Los fantasmas del ecologismo - Juan Alberto Vich

En 1965, Paul Ricoeur calificó a Marx, Nietzsche y Freud como los filósofos de la sospecha, por su labor al desenmascarar las falsas conciencias construidas entorno a lo económico, a lo moral y a lo psicológico, respectivamente.

Siempre existieron tantas falsas metafísicas como intereses ocultos. Se alimentaron intentando calar con mayor fortuna y sedimento en las conciencias individuales y colectivas… Generando tanto inconscientes como beneficiados. ¡El pan de cada día!

Chirría escuchar a la niña del velero decir que «los políticos intentan silenciarles de forma desesperada» cuando la cuestión ecológica ha sido el monotema del mes y de los que vendrán… Ahora bien, los interesados de comer de este suculento pastel no son pocos: el gobierno en funciones sigue entreteniendo a la población, el capitalismo verde hincha los precios al vender manzanas ecológicas y huevos de gallinas camperas, etc. Si hay publicidad es porque hay interés, punto. A ver si cabe en las cabezas. Pero, ¿cuáles son los fundamentos de dicha burbuja metafísica?

el principal componente que mueve a dicha conciencia ecologista —es decir, la Naturaleza—, es una fantasía, un fantasma

Desde el discurso ecocéntrico, cada vez más extendido, se viene dotando a la Naturaleza de una serie de atributos que le son ajenos. Éste tiende a asociar lo “natural” a lo “bueno”, a lo «amable», a lo «favorable». Empero, la deferencia por la naturaleza y por los animales es producto de la cultura, carece de ontología y de valía intrínseca. De estar acostumbrados, ¿qué sentimiento provocaría despellejar a un conejo? Los niños aprenden el abecedario viendo en la televisión los dibujos de simpáticos animalillos parlantes, dan de merendar a los patos del parque desde sus sillas y caen dormidos al abrazarlos en sus formas de peluche: son humanizados, interactúan con ellos, los sienten amigos cercanos. Sin embargo, el principal componente que mueve a dicha conciencia ecologista —es decir, la Naturaleza—, es una fantasía, un fantasma. La Naturaleza «en sí» no existe. Ni tiene voluntad ni consciencia. A la Naturaleza nada le importa la extinción de las especies, no se entristece por la subida del nivel del mar que la fusión de los polos causa ni por la destrucción de la capa de ozono por cuenta de insecticidas o CFCs.

Todo conocimiento es «para uno»; y la Naturaleza «es», en tanto que para nosotros. Asimismo, la movilización ecológica deberá nacer con intención de preservar los recursos naturales para asegurar unas condiciones de vida humana óptimas, no en defensa de un ente que, como se ha dicho, ni-es. Ésta es, entre otras, una de las enajenaciones a las que se encuentra sometido el sujeto actual.

De cualquier modo, la tarea se vuelve ardua en una sociedad de consumo, que es de una voracidad tan perversa que sangra y desangra todo código ético… Familiarizados con las prendas a euro, las relaciones interpersonales toman igual valor. Sujetos-participantes interpretados como medios para el placer, el provecho y el uso. La moral alcanzada —fuera o no constructo—, perdida por los sumideros del derroche.

cuando la defensa de la causa se vuelve exacerbada, toda medida que surja en valor de ésta será aplaudida sin mayor reflexión, pudiendo ocultar otra clase de intereses

El exceso ha sido inoculado en la psicología social. De igual manera, cuando la defensa de la causa se vuelve exacerbada, toda medida que surja en valor de ésta será aplaudida sin mayor reflexión, pudiendo ocultar otra clase de intereses. De tal modo, empiezan a escucharse medidas para la protección del medio ambiente: control de la tasa de natalidad para evitar la sobrepoblación, gestión de los recursos alimentarios, impedir la posibilidad de tener un coche propio incentivando el uso de transporte público o de vehículos comunitarios,… Iniciativas que se anuncian seguras y que, de manera inevitable, recuerdan a medidas tomadas por sistemas totalitarios a lo largo del siglo pasado.

En efecto, se han traspasado todos los límites: tanto en la explotación de los recursos naturales como en la privación de los derechos individuales. Con intención de preservar un hábitat favorable para la vida humana, sin perder la firme creencia en las libertades y en el librepensamiento; se deberán promover acciones que se encuentren entre uno y otro polo (la rosquilla de Raworth). Recuperar el principio de moderación, evitando la devastación terrena consecuente del proceder capitalista —que deriva en una consciencia ilusoria, colectiva y no personal, debido a la falta de educación— y la imposición de políticas restrictivas —que nos dicten el número de hijos que debemos tener o que nos prohíban movernos como nos dé la gana—. No se olviden del espíritu crítico y hágase balanza, anden con cautela y eviten facilitar herramientas de control a sistemas totalitarios que puedan camuflarse detrás del discurso verde.