Limpieza etnica - Jorge Sanchez de Castro

Un hombre que tiene un objetivo y está dispuesto a suicidarse por conseguirlo siempre lleva la iniciativa en cualquier enfrentamiento. Sea cual sea su objetivo.

Para muestra un botón: el hombre que no hay miedo de que se tire por la terraza, léase el hoy Presidente Sánchez, firmó en 2017 la «Declaración» de Barcelona» con el señor Iceta para reconocer las aspiraciones nacionales de la mitad de los catalanes; comprometiéndose, entre otras, a proponer una ley orgánica para que el Gobierno incorpore “en los planes de estudio los temas necesarios para que los alumnos de toda la enseñanza obligatoria conozcan la realidad plurilingüe del conjunto de España”. Es decir, pretenden que los niños y jóvenes de todo el país estudien catalán y vascuence para dar satisfacción a las exaltadas élites localistas.

Ante la verdad apriorística y práctica de que el suicida va por delante de su interlocutor, ¿puede un Gobierno responsable dialogar con políticos excluyentes a los que no les preocupa llevar a los suyos al suicidio si no consiguen lo que quieren?

Evidentemente, no. ¿Por qué se hace entonces? Habría varios motivos.

El diálogo constituye la tabla de salvación del mal gobernante

Uno de ellos es que el diálogo constituye la tabla de salvación del mal gobernante, del político incapaz de conducir el país como un buen padre de familia. En política, «tener un perfil dialogante» es en realidad el eufemismo que encubre al inútil, al incapaz de tomar otra decisión que no sea la de seguir hablando.

La santidad del diálogo justifica que pactos directamente ilegales pasen por legítimos. El acuerdo sería la forma de saltarse la ley

Por otra parte, la santidad del diálogo justifica que pactos directamente ilegales pasen por legítimos. El acuerdo sería la forma de saltarse la ley. Así, si Sánchez negocia con el Torra de turno un nuevo Estatuto y lo aprueba con artículos declarados nulos por el Tribunal Constitucional, el Estatut será intachable porque habrá sido fruto del «diálogo entre gobernantes que hacen política». Y ya se sabe: «pacta sunt servanda».

Pero sobre todo el diálogo es la forma sutil, indolora de dar la razón al suicida, que por esencia representa a una minoría, pues en caso contrario no necesitaría inmolarse para que sus tesis se hagan oír.

El reconocimiento de la legitimidad del suicida reside más que en el fanatismo o en la cabezonería de éste, en la tolerancia de su víctima: «aunque tú no quieras vivir con nosotros, nosotros nos podemos parecer a ti, podemos ser como tú».

Frase aparentemente bonita que contiene un terrible lado oscuro, esto es, la aceptación de la inmersión lingüística, el adoctrinamiento, la renuncia a la identidad del que no se pliega, el exilio interior y finalmente, el destierro o la limpieza étnica por parte de los racistas.

Porque cuando empiezas dialogando con la minoría sectaria, la mayoría termina pareciéndose a la minoría de tanto simpatizar, de tanto tolerar, de tanto adaptarse… aunque no sea más que para que le deje en paz el que amenaza con romper la baraja. Aunque el precio de la cesión de la mayoría lo paga la libertad de las víctimas de la minoría.

En realidad, ya no es necesario ganar una guerra para formar un Estado, ni reprimir con violencia a los que se resisten.

En este sentido, Sánchez es más moderno que los indepes, pues sabe de los engorros de dividir materialmente un país o establecer fronteras (véase el Brexit), cuando la independencia de Cataluña es más fácil de conseguir haciendo que una mayoría de españoles se mimetice, acepte los modos y maneras de los catalanes xenófobos.

Y para ello basta con que la extravagancia sea admitida como igual en un diálogo infinito, dado que éste normaliza y homologa cualquier anomalía.

Otorgar apariencia de legitimidad mediante la comprensión de la mayoría a lo que en realidad supone un suicidio cultural es lo que subyace, por ejemplo, en el intento del doctor Sánchez de que los niños de toda España aprendan catalán, pues más allá de que lo logre o no, la mera pretensión de que una lengua minoritaria la estudien millones de personas que no la necesitan supone aceptar la desaparición del castellano en el sistema educativo catalán, dado que si todos los estudiantes españoles tienen obligación de conocer el catalán, ¿cómo van a pedir ser educados en la lengua materna los padres y los alumnos que vivan en Cataluña?, ¿cómo van a oponerse a lo que el resto de españoles acepta?

La mayoría elegirá en la mayor parte de los casos seguir al intolerante antes que oponerse al que le humilla

El problema para el éxito del diálogo, lo que impide que la minoría se imponga por haber logrado que la mayoría haga suyas sus ideas hasta hace poco absurdas, surge cuando hay otra minoría de signo contrario que no quiere pactar y dice ¡basta ya!  Y digo bien cuando hablo de minoría, porque la mayoría elegirá en la mayor parte de los casos seguir al intolerante antes que oponerse al que le humilla.

Pues bien, la minoría que no quiere dialogar con el suicida, igual que el médico que se niega a pactar el tratamiento con el loco, supone el dique que separa la normalidad del disparate, impidiendo que éste absorba a aquélla por comodidad o abandono.

La minoría que se niega a dialogar con la minoría totalitaria es la que protege la libertad de todos

En realidad, la minoría que se niega a dialogar con la minoría totalitaria es la que protege la libertad de todos, la que salva a la mayoría tolerante de terminar en el precipicio al que le conduce de forma inexorable su conformismo ante la iniciativa del suicida, pues con su constante identificación del excluyente, con su incansable defensa de las víctimas, impide que la mayoría vaya aceptando como naturales los abusos cotidianos de la minoría xenófoba.

Esa minoría que impide a la mayoría tolerante, un tanto amorfa, que se deje asimilar por minorías excluyentes ayer fue UPyD y hoy es VOX.

Con independencia de sus diferencias ideológicas (cómo tratar la inmigración, la forma de relación de España con la UE, el tradicionalismo de VOX y el liberalismo de UPyD…) lo que les une no son cuestiones de fondo sino un acuerdo sobre las formas: no se puede dialogar con el supremacista por mucho que se quiera suicidar, dado que el reconocimiento por la mayoría al minoritario xenófobo es la forma más eficaz de consentir o de blanquear una limpieza étnica gota a gota, día a día, persona por persona.

Por eso hoy la libertad descansa en los intransigentes que se niegan a dialogar como forma de convalidar una aberración.