El autor Javier Gil Díez-Conde ha ejercido durante 24 años como profesor de literatura y teatro en el Instituto Pío Baroja de Irún, localidad guipuzcoana fronteriza con Francia. Además, ha escrito numerosas piezas de teatro, entre las que destacan obras como Falstaff no cree en la otra vida, que fue premio Euskadi de Literatura y Francisco de Avellaneda de Teatro, o Hermana y Esclava, su obra más representada.

Entrevista Javier Gil - Juan Luis Fabo 2
Portada de La irreductible comedia cruel (Tabula Rasa Ediciones, 2017)

En 2013 inició un nuevo periplo como escritor de novelas con la publicación de Rumorada (Tabula Rasa, 2013), aunque en realidad era su segunda novela. Sus obras han sido distinguidas con numerosos premios y algunas de ellas representadas en Nueva York (EEUU) y Bogotá (Colombia), además de en nuestro país. Recientemente presentó la publicación del volumen titulado La irreductible comedia cruel (Tabula Rasa, 2017), que contiene dos obras reeditadas, Sueños de Identidad, que fue premio Serantes en el 2000 y La Tierra movida bajo los pies, pieza teatral que se desarrolla a partir del encuentro de dos antiguos amigos, uno convertido en terrorista de ETA y el otro activista por la paz.

Aunque en tu caso hayas ejercido la docencia en Irún, que seguramente es el municipio guipuzcoano menos afectado por el nacionalismo omnipresente en la educación y la cultura vasca, ¿cómo ha sido durante todos estos años tu experiencia personal como profesor de literatura española en el Instituto Pío Baroja? Bueno, afectado Irún lo ha sido como cualquier otra población del País Vasco. Lo que ocurre es que la base real, de corte liberal –o de mentes abiertas “chapelaundistas” que diría nuestro ilustre bidasotarra Pío Baroja-, sobre la que se asienta quizá sea más fuerte que en otros lugares, algo así parecido a lo que sucede en Bilbao, aunque más acusado debido a su realidad fronteriza. Y ya sabemos lo terca que puede llegar a ser la realidad. En cuanto a mi experiencia… ¡uf!… La verdad es que tanto tiempo ha dado para mucho: de todo; pero en general puedo asegurar que bastante positiva y gratificante, pese a ciertos momentos difíciles, que los hubo.

Seguimos soñando en nuestra lengua materna. Sea la que sea. Aún nos queda esa íntima parcela

Y en general, ¿qué opinión tienes sobre el funcionamiento y los resultados que está produciendo la educación en el País Vasco? Pues yo diría, con la perspectiva actual, que en general responde a los cálculos y el diseño que al respecto hiciera hace tiempo el nacionalismo imperante en cuanto a control ideológico identitario, aunque quizá no tanto –paradójicamente– en el terreno lingüístico: y es que a fin de cuentas seguimos soñando en nuestra lengua materna. Sea la que sea. Aún nos queda esa íntima parcela.

El teatro ha estado de forma continuada en el primer plano de tu vida a lo largo de tu etapa docente. Has dirigido y has escrito obras, has fundado grupos y has organizado muestras de teatro. Diversos premios a lo largo de todo este tiempo han puesto de manifiesto tu capacidad y calidad en esta materia. ¿Todo ello surgió a partir de tu condición de profesor de literatura o fue al revés?  No exactamente. La verdad es que yo ya llevaba el veneno del teatro dentro de mí desde muy joven. Sólo que, claro, mi actividad docente sí que ha condicionado el tipo de teatro que yo podía dirigir a mis alumnos.

Hace ya más de 28 años, en 1989, obtuviste el premio Francisco Avellaneda de Teatro con la obra Falstaff no cree en la otra vida. La muerte es el ingrediente temático principal de la obra, aunque tratado en clave de humor y presentado como un juego hasta que se muestra de verdad con su terrible rostro, pasando de la farsa a la tragedia. ¿Cómo crees que le han sentado los años pasados a la obra, sigue viva o ha sucumbido al tiempo transcurrido? Pues lo cierto es que, curiosamente, todavía anda por ahí en cartel la última versión de dicha obra a cargo de la compañía “Tarima Beltza”, de Alsasua. Y con notable éxito aún. Aunque bien es cierto que donde ya se la conoce de largo, caso de Irún, quizá no haya llamado tanto la atención como recién estrenada. No obstante, fue recientemente bien acogida en la ciudad por un público joven.

He venido en llamar “comedia cruel” a una forma de estética dramática consistente en darle la vuelta a la relación clásica entre vida y escena

En 1997 publicaste Escena cruel, una obra que contiene dos de las que denominas comedias crueles. ¿Qué quieres significar exactamente con este adjetivo? He venido en llamar “comedia cruel” a una forma de estética dramática consistente en darle la vuelta a la relación clásica entre vida y escena: si en la antigua Grecia, por ejemplo, la vida, cruel por naturaleza, se representaba en la escena como tragedia, al modo heroico, en cambio en nuestra actualidad de la comunicación más sofisticada es la realidad la que se percibe como trágica, servida por los medios, y cruel la escena: sin héroes, pues ellos y los dioses ya no forman parte de nuestro entorno, como en una comedia. Pero es algo que aplico también a otras obras de otros autores. Es, digamos, mi modo peculiar de mirar la realidad. Aunque, ciertamente, con el tiempo ya uno se lo cuestiona y lo matiza de tantas formas posibles como el cerebro me admita.

En 2008, bajo el título de Fargedias publicaste otras dos piezas teatrales en las que se mezcla farsa y tragedia, algo característico en tus obras. Creo que se encuentran entre las no representadas, aunque los dos temas que abordas, a la vez que universales, resultan de plena actualidad en estos tiempos que vivimos. En la primera, titulada La Ley y la sangre, tomabas como referencia el mito clásico de Antígona para plantear el enfrentamiento entre una ley igual para todos y la que surge de la consanguinidad. La acción se desarrolla en la República de Taifas de Hesperia una vez que la Unión Europea y España han desaparecido y el concepto político de ciudadanía ha sido sustituido por el de consanguinidad, al tiempo que el Estado de Derecho es solo un recuerdo. Tal como van las cosas en España y en Europa ¿crees que es más posible que esta trama se convierta en realidad en lugar de en una representación teatral? La pregunta ya me la hizo en su tiempo Roberto Herrero (El Diario Vasco) a modo de prólogo en aquella edición. Personalmente no creo que tal cosa vaya a suceder, pero es labor del dramaturgo, su obligación yo diría, advertir de que esa posibilidad es real, y que, por tanto, la amenaza existe.

La segunda pieza teatral, Sexo, religión y muerte, también se basa en otro mito clásico, el de Otelo en este caso. En ella presentas la situación trágica que implica un atentado terrorista en una estación de Metro, a partir de lo cual nuestros prejuicios sociales hacen que el origen de las personas quede por encima de la condición de ciudadanos. Como profesor y como autor literario ¿qué consideras que hace más falta en nuestras sociedades para que la evolución sea a más y mejor democracia? Pues, sinceramente, creo que esa pregunta habría que hacérsela a los políticos, que es a quienes compete directamente lo de mejorar la democracia, si bien, claro, mojándonos todos en el asunto, como ciudadanos de la “polis”. Insisto en que como autor me limito a poner en evidencia las vicisitudes de nuestra sociedad. No me veo capaz de ofrecer soluciones.

Ya nos has dado muchas pistas, pero, contemplado en su conjunto, ¿cuáles consideras que son los ingredientes que mejor definen tu teatro? Como siempre que me hacen esta pregunta: la verdad, ni idea. Eso sí, como tú bien dices, desde hace ya bastante tiempo voy por ahí dejando pistas. Y seguiré haciéndolo quizás hasta que me muera. Incluso, todo lo que acabo de afirmar sobre lo que yo llamo “comedia cruel”, en realidad no deja de ser más que eso: una serie de pistas acerca de mi concepción escénica. Pero lo cierto es que con el tiempo todo esto va cambiando. El ejemplo que tú mismo acabas de citar, mis “fargedias”, supone cierta transformación, cierto cambio, con respecto a la comedia cruel.

Para este tipo de dislates identitarios que estamos padeciendo, el humor resulta, sin duda, una de las mejores terapias para no desesperar

En Sueños de identidad, una comedia de humor negro, el argumento giraba en torno a las tensiones que los cambios en las fronteras nacionales pudiera conllevar una nueva política europea. El tema es el de la identidad colectiva como obsesión, tal como está presente en el País Vasco y en otros lugares donde el nacionalismo es fuerte política y socialmente. En la obra utilizas el humor para su tratamiento, pero ¿crees que en la vida real el humor es suficiente para conllevar este tipo de obsesiones convertidas en banderas políticas o hace falta algo más? Suficiente… no lo sé, pero sí es cierto que ayuda a la “conllevancia”, que diría Ortega. Además: que para este tipo de dislates identitarios que estamos padeciendo, el humor resulta, sin duda, una de las mejores terapias para no desesperar. Que se lo pregunten si no a los de Tabarnia, con Boadella a la cabeza telemática de su “no soc aquí”, que ya empiezan a resultar letales al separatismo, antes que el activismo de cualquier formación política al uso. Y es que en esto no hay nada nuevo: de siempre el bufón es el único que se atreve a decir las verdades al rey –o a la amotinada república de turno-, ojo, sin por ello perder la cabeza.

Quizá sea cierto que esto de la escena lo llevamos algunos hasta en el ADN y, por tanto, sea ya algo más que el tópico de “el veneno del teatro”

Aunque ya había un antecedente en 2006, año en el que escribiste La Tarjeta en un formato experimental de novela secuenciada cinematográficamente, parece que tras la etapa docente tu vocación de autor ha tomado nuevos derroteros literarios con la novela Rumorada, publicada a finales de 2013. ¿Es una excepción en tu producción literaria o representa el paso de autor de teatro a escritor de novelas? La verdad es que uno ya no sabe qué contestar al respecto. Cuando me decidí por la novela, llegué a pensar que, definitivamente decía adiós al teatro. Pero luego vino lo de Tarima Beltza, más tarde un estreno nada menos que en Bogotá de mi “Hermana y esclava” y hasta recientemente una proposición para la misma obra en Santiago de Chile. Así que ya no sé qué decir. Quizá sea cierto que esto de la escena lo llevamos algunos hasta en el ADN y, por tanto, sea ya algo más que el tópico de “el veneno del teatro”.

¿Cuáles son tus proyectos literarios futuros? Esta es, sin duda, la pregunta más difícil de todas. Entre otras cosas porque según nos van cayendo años se nos hace más complicado lo de embarcarnos en proyectos a largo plazo. Sólo te puedo asegurar que estoy ultimando otra novela, secuela de “Rumorada” aunque independiente de ella. Y probablemente me embarque en otra historia inspirada en personajes de mi propia familia, en cierta medida pródiga en carne novelesca.

 

Fotografías: María José Aranzabal