enemigos psicologicos

Los enemigos internos son siempre los más peligrosos porque suelen pasar desapercibidos e incluso pueden formar parte de nuestro círculo más cercano. En mi reciente libro La guerra cultural. Los enemigos internos de España y Occidente analizo los que considero más relevantes. En este artículo, sin embargo, me concentraré en analizar una dimensión que suele pasar más desapercibida: los enemigos psicológicos de las naciones. A nivel individual, tanto la psicología como las religiones han tratado de dar respuesta a qué elementos de nuestra psique (alma) y/o carácter funcionan como fuerzas perturbadoras o auto-saboteadoras de nuestro objetivo de lograr una personalidad sana, fuerte y equilibrada. Desde el budismo se habla de los cinco agregados mentales y el catolicismo refiere los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, envidia, ira, pereza, gula y lujuria. Por su parte, C.G. Jung dedicó un libro a los perfiles psicológicos, diferenciando entre sujetos introvertidos y extrovertidos, que a su vez se relacionarían de forma diversa con el pensar, el sentir, las sensaciones y la intuición.

los estudios sobre la influencia de la dimensión psicológica han sido más parcos, especialmente en nuestro país

Sin embargo, a nivel colectivo o político, los estudios sobre la influencia de la dimensión psicológica han sido más parcos, especialmente en nuestro país. Y eso que el propio Jung identificó claramente que igual que existía un inconsciente (colectivo) en el individuo, algo similar ocurría en las familias y naciones. La “Psicología política” abarcaría desde el estudio de los perfiles psicológicos más frecuentes en la política ―asunto sin duda relevante pero que desborda estas líneas― hasta la influencia y relación del carácter psicológico o la forma en que se han vivido diversos acontecimientos (biografía) con la elección de una u otra ideología y la selección de la información que se recibe. La sombra personal también se proyecta a nivel colectivo, lo que explicaría los límites del diálogo o que contra lo que a menudo, ingenuamente, se presume “hablando” no siempre se entiende la gente (ver lo que escribí  aquí). Y ello porque cuando se defiende un conjunto de ideas no siempre se hace en busca de un proyecto integrador superior, sino contra alguien y algo. De esta manera, proyectamos nuestra propia sombra, que nos negamos a asumir y reconocer, sobre los adversarios políticos o las ideas de los otros, pasando estos a convertirse en chivo expiatorio de nuestros propios problemas o tabla de salvación personal para evitar hacer auto-crítica o asumir la responsabilidad propia. Una suerte de síndrome del eterno adolescente pero a nivel colectivo.

Cabe identificar determinadas taras psicológicas predominantes en una sociedad dada que amenazan la convivencia o dificultan el funcionamiento eficaz y armonioso como grupo. De España se ha dicho, por ejemplo, que el vicio nacional era la “envidia”, uno de los siete pecados capitales, pero que en realidad puede elegirse cualquiera de los otro seis y veríamos como igualmente aparecen aquí o allá, si bien potencialmente con distinto grado. En este sentido, cabe recordar el célebre libro de Fernando Díaz-Plaja El español y los siete pecados capitales (donde destaca la soberbia) al que siguieron otros estudios dedicados a otras culturas como Shakespeare y los siete pecados capitales.

Por nuestra parte, tras algunos años de analizar los “verdaderos” hechos diferenciales de nuestro país, hemos logrado identificar tres enemigos psicológicos internos que nos singularizan como sociedad frente a otros países o naciones.

a) Una “ingenuidad” galopante. Se muestra especialmente en nuestra visión sobre cómo funciona el mundo y se construye (o destruye) la autoestima colectiva. Lord Palmerston (1784-1865) decía: “Inglaterra no tiene amigos permanentes, ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes”. Mientras, un autor como Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), al que no podemos acusar de separatista, señalaba: “Odio a España desde siempre. Me carga la patria”. ¿Por qué lo decía? España tiene enemigos externos e internos permanentes, pero ha olvidado cuáles son sus intereses generales permanentes que debe defender por encima de sus diferencias ideológicas. Esta actitud viene de lejos. Si podemos presumir de tener una de las literaturas más amplias y mejores del mundo (si no la más), se ha abusado incluso en las mejores novelas de la figura del anti-héroe. Mientras otros presumían y vendían por el mundo al Rey Arturo y Sir Lancelot, o al detective más inteligente y elegante del mundo (Sherlock Holmes y su inseparable distinguido doctor Watson), nosotros nos regodeábamos en el “ingenioso”, pero no menos ingenuo, hidalgo don Quijote y su fiel escudero, o en Max Estrella y don Latino. Existen tres tipos de países: los que escriben su propia Historia, los que aspiran a escribir su Historia y la de los demás, y los que dejan que su Historia la escriban otros. Este último subtipo parece ocuparlo en solitario un país.

b) Un sectarismo patológico. Todos de una manera u otra somos “hijos de Caín”, pero el cainismo como fenómeno sociológico alcanza sus mayores cotas de desarrollo en España. Entre varias versiones posibles de nuestra Historia elegimos siempre la que más daño nos hace y más nos divide, mientras nuestros adversarios y competidores externos se frotan las manos: “divide et impera”. Este sectarismo tan marcado exige una suerte de disonancia cognitiva: al dividir nuestro presente y pasado entre buenos-puros y malos-villanos necesariamente tenemos que construir la ficción de que los vicios que achacamos a unos españoles no les afectan a los otros, a pesar de que todos compartimos antepasados y raíces comunes al estar muy mezclados. Esta tendencia lleva al esperpento de que se derriben estatuas de Colón, como símbolo del “nada que celebrar”, en el País Vasco o Cataluña, cuando una parte importante de los “conquistadores” y evangelizadores fueron catalanes y sobre todo vascos (el mayor porcentaje junto a los extremeños), mientras paradójicamente algunos historiadores separatistas defienden que Colón era catalán. Aquí el sectarismo se convierte en esquizofrenia colectiva y si se junta con el rencor permanente deviene en paranoia e ira.

c) Un localismo (egoísmo) extremo. El localismo es otra forma de sectarismo pues tanto aquél como éste tratan de anteponer el interés y calificación de un determinado grupo (en este caso los nacionalistas) sobre el interés general o la valoración de los demás. En el caso español va unido a un egoísmo enfermizo pues son precisamente los territorios más ricos los que quieren independizarse del resto ―a diferencia por ejemplo del caso escocés― como vía para librarse de la carga de tener que ser solidarios con el bien común, aunque sea bajo la fórmula de cupo arteramente calculado. Este enfoque sectario-territorial se acompaña de otra perversión psicológica: la necesidad de sentirse superior al resto (supremacismo/racismo), de los que por tanto deben separarse para no quedar contaminados con sus oscuros vicios y pecados. Aquí el localismo enlaza también con la soberbia.

si algún ingenuo se pregunta todavía por qué el régimen republicano ha durado en España apenas siete años, juntando las dos Repúblicas

En este contexto, si algún ingenuo se pregunta todavía por qué el régimen republicano ha durado en España apenas siete años, juntando las dos Repúblicas, necesariamente en la respuesta deberá incluir, junto a las demás causas que estime correctas, estos dos factores a menudo infravalorados: que la mayor parte de los republicanos españoles han sido seguidores bien del modelo IKEA ―los que aspiran a crear la “República independiente de su casa”― o del “surepublicanismo”: una República en la que solo podrían aspirar a ser presidentes los de “su” bando o banda.

España es un país en el diván que necesita un profundo auto-análisis colectivo si no queremos quedar enquistados en un círculo vicioso de contradicciones que permanentemente se retroalimentan. Pero no olvidemos que el primer requisito para superar un trastorno psicológico (individual o colectivo) es reconocerlo y que si no lo hacemos, tarde o temprano la sombra (personal o colectiva) se volverá contra uno mismo.

Ensayista y escritor. Autor de “La Conjura contra España”, “La leyenda negra: Historia del odio contra España” y "La guerra cultural. Los enemigos internos de España y Occidente"