Necesidades básicas
En 1943, Abraham Maslow planteó su famosa teoría conocida como “La Pirámide de Maslow” o “Jerarquía de las necesidades humanas”, según la cual los individuos estaríamos programados para buscar la satisfacción de ciertas necesidades, priorizando su importancia como si se tratara de una serie de escalones ascendentes y progresivos. Así, el primer escalón estaría formado por las necesidades básicas de carácter fisiológico (respiración, alimentación, sexo, etc.); el segundo, por las necesidades de seguridad (seguridad física, familiar, etc.); el tercero, por las necesidades de afiliación (amistad, afecto, intimidad, etc.); el cuarto, por las necesidades de reconocimiento (valoración, confianza, éxito); y el quinto, por las necesidades de autorrealización (moralidad, apertura, aceptación, etc.). Teniendo esto en cuenta, no podríamos buscar la satisfacción de necesidades de un escalón superior si previamente no tenemos garantizadas las de los escalones inferiores.
A pesar de que la famosa pirámide ha sido superada por otras teorías que hablan de las conductas motivadas y los impulsos que generan, resulta evidente la importancia del modelo para entender ciertos aspectos del comportamiento humano, y cómo no, de la manipulación del mismo. Por ejemplo, este modelo puede explicar perfectamente por qué es muy probable que el PSOE, a pesar de los ingentes escándalos de corrupción que atesora en Andalucía, vuelva a ganar las elecciones. La red clientelar que este partido ha generado en dicha comunidad, muy semejante a la que los nacionalistas han construido en Cataluña o el País Vasco, o el PP en Valencia, hace que tenga un control directo sobre la satisfacción de las necesidades básicas de miles de ciudadanos. Si el PSOE gana, algunos, muchos, seguirán teniendo su paga para satisfacerlas, pero si pierde nadie garantiza que la situación cambie y haya que buscarse la vida por otro lado más complicado. Muchos regímenes de izquierda han entendido el poder que tiene controlar una de las necesidades más básicas del individuo, su sustento, para someterlo a través de una renta irrisoria, especialmente si la alternativa es nada.
El sexo también es una necesidad básica y primaria, aunque en este caso hay diferentes vertientes del concepto que cabría comentar antes de entrar a analizar cómo se puede utilizar para manipular a los ciudadanos
El sexo también es una necesidad básica y primaria, aunque en este caso hay diferentes vertientes del concepto que cabría comentar antes de entrar a analizar cómo se puede utilizar para manipular a los ciudadanos. Porque cuando hablamos de lo sexual, no nos referimos solamente a las relaciones sexuales, sino que hay tres grandes ámbitos a considerar: el primero, el sexo propiamente dicho, que no es más que la constitución genética y genital del individuo; el segundo, la sexualidad, que es la forma de sentirse y expresarse como individuo sexuado y que, por tanto, está muy relacionado con la identidad sexual; y el tercero, la erótica, que es la forma de comunicarse y relacionarse sexualmente, lo que incluye desde la orientación sexual hasta esas pequeñas perversiones que todos llevamos dentro (y muy pocos fuera).
Así, el tipo de educación sexual que recibimos, o que se pretende difundir sobre cada uno de estos aspectos, puede ayudarnos a evolucionar como seres individuales o, en el peor de los casos, someternos a un férreo control conductual. Veamos cómo.
Educación sexual e identidad
Como decíamos, el sexo es una primera clasificación que tradicionalmente reduce al individuo a un mero elemento de pertenencia a una categoría dicotómica bastante simplista como “hombre” o como “mujer”, tomando para ello los aspectos genéticos (XY ó XX) y biológicos del mismo (reducidos estos en muchos casos a la mera genitalidad externa). Como pueden imaginar, esto tiene una fuerte relación con la sexualidad, es decir la forma de entenderse uno mismo como hombre o mujer y, especialmente, con los roles de género, que son el conjunto de normas sociales de carácter cultural que se aplican a cada una de las categorías.
La derecha, con el apoyo de la Iglesia Católica y la enorme capacidad de influencia que esta sigue manteniendo a través de la gestión de centros escolares, ha sido quien tradicionalmente ha tratado de manipular a las masas mediante la difusión de una idea férrea de esta clasificación, todo ello con el objetivo de afianzar en las futuras generaciones su particular forma de entender la vida y por supuesto de mantener un sistema de organización social que mantenga sus privilegios.
Según esta visión en su polo más ortodoxo, solo hay dos categorías, cada una de las cuales tiene unas peculiaridades y unas funciones que no deben solaparse ni mutar. Así, la labor del varón es trabajar y dedicarse a los asuntos laborales: “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3:16) [o como reza el chiste “ganarás el pan con el sudor del de enfrente”]; y la labor de la mujer, cuidar a los niños y someterse al marido: “Multiplicaré tu dolor en el parto, parirás con dolor. Con todo, tu deseo será para tu marido y él tendrá dominio sobre ti” (Gn 3:16).
En definitiva, lo que se pretende a través de esta particular forma de educar en la identidad sexual es establecer un orden social basado en el patriarcado, que tanto citan ahora las feministas modernas, si bien estas también han tenido el detalle de tergiversar su sentido de las formas más ocurrentes para hacerlo parecer más perverso aún de lo que ya de por sí es. Por ejemplo, con un sesgo interesado de sobregeneralización que convierte a todos los hombres en maltratadores, asesinos y violadores potenciales.
El ejemplo más claro y actual de esta tendencia podemos observarlo en la iniciativa que Trump ha planteado este mismo mes, cuyo fin es establecer una definición legal de sexo o género (confundiendo churras con merinas) y aplicarla desde el nacimiento, basándola para más inri, en los genitales externos y en caso de duda, mediante prueba genética. Difícil será explicar a Trump y su equipo que, aunque lo de la clasificación dicotómica es más o menos aceptable a nivel coloquial pues engloba a una mayoría, plantea muchas dificultades desde el punto de vista legal, biológico y psicológico, pues existen múltiples situaciones en que la genitalidad externa o interna no concuerda con la genética (síndrome de insensibilidad a los andrógenos o síndrome de conducto mülleriano persistente), la primera puede cambiar quirúrgicamente (como en la transexualidad) o la segunda no es determinante en su versión dual (síndrome de Turner -XO).
Ahora bien, en este contexto y viniéndose arriba, la izquierda (o más bien, la pseudoizquierda que padecemos en España, tan distinta de la del resto del mundo por su complejo permanente) no iba a perder la oportunidad de explotar este filón para su propio beneficio, tratando de arrebatar influencia y privilegios a sus competidores diestros. A fin de cuentas y desgraciadamente, de esto va toda la historia, de una mera lucha de poder entre grupos de interés y presión, y no de una búsqueda del desarrollo del individuo. Así, ha generado su propio discurso para contrarrestar y subvertir el orden tradicional, creando de paso una burbuja de la que sacar buena tajada y pretendiendo convertir la identidad en una suerte de igualitarismo absurdo en que el sexo y la sexualidad son una elección individual entre una mutiplicidad de opciones, obviando las naturales diferencias que guste o no, existen.
Lo absurdo de este planteamiento desde una perspectiva psicológica es que pretende crear un neolenguaje que genere grupos que recojan la individualidad de todos y cada uno de los miembros, cuando precisamente la función del lenguaje en su nivel ordenado, es agrupar elementos en prototipos más o menos ajustados para procesar información al mínimo esfuerzo. No tiene ningún sentido pues crear una categoría para un solo individuo, pues el yo no es categorial, sino individual.
De hecho, el sistema utilizado para atraer a los individuos a su causa pasa, como suele ocurrir en este espectro ideológico, por la aplicación del principio de “divide y vencerás”, difundiendo la idea de que sexualmente la mayoría pertenecemos a minorías tradicionalmente explotadas y vilipendiadas por el status dominante. Este hecho conlleva, si las teclas de incitación al odio se pulsan adecuadamente, una reacción activa ante el hecho de sentirse una minoría atacada.
Generar odio siempre ha sido una de las formas de manipulación más eficaz
Generar odio siempre ha sido una de las formas de manipulación más eficaz, pues el odio es una emoción enormemente activadora que impele a la acción, aunque quienes la generen ignoren su enrome dificultad de control, como estamos viendo en el caso del independentismo catalán. Así, en nuestro contexto, ya no existe una dicotomía entre hombre y mujer, sino entre hombres, mujeres, transexuales, cisgénero, queer, pangénero, buch, agender y una infinidad de subgrupos absurdos que engloban a muchos, muchos, potenciales votantes que ahora sí tienen un motivo personal para optar por un partido que, en teoría, defiende sus aspiraciones y sus propios privilegios.
Educación sexual y erótica
Si la identidad sexual tiene su utilidad para condicionar el comportamiento humano, la erótica, la forma de relacionarnos sexualmente con otros, es otro elemento a tener en cuenta.
En primer lugar, debido a la orientación sexual. Si la derecha tradicionalmente se ha dedicado a garantizar los privilegios de quienes se someten a su “pureza” heterosexual poniendo todo tipo de obstáculos a quien se separa de la ortodoxia sexual, la izquierda ha profundizado en la victimización (más que justificada en muchos casos, tampoco hay que negarlo) de los colectivos que no se rigen por ella. Quizás lo que unos y otros olvidan es que los poderes públicos, al menos teóricamente, deberían garantizar los derechos de unos y otros, no convirtiendo el hecho en una interesada disputa de intereses que denosta el valor del mésotes aristotélico, según el cual la virtud estaría en el justo medio.
No me resisto en este punto a mencionar la estupidez eclesial planteada ayer mismo según la cual los seminaristas deben ser heterosexuales y por tanto, enteramente varones, en un ejercicio de desconocimiento infinito, que confunde la identidad sexual con la orientación sexual. Alguien debería limitar la exposición de ideas basadas en un desconocimiento tan infinito en una institución tan importante como la Iglesia Católica.
Algo semejante ocurre con la forma de expresarse sexualmente, donde yendo a algo tan español como los extremos (fundamentados en una enorme carga de hipocresía social), tenemos desde el follar separados con una manta con agujerito y solo con fines reproductivos, faltaría más, hasta la justificación de las más diversas perversiones.
La primera forma de manipular directamente mediante estas vías es a través de la coacción directa, como ocurrió en el pasado con Pedro J. Ramírez, a quien se le planteó un apoyo incondicional a la causa a cambio de no revelar sus preferencias de este tipo. Así, lo que antiguamente era una coacción basada en la muerte social en función de si una persona consumía o no determinado tipo de drogas, ha pasado a convertirse en una coacción basada en la publicidad de los gustos sexuales, ignorando que lo que hagan dos personas adultas de mutuo acuerdo y siempre que no exista un daño o patología, debería incumbir única y exclusivamente a esas dos personas.
En este punto tiene una especial importancia la pornografía, que ha pasado a ser un interesante elemento de control social mediante el imperio de la idiocracia
En este punto tiene una especial importancia la pornografía, que ha pasado a ser un interesante elemento de control social mediante el imperio de la idiocracia. Primero, porque si una persona está preocupada en darse satisfacción constante mediante su uso, no estará preocupada de otros asuntos más mundanos de corte político, con la libertad que ello genera a los partidos para hacer y deshacer a su antojo sin pérfidos ojos que miren allí donde no conviene, con el consecuente reproche social. Ello amén de generar un cierto deterioro de la autoestima entre aquellos que confunden un género cinematográfico con la práctica sexual real, a sabiendas de que alguien con la autoestima tocada, es alguien más fácilmente manipulable.
Y segundo, porque la defensa de determinadas conductas o no, nos vuelve a plantear la dicotomía entre grupos que buscan afianzar privilegios intragrupales en base a su comportamiento y sus deseos. Esto, paradójicamente, ha llevado a una especie de locura transitoria en la que los diferentes espectros ideológicos avalan o no diferentes tipos de comportamiento sexual, llegando al hilarante punto en que la izquierda, víctima de sus propios complejos y contradicciones, ha llegado a defender una especie de moral victoriana equiparable a la de la derecha más reaccionaria. De hecho, esta situación recuerda, no sin cierta ironía, a la semejanza existente entre las propuestas políticas falangistas y comunistas, a pesar de que ambos grupos tengan como base teorías tan diferentes como el idealismo religioso o el materialismo filosófico.
Conclusiones
En este contexto, plantear una alternativa constructiva es difícil, no tanto por su definición teórica, como por la intencionalidad política y social de grupos de presión para dictar sentencias en juicios sumarísimos que condicionen el comportamiento ajeno sometiéndolo al propio beneficio.
La propuesta debería pasar por tanto, por fomentar una educación sexual desinteresada en la que sea el propio sujeto en base a su libertad, y sin atentar contra la de los demás, quien se construya como ser sexual y se relacione como guste. Algo muy parecido, por cierto, a lo que debería de ocurrir con el hecho religioso, ya que a día de hoy es impensable conocer el mundo en que vivimos y la Historia sin entender este aspecto. Desgraciadamente, me temo que esta propuesta es algo inocente, así que seguiremos teniendo que soportar el catequismo en las aulas, en las diferentes asignaturas y en los temas transversales, sexuales o religiosos, como una forma de freno que limita al ser humano para adquirir todo su potencial en los diferentes ámbitos que configuran su individualidad.