odemos y el parto de los montes - Juanan Nuevo

La argumentación que se produce en una conversación real en Facebook, en un grupo de personas que se sienten mayoritariamente de izquierdas, es como sigue:

Persona A, conspiranoico: El lobby gay y el marxismo cultural no hacen más que adoctrinarnos a través de los medios y de las redes sociales. No quiero que mi hijo vea como normal todo lo que ellos quieren.

B escéptico: No creo que sea tan fácil adoctrinar y no veo el interés de adoctrinar de ese lobby.

A: No lo ves, pero existe. Quieren imponer su forma de pensar, y se han hecho con el mundo cultural y con los medios. Hasta es lo normalizado en el mundo académico.

B: La iglesia ha dominado la educación en España casi hasta la actualidad; lo normal hasta hace poco era que los niños fueran a catequesis y misa de fin de semana; en el colegio aprendíamos el Catecismo Escolar y rezábamos a la entrada y salida; hasta la Confirmación, casi todos cumplíamos con los sacramentos, nos confesábamos y la parroquia era el centro de la vida cultural; la mayoría de los medios eran católicos, directa o indirectamente; hasta la televisión pública nacional estaba dirigida por gente del Opus. Y mira: sólo el 13% de nuestra generación se confiesa católica practicante.Si adoctrinar fuera tan fácil…

No podía ser de otra forma: la última respuesta levanta comentarios positivos y un montón de “Me gusta”. Se le ha dado, merecidamente, jaque mate a un tipo con ideas odiosas. Pero nadie ha caído en la cuenta de que si falsamos que la propaganda sea efectiva, tampoco puede serlo la que realizan el capitalismo o la burguesía, la ideología de las élites no es la dominante en la sociedad y la superestructura en la que se desarrolla el materialismo histórico es una entelequia. No existe.

De la dificultad de crear necesidades y de ser capaz de dominar las opiniones sabe mucho la publicidad orientada al marketing y a la política

De la dificultad de crear necesidades y de ser capaz de dominar las opiniones sabe mucho la publicidad orientada al marketing y a la política. Richard Thaler describió en “The Nudge” cómo pequeñas alteraciones en el medio, introducidas de manera tan sutil que pasan desapercibidas, son capaces de influir en las decisiones particulares, lo que en manos adecuadas puede significar un mayor bienestar de los manipulados y en manos de alguien que desea vender, una mejora de resultados. Aún, sin embargo, está por determinar cómo se altera la forma de pensar de una sociedad, aún disponiendo de poder político absoluto.

Czeslaw Milosz en “La mente cautiva” desarrolla la idea de Ketman, un concepto introducido por un autor tan peligroso como Gobineau, -quien sin embargo en su época de cónsul en Persia fue capaz de observarlo-: en esencia consiste en la convicción íntima de superioridad moral e intelectual que se deriva de ser capaz de no expresar lo que se siente y se piensa si eso puede ponerle a uno o a sus familiares en peligro; cuando es necesario opinar, el practicante de Ketman expresará vehementemente, su completa adhesión y sumisión a la fe dominante. Para Milosz, polaco huido de la dictadura comunista en su país,el Ketman era la actitud del hombre bajo el totalitarismo soviético: un sistema de poder absoluto que inundaba todo el espacio público y privado, desde el nacimiento a la educación, que dirigía las expresiones literarias y artísticas y los contenidos de las informaciones.

Convertir la disidencia en imposible, en traición al grupo, a la humanidad e incluso a la historia o tratarla como enfermedad mental, sólo había conseguido que las convicciones íntimas de las personas se hicieran más fuertes

Convertir la disidencia en imposible, en traición al grupo, a la humanidad e incluso a la historia o tratarla como enfermedad mental, sólo había conseguido que las convicciones íntimas de las personas se hicieran más fuertes e inalcanzables para quien quería dominar todo y que además el látigo y la bota fueran amados. El nacimiento del sindicato Solidaridad y la facilidad con la que las sociedades se desmoronaron para cambiar tras el final de las dictaduras, daría la razón a Milosz unos años después.

El poder absoluto no es tan absoluto: intentar cambiar una sociedad cambiando las palabras que se pueden usar en público, pervirtiendo la historia, es caer en un tipo de pensamiento mágico, no muy alejado de la hechicería y la oración… El lenguaje, la manifestación de una lengua en un momento preciso, posee una enorme plasticidad para terminar expresando la realidad y toda la gama de ideas que ayudan a describirla. Desdoblar en género masculino y femenino cada nombre o cada oficio no visibiliza a las mujeres más de lo que lo hacía el género neutro. Cuando se habla de tasa moderadora sanitaria, un ciudadano portugués sabe que tendrá que desembolsar 20 euros extras para ser atendido en urgencias en un hospital público. Pocos se llevan a engaño cuando oyen los eufemismos de un candidato o del director de una sucursal bancaria que quiere colocar un producto.

La ingeniería social por persuasión está llamada al fracaso: en ausencia de coacción por la fuerza, el comportamiento no se ve afectado

La ingeniería social por persuasión está llamada al fracaso: en ausencia de coacción por la fuerza, el comportamiento no se ve afectado. Que los mismos que quieren cambiar el mundo dominando el discurso lo saben lo prueba que la acción directa se utilice como una herramienta legítima: sabotear conferencias de personas cuya ideología no se comparte o que resultan molestas para un grupo es parte del ideario y del método de gran parte de la nueva política, como pudieron comprobar Pérez Rubalcaba, Ruiz Gallardón, Felipe González o Rosa Díez en las universidades. Según los activistas, lo que no se expresa, no existe, pero impedir esa expresión requiere usar la fuerza.

La realidad siempre gana esa partida, claro: no se juntan el cielo y la tierra a martillazos. Sólo cuando las condiciones sociales y económicas cambian tienen algún eco los activistas que surgieron a raíz de una crisis económica que provocó una crisis de legitimidad de todo el sistema. Por supuesto, la inflación de conceptos vacíos no vino a rellenar ningún hueco: no expresaban nada cuando la sociedad, que debía correr obediente a rellenar ese vacío y cambiar revolucionariamente se mostró más bien tozuda e indiferente al asalto de los cielos, fue el discurso el que tuvo que cambiar. Tampoco se juntan el cielo y la tierra a base de crear círculos y demagogia.

Jugar con el lenguaje tiene dos peligros evidentes: el primero es que el uso de la lengua sí que sirve para unificar grupos; abre la puerta a oportunistas de todo tipo: nacionalistas, grupos identitarios y políticos antagónicos se envuelven en esa bandera , o en la de una lengua propia, como uno de los rasgos que les identifican. Para muchos jóvenes, y no tan jóvenes, es más importante su afiliación política, identidad sexual y el paraíso prometido, terrenal o celestial, que su compromiso con la sociedad española o europea o incluso la misma idea de solidaridad territorial o humana.

Frente al grupo divino de izquierdas que, como apuntaba Orwell en “The Road To Wigan Pier”, odia a los ricos, pero desprecia a los obreros reales, el oportunista los conoce y sabe quienes son, cuando no es uno de ellos

El segundo peligro es facilitar el camino a populismos de extrema derecha. Abierto el melón de la adhesión por sentimientos, nadie puede impedir que alguien más hábil y con una intención distinta se la apropie. Apelando a cambiar la sociedad profundamente, la ultraderecha sale como garante del sentido común y la libertad de expresión; donde los grupos de izquierda pretendían cambiar las relaciones de producción y sociales, ellos pondrán la tradición y lo que la clase trabajadora “sabe” que funciona. En lugar de obligar a extraños cambios en la manera de expresarse y justificar cada paso con teorías intrincadas sin ninguna relación con el mundo real y sin utilidad fuera del mundo académico, quien ocupa el hueco sabe lo que la persona que ve peligrar su trabajo quiere, y ni le desprecia ni le da la razón con condescendencia. Sabe lo que desea oír y no duda en decírselo. Frente al grupo divino de izquierdas que, como apuntaba Orwell en “The Road To Wigan Pier”, odia a los ricos, pero desprecia a los obreros reales, el oportunista los conoce y sabe quienes son, cuando no es uno de ellos. Pretender ganar a la ultraderecha en la demagogia es jugar en su terreno y con sus reglas.

A la Nueva Política, intentando cambiarnos a todos, se le escapa la realidad como a los intelectuales de izquierdas de hace cincuenta años que describía Juan Marsé “Aquel romanticismo de la izquierda que veía el cambio al doblar la calle no se correspondía con la realidad”.

La nueva política, el asalto a los cielos, y el Mundo Nuevo parieron un ratón, y ese ratón que quería protegernos de nosotros mismos, está sirviendo para alimentar un monstruo que amenaza devorarnos.