Sangre sucia es el término despectivo que inventó J.K. Rowling para describir a los magos nacidos de padres muggles, es decir, no magos. A lo largo de la saga, en reiteradas ocasiones se les señala como objetivos a eliminar, son víctimas de burlas y considerados menos aptos que los sangre limpia.
Sangre Sucia es un término que siempre he identificado con la realidad del País Vasco y con nosotros, la generación de Harry Potter. Sangre Sucia somos aquellos niños vascos nacidos de padres no vascos o de abuelos no vascos, a los que cuando nos preguntan cuántos apellidos en euskera tenemos, sabemos que, entre broma y broma, la verdad asoma.
No somos la generación de nuestros padres, no hemos vivido los años de plomo, pero tampoco somos parte de la generación que lo ve como pasado lejano y ajeno, somos la de en medio, somos los niños que sabían que se mataba y porqué se mataba, somos los niños que heredaron datos mezclados, gritos de lucha y rabia contenida.
Niños confusos y marcados.
Una vez un compañero, en el pasillo del colegio gritó: “¡españoles, hijos de puta!”, a lo que otra chica le replicó: “¡pero si tú eres de Extremadura, gilipollas!”.
Y esa es la generación que somos, la generación equidistante, la generación perdida. Lo hemos vivido todo y queremos fingir que no lo hicimos, queremos fingir ser algo que no somos.
Aprendimos, bajo el peso del silencio estructural, que no debías ser señalado. Nos dejaron claro lo que valía la libertad.
Nunca juntes rojo con amarillo, ni por error, una vez lo hice, mis pinturas de palo acabaron juntas en la caja. “Qué asco, qué feo, eso es español”, dijeron.
“¿Por qué no llamas a tus padres ama y aita? Qué feo suena papá y mamá. ¿Eres española?”
Mi lengua materna es el español, perdón, el castellano. Hasta hace no mucho decir español era feo, de fachas, hasta ese punto llegamos, politizar una palabra. Hablo euskera con fluidez y como todos los nacidos en la última década del siglo pasado se entonar “Ilargia de Ken Zazpi”, pero no es suficiente.
Todas las semanas los profesores hacían un sorteo, si te tocaba la pegatina del mamu txarra tenías que apuntar qué compañeros hablaban en español, al final de la semana la lista se haría pública. Ellos serían castigados. “Es un juego”, nos decían, no se lo podíamos contar a nadie.
Somos vascos, pero nunca del todo.
Sangre Sucia.
Un día, en el supermercado, vi como un hombre se agachaba con la linterna para revisar los bajos del coche, mientras, una mujer esperaba a su lado.
– “Mamá, ¿qué está haciendo?” pregunté sin dejar de mirar fijamente.
-“Revisar que no tiene una bomba”, resolvió ella, me encogí de hombros y me acomodé en mi asiento. Era lógico, claro.
Una vez, algo más mayor, me bajé de un metro convencida de que un tipo que jugaba con una caja nos iba a hacer saltar por los aires, de hecho, esperé la noticia angustiada.
-“¡Ay no hija! esos no matan a los suyos y en el metro de Bilbao hay muchos de ellos.” Volvió a resolver mi madre con la misma rapidez que años antes había disipado mi duda sobre el coche.
Ellos. Nosotros. Vosotros
Aquí, si pensabas diferente, le dabas la vuelta al periódico, que nunca quedara a la vista lo que leías.
Aquí solo se permitía una única idea.
No hables de política. No te identifiques. Que no te señalen. No quieres tu nombre en su lista.
Llevamos con nosotros el peso del tiempo, por inercia, sigo susurrando al hablar de determinados temas, e incluso a día de hoy, me descubro a mí misma girando el periódico.
Recuerdo a una compañera hacer apología de ETA en plena clase, y a otro levantarse llorando porque su padre, político, estaba amenazado por la banda terrorista.
Recuerdo el dolor de tripa cuando, una mañana antes de que sonara la campana que indicaba el fin del recreo, me preguntaron si mi padre era guardaespaldas. Si no era guardaespaldas, era empresario. Esa historia tampoco acababa bien.
Recuerdo como se reían de aquel qué ocultaba en que trabajaba su padre, porque en el fondo todos lo sabíamos.
“Txakurrak”.
A veces pienso, si realmente nosotros, la generación Erasmus, ha vivido esto, si alguien más lo recuerda.
Sentada en la puerta de Santa Croce ,-Florencia, Italia-, un chico me preguntó si Bildu podía ser realmente un partido de izquierdas.
-“No”, contesté pensando en ellos como herederos políticos de un pasado aterrador. Cuando quise elaborar mi argumento ya había sido interrumpida: “en Euskadi tenemos pintxos muy buenos”. Ni siquiera fuera, lejos del Puppy, las Herriko Tabernak o Sabin Etxeak sabemos decir la verdad. Pero, ¿cómo íbamos a poder?
Una parte relevante de la construcción de cualquier identidad se produce accidentalmente. Nuestras características se desarrollan en interacción con el entorno y es así, como la mayoría interiorizamos y generamos la información que moldea nuestra personalidad.
Desde las instituciones nos dan lecciones de democracia. Desde el Parlamento Vasco impiden la aprobación de una declaración institucional sobre el fin de ETA. Y nosotros, aceptamos y callamos.
Y callamos, cuando en las fiestas de los pueblos se mantienen las amenazas, porque si eres sangre sucia se te ve de lejos y ya te lo han dicho, no vengas. Así que, si te pegan, te lo mereces porque te lo advirtieron.
Sangre Sucia.
Y si no hay papeletas de todos los partidos en tu colegio electoral, es porque votas mal.
Sangre Sucia.
Y si eres interventor de un partido no nacionalista, te amedrentan en grupo, no en los noventa, en las elecciones generales de 2016.
Sangre Sucia.
Lo hemos aceptado. Guardaremos silencio. Miraremos a otro lado.
Hemos pervertido la historia, acabando atrapados en una retórica perversa, una superposición de justificaciones que han subsumido la verdad creando una realidad hecha a medida de equidistantes y cobardes. Un artificio que permite que subyazca la idea de que, en el fondo, ellos tenían derecho a matar, que su causa era justa.
¡Qué valientes eran estos liberadores de la patria!
El tiro, te lo pegaban en la nuca.
Y la sociedad vasca ha quedado herida de muerte.