Mundo de ayer - Alfredo Rodríguez

Cuenta Stefan Zweig en El mundo de ayer que la noticia del asesinato en Sarajevo de Francisco Fernando, que a la postre sería la mecha definitiva que desencadenó la I Guerra Mundial, apenas turbó la plácida tarde de verano de los vieneses. Tampoco los españoles que acudieron a las urnas el 12 de abril o los berlineses que salían de su trabajo la tarde de aquel 9 de noviembre eran conscientes de cómo iban a cambiar sus vidas en unas pocas horas. Porque la Historia, como el Arte o la Ciencia, no progresa de forma lineal, sino a grandes saltos. En unas horas, en unos pocos días, el mundo en que vivimos se derrumba para siempre y todo cambia. La realidad se modifica y los paradigmas y certezas se transforman y desaparecen, mientras nuevos paradigmas y nuevas certezas se instalan en la sociedad.

Es difícil saber si las horas que vivimos el pasado 1 de octubre cambiarán para siempre nuestras vidas o simplemente serán una pequeña alteración del curso de la historia

Es difícil saber si las horas que vivimos el pasado 1 de octubre cambiarán para siempre nuestras vidas o simplemente serán una pequeña alteración del curso de la historia, una sacudida grave, pero sin cambios profundos. Vivimos una época de crisis en la que todo está a examen, desde el papel de los medios de comunicación a las estructuras de los Estados. Esta sociedad abierta, donde todo es inmediato y planetario fija su criterio mediante imágenes simples y mensajes breves, en ocasiones carentes de rigor. Estos mensajes simplistas y frecuentemente demagógicos, elevados a categoría y repetidos como un mantra calan en una sociedad que desconfía de sus instituciones y de los dirigentes políticos y económicos.

Si hace unos años los electores votaban a quien creían el mejor candidato, ahora lo hacen a aquel que tiene sus defectos y en el que se ven reflejados

Son frecuentes las sorpresas electorales y la desaparición de partidos centenarios incapaces de adaptarse a los nuevos usos y muchas veces desprestigiados por la corrupción y la ineficacia. La elección de un personaje tan peculiar como Donald Trump se explica en parte por esta desconfianza y puede ser una advertencia sobre cómo ha cambiado la forma en la que los electores deciden su voto. Tradicionalmente se consideraba imposible que un candidato obtuviera la nominación de cualquier partido sin contar con el apoyo de las mujeres y de las minorías, especialmente la hispana. En la elección de 2016, Trump ha llegado a la Casa Blanca ofendiendo a ambos colectivos, enfrentado a parte de su propio partido y a una buena parte de los grandes medios de comunicación y desafiando a la mayoría de las encuestas. ¿En qué ha cimentado su éxito? No solo en sectores tradicionalmente olvidados, sino también en ciudadanos que se ven reflejados en forma de ser y comportarse. Ha logrado que crean que es como ellos, incluso con sus mismos defectos. Si hace unos años los electores votaban a quien creían el mejor candidato, ahora lo hacen a aquel que tiene sus defectos y en el que se ven reflejados.

Así, opciones radicales, xenófobas o extremistas son votadas por ciudadanos cuyos intereses se verían amenazados en caso de triunfar pero en los que prima el deseo de atacar lo establecido y castigar a la clase política tradicional. A partir de ahora será difícil establecer cuál será el resultado de una convocatoria como ha quedado demostrado en el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea.

Cuanto más extravagante y anticonvencional es una propuesta, más posibilidades tiene de éxito

Otro factor que suma es una cierta atracción por las posiciones extremistas y raras, no solo en la vida política sino casi en cualquier esfera de la vida pública. Cuanto más extravagante y anticonvencional es una propuesta, más posibilidades tiene de éxito. En cierta forma recuerda la inclinación que sentían los románticos del siglo XIX por lo oscuro, lo malvado, lo prohibido. Si esta actitud era la respuesta a una sociedad racional y ordenada como la que proponía la Ilustración, pero en el fondo fracasada y que no les satisfacía, el gusto actual por lo raro y lo contracorriente podría ser la señal de la incomodidad de nuestros contemporáneos con esta realidad que tampoco les satisface.

La crisis económica, con sus tremendas consecuencias para los sectores más desfavorecidos, ha agravado esta tendencia provocando un alejamiento de gran parte de la población de estas instituciones que no velaron de forma adecuada por el interés común y ha acabado por favorecer el ascenso electoral de opciones extremistas y populistas. Muchos partidos y candidatos que serían marginales e inelegibles hace unos pocos años se han colocado en el centro de la vida pública. En el caso español, un insoportable grado de corrupción ha hecho más intensa esta desafección y permitido que se consideren como una alternativa de gobierno a este tipo de grupos que se denominan a sí mismos como antisistema.

La fascinación por lo novedoso y lo radical, unido al lamentable desempeño de los partidos tradicionales han impulsado el éxito electoral de nuevas formaciones como Podemos o la CUP

Este descontento, esta cultura del malestar es lo que late en el éxito del “Brexit“ o en el ascenso del Frente Nacional y otros partidos xenófobos en toda Europa. En España han propiciado el ascenso de partidos de izquierda radical como Podemos o la CUP. La fascinación por lo novedoso y lo radical, unido al lamentable desempeño de los partidos tradicionales han impulsado el éxito electoral de estas nuevas formaciones. Especialmente llamativo es el caso de la CUP que ha pasado de poco más de 20.000 votos en las municipales de 2003 a más de 300.000 en las autonómicas de 2015, convirtiéndose en el árbitro de la política catalana. Sería divertido, si no fuera por las graves consecuencias que tiene, ver cómo el catalanismo más conservador cree que puede cabalgar el tigre de las CUP sin advertir que viajan a donde el tigre quiere ir.

Como vemos, en cada país de Europa este fenómeno tiene su propia fisonomía, pero si hay un elemento común en todos, tanto de izquierdas como de derechas, es el rechazo a la Unión Europea y del modelo económico y político que representa, incluida en muchos casos la vieja democracia representativa, negando legitimidad a los propios parlamentarios. Así, no es infrecuente que se promuevan manifestaciones en los exteriores de los parlamentos, como vimos en Madrid, ante el Congreso de los Diputados o en Barcelona, en la propia cámara catalana.

Su simplicidad en el análisis de los problemas y en las propuestas políticas son fácilmente aceptadas por grandes sectores de la población. Sus mensajes reduccionistas y demagógicos, elevados a categoría y repetidos como un mantra han calado en una sociedad que desconfía de sus instituciones. Éste es el nuevo paradigma político, social y económico nacido de los movimientos antiglobalización de finales del siglo pasado y fortalecido por la crisis y la corrupción.

El proceso de independencia de Cataluña es una más de las batallas entre los nuevos movimientos radicales euroescépticos y los viejos principios democráticos

Por todo ello, el proceso de independencia de Cataluña no es solo una amenaza para la convivencia y la democracia en España, sino que afecta a toda Europa. Es una más de las batallas entre los nuevos movimientos radicales euroescépticos y los viejos principios democráticos. Una batalla que amenaza con convertir las instituciones europeas en algo tan anacrónico para nuestros hijos como el Imperio austrohúngaro lo era para nuestros padres. Sería el fin del periodo más fértil y pacífico de la historia europea, el de mayor progreso humano que acabaría convertido bruscamente en un mundo de ayer. Para evitarlo necesitamos partidos transparentes y saneados que logren la confianza de esos ciudadanos desencantados.