Más allá de los nacionalismos periféricos, Ortega y Gasset manifestaba que la decadencia de España se caracterizaba por el auge de los particularismos. Ante la ausencia de un proyecto común de país, cada grupo “deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”. Así pues, el Poder Público acaba siendo un conjunto colmenar de grupos de poder que, dándose la espalda, se miran de reojo para mantener el statu quo del equilibrio de intereses particulares.
Este reparto del Poder Público entraña un equilibrio basado en pactos de no agresión cuya estabilidad recae en que cada cual dispone de su espacio con su cuota de recursos. Las cuotas de poder patrimonial, en el sentido más económico del término, constituyen las cuotas de influencia que sustentan este reparto del Poder Público.
Entonces, el sentido de lo Público pasa a ser recluido por el reclamo pertinaz del “qué hay de lo mío” y, en consecuencia, el éxito político en España dependerá de la capacidad que se muestre para garantizar este equilibrio incluso aunque en su totalidad sea insostenible económicamente en el medio o largo plazo.
En el noble arte de la Política se esperaría, como sucede en países europeos, que para hablar de lo que nos es común, la ciudadanía se organizara en partidos que elaborasen ideas y presentaran proyectos de país de forma que, en franco combate dialéctico, se lograra una visión de lo común de forma que el statu quo se viera forzado a evolucionar y progresar. Pero para ello, ineludiblemente se precisa la condición necesaria del combatiente.
Para Ortega y Gasset, quien ostenta la condición de combatiente comienza por creer que el enemigo existe, que tiene poder y, por lo tanto, entraña un peligro; en consecuencia, le merece un respeto. Por esa misma consideración, el luchador busca alianzas, se emplea a fondo en la persuasión y la dialéctica para reforzarse y hacer frente al enemigo en el combate. El combatiente, aun victorioso, se muestra siempre alerta porque es en la autoridad del combate donde comparece el derecho al Poder que ha conquistado.
La vieja política en España se caracteriza históricamente por evitar la condición del combatiente y seguir la del victorioso
No obstante, la vieja política en España se caracteriza históricamente por evitar la condición del combatiente y seguir la del victorioso. El triunfante no precisa estar alerta, ni preparado porque se sabe que sin luchar puede tomar posesión del espacio, del territorio y del Poder Público. La soberbia de la que hace gala quien ostenta la condición de victorioso rehúye la lucha porque solamente sirve vencer y ocupar patrimonialmente el Poder. Así pues se mostrará cobardemente agazapado hasta que pueda ocupar, sin combate, ni debate, el espacio deseado.
Esta condición es constante en nuestra Historia. Actualmente, se pone de manifiesto, por ejemplo, con un Mariano Rajoy, como candidato a la Presidencia, que no precisa plantar batalla dialéctica en debates para ganar las elecciones. Cada vez es más patente la poca preparación que se necesita para conquistar los espacios del Poder Público; desde la condición del victorioso los debates son innecesarios, una pérdida de tiempo y de energía. Una amable entrevista a un candidato parapetado tras un futbolín renta políticamente más votos que un debate. A su vez, el acceso de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno de España no fue por su capacidad para proponer un proyecto de país y combatir en su defensa; simplemente fue por ocupación victoriosa ante la autoinmolación del Partido Popular en la gestión de la crisis de los atentados del 11M. Así podríamos ir remontando y analizando nuestra Historia política.
Y es que cuando el statu quo se resquebraja por alguna grieta, rápidamente saltan las alarmas y avanzan los victoriosos que se abren paso para conquistar los espacios pasando por encima de los cadáveres de los enemigos que no han sido derrotados por sus manos.
La alternancia de los dos grandes partidos políticos en el Gobierno de España ha consistido en una secuencia de ocupaciones victoriosas de forma ordenada pero sin violentar el statu quo de los grupos de poder
La alternancia de los dos grandes partidos políticos en el Gobierno de España, a lo largo de más de tres décadas de democracia, ha consistido en una secuencia de ocupaciones victoriosas de forma ordenada pero sin violentar el statu quo de los grupos de poder que ven en su particularismo una forma de perpetuarse y conservar su posición. Uno de estos particularismos es el nacionalismo y el mencionado equilibrio se ponía en evidencia cuando Jordi Pujol en comparecencia ante el Parlament de Catalunya el 26 de Septiembre de 2014 hacía alusión a “si vas secant una branca, cau toca la branca i tots els nius que n’hi han” Las ramas y los nidos son una excelente imagen del entramado.
Por otra parte, no hay nada más progresista que las condiciones de cuna no determinen el uso de derechos y las obligaciones de un ciudadano. Por eso mismo, estos particularismos, que defienden privilegios y fueros y protegen con uñas y dientes sus condiciones de pertenencia y de cuna para el ejercicio diferencial de los derechos, son contrarios a cualquier idea de progreso que pueda poner patas arriba el equilibrio que tanto tiempo les ha costado forjar.
Por todo eso, lo más radical, revolucionario y ‘suicida’ en esta España de vieja política consistía en proponer mediante una opción política como UPyD una idea de país, un proyecto que rompiera de raíz con la inmovilidad del particularismo; que pusiera en evidencia la voracidad de los nacionalismos periféricos; que pusiera en jaque a los grupos de poder que velan por drenar los recursos públicos desde su ocupación patrimonial del poder; que creyera realmente en una España europea; que reclamara el funcionamiento de las instituciones para el país y no para los grupos particulares de turno; que promoviera de forma efectiva la regeneración de la vida pública y pusiera en evidencia la impunidad de los corruptos.
Para la regeneración política, existe una aplicación de ciertos conceptos de Economía que es bastante reveladora. Ante asimetrías de información, los mercados muestran graves ineficiencias por selección adversa: el mal producto desbanca al bueno, al contrario de lo que cabría esperar en un mercado bajo competencia perfecta. Ante este problema, la solución no consiste en blindar a quien puede ofrecer productos malos, tampoco que puedan evitar dar la cara u otorgarles algún tipo de privilegio por pertenecer a algún grupo de poder. Al contrario, la solución consiste en suplir las carencias de información con garantías postventa que disuadan la oferta de malos productos. Resulta curioso cómo algo tan evidente, los partidos de la vieja política lo han eludido sistemáticamente para el mercado político que sufre gran información asimétrica y donde el político corruptible y corrupto desplaza al honesto. Dar garantías y rendir cuentas en Política, así como eliminar el aforamiento, era algo impensable desde el particularismo por mucho que desde la ciencia económica y la decencia democrática se viera claro.
Llegados a este punto, quienes disfrutaban de un status de privilegio que les permitía su particularismo se vieron francamente amenazados pues su ejercicio legitimado, a la luz de la igualdad de todos los españoles, dejaba de serlo y les relegaba al papel de corruptos y delincuentes. Así desde Jordi Pujol que perdió su honorabilitat, hasta Rodrigo Rato y Miguel Blesa que han sido condenados, no son pocos los que han quedado en evidencia al romperse las paredes de su palacio de cristal. Para muestra, en 2012, todo un presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, el Sr. Carlos Dívar, se mostraba sorprendido porque se le denunciara por cargar sus viajes de lujo al CGPJ aludiendo que eran minucias. Y así lo viven y sienten dentro de sus privilegiados cascarones.
Un partido en el que comparece la condición y convicción del combatiente es un enemigo al que corresponde desactivar adentrándose en su campamento con nocturnidad y alevosía para robarle las armas y el discurso; y dárselo a otro grupo dócil que lo sustituya y garantice, a la postre, el statu quo
Un partido radical como UPyD amenazaba el statu quo, así que resolvieron la necesidad imperiosa de estrangular su voz, su mensaje. Pero un partido en el que comparece la condición y convicción del combatiente y no la complacencia del victorioso no resulta sencillo de aniquilar. Evidentemente no puede ser mediante el combate. Es un enemigo al que corresponde desactivar adentrándose en su campamento con nocturnidad y alevosía para robarle las armas y el discurso; y dárselo a otro grupo dócil que lo sustituya y garantice, a la postre, el statu quo y los enjuagues que se precisen de los diferentes particularismos, nacionalismos y grupos de poder. Y así fue que tras la fallida negociación trampa de Ciudadanos con UPyD, un Albert Rivera sin prácticamente partido ni intención de voto pero con el beneplácito del amenazado statu quo respondía que iba a presentarse con el partido de Rosa Díez. Sencillamente, anunciaba su condición de victorioso ansioso por invadir un espacio sin combatir, sin debatir y sin proponer nada. Simplemente ocupar la tierra prometida.
Rivera no sólo ha ayudado a que se enquisten los particularismos cuyos grupos de poder aliviados sabrán recompensarle, sino que además ha prestado un nefasto servicio al progreso de este país empobreciéndole políticamente
Permítame un último símil económico. Para conseguir mayor calidad en el mercado, los vendedores deben esforzarse en ofrecer un mejor producto para alcanzar mayores ventas. Pero si en lugar de apostar por mejorar su oferta, un vendedor pretende conquistar cuota de mercado dinamitando la producción del otro, eliminará competencia y acabará vendiendo productos de baja calidad pues no tendrá incentivo en mejorarlos. Claramente, de esta actitud no sólo sale perjudicado el vendedor dinamitado, sino todo el mercado y toda la sociedad. Así pues, Rivera no sólo ha ayudado a que se enquisten los particularismos cuyos grupos de poder aliviados sabrán recompensarle, sino que además ha prestado un nefasto servicio al progreso de este país empobreciéndole políticamente.
Mucha visión tenía Ortega y Gasset cuando, hace casi cien años, escribía: “Vuélvase la vista a cualquiera de los movimientos políticos que se han disparado en estos años, y se verá como la táctica seguida en ellos revelará que surgieron no para pelear, sino, al contrario, por creer que tenían de antemano ganada la partida.” O simplemente en todo este tiempo avanzamos muy poco. En esta España invertebrada y gatopardiana todo cambia para que no cambie nada.