Txillarre - Jorge Valencia

El pasado 7 de marzo se cumplían diez años del asesinato de Isaías Carrasco a manos de ETA. Con motivo del aniversario, el diario El País tuiteaba un hilo con una secuencia de noticias e imágenes en torno a aquel fatídico día de marzo de 2008 en el que los terroristas pegaron tres tiros al que fuera concejal socialista de Mondragón delante de su mujer y su hija.

Aquella me pareció una iniciativa muy positiva, y más viniendo de un periódico como El País, que ha sido el principal soporte mediático de la negociación con ETA llevada a cabo por el expresidente José Luis Rodriguez Zapatero y continuada después por el actual presidente del gobierno Mariano Rajoy.

Aquello no podía caer en la sociedad de sopetón y por eso el mencionado diario se puso manos a la obra para abonar el terreno durante los meses previos

Todavía recuerdo aquel verano de 2011, unos meses antes de que se hiciese público el famoso “cese definitivo de la actividad armada”. Aquello no podía caer en la sociedad de sopetón y por eso el mencionado diario se puso manos a la obra para abonar el terreno durante los meses previos y que aquella traición perpetrada por Zapatero estuviera bien masticada y preparada para ser tragada por los españoles, quienes por otra parte, hemos demostrado con creces tener un gran estómago que digiere prácticamente cualquier cosa que nos echen. También recuerdo como el mismo diario callaba a quienes se oponían a aquella negociación y osaban levantar la voz en público.

Pero en fin, la iniciativa en sí es buena, y espero que sigan haciéndolo, puesto que no solo tenemos la obligación moral de hacerlo, sino también una deuda eterna pendiente con las víctimas del terrorismo, gracias a las cuales hoy seguimos viviendo en democracia. Muy deficiente, pero democracia al fin y al cabo. Y es en esa tarea del relato en la que quiero profundizar. No busco revanchas pero tampoco quiero que se oculten los hechos y la historia ha de ser fiel a lo que ocurrió, reflejando qué hizo cada cual en cada momento. Y después, que cada uno aguante su vela como pueda.

Mientras la sociedad española resistía democráticamente frente a la banda terrorista, Jesús Eguiguren, entonces secretario general del partido socialista de Euskadi, pasaba entretenidas veladas con Arnaldo Otegi en un caserío de Elgoibar

Lo cierto es que mientras la sociedad española resistía democráticamente frente a la banda terrorista, Jesús Eguiguren, entonces secretario general del partido socialista de Euskadi, pasaba entretenidas veladas con Arnaldo Otegi en un caserío de Elgoibar. Mientras las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado luchaban contra ETA, ambos degustaban un plato de pochas mientras traficaban con mercancías nada baladíes como la democracia y el Estado de Derecho.

Habrá quien diga que aquello fue lo que posibilitó el “fin de ETA” y quien eleve a los altares a Jesús Eguiguren, por su “incómoda” tarea de “conspirador en la sombra” para “posibilitar el entendimiento”. Incluso habrá también quien pretenda canonizar a Otegi por “traernos la paz”. Pero que quieren que les diga, ofrecer a ETA la posibilidad de salvarse cuando ya había sido derrotada por el Estado de Derecho mientras tus compañeros se juegan la vida no tiene mucho mérito, aunque sí mucho de indecente. Y renunciar a la violencia sin arrepentirte ni colaborar con la justicia solo cuando no puedes o no es rentable ejercerla, tampoco lo propondría yo como mérito para el nobel de la paz. Pero ya ven lo que son las cosas. En este país las hazañas reseñables son las de los cobardes y oportunistas, o las de los energúmenos de la peor calaña. Nunca las de la buena gente que desde su pequeña parcela arriesgan su seguridad para contribuir al bien común.

Por aquel entonces, cuando todavía los partidos que conformaban el entramado político de ETA estaban ilegalizados, dijo Eguiguren en una entrevista que le hicieron cuando todo este proceso se mantenía en secreto, que la Izquierda Abertzale iba a estar presente en las elecciones. Lo que no sabía era de qué forma, pero lo mejor, según él, era que estuviese presente “de forma legal”. Hubiera coincidido con él si se diera la circunstancia de gozar de una justicia independiente en España, pues el que este partido fuese legal en ese supuesto supondría que la Izquierda Abertzale habría renunciado a su pasado criminal y aceptado las reglas democráticas, y por tanto la justicia les hubiera legalizado.

El problema es que en España los miembros de los órganos de la justicia están nombrados por los partidos políticos, a quienes les deben el puesto, y que lo de Eguiguren no era una esperanza de que Bildu condenara la historia de ETA para ser legal, sino una advertencia a la justicia para que se amoldara a lo que él había pactado. Y así fue, porque el Tribunal Constitucional, siguiendo las órdenes políticas oportunas, tumbó la sentencia del Supremo que había invalidado las candidaturas de la Izquierda Abertzale, permitiéndoles presentarse sin haber renunciado a su pasado ni aceptado el Estado de Derecho.

Lo grave de toda esta historia es que las negociaciones con ETA, la forma en las que se llevaron a cabo, los temas que se hablaron y otros aspectos los conocimos a posteriori, cuando la traición ya estaba perpetrada. En varios documentales han dado todo lujo de detalles: Desde cómo Eguiguren revisaba o suavizaba las cartas que ETA mandaba al gobierno para que éste las aceptara hasta cómo el secretario de los socialistas vascos siguió negociando tras el atentado de la T4 en Barajas “desobedeciendo” a sus superiores.

Pero no se engañen, esto no fue ninguna ocurrencia del entonces líder del Partido Socialista de Euskadi. Bueno, sí que lo fue, pero podía haberse quedado en ocurrencia frustrada. Si llegó a ver la luz fue porque tuvo el aval del Partido Socialista y del entonces presidente del Gobierno de España. El propio Eguiguren ha relatado en público como nada más llegar Zapatero al poder en el año 2004, al día siguiente estaba ya informándole de lo que se traían entre manos. Y por supuesto el presidente del Gobierno dio el visto bueno.

Cuando leía el hilo tuitero de El País, en el que aparecía una fotografía de Zapatero recibiendo la noticia del asesinato del concejal socialista, me vinieron a la cabeza las pochas que se jalaban Eguiguren y Otegi en Txillarre con su bendición

Cuenta también Eguiguren en un alarde de fanfarronería siniestra que los terroristas le dijeron en un momento dado de las negociaciones que si aquello fracasaba “tendría que comprarse 6 corbatas negras”. Después de aquello vino el asesinato de Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio en la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas y también el de Isaías Carrasco. ¿Quién iba a imaginarlo tratando uno con una banda terrorista? Por eso cuando leía el hilo tuitero de El País, en el que aparecía una fotografía de Zapatero recibiendo la noticia del asesinato del concejal socialista, me vinieron a la cabeza las pochas que se jalaban Eguiguren y Otegi en Txillarre con su bendición.

Es por esto que me gustaría puntualizar la información de El País, añadiendo un tuit más a ese hilo: Eguiguren negociaba políticamente con ETA en nombre del presidente del Gobierno de España, José Luis Rodriguez Zapatero, mientras sus compañeros de partido, como Isaías Carrasco, y otros muchos ciudadanos de todo espectro ideólogo arriesgaban o perdían su vida para derrotar a ETA.

Lo que hicieron fue perpetrar una de las mayores traiciones a la democracia y a las víctimas del terrorismo

Así que siento fastidiar ese halo misterioso de los conspiradores del caserío de Txillarre, pero han de saber que no fueron ellos los que derrotaron a ETA. Ellos solo acudieron al rescate político y regalaron impunidad a una banda terrorista derrotada por el Estado de Derecho y la resistencia de todos los demócratas, a la que solo faltaba darle la puntilla final. Lo que hicieron fue perpetrar una de las mayores traiciones a la democracia y a las víctimas del terrorismo.

Y durante estos años, salvo a UPyD, no he escuchado a ningún otro partido, ni de los nuevos ni de los viejos, poner el tema en entredicho. Se ve que nos hemos tragado también las pochas, aunque la indigestión puede ser memorable.