Violencia de genero - Andres Herzog

Violencia “estructural”: ¿contra quién?

Un día como hoy, hace unos años, me desperté con un aviso en el contestador del teléfono. Tenía que personarme con la mayor brevedad posible en la comisaría de la Policía Nacional de Arganzuela (Madrid), pues una persona muy cercana a mí (cuya identidad prefiero reservarme, le llamaremos José K.) me había designado como abogado. Cuando llegué a la comisaría me permitieron entrevistarme con él brevemente antes de prestar declaración en calidad de imputado. José había tenido una discusión con su mujer la noche anterior. Por aquel entonces las discusiones entre ambos eran, desgraciadamente, bastante habituales, pero aquel día fue algo mayor de lo habitual, a lo que su unió una rabieta de su hija menor, de poco más de 4 años, que dio lugar a una de esas tormentas perfectas del ámbito familiar. Nada, en todo caso, muy distinto o excepcional a lo que puede ocurrir en muchas familias en momentos de cierta tensión. Excepto por una cosa. En medio de la bronca familiar llamó la suegra de José a su hija y, sin haber presenciado lo sucedido, decidió sobre la marcha ponerse en contacto con la policía denunciando que José estaba maltratando a su mujer y a la menor.

Rondando casi media noche se personaron dos policías en la vivienda de la familia. El momento de crisis domestica había pasado, todo estaba en perfecto orden, la niña bañada y cenada. A pesar de que no había indicio alguno de la existencia de violencia de ningún tipo a José le hicieron vestirse con lo primero que encontró y se lo llevaron detenido.

Pasó la noche en el calabozo. A la mañana siguiente prestó declaración en la propia comisaría. Se le acusaba de maltrato a su mujer e hija, físico y psicológico, pero realmente no había ningún hecho concreto del que pudiera defenderse. No había tampoco lesiones documentadas ni daños materiales en la vivienda que permitieran sospechar de algún tipo de episodio de violencia. Relató su versión de los hechos ante los agentes instructores del atestado, bajo mi asistencia como abogado. Pero para mi sorpresa (no estoy habituado a este tipo de actuaciones penales) no fue puesto en libertad, pues seguía detenido hasta la celebración de un juicio rápido por violencia de género, ante un juzgado especial de violencia contra la mujer.

Como la detención había sido por la noche del día anterior no era posible celebrar el juicio ese día, así que José fue enviado a un centro especial de detención en las afueras de Madrid. Segunda noche bajo rejas, sin saber muy bien de qué se le acusaba. El incidente fue entre semana, por lo que tuvo que llamar a su empresa, inventarse una enfermedad, rezar para que nadie se enterada… Sin un solo indicio de la comisión de ningún delito.

Tras dos noches seguidas en el calabozo, con la misma ropa, sin haberse podido asear y trasladado esposado, compareció por fin en el juicio rápido del que estaba acusado, en el que le volví a asistir como abogado, donde su mujer (a la que conozco desde hace años) aprovechó para indicar que el maltrato había sido continuado, haciendo referencia a unas patadas que le había supuestamente propinado un año antes, pero sin aportar prueba alguna de tales acusaciones que no se había atrevido a denunciar antes por miedo, según refirió.

Lo primero que le aconsejó fue salir inmediatamente del domicilio conyugal y no coincidir jamás con su mujer si no era en presencia de otros testigos, pues se arriesgaba a denuncias similares

Tras ese episodio, José se puso en manos de una abogada especializada en este tipo de asuntos. Lo primero que le aconsejó fue salir inmediatamente del domicilio conyugal y no coincidir jamás con su mujer si no era en presencia de otros testigos, pues se arriesgaba a denuncias similares. No volvió a poner un pie en su casa. No pudo siquiera llevarse sus cosas por miedo a estar a solas con su mujer de nuevo. Lo segundo que le recomendó su abogada fue seguir pagando el alquiler de la vivienda, lo cual hizo a rajatabla, así como los restantes gastos de esta (luz, agua, calefacción…etc.) y de la menor (colegio, libros, manutención…etc.). Sin poder verla durante casi un año, el tiempo que tardó en conseguir unas medidas provisionales. Su divorcio lo llevo un juzgado de violencia contra la mujer. Desde entonces y hasta la sentencia definitiva pudo ver a su hija, a la que adora, un fin de semana de cada dos, pero siguió pagando el alquiler de la que fue su vivienda y todos los gastos, inclusive los del comedor del colegio, aunque su madre no tenía trabajo y podía haberse ocupado de ello para aligerar algo la cuenta que pagaba cada mes, a la que como es lógico se sumaban los gastos de su nuevo alojamiento, también en alquiler.

¿Y cómo acabó la historia?, se preguntará alguno.

Un motivo de esperanza: a pesar de todo la Justicia funciona

En primer lugar, el juzgado de violencia contra la mujer terminó archivando la denuncia por violencia de género, tras la práctica de las distintas diligencias de investigación, pues efectivamente no existía ni un solo indicio delictivo. En el proceso de divorcio se acordó la práctica de una prueba pericial psicosocial de la unidad familiar, incluida su hija de pocos años, a la que José tuvo también que someterse. Tiempo y más tiempo, permisos laborales, explicaciones de todo tipo… Finalmente, ese mismo juzgado de violencia contra la mujer, acabó concediéndole a José la custodia compartida de la menor. Si, la custodia compartida, pues no sólo José no ha sido nunca un maltratador, sino que es “un buen padre de familia”, ese concepto jurídico que suena tan antiguo.

Como dijo Churchill la democracia es el sistema político en el cual, cuando alguien llama a tu puerta de madrugada, se sabe que es el lechero. Pues bien, hoy en España pueden llamar a tu puerta de madrugada y llevarte detenido, legalmente, sin el más mínimo indicio de la comisión de un delito. Y si luego resulta que la denuncia era falsa nadie te prestará el más mínimo reconocimiento, apoyo o compensación. Es más, tendrás que oír que tales casos no existen.

Algo no funciona en un sistema que permite que una persona tenga que salir esposado de casa para no volver, pasar dos noches en la cárcel, perder la posibilidad de ver a su hija de corta edad durante meses y ver su caso enjuiciado por un juzgado de violencia contra la mujer sin el más mínimo indicio de la comisión de un acto de violencia de género.

Pero a pesar de todo eso, los jueces (en su mayor parte juezas) no han perdido aún la cabeza y siguen empeñados (la mayor parte de ellos) en hacer Justicia, a pesar de las nefastas leyes, cada vez peores, que los legisladores paren en este país. Leyes, muchas veces sectarias, técnicamente muy pobres, y repletas de ideología barata.

Yo no creo a nadie sin pruebas: falacias, mentiras y estadísticas

La denuncia de violencia de género que he relatado (un simple caso, pero creo que bastante representativo) fue a todas luces falsa, una invención de principio a fin o una exageración tan enorme que no tenía nada de veraz. Pero el caso de José no integra las estadísticas del famoso 0,000001 % de denuncias falsas, pues nadie persiguió a su mujer por ese presunto delito, para empezar porque tampoco había pruebas de su falsedad. Una cosa es tener el pleno convencimiento de la falsedad de una denuncia de este tipo y otra cosa es poder probarlo, lo cual es tremendamente complicado, pues quien denuncia falsamente se preocupa muy mucho de hacerlo sobre hechos no presenciados por posibles testigos o de no dejarlo por escrito o grabado. Decir que esa es la estadística real de denuncias falsas es una falacia tan grande como afirmar que, si sólo 15 por cada 100 denuncias de violencia de género acaban en condena, es que los 85 restantes son falsas. Obviamente, tampoco, pues una cosa es sufrir una agresión de este tipo y otra poder probarlo, por lo que no cabe descartar que denuncias reales puedan acabar también sin condena. Gracias a Dios todavía rige en nuestro sistema la presunción de inocencia, ese principio que a algunos parece estorbar, pues añoran la vuelta al viejo sistema inquisitorial en que alguien podía ser condenado por la mera palabra de alguien.

Pero incluso en los casos flagrantes tampoco se suelen perseguir por la fiscalía este tipo de delitos, lo cual puede darnos una idea de para qué sirve esa cifra que tan a menudo se esgrime

Pero incluso en los casos flagrantes tampoco se suelen perseguir por la fiscalía este tipo de delitos, lo cual puede darnos una idea de para qué sirve esa cifra que tan a menudo se esgrime, para ocultar la realidad del problema. Una realidad que desgraciadamente no es excepcional, pues todos sabemos que las rupturas de pareja sacan a menudo lo peor de todos (hombres y mujeres), con una pequeña diferencia: ellas pueden empezar el partido ganando por goleada. Si mantienes la cabeza fría y tienes suerte igual consigues remontar, como José, e intentar rehacer tu vida.

Una tesis sobre violencia de género que no va a gustar a nadie

Antes o después la verdad se abre siempre camino y es lo que está pasando estos últimos tiempos. Ya son muchos los casos que se van acumulando, ya es mucha gente la que ha sufrido este tipo de experiencias o incluso peores (imaginemos que además se le hubiera ocurrir acusar a José de abusos sexuales a su hija…), o conoce personas cercanas que han pasado por ese calvario. Seguir mirando para otro lado, como si no existiera este problema, no es una opción.

Aun así, mi tesis creo que no va a gustar a nadie. Ni a unos ni a otros. En esta España nuestra cada vez más sectaria, guerra-civilista, tan dada a ley del péndulo, a tirar siempre al niño a la basura junto con el agua sucia. Básicamente, consiste en lo siguiente:

  • Puedo aceptar la asimetría penal en los delitos de violencia contra la mujer, pues el hombre tiene una mayor fuerza física y, en muchos casos, económica, que genera situaciones de dependencia y que justifica un agravamiento de las penas. Con ello no creo que el principio de igualdad tenga que verse necesariamente conculcado (aunque el diablo está en los detalles como siempre), pues el mismo prohíbe hacer diferencias entre dos o más personas que se encuentren en una misma situación jurídica o en condiciones idénticas, lo cual creo que no es el caso.
  • Puedo también asumir que se extremen las medidas de seguridad en estos casos, hasta el punto de que, sin prácticamente pruebas o indicios, pueda detenerse a un presunto maltratador y juzgársele por un juzgado especializado (con tan estigmatizante nombre), pues nos encontramos antes unos especiales tipos delictivos en los que los posibles autores viven dentro de las casas de sus potenciales víctimas o guardan con ellos una relación de afectividad que hacen especialmente vulnerables a éstas últimas.
  • Lo que no puedo admitir es que sistemáticamente se nos trate a los ciudadanos (hombres y mujeres) como imbéciles o como locos, que se siga insistiendo en que las denuncias falsas son el 0,000001%, o lo que es lo mismo, negando la existencia de un problema, lo cual acaba provocando la ira de muchos y que cada vez más personas tengan ganas de acabar no sólo con esta injusticia, sino con toda la legislación y las medidas de protección contra la mujer. El feminismo (o más bien la parte mas sectaria y radicalizada de ese movimiento, que actualmente lo ha colonizado), debería ser el primero interesado en preocuparse por los abusos del sistema y perseguirlos decididamente, sin contemplaciones, pues nada hace más daño a una víctima real que una falsa denuncia. Cada asistente social, policía, fiscal o juez encargado de tramitar un caso ficticio está dejando de prestar la debida atención a uno verdadero. Cada caso inventado desprotege a las que lo necesitan y cada subvención o ayuda que recibe una mujer que no se lo merece está quitándosela a alguien necesitado, toda vez que los recursos son limitados.

El feminismo, las autoridades, los partidos políticos, la sociedad civil tienen (tenemos) una asignatura pendiente, que es reconocer la existencia de una disfunción del sistema, de abusos que hace mucho dejaron de ser puntuales o aislados. Una vez reconocido el problema veremos cómo lo mejoramos o lo solucionamos, si es que tiene solución.

Sólo así recuperarán su credibilidad y podrán convencernos de que la ideología de género no se ha convertido en un enorme negocio, en un nuevo chiringuito político para colocar amiguetes, en una palanca para conseguir el poder o en un instrumento para dar en la cabeza a la mitad de la población. Y podrán también convencernos de que, por encima de todo eso, de verdad les interesa acabar con la lacra de la violencia contra la mujer.