El Libro Blanco es el documento más relevante de los últimos años
A principios de marzo de 2017 vio la luz –antes de lo esperado– el Libro Blanco de la Comisión Europea sobre el futuro de Europa*, un documento conciso que lo que pretende es ayudar a dirigir el debate sobre el futuro de la Unión. En un momento en el que arrecian los populismos, el cortoplacismo y el nacionalismo de terruño y bandera, podemos decir sin miedo a equivocarnos que es el documento más relevante de los últimos años.
Es cierto que no se lo parecerá al que empiece a leerlo, porque poco difiere de otros documentos similares, como el celebrado Informe de los Cinco Presidentes: se trata en efecto de una retahíla de datos e hitos que buscan ilustrar la Unión tal y como es hoy, resaltar sus logros y perfilar los desafíos a los que deberá hacer frente. Un análisis que, para aquellos más familiarizados con el día a día comunitario, se convertirá en un deseo irrefrenable de pasar páginas para ahorrarse algo de la manida letanía sobre el papel de Europa en el mundo. Creo que merece la pena sin embargo leer estas páginas introductorias, puesto que en ellas vemos ya lo que a mi juicio son dos de los males que aquejan a nuestra Unión.
Salta a la vista la dificultad de la UE para comunicar su labor de forma atractiva y eficaz
El primero de ellos salta a la vista nada más abrir el documento. Hablo de la dificultad –por no decir incapacidad– de la UE de comunicar su labor de forma atractiva y eficaz; no ya ante los medios de comunicación y especialistas, sino ante los ciudadanos. Porque si bien es cierto que la información que se resume en el Libro Blanco no es nueva, sí que es algo completamente desconocido para muchos de los ciudadanos de la Unión. Que las becas Erasmus sean el logro de la UE que tiene mayor reconocimiento entre 500 millones de ciudadanos dice mucho en favor del programa y muy poco en favor de la UE y su estrategia comunicativa.
El segundo está relacionado con el primero, y lo reconoce el propio texto en su análisis sobre la situación de la UE cuando dice que «se culpa a Bruselas de cualquier problema mientras que en casa se ensalzan como propios sus logros». En efecto, la política nacional tiene la fea costumbre de presentar a Bruselas o bien como la abuela regañona que impone restricciones que no gustarán a los votantes del partido de turno, o bien como chivo expiatorio, una suerte de comodín que vale igual para un roto que para un descosido. Rara vez se presentan los logros de la Unión sin alguna apostilla que explique que, en realidad, esto se ha conseguido porque el Gobierno de [Estado miembro] ha insistido.
Los escenarios que presenta la Comisión no dejan de ser parte de una paleta que sigue la lógica del más – menos
Hacia la mitad del documento empieza lo que podríamos considerar como la «parte propositiva», que empieza refutando la dicotomía más Europa – menos Europa que siempre se presenta cuando se habla sobre el futuro de la Unión por considerarla «errónea» y «simplista». Si bien es cierto que reduce la situación a dos términos demasiado absolutos, la realidad es que los escenarios que presenta la Comisión no dejan de ser parte de una paleta que sigue la lógica del más – menos.
A mi juicio, ell primer escenario –Carry on– nos aboca al desastre: se «actualizan las prioridades de forma regular, se abordan los problemas a medida que surgen y se legisla en consecuencia». Básicamente, lo que la UE ha hecho desde que en Francia y en Países Bajos se enterrara el proyecto de Constitución Europea. Porque ese y no el Brexit es el verdadero punto de inflexión de la Unión, el momento en el que empezó a trabajar sobre la base de parches –léase: Tratado de Lisboa– y a ir renqueando a la zaga de los acontecimientos. Para el que quiera el meme fácil: Carry on and aquí paz y después gloria.
Dos escenarios son más pragmáticos: uno se centra exclusivamente en el Mercado Único; y otro busca hacer más cosas en menos ámbitos, una versión europeísta del «quien mucho abarca poco aprieta». Cualquier debate que se precie debe barajar todos los escenarios posibles, pero estos equivaldrían a dar por superado el proyecto europeo, reconocer que no tiene futuro y que, por encima de los valores e ideales comunes, está el aspecto económico.
«Los que quieran hacer más, harán más». Así podría traducirse esta propuesta de Europa a dos velocidades que incluye la Comisión en su Libro Blanco, que vendría a ser una opt-out Union, una UE de exclusión voluntaria. Esto ya es así de facto: basta con mirar la situación de la Unión Económica y Monetaria o del espacio Schengen. Pero si el propio Libro Blanco reconoce que la arquitectura de la UE no es fácil de entender, no veo bien cómo esta Europa a la carta contribuirá ni a los –supuestos– intentos de la Comisión en favor de la simplificación reglamentaria, ni a paliar los serios problemas de comunicación que mencionábamos antes.
Queda la última opción: hacer más juntos. El «más Europa» por excelencia, que busca que la UE hable con una sola voz en el ámbito internacional, que se refuerce el papel del Parlamento Europeo y que haya una mayor cesión de soberanía e intercambio de información en favor de la Unión. Presenta también otros de los grandes problemas que tiene la UE a día de hoy, que no son otros que la lentitud en la toma de decisiones y la falta de legitimidad democrática en esa cesión de competencias.
En su Libro Blanco la Comisión reconoce que estos escenarios no son ni absolutos, ni excluyentes; es más, añade que el camino a seguir terminará siendo probablemente una mezcla de varias opciones con elementos nuevos. Es muy posible que así sea.
Lo que falta ahora mismo, tanto en la UE como en los Estados miembros es ambición política y ambición ciudadana
Creo sin embargo que lo que falta ahora mismo, tanto en la UE como en los Estados miembros, es ambición. Ambición política, porque no hay auténticos líderes que sean capaces de mirar más allá de la próxima cita electoral y de sus rencillas internas; y ambición ciudadana, pues falta también un gran movimiento de hombres y mujeres en toda la Unión que exija con determinación que se dé forma a una auténtica ciudadanía europea.
Si de algo tiene que servir el Brexit es precisamente para despertar de su letargo a la Unión. Debe convertirse en el revulsivo que haga que el Consejo Europeo deje de tomar decisiones dispuesto a tirar del freno de mano en cualquier comento y abrir los ojos a una ciudadanía que da demasiado por sentado. Es fundamental recordar que Europa es hoy un continente en paz gracias a la UE; pero no se debe olvidar que muchos de los 500 millones de ciudadanos de la UE no saben lo que es una guerra de verdad porque no lo han vivido en sus propias carnes, por lo que la efectividad de los augurios sombríos tiene más bien poco recorrido.
Cuando la política no se mueve, debe hacerlo la ciudadanía: nosotros, como nuestros políticos, también estamos aletargados y viéndolas venir. Europa nos queda lejos y no vemos sus beneficios. Sólo espero que no nos demos cuenta de todo lo que hemos perdido cuando ya sea demasiado tarde.
* Traducción al castellano del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa