Aquarius - Rocio Santos

Vivimos en la era del Aquarius, este momento histórico en el que, siguiendo la polarización social a la que ya estamos acostumbrados, optamos por aplaudir fervientemente la decisión de recibir a la embarcación mientras nos enorgullecemos de ser más humanos, o bien por revelarnos como unos desalmados en nuestras redes sociales sin el más mínimo tapujo. Salvar o no salvar vidas humanas parece un debate muy sencillo: evidentemente, salvarlas.

Podemos preferir enarbolar la bandera de la solidaridad como si ésta empezase y acabase en rescatar un barco, podemos pasar al insulto fácil del discrepante, pero entonces nos estamos quedando a medias, o ni siquiera

Con esto se acabaría el tema si no viviéramos en un mundo complejo, en el que todo está interrelacionado y donde lo que ocurre hoy determina lo que nos encontraremos mañana. Es necesario, por tanto, ir más allá y no quedarse en el último parche a una problemática creciente, sino mirar al ayer y al mañana para realmente resolver los problemas y no simplemente mitigar sus efectos visibles. Puede ser incómodo enfrentarnos a diversas cuestiones que se plantean, podemos preferir enarbolar la bandera de la solidaridad como si ésta empezase y acabase en rescatar un barco, podemos pasar al insulto fácil del discrepante, pero entonces nos estamos quedando a medias, o ni siquiera.

La pregunta de si estamos colaborando con mafias, tantas veces criticada en cuanto se plantea, es legítima y debería ser investigada; porque el mayor problema no sería estar haciéndolo, sino estar haciéndolo sin saberlo

Un verdadero radical, quien va a la raíz de los problemas y no se queda en los síntomas, se preguntaría qué podemos hacer para que esas personas no salten a bordo de una embarcación deseando huir de sus países. El riesgo de no preguntarse esto es pretender dar por válido que los habitantes de todas las zonas más desfavorecidas que Europa en el planeta (que son la mayoría) pudieran, de hecho, vivir a la vez en el viejo continente. Por otro lado, la pregunta de si estamos colaborando con mafias, tantas veces criticada en cuanto se plantea, es legítima y debería ser investigada; porque el mayor problema no sería estar haciéndolo, sino estar haciéndolo sin saberlo. Si nos parece una cuestión irrelevante que gente antes de la costa libia se esté haciendo de oro a costa de la desesperación de otras personas, es que tan humanos no somos, por muchos barcos que salvemos.

Otra cuestión ineludible en este asunto es la de la corresponsabilidad de los Estados como miembros de la Unión Europea. Se escucha incluso a gente que se supone informada decir que se avergüenzan de esta Unión Europea cuando Italia o Malta deciden cerrar los puertos a más emigrantes, pero hablan de la valentía de España cuando este Estado miembro decide cumplir con las obligaciones comunitarias.

Quienes trabajamos en equipo sabemos que hay unos objetivos que cumplir, incluso en casa desde pequeños habremos (o deberíamos haber) vivido el reparto de tareas del hogar que había que sacar adelante entre todos. Si tu compañero o tu hermano decide no hacer nada y tú sacas pecho cargándote con su trabajo, tienes claro lo que va a ocurrir a partir de ahora, ¿verdad? Efectivamente, se quedará tranquilo porque las cosas salen adelante también sin él y probablemente se convierta en su costumbre. Estoy convencida que en ese caso, desearías que tu jefe o tu madre le cantase las cuarenta a ese compañero o hermano y le dijese que así no funcionan las cosas y que su parte es su parte. Como mucho, que le explicase que si se ve desbordado lo debe plantear y así podremos ver cómo redistribuir el trabajo, pero que negarse no es en ningún caso la solución. El problema es que en el caso que nos ocupa, la UE no es un jefe ni una madre; “la UE”, como ente, no tiene las competencias suficientes para exigir nada y, claro, algunos Estados miembros acaban por salir niños malcriados mientras presumen de “recuperar” la soberanía nacional que se lo permite.

Pero… y aquí viene otra pregunta incómoda: ¿y si Italia, así como otros vecinos, llevase tiempo pidiendo ayuda a sus socios europeos por una situación que le desborda y sus socios hubieran estado retrasando las decisiones necesarias para solucionarlo conjuntamente? Pues lamentablemente hoy tenemos la respuesta: Italia acaba con un gobierno racista y sin ningún interés por la solidaridad, ya no hacia los inmigrantes, sino también hacia el resto de países miembros de la UE.

El problema es que no somos capaces de ver que las decisiones a nivel global en la UE siguen dependiendo demasiado de la voluntad política de sus 28 Estados miembros, cuyos líderes deben ponerse de acuerdo para abordar los problemas de cualquier miembro de la Unión como propios.

Es necesario preguntarse si detrás del gesto de nuestro recién estrenado presidente hay realmente un plan

Por tanto, es necesario preguntarse si detrás del gesto de nuestro recién estrenado presidente hay realmente un plan para dotar a la UE de mayores competencias o para alcanzar acuerdos entre los estados y proveer, finalmente, a la Unión de una política migratoria sólida y coherente. Si no es así, el gesto podría quedarse en la “victoria” de Italia según su Ministro del Interior, Matteo Salvini, y la posible imitación de otros países descontentos o desbordados que vean que la fórmula de desentenderse realmente funciona en esta Unión.

Hay que dejarse de fantasías, indignación y aspavientos. Si realmente los europeos, tanto líderes políticos como ciudadanos, no decidimos usar nuestra capacidad cognitiva y crítica para abordar los problemas, considerar el fondo real de algunas barbaridades que escuchamos, analizar las razones de la creciente deshumanización y buscar soluciones reales, solo nos quedará esperar que la luna esté en la séptima casa y Júpiter se alíe con Marte, entonces la paz guiará los planetas y el amor dirigirá a las estrellas; será el amanecer de la era de Acuario.