Me llaman kutre - Josemari Alemán

Pues sí kutre, y quiero pensar que lo hacen usando la “k”, en el sentido de especial o peculiarmente crítico porque, escrito con “c”, puede sonar a algo parecido a miserable. Porque una cosa es tener ese comportamiento franciscano convencido, de poseer solo lo que se necesita, que no es mucho, y otra, ser un pordiosero que rebusca entre las basuras por si encuentra algo que le sirva. También quiero decir que, más de una vez, he aprovechado algo tirado junto a los contenedores de basura… No hace mucho me encontré con una caja llena  CD’s de música. Seleccioné una docena y dejé el resto por si alguien más los quisiera aprovechar. Hace un par de años me llevé un espejo de cuerpo entero, con cristal biselado y un marco precioso e impecable. Y, otra vez, vi una silla Luis XVI que no aproveché porque me pillaba lejos de casa.

Lo que me reprochan es que me cuesta tirar las cosas, que no renuevo mi vestuario cada temporada, que guardo y uso prendas de mi padre, que falleció hace quince años, que uso zapatos de mercadillo, que no tengo demasiado en cuenta las tallas a la hora de comprar camisas o jerséis, que guardo, y como queso, turrón o chocolate, supuestamente caducados, que no me importa beber cualquier vino, que me gusta ponerle kétchup o guacamole a las comidas, que me gusta pintar en cartones que pillo en cualquier parte, o en bases de pizza sin esterilizar, que mi móvil no es un iphone de última generación, o que tengo el mismo ordenador desde hace un montón de años. Y por cosas por el estilo. Es que soy muy conservador… ¡mi coche tiene casi 25 años!

No me gustan los derroches, ni las duplicidades, ni los alardes, ni las chulerías, ni los aspavientos de nuevo rico

Yo no creo que eso sea tan grave, ni que tenga nada que ver con Diógenes. Lo hago por pura convicción. Es que no me gustan los derroches, ni las duplicidades, ni los alardes, ni las chulerías, ni los aspavientos de nuevo rico. He conocido a muchos y me da cosa cuando me cuentan lo que han hecho, o lo que harán, o lo que les costó la boda de su hijo, incluyendo ese traje de seda que no se pondrán nunca más. No soy un radical, ni estoy en contra de darse una fiesta merecida, o tener un capricho, de vez en cuando, y si hay un motivo pues mejor.

De lo que estoy en contra es de esas posturas de consumismo superfluo como signo de dignidad y, también, cada día más, de los derechos adquiridos: el derecho a tener unas vacaciones dignas en verano, y otras en invierno, del derecho a tener un trabajo digno y dignamente remunerado, del derecho a todas las bajas y permisos que haga falta, del derecho a tener una vivienda digna (con calefacción y aire acondicionado) y en un lugar digno, del derecho a un coche digno cada cinco años, o un vestuario renovado y digno cada temporada, o de ese electro-ocio totalmente actualizado…  Del derecho a que nuestros hijos estudien una carrera digna gratis, y se vayan después de máster digno a donde haga falta (aunque no den palo al agua). De los derechos de los inmigrantes, de los desplazados y refugiados, de los animales, de los edificios de todo tipo, de las lenguas, de las costumbres, de las religiones, de los delincuentes, de los presos… Hasta del derecho al arte, espectáculos, música o cultura gratis. O los derechos a percibir ayudas sociales en forma de complementos salariales, alquiler de vivienda, vivienda social… Y del derecho a falsificar o no cumplir las condiciones pactadas. Y que se actualicen, esas ayudas, cada año de acuerdo al IPC, al SMIP o al índice que más convenga, porque es un derecho. Y no sé cuantos derechos a cuantas ayudas que son ya como tierra conquistada en Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita. Y el derecho a una libertad ancha, larga y pegajosa, que se enreda, como un pulpo, entre las responsabilidades y las obligaciones, haciéndolas casi desaparecer. Y que asfixia, a su vez, la sencillez, la humildad, el sentido práctico, la racionalidad, la sensatez o los valores…  ¡que son cosa de tontos, perdedores o acomplejados!

Me preocupa lo generosos que somos con el dinero de los demás, o con ese que viene de no sé dónde y que algunos manejan a paladas como de arena de la playa

Y mi pregunta es si nos podemos permitir esta velocidad y ese confort. No quisiera meterme a cuantificar estos gastos (o políticas, en lenguaje más correcto ahora). ¿A cuánto nos toca a cada uno? Me preocupa lo generosos que somos con el dinero de los demás, o con ese que viene de no sé dónde y que algunos manejan a paladas como de arena de la playa. ¿Es esto justo? ¿Es esto viable?  Pero es que tampoco es así la cosa… En España hay aproximadamente, unas 46.800.000 personas, de las que solo 22.600.000 está en situación de trabajar. Pero de estas, unas 5.900.000 están desocupadas y otras más de 3.000.000 son empleados púbicos que cobran de los impuestos. Es decir que, 13.700.000 trabajadores del sector productivo real están manteniendo a 46.800.000 españoles. En resumen, y en crudo, que cada trabajador mantiene a 3,42 personas. Y sin contar con los recursos que deben destinarse a inversiones diversas, compromisos diversos, errores diversos… ¿Es esto justo? ¿Es esto viable?

Claro que, cuando descubres a tanto deportista estrella, tanta estrella del sector financiero, especulativo o delictivo diverso, que está ganando 30, 40 ó 100 millones al año y te cuentan que, algunos, los depositan legal, o ilegalmente, a salvo de impuestos en cualquier cueva de Alí Babá… ¡pues eso!

O lees que un departamento público que distribuye ayudas sociales ha entregado por error 155 millones de euros a personas a las que no les correspondía, y que éstas se niegan a devolverlos…  o cuando lees que, el salario anual bruto medio de los trabajadores de determinada televisión autonómica, es de 60.000 euros y lo comparas con el de la media de los trabajadores españoles, que oscila entre 27.786 de los vascos y los 19.180 de los extremeños, ¡pues eso! O cuando te enteras de que, cada menor que ocupa una plaza en un piso de acogida, en el País Vasco cuesta 6.500 euros al mes, o que en algunas de las cárceles para menores hay cuatro funcionarios por cada interno… ¡pues eso!

No necesito tanto mármol, tanta madera y tanto mueble de diseño en un despacho, o una oficina pública, en el mejor edificio de la ciudad

Hace mucho que me cuesta montar en un taxi porque yo no necesito un coche de altísima gama para desplazarme de un barrio a otro de mi ciudad. Tampoco necesito tanto mármol, tanta madera y tanto mueble de diseño en un despacho, o una oficina pública, en el mejor edificio de la ciudad, a la que tengo que ir para hacer cualquier trámite administrativo. Ni necesito tanta secretaria, asistente o asesor para mi trabajo de autónomo… ¡Esto es una pasada!

Y, para colmo, leo que, a alguien, se le ha ocurrido subir los impuestos a los empresarios del sector productivo, del que mantiene este disparate de sistema, porque dice que se forran y pagan poco. ¿No tienen ya suficiente presión los empresarios, con los sindicatos, la globalización, los bajos rendimientos, la fuga de cerebros, los costes energéticos, etc.? Así crean empleo algunos gestores…

1 Comentario