Un vistazo al apocalipsis que requiere una breve presentación: la Posidonia Oceanica es una planta acuática, endémica del mar Mediterráneo, es decir, que no se encuentra de forma natural en ningún otro lugar, que, con cada vez mayor frecuencia, aparece en los titulares de prensa y en telediarios con epítetos rimbombantes, como “el pulmón del mediterráneo”, la “gran depuradora natural” o “especie superdotada”. De su existencia en cantidad suficiente dependen otras especies; incluso la misma existencia de algunas playas y arenales dependen de los arrecifes que forma esta planta, y su capacidad para ayudar a su formación y protección.
Su presencia en cantidad suficiente no está ni mucho menos garantizada y sufre un retroceso evidente para quienes se dedican al estudio de la vida marina
Pese a todo, su presencia en cantidad suficiente no está ni mucho menos garantizada y sufre un retroceso evidente para quienes se dedican al estudio de la vida marina. La necesidad de protección de la especie salta a los medios con una enorme frecuencia desde hace cinco años y propuestas como la creación de un parque nacional en el Canal de Mallorca y la ampliación del de Cabrera que entre sus objetivos tienen el de la protección de la posidonia, se discuten a diario. Por supuesto, ningún sector económico queda al margen: la transparencia de las aguas mediterráneas y su apariencia paradisíaca debe mucho a las praderas de Posidonia; la reproducción y subsistencia de muchas especies de pesca se verían comprometidas con su desaparición.
Sin embargo, la mayor amenaza no depende de la sobreexplotación, de la pesca de arrastre, del fondeo de embarcaciones o la presión turística. En un artículo publicado en julio de 2018 en Global Change Biology, Rosa Chefaoui, Ester Serrão -Universidad de Algarve- y Carlos Duarte -en la actualidad en la King Abdullah University of Science and Technology, de Arabia Saudí,- encuentran que “el calentamiento del Mediterráneo puede conducir a la extinción de la Posidonia Oceanica, un problema de la máxima importancia”. Si los datos que resultan de la aplicación de los modelos aciertan, la población sufrirá una pérdida del 75% hacia 2050; eso significa que dejará de ser funcional. No sólo no cumplirá su función, sino que perderá su hábitat y su diversidad genética, reduciéndose a unas pocas poblaciones dispersas en 2100.
Cuando, como parte de su trabajo de investigación, R. Chefaoui introdujo los datos en el programa informático que implementa el modelo, la primera reacción fue de sorpresa, seguida de preocupación una vez que confirmó los resultados: “Carlos Duarte y Ester Serrão llevan años estudiando la estructura genética y el efecto del cambio climático sobre estas especie, pero nadie esperaba un deterioro del hábitat tan rápido”. Ningún investigador puede evitar sentir excitación cuando se topa con un hallazgo de importancia en su campo, pero en este caso, además, se trata de uno que tiene consecuencias poco deseables: “Además de que las praderas disipan la energía de las olas y protegen las costas de erosión, las macrófitas marinas mejoran la calidad del agua, pues producen la decantación de partículas en suspensión y las aguas son más cristalinas. Además del efecto beneficioso para otras especies, estas aguas resultan más atractivas y atraen turismo, lo que beneficia a poblaciones locales.”
Debido al aumento de temperatura del agua del Mediterráneo de hasta 3,4 grados en verano “a la especie no le quedan más opciones que adaptarse”
Que el cambio climático tiene base antropogénica, y que la conservación y defensa del fondo marino es una prioridad, es algo que nadie en la comunidad científica pone en duda. El mismo Carlos Duarte así lo afirmaba en una nota del CSIC sobre un artículo de Nature Climate Change de 2012, donde la posibilidad de la desaparición de esta planta marina hasta en un 90% a mediados del siglo XXI ya se contemplaba. Debido al aumento de temperatura del agua del Mediterráneo de hasta 3,4 grados en verano “a la especie no le quedan más opciones que adaptarse”, lo cual, apunta, “es poco probable considerando sus bajas tasas de reproducción sexual y mutación”, o bien “disminuir drásticamente hasta casi extinguirse”. En ese estudio se proponían soluciones, como un rápido acuerdo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
A falta de dicho acuerdo, la situación es en este momento menos optimista. Para empezar, ya no nos encontramos en el mejor o más optimista de los escenarios. “Tendrían que implementarse medidas para reducir las emisiones de CO2, y además, proteger las praderas de otros factores negativos como: la contaminación, el fondeo o construcciones costeras, etc. Hay que tener en cuenta que la recuperación de Posidonia es un proceso lento debido a que su tasa de crecimiento también lo es en comparación con Cymodocea, por ejemplo” dice Chefaoui. Esta última especie, Cymodocea Nodosa es la que sustituiría es gran medida a la Posidonia en el Mediterráneo, y según este último artículo sabemos dónde y cuándo.
La desaparición de esta especie podría acelerar el mismo cambio climático que provoca su retroceso
El problema no acaba aquí. La desaparición de esta especie podría acelerar el mismo cambio climático que provoca su retroceso: “Estas especies, como cualquier planta terrestre, producen oxígeno a la atmósfera y captan CO2; Posidonia Oceanica acumula en su biomasa una importante cantidad de carbono, (blue carbon) secuestrado de la atmósfera y el océano;” señala la autora principal del estudio; “su desaparición conlleva la liberación de importantes cantidades de carbono almacenadas durante miles de años y junto a otros factores ayudar al incremento del calentamiento global”.
Por supuesto la desaparición de esta especie es un reto más y un problema añadido a los derivados del cambio climático en el futuro, aunque por sí sola no significa el fin del mundo ni de la vida en el Mediterráneo. Nuevas especies tomarán el espacio dejado por las que desaparecerán; la vida marina se adaptará a las nuevas condiciones, como lo hará la economía y las poblaciones humanas. Lo cierto es que no se trata de un reto para el futuro, ni siquiera para el futuro inmediato: probablemente ya sea tarde para implementar medidas que impidan la desaparición de las praderas, pese a los esfuerzos de gobiernos locales y autonómicos, limitados en su alcance. Sí es un aviso de lo que está ocurriendo y de la necesidad de tomar medidas, o el apocalipsis puede revelarse -es lo que significa esa palabra, al fin y al cabo- como un mundo que ya no reconocemos ni sabemos cómo hacer habitable.