Cambio Global - Alfonso Sopena

Sorprenden por rotundas las afirmaciones que ha hecho recientemente la nueva Presidenta de la Comisión Internacional de Climatología de la Organización Meteorológica Mundial (OMM): “Para mitad de siglo, las condiciones típicas de Marruecos serán las que dominen en Sevilla y las actuales de Sevilla serán las que caractericen el noreste de la Península, por ejemplo, Cataluña”.

Dado el estado actual de los conocimientos sobre este tema, nadie debería hacer una aseveración tan categórica. Los responsables al frente de organizaciones internacionales de este tipo deberían ser más cuidadosos con sus declaraciones. La Ciencia ni puede, ni debe hacer este tipo de afirmaciones. De hecho, el protocolo del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su acrónimo en inglés), no lo permitiría en ninguno de sus informes. La credibilidad de las conclusiones de los miles de científicos que se ocupan de este grave problema está en juego y este tipo de manifestaciones puede provocar reacciones contrarias a las esperadas, aumentando el escepticismo social y favoreciendo los intereses de los sectores económicos más enfrentados a las políticas medioambientales de adaptación y mitigación del impacto del Cambio Global.

Aunque con mucha frecuencia se publican en las revistas especializadas nuevas y mayores evidencias científicas de que las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero provocan cambios en la atmósfera que alteran el clima terrestre, aún hay importantes sectores de la población que se muestran escépticos ante tales descubrimientos. Y lo que es más preocupante, el actual Presidente de los Estados Unidos de América, uno de los países más contaminantes del mundo, ha dado un vuelco total a las políticas medioambientales y energéticas del anterior presidente Obama, orientadas a paliar los efectos del llamado Cambio Climático.

En las últimas semanas, también pueden escucharse diversos comentarios jocosos sobre el aumento de la temperatura de la Tierra y las sequias. En particular, debido a las olas de frío intenso que se han producido en algunos lugares del Planeta, los incrédulos concluyen que no existe calentamiento y que son simples “avatares de la variabilidad climática” que siempre se han producido a lo largo de la historia de la Tierra. Toda esta algarabía es consecuencia del oportunismo de algunos y, sobre todo, de la gran dificultad que tiene la Ciencia para obtener conclusiones razonables acerca de lo que en realidad está sucediendo en el Sistema Tierra como consecuencia de la actividad humana.

La evidencia científica indica que las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero, sobre todo las emisiones procedentes del uso de combustibles fósiles, están provocando cambios importantes que alteran el clima terrestre. Pero el problema es determinar hasta qué punto, cómo y cuándo, este tipo de cambios serán irreversibles

En primer lugar, hay que insistir en que, aunque incluso la ONU titula “Conferencia sobre el Cambio Climático” las reuniones que periódicamente se celebran para tratar este tema, en realidad, debe hablarse de Cambio Global, un complejo problema que supone un desafío de dimensiones colosales para la humanidad. El Cambio Global se puede definir como el impacto de la actividad humana sobre los procesos fundamentales que regulan el funcionamiento del sistema Tierra. Es decir, como las señales negativas que recibimos de forma constante, sobre sectores clave como ecosistemas, biodiversidad, agricultura, abastecimiento de agua y salud humana en la mayor parte de las regiones del planeta. No deben olvidarse los graves problemas de sanidad ambiental y polución que padecen muchas ciudades y, por tanto, millones y millones de ciudadanos de todo el mundo. La evidencia científica indica que las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero, sobre todo las emisiones procedentes del uso de combustibles fósiles, están provocando cambios importantes que alteran el clima terrestre. Pero el problema es determinar hasta qué punto, cómo y cuándo, este tipo de cambios serán irreversibles. Para ilustrar la dificultad de obtener conclusiones válidas y definitivas, pueden analizarse dos ejemplos: uno reciente como las olas de frío extremo y otro pretérito, como lo sucedido en la Península Ibérica durante la llamada Pequeña Edad del Hielo.

¿Qué es una ola de frío?

Existe una diferencia sustancial entre la realidad y la percepción social de un determinado fenómeno. Eventos poco probables pero sensacionales se perciben como más peligrosos que otros más frecuentes, desastrosos o pocos conocidos. Con independencia de la percepción social, para hablar de ola de frío, deben fijarse unos límites que permitan definir con precisión esta anomalía meteorológica, establecer comparaciones con otros lugares del planeta y determinar cuándo un periodo de bajas temperaturas con sus fenómenos asociados es una verdadera ola de frío. Aunque no existe una definición precisa, en España, la Agencia Estatal de Meteorología establece tres factores que hay que especificar para la calificación de una ola de frío: las temperaturas registradas, la duración en el tiempo y la extensión del territorio afectado.

Según esta Agencia, desde 1975, se han producido las siguientes olas de frío extremo: la registrada entre los días 8 y 18 de febrero de 1983 que afectó a 44 provincias, con una temperatura mínima de -6,6ºC, la producida entre los días 4 y 17 de enero de 1985 con 45 provincias afectadas y una temperatura mínima de -7,2 ºC y la tercera, entre los días 13 y 29 de diciembre de 2001 que afectó a 32 provincias con -8,4 ºC. Otras olas de frío anteriores, aunque peor definidas son, por ejemplo, la de enero de 1945 con -21,2ºC de temperatura mínima en Daroca (Zaragoza), la de febrero de 1956 con -24,3ºC en Candanchú (Aragón), o la de 1971 con -24,6ºC en Reinosa (Cantabria). Con estos datos, ¿podría decirse que como la tendencia de las temperaturas de las olas de frío desde 1945 es ascendente, España se calienta? Nadie en su sano juicio se atrevería a afirmar semejante majadería ante un periodo de análisis tan corto. Y este es, precisamente, uno de los grandes problemas de cualquier afirmación científica rigurosa sobre el Cambio Global: la falta de series de datos fiables para periodos mucho más amplios que los decadales o centenarios.

La Pequeña Edad del Hielo

En un interesante estudio de reciente publicación sobre lo sucedido en los sistemas montañosos de la Península Ibérica durante la llamada Pequeña Edad del Hielo (un periodo comprendido entre los años 1300 y 1850, aproximadamente), se concluye que en muchos entornos montañosos aumentaron los fenómenos catastróficos como avalanchas o desaparición de bosques y se produjeron cambios sustanciales en las prácticas agrícolas. Sin duda, la acción antrópica durante este largo periodo de tiempo fue mínima con respecto al Cambio Global. Aunque con variaciones sustanciales, la temperatura media fue solo 2ºC menor que la actual, aunque se produjeron intensas olas de frío extremo. El especial interés de este periodo se centra en que se conoce como uno de los más fríos de los últimos 10.000 años en todo el mundo y que su tramo final se solapa, en parte, con el inicio de la llamada Primera Revolución Industrial. El clima más frío de la Pequeña Edad del Hielo estuvo acompañado de sequias severas, inundaciones catastróficas y olas de frío, pero también de calor, con importantes variaciones espacio-temporales que afectaron seriamente a la población de muchas partes de la Tierra durante todos esos años.

Por tanto, no es necesario remontarse a “tiempos geológicos” para encontrar periodos de alta variabilidad climática atribuibles a causas externas, como variaciones en la irradiación solar o erupciones volcánicas. De ahí la gran dificultad del análisis del Cambio Global: determinar las causas.

Sin embargo, hay hechos significativos comprobados que, publicados recientemente, aumentan la preocupación y parecen incontrovertibles. Por ejemplo, que la circulación meridiana del océano Atlántico, fenómeno por el que se conoce la redistribución de calor del sur al norte y que controla de forma sustancial el clima, de acuerdo con una investigación internacional que acaba de publicarse en la prestigiosa revista Nature, ha disminuido un 15% desde la última mitad del siglo XX. Asimismo, otro estudio europeo avalado por más de 40 científicos sobre la evolución de las temperaturas veraniegas desde la época romana (138 a.C) concluye que, aunque el siglo I y quizá también el siglo X pueden haber sido incluso ligeramente más cálidos que el siglo XX, los veranos recientes han sido inusualmente calurosos. Además, no han detectado otros períodos de 30 años anteriores al último siglo que superen la temperatura media europea de verano de las últimas tres décadas (1986-2015).

Todos los datos, incluidos los más recientes, indican que la acción antrópica está siendo decisiva en el Cambio Global, pero se debe tener mucho cuidado para no aventurar hipótesis basadas en percepciones coyunturales que nada tienen que ver con la realidad científica.

 

Para saber más:
The Little Ice Age in Iberian mountains. Earth Science Rewiews. 177 (2008) 175-208.
European summer temperatures since Roman times. Environmental ResearchLetters.11 (2016) 024001.