Racismo catalan - Carlos Martinez Gorriaran

La instauración de un gobierno con claros componentes racistas en Cataluña, como advertimos en este manifiesto, forma parte de la expansión en curso del populismo xenófobo, normal e históricamente identificado con la extrema derecha aunque también asumido tortuosamente por la extrema izquierda. Orban en Hungría y Salvini en Italia son otros dos racistas al frente de gobiernos de países de gran peso: han aprobado o proponen aprobar leyes claramente racistas, como las que discriminan a los gitanos, sin que la Unión Europea sirva para impedirlo como quizás creíamos con demasiada ingenuidad o complacencia. El regreso triunfal de un racismo que parecía desterrado tras los genocidios del siglo XX es tanto un síntoma como un factor de la descomposición del modelo político basado en democracia parlamentaria y Estado de Derecho.

Sus raíces son muy profundas y antiguas, y su rechazo relativamente reciente, de manera que no debería extrañarnos mucho que haya rebrotes de racismo político. La cuestión es comprender por qué da votos ahora

El racismo es la creencia en que la humanidad se divide en razas superiores e inferiores y en que las primeras tienen derecho a imponerse a las demás: la “raza blanca” a la “raza negra”, o en la antigüedad griegos y romanos (y egipcios, y persas, y chinos…) al resto “bárbaro”. Sus raíces son muy profundas y antiguas, y su rechazo relativamente reciente, de manera que no debería extrañarnos mucho que haya rebrotes de racismo político. La cuestión es comprender por qué da votos ahora.

La flexible persistencia de los prejuicios racistas

Las creencias sociales cambian mucho más lentamente que las ideas para cambiarlas. Fijémonos en el caso de Estados Unidos. Su famosa declaración de independencia de 1776, un paradigma de pensamiento ilustrado, dice: “proclamamos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.” Sin embargo, estos derechos inalienables no amparaban a los esclavos negros y a los nativos americanos, ni tampoco íntegramente a las mujeres, tan criaturas de Dios como los redactores y firmantes de esa histórica declaración.

Esta contradicción convirtió a los progresos de la emancipación de los esclavos (los nativos quedaron condenados de facto a desaparecer) en la piedra de toque de la solidez republicana y democrática de los Estados Unidos: con esclavitud sólo era una oligarquía. Lo sabía perfectamente el presidente Lincoln, que aprovechó la Guerra de Secesión para prohibir definitivamente la esclavitud mediante la Decimotercera Enmienda incorporada a la Constitución en 1865, no sin vencer grandes resistencias y oposición en su propio campo político.

El gran argumento a favor de la esclavitud, incluso entre los federalistas que combatían arduamente a los secesionistas –y que desde luego no hacían la guerra para liberar a los negros del sur-, era que los ex esclavos reclamarían todos los derechos ciudadanos, incluyendo el voto. Este poderoso prejuicio frustró la igualdad de derechos de los descendientes de los esclavos hasta las luchas por los derechos civiles de los años sesenta del pasado siglo.

El fin de la segregación racial fue impuesto por el Gobierno Federal en legítimo uso de sus poderes coercitivos, no algo pactado con los racistas del sur

Pasó un siglo entre la derogación de la esclavitud y la prohibición de la segregación racial en Estados como Mississippi, Georgia y Alabama, prohibición que obligó a emplearse a fondo a los gobiernos federales, incluyendo la movilización de la Guardia Nacional y FBI, entre otras medidas coercitivas. El fin de la segregación racial fue impuesto por el Gobierno Federal en legítimo uso de sus poderes coercitivos, no algo pactado con los racistas del sur, detalle que deberían tener presente quienes abogan por pactar con los racistas catalanes una reforma constitucional que recoja sus ilegítimas aspiraciones.

Todavía hoy la población llamada “afroamericana” –el eufemismo es otro signo de racismo latente- acumula un importante atraso social en índices de educación, empleo, población penitenciaria o salud, pesada herencia de la segregación y marginación multisecular. El Presidente Obama tuvo que defenderse de los rumores calumniosos (fake news) que negaban su ciudadanía americana o le acusaban de profesar secretamente el islam sólo porque, siendo negro, era sospechoso para muchos que luego votaron a Trump (que probablemente organizó la creación y difusión masiva de tales calumnias como eficaz arma electoral).

Esclavos y genocidios

No habían pasado siquiera cien años del genocidio racista nazi cuando nuevos genocidios de intención racista se repetían en distintos lugares del mundo, desde las “limpiezas étnicas” durante la descomposición violenta de la antigua Yugoslavia al exterminio de los tutsis en Rwanda, y ahora mismo la expulsión violenta de la minoría rohingya musulmana de la budista Myanmar. En la actualidad, el final de muchos africanos que intentan llegar a Europa y caen en manos de ciertas mafias es ser vendidos como esclavos, porque la esclavitud sigue viva en parte del mundo.

Para Aristóteles, el “animal político” o zoon politikon (es decir, el hombre integral) era el ciudadano de la polis griega. La etnografía proporciona innumerables casos de que el nombre dado a la tribu vecina es infaliblemente vejatorio

El racismo es una propensión universal combatida por la Ilustración. Los seres humanos hemos vivido casi toda la historia en comunidades etnocéntricas, es decir, convencidas de ser superiores a las demás e incluso de que encarnaba principios metafísicos de humanidad. Así pensaban los antiguos griegos con muy pocas excepciones (que apenas conocemos por alguna mención): para Aristóteles, el “animal político” o zoon politikon (es decir, el hombre integral) era el ciudadano de la polis griega. La etnografía proporciona innumerables casos de que el nombre dado a la tribu vecina es infaliblemente vejatorio. La antigua China imperial se autodenominaba Imperio del Medio o del Centro por la creencia de que los no chinos eran bárbaros que debían vasallaje a la autoridad del Emperador. La actitud del Imperio romano no era muy diferente, ni en realidad de ninguno de los grandes imperios de la Tierra; Japón inició, ya en el siglo XX, una guerra de expansión imperial con justificaciones típicamente racistas, y los sueños nazis adoptaron la forma de un Reich genocida de los demás pueblos.

En el pasado muchos partidarios de la esclavitud alegaban que beneficiaba a seres humanos inferiores y por tanto incapaces de una existencia moralmente íntegra. La esclavitud les civilizaba completando su humanidad, como pensaban los griegos y romanos de la antigüedad y muchos tratadistas de los siglos posteriores. El célebre fray Bartolomé de las Casas, el protector de los taínos del Caribe de los abusos españoles –y una de las fuentes de la Leyenda Negra-, no tuvo escrúpulos en proponer sustituir a los indios por esclavos africanos para el trabajo forzado del sistema de encomienda. Hubo que esperar a la Ilustración para el rechazo integral de la esclavitud y del genocidio en base a valores universales como los derechos humanos. A pesar del progreso de las ideas de progreso social, éste ha sido mucho más lento.

La revolución francesa derogó la esclavitud en 1794, pero Napoleón la restauró en las colonias e intentó la reconquista de Haití, en manos de los ex esclavos revolucionarios, aunque esta revolución pronto degeneró en un régimen de dominio y explotación de la minoría mulata sobre el resto. Gran Bretaña inició la abolición de la esclavitud entre 1807 y 1833; su marina suprimió la trata de negros entre África y América, pero la segregación racial –y formas disimuladas de esclavitud- se mantuvo en todo su Imperio. En resumidas cuentas, las proclamaciones, programas educativos y leyes pueden declarar abolido el racismo y sus instituciones, pero el racismo es más resiliente, adaptable y mutable.

El viejo racismo político

El “procés” separatista ha vuelto a su punto de partida, que es el sentimiento de superioridad racial

Así las cosas, la aparición de un gobierno claramente racista en Cataluña, presidido por Quim Torra, no debería sorprender demasiado. El “procés” separatista ha vuelto a su punto de partida, que es el sentimiento de superioridad racial. El separatismo catalán y vasco (como el flamenco o el “padano”) suelen explicarse con acierto como “separatismo de ricos que no quieren compartir con vecinos pobres”, o traducido al lenguaje de la ideología: “razas superiores” que rechazan mezclarse con las inferiores.

En términos biológicos hoy sólo hay una raza o especie humana con distintos fenotipos (adaptaciones al clima y otros factores). Desde el punto de vista científico el racismo es una fobia irracional, pero representa una gran ventaja para la política de las ideologías reaccionarias, como el populismo. Incluso en las sociedades confusamente llamadas “multiétnicas” (la etnopolítica es una versión blanda del racismo tradicional) los distintos grupos “étnicos” mantienen relaciones basadas en prejuicios de superioridad e inferioridad étnica.

En las metrópolis americanas y europeas, negros, latinoamericanos, asiáticos, musulmanes y otras minorías pueden tener relaciones muy conflictivas entre sí, además de con los “blancos”. En 1992, un veredicto judicial discutible desencadenó en Los Ángeles violentos ataques entre afroamericanos y coreanos. Los disturbios en la banlieu francesa (guetos de descendientes de inmigrantes magrebíes y africanos) son crónicos.

Es la comunidad dominante en Cataluña, la minoría que controla las instituciones públicas y privadas, la que se alza contra el Estado común

En España las cosas son al revés, pero la lógica es la misma: es la comunidad dominante en Cataluña, la minoría que controla las instituciones públicas y privadas, la que se alza contra el Estado común para intentar expulsar o someter definitivamente a los que consideran inferiores, los catalanes no nacionalistas (botiflers) y los residentes españoles y de otros países no sometidos aún.

El supremacismo más o menos expreso, con su tácito racismo nuclear, es otro hecho diferencial del nacionalismo catalán (y del vasco) respecto a una España donde, meritoriamente, las “tensiones étnicas” han sido escasas a pesar del rapidísimo auge de la inmigración en un país tradicionalmente de emigrantes, y a pesar de la dureza social de la crisis económica reciente.

Se ha discutido si las barbaridades de Quim Torra y sus seguidores es racismo ordinario o una xenofobia vulgar exaltada por la tensión política. La cosa tiene su interés. El racismo consiste, como hemos visto, en una creencia con un sentimiento asociado, la superioridad de un grupo humano sobre otros despreciados y temidos. Ni siquiera es necesaria la apariencia de “raza biológica”, requerimiento que los catalanes racistas no satisfacen ni con todas sus peroratas sobre “el ADN degenerado” de los españoles y de sus rivales políticos. La raza puede ser puramente social o ideológica. El catalanismo decimonónico tiene unas raíces netamente racistas estudiadas por Francisco Caja en La raza catalana y por otros autores en obras cada vez más numerosas. Es bastante razonable pensar que Sabino Arana reforzara sus convicciones racistas durante su estancia en Barcelona entre 1883 y 1888, transformando el carlismo en nacionalismo. Una transformación semejante muta el racismo biológico en racismo político.

Es cierto que hasta mediados del siglo XX “raza” era un concepto borroso e impreciso confundido con los de pueblo, comunidad de lengua y cultura, y otros similares. Winston Churchill era un firme apologista de la “raza anglosajona” y, sin ser racista en sentido fuerte, albergaba profundos prejuicios contra africanos e hindúes. En España, notables de la Generación del 98, como Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno (ambos vascos), pusieron en circulación la idea de “raza española”, “raza hispanoamericana” o “hispanidad” con ese sentido romántico cultural-nacional, habitual durante esa época. El descrédito del concepto mismo de raza y la renuncia a usarlo por su connotación segregacionista y genocida es reciente, y debe mucho al apocalipsis nazi. Pero es evidente que no ha desaparecido y sigue latente, como puede verse en Cataluña.

El sociólogo Spencer desarrolló en el XIX una versión ideológica falaz de la teoría de la evolución de Darwin, sosteniendo que las diferencias sociales y raciales eran efecto de la selección natural en la sociedad

El racismo light de la xenofobia educada (cada uno en su casa, vamos a llevarnos bien pero separados, etc.) tiene buena acogida. Está a disposición de cualquiera que predique la separación de grupos sociales superiores de los presuntamente inferiores. El sociólogo Spencer desarrolló en el XIX una versión ideológica falaz de la teoría de la evolución de Darwin, sosteniendo que las diferencias sociales y raciales eran efecto de la selección natural en la sociedad (una idea absurda para el evolucionismo genuino), de modo que los más ricos y poderosos lo eran porque habían sido seleccionados por la naturaleza debido a su calidad social superior. Esta idea tóxica impregnó tanto la época que la eugenesia, la selección biológica de la concepción y el derecho a concebir, tenía partidarios desde los anarquistas hasta los nazis.

El racismo catalán actual es una versión de la vetusta ideología de Spencer. El éxito del infame “Espanya ens roba” expresa e inocula esa convicción del rico natural robado por el pobre natural, convertido en harapiento depredador por la injusticia histórica y la opresión política. Al final, si se investiga en el fondo de cualquier nacionalismo actual sólo hallamos esto: complejo de superioridad y ansia de poder para ejercerlo sin las limitaciones que impone la democracia, basada en la igualdad universal, y sin el descrédito de la ciencia que demuestra la estupidez del racismo.