Los límites del diálogo - Alberto G. Ibáñez

Cuando España se enfrenta a la amenaza tal vez más seria de su Historia, que pone en riesgo su supervivencia, se oyen voces de aspirantes a líderes de opinión pública que aseguran que TODO se resuelve con el diálogo. Es más, si hemos llegado hasta este punto de ruptura sería culpa no de los separatistas (¡pobrecillos!) sino de no haberse sentado a dialogar con ellos. Estas voces son herederas del pensamiento débil (y algo ingenuo) que, a falta de valores claros, fija la atención por los “procedimientos participativos” como solución mágica para cualquier conflicto, olvidando que el “qué” y el “para qué” son condiciones tan importantes o más que el “cómo” para vivir en sociedad, donde los unos dependen de los otros.

Flaco favor haríamos al diálogo si lo convirtiéramos en un instrumento “mágico” y “único” para resolver conflictos o establecer las reglas del comportamiento social

“Hablando se entiende la gente”, ¿siempre?, ¿en todo caso?, ¿con cualquier interlocutor? Hablar con el que tiene ideas o posiciones distintas a las nuestras nos enriquece y resulta esencial en una sociedad compleja y plural. Cierto. Pero flaco favor haríamos al diálogo si lo convirtiéramos en un instrumento “mágico” y “único” para resolver conflictos o establecer las reglas del comportamiento social. Si eso fuera cierto no harían falta jueces, árbitros, ni leyes, ni el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Incluso dentro del proceso democrático (por ejemplo en el Parlamento) lo que predomina es el juego de las mayorías, por más que previamente se trate de llegar a un deseable consenso que no siempre resultará posible. En otras ocasiones aunque fuera posible la unanimidad, ello requerirá de una vaguedad o ambigüedad tal que sus conclusiones no serían aplicables o eficaces en la práctica. Esto lo vemos a menudo en el proceso decisorio de la UE o en el ámbito internacional.

Existen por otra parte tanto límites subjetivos (por ejemplo, no se puede ni debe dialogar con delincuentes, o bajo amenaza) como objetivos. De estos últimos, podemos mencionar al menos dos:

El diálogo no sirve para resolver conflictos de intereses contrapuestos donde lo que uno gana el otro lo pierde

  • el diálogo no sirve para resolver conflictos de intereses contrapuestos donde lo que uno gana el otro lo pierde. La catedrática de la Universidad Complutense Mª José Villaverde, en una recensión a un libro de Félix Ovejero Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo y republicanismo (publicada en versión acortada en Revista de Estudios Políticos, enero-marzo (2010), núm. 147, págs.. 181-213) “dialoga” con dicho autor sobre el caso de la construcción de un ascensor en un bloque de viviendas donde el vecino del quinto lo necesita de forma imperiosa para mover a su madre inválida mientras el vecino de la planta baja necesita el dinero para pagar la residencia de su madre enferma de Alzheimer que ya no puede cuidar en casa. Si la decisión debe tomarse por común acuerdo el conflicto solo podrá ser resuelto por un tercero y uno de los dos deberá salir perjudicado frente al otro. La teoría de juegos ha estudiado estos supuestos.

Tampoco funciona el diálogo con sujetos que sostienen concepciones del mundo o de la sociedad completamente antagónicas o contrapuestas

  • tampoco funciona el diálogo con sujetos que sostienen concepciones del mundo o de la sociedad completamente antagónicas o contrapuestas. Tomando el mismo ejemplo de la convivencia en una comunidad de propietarios, imaginemos un vecino que considera que tiene derecho a disfrutar de la música a volumen elevado o a organizar fiestas hasta altas horas de la madrugada porque en su casa puede hacer lo que quiera, mientras otros vecinos valoran que prevalece su derecho al sosiego y al descanso y que lo que cada uno hace en su casa tiene efectos sobre el resto. En estos casos, tendrá que ser normalmente un tercero el que resuelva en conflicto sobre todo si queremos evitar la escalada de violencia entre las partes en conflicto.

La concepción mágica del diálogo nos lleva a olvidar igualmente que no se puede dialogar sin tener claros los objetivos que se persiguen

La concepción mágica del diálogo nos lleva a olvidar igualmente que no se puede dialogar sin tener claros los objetivos que se persiguen. Por ejemplo, si el objetivo es asegurar el interés común, ello requerirá normalmente de sacrificios individuales. Es más, el concepto más habitual de virtud cívica, en sentido republicano, es precisamente la capacidad de sacrificar los intereses particulares en aras del interés común (cfr Gordon Wood, The Creation of American Republic 1776-1787, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1969, pág. 53). Si lo que queremos es construir sociedades muy plurales con distintas concepciones flotando en permanente conflicto (latente o imperfecto) no resuelto, la supervivencia del bien común requiere de valores compartidos. La propia literatura comunitarista nos alerta sobre esta cuestión.

Los mayores conflictos se suelen resolver mediante la aplicación de la ley/norma por un tercero, que suele ser un juez independiente

Por tanto, aunque los portavoces del pensamiento débil o ingenuo proclamen otra cosa, el diálogo ni resulta viable o legítimo siempre, ni es capaz de resolverlo todo por sí mismo, y no todos sus resultados son buenos “per se”. Los mayores conflictos (tanto nacionales como internacionales) se suelen resolver mediante la aplicación de la ley/norma por un tercero, que suele ser un juez independiente. La ley representa la voluntad de la mayoría, sin que resulte legítimo que la minoría trate de cambiar la ley ejerciendo la violencia (terrorismo nacional o internacional) o imponiendo su propia contra-ley al margen de la mayoría.

Si tomamos el siglo XX, los mayores conflictos culturales (nazismo/fascismo enfrentados al liberalismo/comunismo y la guerra fría comunismo-liberalismo) no acabaron mediante el diálogo sino por la victoria (militar o económico-política) de uno sobre el otro. Tampoco en España el terrorismo etarra acabó gracias a las constantes concesiones (vía “negociación” presupuestaria) o por contar con el régimen fiscal más favorable del mundo para una región, sino por la imposición firme de la ley, el acuerdo mantenido de las fuerzas políticas nacionales y la ilegalización de Batasuna.

El Estado español fue generoso y tuvo altura de miras, y a cambio solo ha recibido amenazas, chantajes y deslealtad

En el caso del separatismo catalán: ¿de qué tenemos que hablar?, de romper España (concepciones contrapuestas sobre cuál es el marco de convivencia); ¿para qué tenemos que hablar?, para facilitar o hacer posible esa ruptura (intereses contrapuestos, lo que uno gana el otro lo pierde); ¿con quién o quiénes tenemos que hablar?, con quienes incumplen las leyes, las sentencias y las normas que regulan nuestra convivencia, es decir con delincuentes (limite subjetivo). Pero es que además los separatistas no tienen voluntad alguna de llegar a un acuerdo, pues para buscar una zona de entendimiento ambas partes deben renunciar a sus posiciones más radicales o dogmáticas. Los partidos españoles hace tiempo que renunciaron al centralismo (que sigue imperando por ejemplo legítimamente en Francia), pero los partidos nacionalistas no han renunciado a la independencia. El diálogo ya tuvo lugar en la Transición. El resultado fueron unos Estatutos de Autonomía que desbordaban claramente el ámbito de competencias de los aprobados por la República. El Estado español fue generoso y tuvo altura de miras, y a cambio solo ha recibido amenazas, chantajes y deslealtad.

Solo los muy tontos o los muy ingenuos pueden seguir apostando por el diálogo cuando lo que los separatistas pretenden es practicar el “monólogo”, imponiendo un discurso xenófobo que divide, enfrenta y rompe

En este contexto, solo los muy tontos o los muy ingenuos pueden seguir apostando por el diálogo cuando lo que los separatistas pretenden es practicar el “monólogo”, imponiendo un discurso xenófobo que divide, enfrenta y rompe. Por el contrario, es tiempo del imperio de la ley, de aplicar toda su fuerza (incluido el art. 155 CE que para algo está) y de restablecer el equilibrio. Así acabó ETA y solo así se pondrá fin a este nuevo tipo de terrorismo de base cultural-social. Por cierto, el apoyo a sus víctimas tampoco se negocia. Y cada vez son más los que deben buscar “refugio” fuera de su tierra por sus ideas políticas, tan radicales, como sentirse españoles. A estos refugiados ¿quién los defiende?