Llevo tiempo leyendo que en nuestro Siglo de Oro la mujer cristiana tenía la obligación de taparse por completo como la tiene ahora la mujer musulmana. También he leído que el origen de las tapadas, que tanto estuvo de «moda» por aquellos años, venía de las costumbres moriscas o musulmanas. Incluso un periódico nacional, en un reportaje sobre la mantilla española, escribe las declaraciones de una historiadora afirmando tal origen. Pero lo más sangrante es leer o escuchar que hace bien poco la Iglesia nos obligaba a cubrirnos. Para colmo un famosísimo escritor español llegó a sentenciar en Twiter que el velo costó abolirlo en Europa.
En Europa jamás se ha abolido el velo. Este sólo era de uso obligatorio entre las católicas, según una antigua ley canónica, para entrar en las iglesias
En Europa jamás se ha abolido el velo. Este sólo era de uso obligatorio entre las católicas, según una antigua ley canónica, para entrar en las iglesias hasta aproximadamente los años 60 del siglo XX. En el Concilio Vaticano II se deja libertad a los obispos para que permitan o no que las mujeres entren con velo. Finalmente, en las leyes de 1983 no hay mención alguna del velo; deja por tanto de estar prescrita. En definitiva, a Europa no le costó su abolición porque no hubo tal.
Sin embargo es cierto que las féminas, sobre todo en el mundo rural, iban con la cabeza cubierta. Unas llevarán sombrero y otras, pañuelo. Costumbre muy arraigada desde tiempos muy antiguos y que también afectó al hombre.
El uso de velos y mantos en la cultura cristiana tiene un origen oriental y mediterráneo. No es difícil encontrar prendas similares en la iconografía, así como en textos, de varias culturas anteriores al cristianismo. Hombres y mujeres se cubrieron tanto por motivos religiosos y jerárquicos como por motivos prácticos: protegerse del calor, el frío, el viento, la arena…, o para no mancharse la ropa del polvo del camino cuando se viajaba. O simplemente para mantener más tiempo el cabello limpio y bien peinado. Pero también, en la Edad Media, en las grandes urbes, la mujer casada llevará velos y tocas para diferenciarse de la mujer soltera.
Como veremos a continuación, estas prendas además se usaron para ocultar la identidad o hacerse pasar por lo que no eran, creando situaciones confusas y embarazosas:
En siglo XV una disposición concejil de Murcia exige que todas las mujeres lleven el rostro descubierto: «Sepan todos […] como la esperiençia se ha mostrado e muestra manifiestamente que las mugeres, asy las que son preminentes e honrradas e de liçito e honesto vevir, como las que son de baxa condiçion e disylutas e de mal trato, andan copuchadas e cubiertas e con sus mantillas e con fostules e con otras coberturas e tocados, e aun, las que tales no son, queriéndose mostrar e fengir personas de mereçimiento, se visten e arrean e andan de noche e de día por las calles e por sermones e yglesias e otros lugares donde muchos convienen, haziendo actos e gestos desonestos, de donde dan ocasyon a los onbres que las syguen por las conoçer e les fablan palabras desonestas e baldias, de donde a las buenas mugeres e honrradas e preminentes se sygue grande ynfamia e ofensa, de lo quál se esperan e podrían cabsar grandes daños e inconvenientes; los quales, por obviar e remediar, los dichos señores conçejo han hordenado e hordenan e mandan que todas las mugeres de qualquier calidad e condiçion que sean vayan de aqui adelante sus caras descubiertas, en manera que cada una pueda ser conoçida por quien es, e ninguna non vaya capuchada ni cubierta de noche ni de dia por las calles ni por otros logares donde puedan ser vistas, so pena a cada una que lo contrario fiziere de perder el manto o cobertura con que se capucha o cubriere, la qual el señor corregidor tiene aplicado para la cámara e sus altezas, e mas, que cada uno donde puchera ser vista, la pueda tomar la cobertura que llevare. E porque lo sepn todos e ninguno non pretenda ynorançia mándalo asy pregonar publicamente.
Por quanto en esta dicha çibdad fasta oy se a acostunbrado e acostunbra que todas las mugeres dellas, asy de mucho mereçimiento como de baxa condiçion van de noche e de dia copuchadas e cubiertas las cartas con sus mantos e tocas e fostales por la çibdad e a los sermones e yglesias, lo qual segund se sabe e por esperiençia ha paresçido es cosa fea e desonesta e ocasyon para que algunas mugeres de honrra e muy onestas se publiquen e disfame por otras mugeres raezes e çeviles e desonestas en su bevir toman óbitos e ropas por paresçer a las toles, nonbrandose por los nonbres de los otras hazen cosos desoneitas e don ocasyon a las onbres que tengan atrevimiento e osadio de llegar non solo a ellas mas a otras personas honrradas o cabsa de lo qual naçen e pueden naçer algunas disfamias e enojos e escándalos. Por ende, las mujeres ni casadas ni donzellas non lleven monto, toca ni fostul…»
A finales de este siglo se pone de moda una toca de rebozo, que se utilizó incluso dentro del ámbito doméstico, al mismo tiempo que se empezaba a mostrar cada vez más el cabello. Una contradicción.
En el siglo XVI las «tapadas de medio ojo» (mujeres con fama de busconas que se cubrían con un manto envolvente de pies a cabeza dejando sólo visible el ojo izquierdo), ya proliferaban como armas de seducción entre mujeres de buena fama (bien lejos de la costumbre musulmana), por lo que taparse fue objeto de varias pragmáticas desde finales de dicho siglo hasta el XVIII.
Antonio de León Pinelo, 1641, escribe en «Velos antiguos y modernos en los rostros de las mujeres y sus conveniencias y daños. Ilustración de la real premática de las tapadas» los pro y los contra sobre la utilización del velo, y si bien él considera que era necesario que la mujer se cubriera el rostro para frenar el deseo de los hombres, por otro lado nos cuenta que será causa, al ir tapadas, de engaños escandalosos. En dicha obra transcribe la siguiente queja del siglo XVI: «Ha venido a tal estremo el uso de andar tapadas las mujeres que dello han resultado grandes ofensas de Dios y notable daño de la República, a causa de que en aquella forma no conoce el padre a la hija ni el marido a la mujer ni el hermano a la hermana, y tienen la libertad, tiempo y lugar a su voluntad y dan ocasion a que los hombres se atrevan a la hija o mujer del más principal como a la del más vil y bajo […] suplicamos a Vuestra Majestad mande que ninguna mujer ande tapada, debajo de la pena por la forma que pareciere ser más conveniente para que esta ocasión de tanto daño cese».
Para finalizar, esta tradición de taparse se mantuvo hasta el siglo XIX en algunos lugares de España como traje típico llamado de «manto y saya».
Bibliografía:
Argüello del Canto, C.: “Las tapadas”. Una propuesta sobre la representación de la prostitución en la pintura del Siglo de Oro.
Bernis Madrazo, C.: El traje y los tipos sociales en el Quijote. Madrid: Visor, 2001.
Hernández Pérez, M. V.: 50 años de la tapada con manto y saya: indumentaria tradicional de los Llanos de Aridane. Revista digital Bienmesabe, 225. 2008.
León Pinelo, A. de: Velos antiguos y modernos en los rostros de la mujeres: sus conveniencias y daños. Ilustración de la Real Prematica de las Tapadas. Edición de Juan Sánchez Figaredo. 1641.
Seco, I.: “Por tu capricho te pusiste el manto” Las cobijadas de Vejer en el Museo del Traje.
Torres Fontes, J.: Murcia medieval. Testimonio documental. Revista Murgetana, Nº 054. 1978.
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