El 24 de octubre del año pasado escribí en mi cuenta de Facebook*, a vuela pluma, una reseña de Patria, la novela de Fernando Aramburu. La ventaja de las tan criticadas redes sociales es que permiten una interacción con los lectores casi imposible en la comunicación vertical de los medios tradicionales. Fernando Aramburu tuvo la amabilidad de poner un comentario de agradecimiento en mi post de Facebook, que incluía esta sólida declaración de intenciones acerca de su novela: “Escribo, en efecto, desde la empatía con las víctimas del terrorismo, sin olvidar que la literatura es por así decir la carta que yo juego. Mis convicciones democráticas me llevan a considerarme asimismo víctima.”
Hoy Patria se ha convertido en todo un fenómeno. Y no sólo por el inusitado éxito de ventas, sino también por el impacto conseguido en las procelosas aguas de lo que se ha dado en llamar “batalla por el relato” sobre la historia de ETA y sus consecuencias para, sobre todo, la sociedad vasca donde nació y medra esa banda criminal.
La prueba del impacto de la novela es la inusitada cantidad de reseñas y críticas publicadas
La prueba de la amplitud del impacto de la novela, y de la existencia real de esa “batalla por el relato”, es la también inusitada cantidad de reseñas y críticas, e incluso reportajes (como este de Emilia Landaluce en El Mundo), publicadas sobre la novela y su recepción social. Más aún, resulta que muchas críticas hablan mucho más de los sentimientos e ideas de los críticos ante la aún candente historia del terrorismo etarra que de la novela en sí –por ejemplo, esta de la edición catalana de El País (elegido al azar)-, lo que significa que Patria no se está leyendo sólo como un relato de ficción acerca de una historia real, sino como un relato real acerca de ficciones sentimentales e ideológicas. Es algo raro en una época en la que parecía que la literatura había perdido mucho de ese valor polémico y función crítica, de revelación de verdades enterradas o veladas que se atribuyó, sobre todo, a la gran novela realista e histórica del pasado, la de Flaubert, Tolstoi, Zola, Dickens o Pérez Galdós.
Patria ha logrado poner de nuevo en valor la función crítica y polémica de la narrativa a través de recursos puramente literarios, es decir, escribiendo una novela y no un ensayo narrado o un panfleto (que, dicho sea de paso, es un género tan respetable como cualquier otro). Lo que es más interesante, es un logro que Fernando Aramburu perseguía de modo deliberado.
Es una novela acerca de una cuestión de gran relevancia pública pero que por diversas razones se ha convertido en algo tabú, insinuado o susurrado más que contado
Veamos: como ha declarado en numerosas entrevistas, Aramburu sí pretendía hacer una contribución literaria a la derrota de ETA y a la reivindicación de sus víctimas, pero no en la política o la historiografía, sino en el campo de batalla propio de la literatura, que no es otro que la narrativa. Es, por tanto, una novela política en el buen sentido del término: una novela acerca de una cuestión de gran relevancia pública, de algo que interesa a la gran mayoría pero, por diversas razones no menos dignas de atención, se ha convertido en algo tabú, insinuado o susurrado más que contado. Ya pasaba con la historia de la Guerra Civil en muchas casas donde existía el acuerdo implícito de no contarnos a los niños nada, o muy poco, de lo que significó la guerra y posguerra para nuestros abuelos y padres, sobre todo –aunque no sólo- en familias que cayeron del lado perdedor.
Un amigo me contaba hace poco cómo había escuchado conversaciones de ciudadanos vascos, en la cola de la caja del súper de un centro comercial o en la barra de un bar lleno de animación, que comentaban Patria como si no supieran nada de la intrahistoria de la novela, es decir, del infierno en vida reservado en muchos pueblos vascos a las víctimas de ETA. Como Hernani, el modelo del pueblo donde sucede la novela, donde todavía se vende poco y comenta menos, pero porque los vecinos de Hernani prefieren comprarla sin llamar la atención en la vecina San Sebastián o en cualquier anónimo centro comercial, donde los ejemplares de Patria formaban aparatosas pilas en la zona de librería.
La crítica de la crítica en el espacio de los neutrales
Poner en medio de la plaza pública esas historias antes barridas bajo la alfombra del silencio también es un resultado de la buena literatura
Bueno, se preguntarán algunos: ¿es posible coexistir con algo así y no enterarse prácticamente de nada?; hubo docenas de miles de casos, ¿y no conocieron ni de oídas ningún caso de extorsión, señalamiento, boicot y amenazas a alguien conocido, ya que no de atentado? Seguramente, pues la capacidad humana para el autoengaño, la ceguera voluntaria y la sordera interesada es casi ilimitada si el problema no es de uno ni de sus allegados. El avestruz es la mascota favorita en sitios como estos. Algo que también sale a la luz con el éxito de Patria entre quienes ahora alegan, sincera y pudorosamente, que no tenían ni idea –es decir, no quisieron saber nada- de que vecinos, conocidos y conciudadanos suyos pasaron el trance de malvivir bajo la amenaza de ser asesinados, secuestrados o condenados al ostracismo y el escupitajo público por osar enfrentarse a la banda y su tupida trama de control, extorsión y opresión. Incluso que vivieron así amigos que, vaya, dejaron de serlo de un día para otro por razones misteriosas, es decir, inconfesables. Poner en medio de la plaza pública esas historias antes barridas bajo la alfombra del silencio también es un resultado de la buena literatura.
Una de las reacciones “críticas” más interesante ha sido la de quienes niegan que haya habido ni víctimas inocentes ni una “historia oficial”
Esas historias son las de las víctimas de ETA. Creo que una de las reacciones “críticas” más interesante ha sido la de quienes niegan, precisamente, que haya habido ni víctimas inocentes ni una “historia oficial” acerca de la inocencia de unos y la perversidad de otros desde el punto de vista de ETA y de los “neutrales”, el meollo ético-político sobre el que gira la narrativa de Patria. La novela es, con toda evidencia, un relato sobre víctimas y victimación de inocentes. Esa afirmación de partida escandaliza o hiere (merecidamente) a quienes rehúyen, eluden o niegan que se persiguiera, atacara y asesinara a inocentes ante la pasividad de la mayoría. Incluyendo a los que tratan de crearse un tercer espacio protector a medida entre los “dos bandos” o partes, ETA y “el Estado”, cuyo enfrentamiento y mutuos desmanes proporciona, en su opinión, la explicación de todo lo sucedido… y la prueba de su inocencia (que no la de las víctimas). Esta especie “neutral” es particularmente abundante en el mundo intelectual de los escritores, artistas, críticos, periodistas y académicos en general. Hace años llamé a ese relato de la impostura El discurso del medio. Retóricas comprensivas del terrorismo en el País Vasco, publicado en un librito colectivo de 1998 agotado hace tiempo.
Como ejemplo de ese discurso influyente y su recepción de Patria nos sirve Ramón Zallo, un antiguo trotskista derivado a las inmediaciones de la “izquierda abertzale”. Zallo ha escrito que el relato de Patria “es uno más y, por lo que explicaré luego, bastante parcial y maniqueo, que mezclando prejuicios y verdades absolutas que no lo son tanto, nos presenta un país irreconocible que se parece, en los comportamientos colectivos, más a la Sicilia de la mafia y la omertá que a la sociedad vasca permanentemente movilizada desde 1978 protestando por los desmanes de uno y otro lado.” No se puede mostrar mejor en tan pocas líneas por qué la ficción de Patria escuece tanto a quienes viven en ese otro país de ficción, noble y “movilizado”, donde nadie es inocente salvo ellos.
Rechazar la violencia legítima de las fuerzas de seguridad, tribunales y cárceles del Estado democrático, ha sido y es un cómodo e incluso lucrativo modus vivendi
Otro ejemplo interesante es la larga reseña crítica de otro escritor vasco instalado años ha en ese presunto tercer espacio, Iban Zaldua. Zaldua elabora una metacrítica de Patria, más bien de su éxito y más bien amargada por el hecho de que, en su opinión –probablemente muy extendida en ese tercer espacio de la neutralidad impostada-, las muchas obras escritas en euskera sobre el conflicto “apenas hayan tenido la difusión que merecían (al ser traducidas al castellano, en el caso de que lo hayan sido)”, por lo que “no se deduce que Patria surja por generación espontánea, o no debería deducirse, al menos. El “conflicto vasco” es, desde hace mucho, una de las tradiciones de la literatura vasca (en euskera). Tanto o más que en la que se escribe en castellano, en el País Vasco.” La pregunta que no se hace Zaldua es por qué una obra objetivamente tan interesante apenas ha despertado algún interés y por qué en ella el punto de vista narrativo rara vez, o nunca, sea el de las víctimas de ETA. Vaya, qué curiosa casualidad. Rechazar las “acciones armadas” de ETA sin condenar a la banda pero rechazar “toda violencia venga de donde venga”, es decir la violencia legítima de las fuerzas de seguridad, tribunales y cárceles del Estado democrático, ha sido y es un cómodo e incluso lucrativo modus vivendi en ese espacio.
La ceguera interesada ante los hechos de la persecución de unos pocos por otros muchos estaba tan extendida que Odón Elorza, alcalde de San Sebastián durante veinte largos años e innegable rey de la ocurrencia pacificadora, llego a proponer convertir oficialmente a la ciudad en refugio internacional de escritores perseguidos, sin que viera en ello contradicción alguna con la persecución impune que sufrían escritores donostiarras nada desconocidos como Fernando Savater o Raúl Guerra Garrido. Este es el autor de La Carta y Lectura insólita del capital, entre otros relatos claramente posicionados contra ETA, audacia que Raúl pagó con sendos atentados que destruyeron las dos farmacias, la suya propia y la de su mujer, en las que se ganaba la vida. Atentados que no suscitaron ninguna reacción oficial distinta a la condena ritual del atentado y de la violencia “venga de donde venga”. Y más aún, que le valieron a Guerra Garrido ingresar en la honrosa lista negra oficiosa vasca de personalidades intelectuales eternamente privadas de subvenciones, premios y ayudas o de publicaciones oficiales, como relata aquí Maite Pagazaurtundua.
¿Por qué molesta tanto una novela?
El problema que tienen con Patria es, sin embargo, que sólo es una novela, aunque una gran novela. No es ni pretende ser un ensayo interpretativo, ni una investigación histórica, ni un tratado moral o político, ni una antología de piezas de periodismo de opinión. ¿Cómo se enfrenta uno a algo así?
Desde el punto de vista ético y cognitivo, un buen relato es la mejor historia posible
Permítanme decir que esto es lo que hace tan importante a Patria, y la raíz de su éxito: que sólo pretende ser una novela y consigue ser una gran novela, es decir, una narración emotiva, poética, empática, abierta y fundada en la experiencia humana, las cualidades que la hacen verdadera. Aristóteles sostuvo en su Poética una idea fundamental: que la ficción (él hablaba de la tragedia) es más verdadera que la historia fáctica porque la historia cuenta sólo lo que ha pasado mientras que la ficción también lo que podría pasar, es decir, enseña más sobre los móviles, causas y consecuencias universales y verosímiles de la acción y de la naturaleza humana. Desde Aristóteles, más de un centenar de generaciones literarias han demostrado una y otra vez esta profunda verdad: desde el punto de vista ético y cognitivo, un buen relato es la mejor historia posible.
Reclamar que las intenciones del autor (sus ideas, su ética, su posición ante una tragedia) no influyan en el trabajo literario, incluyendo nuestra reacción como lectores, es o bien una manera de protegerse de la narrativa pobre de sesgo panfletario, o bien una modalidad de censura ante temas incómodos. En las críticas a Patria que he citado domina esta segunda posición: la censura de una historia que se desea olvidar.
Lo que va a continuación es un enlace a mi reseña de octubre de 2016, en el momento en que comenzaba a hablarse de Patria y a venderse como rosquillas, sobre todo aunque no sólo en las librerías vascas, pues como gran novela Patria tampoco es una “historia vasca”, sino un relato sobre un universal y oscuro aspecto de la conducta humana: la violencia terrorista.
Compré la novela a los pocos días de su publicación, y me la leí en unos pocos días, entre las pausas del trabajo y del sueño diario. Me gustó mucho el relato principalmente por la empatía con las víctimas y por veráz, conozco la vida en el Pais Vasco, conozco Hernani, San sebastián y sus gentes. Hace años leí también la novela «La Carta» de Raúl Guerra Garrido, que curiosamente metí en una caja de la mudanza cuando hice mi éxodo particular. Tambíen leí «Los peces de la amargura» de Fernando Aramburu, magnífico libro de relatos que me hico emocionarme hasta el llanto en algunos de sus pasajes. Cuánto dolor acumulado y escondido, cuánta miseria y crueldad contra inocentes en muchos casos desprevenidos y desprotegidos, heroes «solos ante el peligro» que al final pagaron con su vida, su nobleza y por no querer molestar. En fin que me alegro enormemente del éxito de «Patria» que contribuya al conocimiento de la verdad y la dignidad de las víctimas y al castigo colectivo de los asesinos y sus fines. En Navidad tuve una pista del éxito de lectores que estaba teniendo la novela cuando un compañero de trabajo de esta Sevilla festiva y amable donde vivo y tan alejada del brumoso Goierri, me dijo que le había gustado mucho y se había quedado con ganas de más, le recomendé las dos novelas que he citado más arriba.
Así es Mateo. Tú no dejes de contarlo, nos jugamos la verdad y la esperanza de justicia. En Sevilla también, esto no es un problema local. Un abrazo amigo!