Cuando en 1976 Arabia Saudita se convirtió en uno de los países más ricos del mundo tras descubrir 20 años atrás las segundas mayores reservas de petróleo del planeta, su sociedad pasó de admirar y copiar los valores occidentales que resumían Europa a rechazarnos y promover la superioridad de su propia cultura.
Cuando durante los años 80 la economía de Japon alardeaba de su recién estrenado poderío económico, los japoneses de todo el mundo pasaron de una masiva occidentalización cultural a explicar abiertamente «la decadencia de Occidente», y a relacionar su propio éxito económico con la superioridad de la cultura y valores del histórico Japon.
Cuando ha ocurrido exactamente lo mismo con las economías de los cuatro tigres (Hong Kong, Taiwan, Corea del Sur y Singapur (Singapore)), hemos visto el mismo resultado; ilación estelar entre prosperidad económica y superioridad moral.
La realidad nos está recordando que riqueza es poder, y que el poder es percibido como prueba de una virtud y superioridad moral que repercute en la aceptación y reafirmación de las culturas y valores propios
La realidad nos está recordando a los europeos que riqueza es poder, y que el poder es percibido de forma planetaria como prueba de una virtud y superioridad moral que repercute en la aceptación y reafirmación de las culturas y valores propios. Ahora mirémonos a nosotros mismos; una Europa que tras la caída del Muro de Berlín y el posterior derrumbe soviético ha pensado que la única alternativa al socialismo eran las democracias liberales que no sólo han fracasado en su contradicción sobre la imposibilidad de limitar el crecimiento del poder estatista (y la ya visible crisis social-demócrata), sino que también desprecia aquellos sistemas autoritarios que no necesitan más que el poder duro que genera el éxito material para mostrar una preocupante salud (véase el nacionalismo turco o los corporativismos y comunismos de mercado como la República Popular China).
¿Qué ocurrirá en Europa cuando el Resurgimiento islámico termine su proceso de estabilización y las comunidades musulmanas en Europa (en 2050 uno de cada diez europeos será musulmán) utilicen tal autoridad moral para laminar en el debate público los pilares individualistas de una cultura occidental cuyo carácter abierto está siendo utilizado por activistas islámicos para articular una guerra urbana con ataques terroristas a blancos seleccionados, no sólo con blancos políticos sino hacia la encarnación misma de tal cultura de la mano de jóvenes europeos en momentos de ocio, como el ataque a la discoteca Bataclan en Francia, el concierto adolescente de Ariana Grande en el Manchester Arena o el reciente atentado terrorista en el corazón nocturno de Londres?
¿Qué ocurrirá cuando la India sustituya al este asiático como la región con el mayor y más rápido desarrollo económico del mundo, y las comunidades indias y pakistaníes enriquecidas en 4 generaciones tras las grandes olas de inmigración de la segunda mitad del siglo XX ejecuten en Europa sus discursos sobre la superioridad de la cultura indú y los beneficios económicos de sus sistemas de castas?
No hablamos de un futuro remoto; mientras que Gran Bretaña y los EEUU necesitaron 58 y 47 años para doblar su renta per cápita, Japon lo ha conseguido en 33 años, Indonesia en 17 años, Corea del Sur en apenas 11 años, la República Popular China en tan sólo una década, y en 2050 la India se convertirá de golpe en la 3ª mayor economía del planeta.
Y si Europa no comprende la macroestructura dentro de la cual fluyen todos los acontecimientos históricos particulares, los conflictos generados por el universalismo occidental, el imperante proselitismo musulmán de un Resurgimiento islámico que afecta a más de una quinta parte de la humanidad, y una auto-afirmación china que culminará en un poder blando capaz de articular tensiones que desmembren las culturas y formas de vida que posibilitan las actuales sociedades europeas, dejaremos de hablar del faro Occidente para asumir el esquema spengleriano en una decadencia que no sólo perjudicará nuestras libertades individuales sino también nuestras economías y actuales formas de convivencia.
Y si los conflictos del siglo XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo nos parecen infinitamente más cruentos que el fuerte choque cultural que actualmente sucede en Europa con un reconfigurado marxismo-leninismo nacido a la sombra de los fracasos socialdemócratas, pensemos que tal batalla es (como reconocía el propio Lenin) absolutamente superficial y breve si la comparamos con el radical, cruento y profundo choque que durante más de 14 siglos existe entre el Islam y el Cristianismo que subyace y articula a las sociedades europeas.
Presentada tal perspectiva, cabe aclarar que tales presunciones históricas no justifican el manido y maniqueo debate cultural sobre una Europa cristiana o islámica que ciertos extremismos han querido rentabilizar electoralmente (básicamente porque, tal y como explico aquí, no existe una forma mejor de ser “español” o “europeo” que otra, salvo el respeto a la ley y al estado de derecho, y que alguien prefiera no comer cerdo o vaca, o ayunar ciertos meses del año en vez de procesar imágenes no le hace mejor o peor español o europeo que cualquier otro).
Se pretende resaltar la nula iniciativa que Europa está teniendo para abordar el conflicto cultural que está gestándose en todo el continente
Lo que sí se pretende resaltar es la nula iniciativa que Europa está teniendo para abordar no sólo el conflicto cultural que está gestándose en todo el continente, sino también la nula contra-lógica ante una lógica política que ya está materializándose a través de personalidades como Marine Le Pen en Francia o Alexander Van der Bellen en Austria y que pueden articular movimientos que no sólo destruyan la idea de una Europa inclusiva y fuerte capaz de sobrevivir a los desafíos por venir durante el siglo XXI, sino ante la propia existencia misma de la civilización occidental.
Los intelectuales de las sociedades islámicas han aprendido que las sociedades poderosas son universalistas y no particularistas (de ahí que el Resurgimiento Islámico sea generalmente moderado). Han aprendido de las migraciones masivas del siglo VII y sus efectos en los imperios bizantino y sasánida, del progreso económico como legitimación cultural, de la asunción tecnológica occidental y la importancia no sólo de compatibilizarla con sus esfuerzos en el aumento del compromiso religioso de sus sociedades, sino de utilizarla en la difusión de sus propios esquemas de valores.
Si Europa no reacciona tendremos que sufrir la tercera embestida de la única civilización capaz de poner dos veces en riesgo la existencia de Occidente
Y si los intelectuales europeos no asumen que la afirmación cultural sigue al éxito material y no reaccionan impulsando una fuerte contra-lógica que impulse el actual estancamiento europeo, dinamite las burbujas comunales existentes en Europa y absolutamente ajenas a los valores de las democracias liberales, y relance las economías de la Unión Europea devolviendo la autoridad moral de la libertad y la importancia del individuo como eje principal de las sociedades exitosas, lamentablemente tendremos que sufrir lo que Samuel P Huntington definió en sus análisis sobre reconfiguraciones del orden mundial como una ‘guerra fría societal’ en pleno corazón europeo; la tercera embestida histórica de la única civilización que ha sido capaz de poner dos veces en riesgo la existencia de Occidente.