ETA, la derrota y las cenizas - Carlos Martinez Gorriaran

Hay dos teorías rivales sobre la derrota de ETA: la primera y más oficial dice que la banda fue derrotada por el Estado de derecho, que se habría impuesto totalmente; la segunda, que tal derrota no es real, porque los herederos políticos de la banda siguen en las instituciones con su poder intacto mientras los asesinos salen poco a poco de la cárcel sin reparar el daño causado ni colaborar con la justicia.

Hechos y teorías

Las teorías que aspiran a una explicación completa y sin fisuras de los fenómenos complejos siempre dejan de lado aspectos relevantes del problema hasta resultar contradictorias. Comencemos por los hechos: primero, ETA fue derrotada de modo aplastante por las fuerzas de seguridad y el endurecimiento de las leyes; no dejó de atentar y asesinar porque cambiara de opinión, sino porque ya no podía. Segundo, es cierto que la parte “política” de ETA sigue en las instituciones con su poder intacto (ahora bajo la marca Bildu y siempre con Otegi al frente), y también que los terroristas presos están saliendo de la cárcel sin colaborar con la justicia ni reparar los daños causados y disfrutando de homenajes.

El núcleo de esa negociación consistió en que si ETA dejaba de asesinar y atentar, tenía garantizada la legalización y la libre actividad de su brazo político

¿Cómo es posible que dos cosas tan contradictorias sucedan al mismo tiempo? La explicación radica en la negociación con ETA emprendida por los gobiernos socialistas de Rodríguez Zapatero, encomendada a Jesús Eguiguren, validada por “observadores internacionales”, y después asumida y completada por los gobiernos populares de Rajoy. El núcleo de esa negociación consistió en que si ETA dejaba de asesinar y atentar, tenía garantizada la legalización y la libre actividad de su brazo político. Y en esas estamos.

No entraré ahora en los tortuosos detalles de ese proceso: la cuestión fundamental es que el Estado –pues sin duda, aparte del Gobierno, hubo colaboración activa de muchos más agentes políticos y privados, desde la Fiscalía a las patronales y sindicatos- regaló a ETA la concesión del cese de la violencia cuando ya se había conseguido, y a un coste altísimo: 850 asesinados, miles de heridos y decenas de miles de agredidos y desterrados.

El resultado es bastante claro: cuando declaró su última “tregua” la banda era un grupo de apestados: sin activistas sueltos ni casi justificación social e internacional, estaba completamente derrotada. Pero una vez logrado lo más duro y difícil, los poderes políticos y económicos rompieron la estrategia que obtuvo la victoria, la de atacar a la banda en todos los frentes y no sólo en el policial.

Volviendo a la casilla de salida, se decidió arbitrariamente que sin comandos armados y atentados se daba a ETA por muerta, y su tinglado político social, mafioso y corrompido hasta el cerebelo, podía dejarse intacto. Una mentira deliberada que obedeció a muy distintos intereses concertados: desde el de pasar página sin más, echar tierra a todo y olvidar cuanto antes, hasta el de evitar enfrentarse con el nacionalismo “moderado”, totalmente contrario a la derrota integral, siempre el socio preferente de PP y PSOE.

Así pues, la teoría más realista sobre la indudable derrota de ETA es que esta ha sido tan apabullante como al final incompleta por una decisión política en la que han intervenido todos los poderes, políticos y sobre todo oligárquicos, que realmente toman las grandes decisiones en España.

Los relatos en liza

Es evidente que hay dos relatos enfrentados correspondientes a dos experiencias y memorias enfrentadas. Es una consecuencia no sólo de que haya dos puntos de vista radicalmente incompatibles, el de víctimas y verdugos, sino de la derrota incompleta pactada

La famosa “lucha de relatos” sobre esta historia lamentable, de la que ahora hablan todos sobre todo tras el éxito arrollador de Patria, la gran novela de Fernando Aramburu, es un reconocimiento implícito de esta situación paradójica: ETA ha desaparecido como agente asesino activo, la violencia política casi ha desaparecido del territorio vasco, exceptuando la grotesca violencia simbólica de la apología diaria de los terroristas, e incidentes no menores como la agresión en manada de Alsasua. Todo va recobrando progresivamente un tono de normalidad, pero es evidente que hay dos relatos enfrentados correspondientes a dos experiencias y memorias enfrentadas. Es una consecuencia no sólo de que haya dos puntos de vista radicalmente incompatibles, el de víctimas y verdugos, sino de la derrota incompleta pactada.

El más activo y extendido hasta ahora es el relato de la justificación de ETA relativa o absoluta, desde la teoría “moderada” pero en realidad cómplice del “conflicto vasco y las dos violencias”, hasta la apología descarada del asesinato como culminación de la política. Ha sido y sigue siendo el relato, o mejor la familia de relatos, compartido por nacionalismo, mayoría de la Iglesia y sectores autodenominados “vasquistas”, “pacifistas” y mediadores. Ha sido el más popular por una razón muy simple: era un gran paraguas protector de la violencia que cubría desde los contrarios al derramamiento de sangre pero aún más contrarios a enfrentarse a los asesinos, hasta a los asesinos mismos y sus miles de cómplices.

El otro era el relato de la intemperie y el peligro: juzga acertadamente a ETA como una banda criminal nacionalista con excusas políticas. Poco a poco, gracias al esfuerzo y riesgo personal de no muchos intelectuales, políticos y juristas –algunos de ellos pagaron la audacia con su vida y casi todos con el ostracismo posterior-, fue trenzando la descripción completa del fenómeno que por fin asumió el llamado Pacto Antiterrorista, llevando a ETA a la derrota policial y judicial.

En resumen, la banda no era sólo un grupo de pistoleros desalmados, sino una compleja red formada por partidos políticos, sindicatos, asociaciones y entes de todo tipo, y medios de comunicación y propaganda: un germen de Estado destructivo dentro del Estado a destruir. Para acabar con la violencia había que deslegitimar y paralizar toda la red. Es lo que consiguieron iniciativas como la reacción social al secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, las movilizaciones de Basta Ya y muchas otras más.

Una paradoja muy elocuente de las consecuencias del pacto con ETA es que el segundo relato, el que ayudó a terminar con la violencia, acabara siendo el relato político perdedor aunque había ganado la difícil partida, mientras que el relato perdedor se convirtió en relato político ganador habiendo sido derrotado con la banda. Así, en el PSOE los recompensados no fueron Rosa Díez o Nicolás Redondo, sino los marginados, como hizo el PP con Jaime Mayor Oreja y María San Gil. Los celebrados por los medios de comunicación e instituciones varias no fueron Basta Ya o Covite, sino los “mediadores” que facilitaron el pacto con los restos de ETA.

La “lucha de relatos” se ventilará finalmente en el campo de la creación narrativa, la educación y la cultura, alimentada por testimonios e historias sociales y personales. Como ha venido pasando desde el inicio de los tiempos

Sin embargo, y como era de prever, el campo de batalla por las ideas que ETA intentara asesinar pasó de la política y el periodismo, mudables y vaporosos, al más profundo y extenso de la narrativa, y es ahí donde la irrupción de Patria como fenómeno editorial –que no fue repentina, sino precedida por obras de Raúl Guerra Garrido y otros autores, además del propio Aramburu, y por centenares de libros y artículos combativos contra la banda y su mundo- ha puesto las cosas en su sitio: el relato que acabe con el homenaje a ETA y su historia criminal no será obra de los políticos que negociaron el regalo de la impunidad política, ni de los periodistas que lo han apuntalado volviéndose contra quienes se enfrentaron a ETA cuando mataba y a muchas de sus víctimas. No, la “lucha de relatos” se ventilará finalmente en el campo de la creación narrativa, la educación y la cultura, alimentada por testimonios e historias sociales y personales. Como ha venido pasando desde el inicio de los tiempos.

Hogueras, rescoldos y cenizas

Cuando hay un gran incendio, el desastre resultante sólo se aprecia de verdad cuando se apagan las llamas y surgen ante la vista los restos humeantes, el agua sucia que encharca todo, los rescoldos y las cenizas apagadas con sus gases tóxicos. Es exactamente lo que ha pasado con ETA. El cese de la violencia sistemática deja al descubierto restos catastróficos que tardarán en desaparecer y que, de todos modos, habrán cambiado para siempre el paisaje anterior al incendio.

El fuego no se consume por completo: siempre deja residuos y cenizas, pero residuos y cenizas no son el fuego. Las ruinas carbonizadas están a la vista de todos aunque algunos se empeñen en darles una manita de pintura rosa: son las organizaciones herederas de ETA enemigas de la democracia; es el profundo envilecimiento de la vida social en el País Vasco y Navarra; es el colaboracionismo de tantos amigos y auxiliares de los pirómanos que ahora se presentan como los salvadores. Y desde luego, el sufrimiento de las víctimas. Estas son nuestras cenizas, merecen un respeto.

A propósito de la historia europea del siglo XX, Tony Judt escribió páginas memorables sobre el destino de las ruinas sociales y políticas del gran incendio. Así, sin la obstinada combatividad de los británicos los nazis no habrían sido derrotados, pero en la posguerra Alemania se benefició de la reconstrucción mucho más que Gran Bretaña. Bajo el gobierno de Churchill, los británicos mantuvieron obstinadamente el funcionamiento del Parlamento y sus instituciones democráticas mientras eran barridas del resto de Europa (y casi del mundo), pero tras la guerra perdieron su Imperio mientras muchos ex nazis pasaban a ocuparse de las instituciones democráticas de la Alemania Federal, impuesta por los vencedores. Antiguos jefes de la Gestapo eran puestos al frente de la policía democrática, los catedráticos nazis repuestos en sus cátedras, y cosas así; en los países invadidos por la URSS el cambio de empleo fue aún más extenso y natural; también en Japón. Nadie vio una alternativa realista a semejante resultado. Es una gran lección de cómo a veces ganar también significa perder. A nosotros nos ha pasado con ETA: hemos ganado y, como consecuencia, hemos perdido.

Ellos han perdido la guerra contra la democracia, y también perderán la guerra por la justificación épica de sus crímenes

Por eso afirmar que ETA sigue viva sólo porque Otegi y sus sicarios ocupan poltronas en las instituciones y los terroristas vuelven a casa a disfrutar del homenaje de los suyos mientras las víctimas siguen sufriendo resulta ser un regalo que la banda criminal necesita tanto como la negociación de Eguiguren encargada por el nefasto Zapatero. Pongamos las cosas en su sitio: ellos han perdido la guerra contra la democracia, y también perderán la guerra por la justificación épica de sus crímenes. Pero el incendio ha dejado muchas cenizas tóxicas que tardarán en desaparecer.