Algunas resistencias a ETA - Fabian Rodriguez

Con fecha de 4 de mayo del presente 2018 se publicó en El Diario Vasco un artículo titulado “Madrugadas de resistencia”, en el que su autor comentaba su experiencia personal de los funestos años de plomo de la violencia asesina etarra. Una reflexión personal e intransferible pero que me citaba a mí, con nombre y apellido, con una memoria de tiempos cuasi-jurásicos en la que el periodista evocaba una reunión tenida en mi casa, encuentro que a mí ya se me había evaporado de las remembranzas porque de lo que no hemos estado ayunos en todos estos años de obscuridad ignominiosa es de acontecimientos para la vergüenza, muchos de ellos empujados al desván de la quincallería por la necesidad que algunos hemos tenido (y seguimos teniendo) de que nuestras almas no fuesen contaminadas por tanta prosopopeya mentirosa con la que siempre la barbarie ha querido travestirse de su contrario.

El periodista me recuerda como al “pacifista Fabián Rodríguez” y mi interés por el pensamiento de Lanza del Vasto

En esa cita el periodista me recuerda como al “pacifista Fabián Rodríguez” y mi interés por el pensamiento de Lanza del Vasto, que fue quien introdujo en la cultura occidental no solamente la doctrina gandhiana de la no-violencia, sino muchas otros testimonios significativos de que en un ambiente impregnado del concepto de lucha de clases, podía haber otras clases de lucha que eran desestimadas, cuando no directamente vilipendiadas.

Pues bien; me veo en la necesidad de matizar algo las cosas porque en realidad nunca me he considerado “pacifista”, aunque comprenda el reduccionismo a que en ocasiones nos vemos abocados en nuestros intentos de comunicación. Eso traté de dejarlo meridianamente claro en mi libro A tientas y a locas (Editorial EGA, Bilbao, 1988), con un resultado completamente infructuoso. El pacifismo es doctrina, tendencia, impulso, a la neutralización del belicismo al que la humanidad se ve impulsada quizás por las nunca derogadas pulsiones del paleocórtex, nuestro cerebro de reptil, que tantas veces tapa las efusiones del neocórtex con su habilitación para el habla, la palabra, la piedad, la capacidad de empatía con el dolor ajeno y todo ese largo etcétera de posibilidades que tenemos los humanos y que tantos de nuestros congéneres se emperran en pervertir para volver a la cueva tribal de la que salimos y a la que nunca deberíamos querer volver.

Pero en la tierra de nuestros pecados y amores, este País Vasco proteico (como todos los demás), lo que ha habido no ha sido una guerra, ni siquiera como la incivil española

Los pacifistas aparecen durante las guerras. Nunca sin razones, unas veces ingenuas, otras muy poderosas, pero siempre en las contiendas bélicas, para tratar de limitar sus aterradoras consecuencias, entre otras la de despojar de humanidad a los combatientes. Pero en la tierra de nuestros pecados y amores, este País Vasco proteico (como todos los demás), lo que ha habido no ha sido una guerra, ni siquiera como la incivil española. No han existido dos bandos enemigos al modo irlandés, paralelismo falaz que tantas veces se nos ha querido mostrar, incluso bien recientemente con la presencia de Gerry Adams en el guiñol últimamente montado en Cambo-les-Bains, en ese otro lado que el condicionamiento nacionalista impide a algunas bellas almas llamar como lo que es, Francia.

Lo que yo intenté hacer, en aquellos remotos tiempos y ante la visión de la degradación moral de la que muchos estábamos siendo testigos tan cercanos (hay que confesar que éramos una minoría… iba a escribir “significativa”, pero no; más bien insignificante), fue la labor no de un “pacifista”, sino la de un “satyagrahi”, ese término inventado por Gandhi, ante la imprecisión del de “no-violencia”, tan fácilmente malinterpretado.

La mentira de entonces ha sido el polvo de los farsantes lodos de ahora mismo con los que se embadurnan con fingidas pinturas de paz

¿Y qué es, en definitiva, la “Satyagraha”, su nítido significado? Pues lo que la propia palabra expresa, en sánscrito: “firme/obstinada adhesión a la verdad”. Porque la mentira de entonces ha sido el polvo de los farsantes lodos de ahora mismo con los que se embadurnan con fingidas pinturas de paz lo que no ha sido más que el camuflaje de tanta sangre derramada en honor al Moloch vascopiteco de un delirio criminal y totalitario que de ningún modo ha desaparecido sino que continúa, parafraseando a Clausewitz, “por otros medios”. La sangrienta escalera de crímenes quiere ser embellecida repintando sus podridos escalones para que parezca que ha sido otra cosa, sin que la carcoma que los ha corroído haya renunciado a seguir alimentándose parasitariamente para nutrir su naturaleza, la de siempre.

En el artículo que comento se menciona esa “no-violencia” como cosa de extraterrestres, pero no de manera sarcástica, sino con un punto de cierto afecto. No tengo más remedio que darle la razón al articulista. La no-violencia siempre se ha expresado a través de acciones y nunca ha sido pasiva. Nombres como los de Albert Luthuli, Martin Luther King, Lanza del Vasto, César Chávez, Louis Lecoin, Marco Panella, Gonzalo Arias, entre otros, atestiguan acciones a favor de la verdad y de la justicia, renunciando deliberadamente a aumentar el caudal de males que están en el panorama y contra los que se luchan. Mi intento fue por ese camino, con mi libro antes citado (que tenía como subtítulo: “Devaneos con un fondo no-violento”), con mi humilde y artesanal revistilla “Tercer Planeta [Cuadernos para una alternativa no-violenta]”, Cartas al director, polémicas en prensa, en radio, en actos públicos… y, efectivamente, aquello fue una “marcianada” propia de mi juventud de entonces, de mi ingenuidad y del poco conocimiento que tenía del poder de las masas, del sansculottisme que posteriormente he ido aprendiendo por mi profundo interés en el estudio de la Revolución Francesa, aquellos “años de luz y años terribles” que cambiaron la historia y que, entre otras cosas, dieron lugar a la división de “izquierdas” y “derechas” con la que seguimos entreteniendo nuestros momentos de ocio.

Nunca tal fracaso me apartó ni un ápice de la consideración de la verdad como arma de libertad y justicia

Aquel intento mío tuvo el “éxito” de todos conocido… pero nunca tal fracaso me apartó ni un ápice de la consideración de la verdad como arma de libertad y justicia, mantenida contra viento y marea, ahora mismo, por voces tan moralmente autorizadas como las de Maite Pagazaurtundúa, Fernando Savater, Consuelo Ordóñez, Raúl Guerra Garrido (¡qué gigantesca lección de ética su breve e inmortal novela La carta!) y tantas otras que no menciono (y les pido perdón por ello) por no hacer exhaustivo este artículo, que nunca han transigido con esos “poblados Potemkin” con los que todavía se pretende enmascarar con su mentirosa tramoya la realidad de una sociedad envilecida, la nuestra, que ha preferido casi descoyuntarse la nuca de tanto mirar para otro lado.

Para resumir, en nuestro ámbito hay algunas voces que puede decirse que confluyen, por pertenencia o empatía, con COVITE, en donde está representado el verdadero espíritu de la Satyagraha y no esos falsarios “Artesanos de Paz”, que también nos han robado hasta ese nombre con el que in illo tempore algunos dimos aquellos primeros y torpes pasos, los primeros como reacción cívica, sin nada de heroísmo, con el miedo metido en el alma y con mucha vergüenza por sabernos congéneres de quienes cometían tantas atrocidades en nombre del Pueblo, ese (también) último refugio de los canallas.

Nos quedan cosas por ver, cosas por las que seguir luchando, cosas para no ceder ni un milímetro ante el avance de las “verdades” goebbelsianas que se nos quieren imponer

Ciertamente, la realidad de nuestra sociedad ha mejorado algo su aspecto ante la ausencia de crímenes programados y ejecutados con tanta vesania. Pero en lo tocante a mentiras, a la cosmética sobre la infamia, al panorama de nuestro Retablo de las Maravillas… ahí sí que nos quedan cosas por ver, cosas por las que seguir luchando, cosas para no ceder ni un milímetro ante el avance de las “verdades” goebbelsianas que se nos quieren imponer. Hasta el último aliento porque, como colofón a todo lo que quiero expresar, cito a aquél luminoso filósofo siciliano, Lanza del Vasto, de imborrable memoria: «La inteligencia está hecha para la verdad, como los ojos para la luz».

Nos quedan, aún, muchas madrugadas de resistencia. De ninguna manera ha estallado la paz, pero sí siguen restallando las afrentas. Qué tenebrosamente claro está el panorama.