. Eso dicen los de la CUP, que cuando un policía se líe a tortas habrán ganado la batalla. Pero ¿quiere eso decir que cuando veamos a un policía nacional pisoteado por los radicales la habrán perdido?
Y del art. 155 nada de nada Al parecer aplicar un artículo presente en todas las Constituciones de corte federal es cosa de brutos. ¿Entonces? ¿Cuál es la solución que se nos ofrece? ¿Qué el “proceso” desaparecerá por puro cansancio, aburrimiento o de agotamiento? ¿Qué todo el odio anti español que se ha levantado estos años en escuelas y medios de comunicación va a difuminarse un día como por obra de magia? Bueno, también están los que defienden todavía más ingenuamente que un proceso que literalmente da de comer a miles de personas (estómagos y egos) se va a terminar por introducirse una nueva palabrita mágica en la Constitución o cambiar su significado permitiendo de paso un nuevo milagro (político) de multiplicación de panes y `peces, ahora en forma de naciones. Como si una nación fuera cosa de frivolidades y de conversaciones de bar. España una ración de raciones, y ¡otra de gambas!
Basta estudiar nuestra propia historia para comprobar que el nacionalismo disgregador no se cura concediendo más derechos, dinero o prebendas
¿Y si ambos análisis fueran incorrectos y supusieran no haber aprendido nada de nuestra propia historia ni la de los países de nuestro entorno? ¿A qué país queremos parecernos? ¿A Sudán o Etiopía (únicos países que reconocen formalmente el derecho a la autodeterminación) o a Francia, Alemania y Estados Unidos, que prohíben los partidos o iniciativas que pongan en peligro o atenten contra la unidad de la nación? Pero es que basta estudiar nuestra propia historia para comprobar que el nacionalismo disgregador no se cura concediendo más derechos, dinero o prebendas, al contrario de esa manera sólo se alimenta su ambición ya de por sí desaforada. En cuanto a nuestra historia reciente, los últimos cuarenta años no hemos hecho más que ampliar competencias y mejorar su financiación. ¿Ha servido para calmar las ansias separatistas o para todo lo contrario? Basta comparar los datos: el apoyo a la independencia ha subido desde el año 1996 (llevaba Franco muerto 20 años) a nuestros días más de 20 puntos.
El nacionalismo surge o se refuerza cuando percibe la debilidad del Estado o cuando intuye que puede sacar tajada de la división entre las propias fuerzas nacionales
El nacionalismo surge o se refuerza cuando percibe la debilidad del Estado o cuando intuye que puede sacar tajada de la división entre las propias fuerzas nacionales. Así ocurrió tras la crisis de 1898 (que es cuando “nace” el nacionalismo vasco y resurge el catalán, prácticamente desaparecido durante el siglo XIX), así ocurrió durante la II República (de hecho los excesos nacionalistas fueron una de las razones de su caída), y así volvió a suceder durante la transición (hay que recordar que se cedió la educación cuando ni siquiera la República llegaría a tanto cfr. art. 50 Constitución 1931), y posteriormente cuando el PSOE decide apoyarse en fuerzas separatistas de izquierda. Determinadas personas entienden la mano abierta como un síntoma de debilidad y lo aprovechan para devolverte un golpe por la espalda o responderte con burla soez. Así pasó con el pacto constitucional (donde los centralistas fueron los que más cedieron) y así sucedió con la lucha contra ETA que nos acostumbró al apaciguamiento con el nacionalismo, a poner la otra mejilla y ceder nuevas competencias a ver si así se contentaban de una vez. Pero habría que recordar que ETA no acabó por la complacencia sino por verse acorralada cuando se actuó con firmeza desde todas las instancias.
Cuando el Estado español ha sido fuerte, ha funcionado con firmeza y las fuerzas políticas nacionales han estado unidas sin fisuras el nacionalismo ha retrocedido. El pacto anti-terrorista de PP-PSOE que decidió ilegalizar los partidos que no condenaran a ETA es un claro ejemplo. Cuando los tercios españoles triunfaban en Europa y nuestra Armada dominaba los mares, no existía ningún partido separatista ni vasco ni catalán. ¿Por qué en el País vasco francés no triunfa el separatismo y en la parte española sí? ¿Por qué se le ha colmado de mayores competencias a la parte francesa? Al contrario, muchas familias vascas (españolas) llevan a sus hijos a estudiar a Hendaya para que reciban una educación de calidad y en francés. Enfrente existe un Estado que cree en sí mismo (y en la igualdad de sus territorios) y una ciudadanía que no admite que se la falte al respeto ni a ella ni a los símbolos que la representan.
Si manipulan los líderes de cualquier secta de pacotilla, imagínense lo que puede conseguir un entramado institucional que tiene a su servicio el sistema educativo, los libros de texto, domina medios de comunicación y la presión en la calle
Pero en una cosa el PSOE sí tiene razón. Estamos ante un problema emocional o de sentimientos. Una nación es un sentimiento, por eso Neymar tiene razón al calificar al Barça de nación, también lo sería un club de petanca y por supuesto cada familia y no digamos cada pueblo. Porque aquí cada cual lo que se siente es del pueblo en el que nace o vive. Por tanto, España una nación de 8.000 naciones. Nos movemos más en el ámbito de la psicología que de la política, propiamente dicha, y no hay que olvidar que manipular las emociones es relativamente fácil sobre todo con personas que carecen de objetivos claros y andan como perdidos: se les ofrece ahora una nueva misión/visión que otorga por fin sentido a sus mediocres vidas y les hacen olvidar ( o aplazar) sus problemas reales del día a día. Si lo hacen los líderes de cualquier secta de pacotilla, imagínense lo que puede conseguir un entramado institucional que tiene a su servicio el sistema educativo, los libros de texto, domina medios de comunicación y la presión en la calle. Si la secta lo primero que te obliga es a que rompas con tu familia, el nacionalismo lo primero que hace es que rompas con tus antepasados, alentando el odio y el rencor sobre una base de ignorancia y manipulación histórica.
En el caso de maquetos y charnegos (llamados así despectivamente cuando todavía no se han “convertido”) resulta evidente, pero también con el resto. Romper con España requiere borrar la Historia y raíces comunes, que por ser larga son muchas. Por eso resulta imposible levantar una estatua a Blas de Lezo en Pasajes o si se alza una en memoria de Oquendo hay que falsificar su propio nombre y llamarle Okendo (si levantara la cabeza). Y si hay que inventarse un nombre para una ciudad que toda la vida se ha llamado Bilbao, va y se la llama Bilbo. Con un par. Y nadie se queja, porque los seguidores de la nueva secta han perdido su espíritu crítico. Por eso ningún “grande” vasco o catalán ha sido nacionalista (Unamuno, Baroja, Plá, Boadella…), solo los de mente estrecha y corazón tibio pueden caer en esa vieja/nueva trampa conceptual.
El enfoque emocional tiene todavía otra lectura. ¿Qué ocurre con los hijos más rebeldes? Que utilizan la división de los padres, aprovechándose siempre del padre/madre más consentidor jugando así para debilitar la autoridad de la pareja. Si alguno de los padres quiere comprar su cariño o respeto con regalos, cediendo a sus caprichos, presiones o amenazas, solo conseguirá a la larga que sea todavía más rebelde y egoísta, acabando incluso por maltratarlos físicamente. Cambien el papel de padre o madre por PP y PSOE y tendrán la solución a la ecuación de por qué estamos donde estamos. ¿Supone esto despreciar que España sea un país diverso? En absoluto, solo díganme uno que lo sea menos que el nuestro. Para el historiador F. Braudel Francia es el país más diverso de Europa, y puede que tenga razón.
Los que nos quieren ver débiles, dentro y fuera, están ganando la batalla
Como resultado de todo ello, los que nos quieren ver débiles, dentro y fuera, están ganando la batalla. Es hora de salir del letargo, de vencer esta insoportable levedad del ser español que se ha instalado entre nosotros. Hay que salir a la calle y dar un paso al frente ¿No merecen nuestra defensa los compatriotas que deben abandonar su tierra para buscar refugio en otras regiones españolas porque se sienten perseguidos por sus ideas o por su lengua? ¿A nadie interesa el exilio/diáspora catalán o vasco por no prestarse a comulgar con ruedas de molino o aceptar vivir perseguidos socialmente? Hoy ya no se mata de un tiro en la nunca, cierto, pero se sigue eliminando diariamente cultural, lingüística y socialmente a miles de personas. ¿A nadie interesan los derechos de los niños vascos y catalanes a no ser educados en el odio (a España) y a recibir una adecuada información no sesgada sobre nuestro pasado común? ¿No resulta relevante el derecho a nuestra seguridad puesto en peligro por la descoordinación de los cuerpos policiales autonómicos con el resto? ¿No merece la pena manifestarse también por estos derechos? ¿Algún partido se ofrece?
Siempre ha existido una España de alma ingenua y algo tontorrona, pero un país que dominó los mares, permitió que el mundo se conociera a sí mismo, inventó los derechos humanos y sociales, diseñó el primer modelo liberal y tradujo las grandes obras clásicas del pensamiento occidental no ha podido perder esa otra alma aventurera, heroica y genial. Basta hurgar dentro de cada ciudadano español, para redescubrirla y sacarla fuera. Esperemos que lo consigamos antes de que sea demasiado tarde y solo quede espacio para lamentaciones y reproches.