Habíamos comentado ya en la entrada “Políticos y Psicopatía” de El Asterisco, el daño que había generado el estereotipo de psicópata promovido por las series y películas americanas, al fomentar su identificación con personas brillantes, frías, controladoras y calculadoras, que deciden destinar su capacidad al servicio de sus propios intereses o del mal con mayúscula.
la relación entre psicopatía, inteligencia y locura es más compleja y genera polémicas ciertamente relevantes
Sin embargo, en la práctica clínica, la relación entre psicopatía, inteligencia y locura es más compleja y genera polémicas ciertamente relevantes, al ser su respuesta fundamental para saber lo que podemos esperar de un sujeto con tal diagnóstico y, por supuesto, de las posibles soluciones sociales a aplicar cuando nos encontremos con uno.
En el caso de la locura, los argumentos a favor de que los psicópatas tienen cierto grado de enajenación parten de la concepción de que tienen una configuración mental diferente que es la responsable de sus características (como su incapacidad para sentir empatía, su instrumentalización del prójimo, su propensión a la mentira, etc.), y, dado que su configuración mental es la que es, no se les puede hacer plenamente responsables de sus actos, dado que difícilmente podrían ser de otra manera. Esto conllevaría por tanto, entender la psicopatía como un aspecto atenuante de un hecho delictivo.
Sin embargo, en el otro polo (el más aceptado a nivel psicológico y jurídico), está la postura de quienes sostienen que los psicópatas tienen una capacidad intelectual suficiente como para entender el concepto de legalidad o ilegalidad de un hecho y, por tanto, de lo que socialmente es considerado como bueno o malo, o al menos, aceptable. Por lo tanto, al entenderlo, no tendrían alterada su capacidad volitiva, que es la capacidad o motivación para actuar de acuerdo con dicha norma.
Para entender el segundo binomio: locura-inteligencia, se puede aprovechar un viejo relato de moraleja psicológica. Este nos narra cómo una persona estaba fumando un cigarrillo asomado a la ventana de un psiquiátrico, cuando vio cómo la rueda delantera de un coche que pasaba por delante salía disparada cayendo en el estanque de la residencia. Al salir, el conductor, algo asustado aún por el accidente, se quedó pensativo pensando cómo solucionar la papeleta, y el observador le dijo: coja la rueda de repuesto, desatornille una de las cuatro sujeciones del resto de ruedas y con tres sujeciones podrá llegar a un taller de la ciudad, donde lo arreglarán. El conductor le preguntó si era un trabajador y le dio las gracias, pero el fumador le dijo que no, que era un interno. Así que ante la mirada incrédula del accidentado, el paciente respondió sonriente: es que yo estoy aquí encerrado por loco, no por tonto.
Y finalmente tenemos la tercera dicotomía, la que se establece entre psicopatía e inteligencia, para la cual debemos considerar el plano científico, que parece situar a los psicópatas en un grupo cuyos integrantes tendrían una inteligencia por debajo de la media poblacional (Sánchez, Kavish y Boutwell, 2019). Esto, lógicamente y como en cualquier generalización, no quiere decir que no puedan existir psicópatas brillantes que rocen la genialidad, pero sí muestra que, como grupo, su perfil dista mucho de la imagen cinematográfica.
La razón de por qué esto es así, se debe a que dentro del perfil del psicópata predomina el perfil impulsivo, el cual impele al sujeto a desarrollar conductas que lleven a la satisfacción inmediata de sus necesidades primarias o a la búsqueda de sensaciones especialmente intensas, todo ello sin pensar ni reflexionar sobre las consecuencias, ya sea por incapacidad o por desinterés.
Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez
No obstante, si algo resulta especialmente cautivador para un curioso patológico de la conducta humana es el hecho de comprobar que, en ocasiones, los marcos teóricos y los marcos experienciales de la vida diaria se funden con una precisión absoluta. Y es en esta vertiente donde las redes sociales han captado el tema, proporcionando un aforismo certero como es el principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”.
El 22 de marzo, debatía con un amigo sobre si, desde el punto de vista psicológico, se podía considerar que los comentarios y decisiones absolutamente incomprensibles que ciertos sujetos estaban tomando sobre la pandemia, podrían encajar dentro de patrones psicopáticos. Y poder, podrían, aunque también podrían ser fruto de la mera torpeza. Porque en este caso, lo que determina el hecho no es la conducta en sí, sino la propia intención, aspecto que un tercero solo puede inferir aunque sea en base a argumentos más que sostenibles.
Pero lo más importante de todo es que ambos aspectos no son incompatibles, o dicho de otro modo, que se puede ser psicópata y necio a la vez, aunque si algo se tuerce los dos actuarán proyectando externamente su responsabilidad y no asumiendo jamás su falta de acierto con autocrítica. Desviarán la culpa a otros: al heteropatriarcado, a la conspiración judeo-masónica, a la ultraderecha, a la ultraizquierda… o a los ultracuerpos, a quien sea.
Por tanto, ciertamente, no podemos saber si todo el desbarajuste, la torpeza y el maremagnum de situaciones absurdas existente fruto de las decisiones de nuestros políticos, se deben a su maldad, a su torpeza o a ambas. Malas opciones todas ellas, en todo caso.
Lo que sí podemos saber es que si los responsables de este desaguisado se han ido de vacaciones como si nada hubiera pasado, muestran una absoluta indiferencia, lo que no es justificable desde el plano moral y, cuando menos, generaría serias dudas sobre su capacidad intelectual.
*Sánchez, O., Kavish, N., & Boutwell, B. (2019). Untangling Intelligence, Psychopathy, Antisocial Personality Disorder, and Conduct Problems: A Meta‐analytic Review. European Journal of Personality, 33(5), 529-564. https://doi.org/10.1002/per.2207