La identidad - Alfonso Valero

El jefe de campaña en las primeras elecciones a las que se presentaba Bill Clinton, identificó ciertos elementos que había que tener en cuenta para persuadir a los votantes. Uno de ellos terminó siendo formulado como “es la economía, idiota”. En España, las elecciones de los últimos tiempos no tienen tanto que ver con la prosperidad de los electores o del país, sino con la identidad personal y cultural. Si algo hay que agradecer a los separatistas catalanes es que han hecho cerrar filas a todos los ciudadanos del país como no se hacía posiblemente desde la votación de la Constitución española.

El problema que tienen los estrategas políticos (y algunos votantes) es que sigue habiendo una percepción, a mi juicio completamente errónea, en virtud de la cual lo que funciona políticamente en el resto de España, no funciona en Cataluña

El problema que tienen los estrategas políticos (y algunos votantes) es que sigue habiendo una percepción, a mi juicio completamente errónea, en virtud de la cual lo que funciona políticamente en el resto de España, no funciona en Cataluña. Por ello el castellano estaba erradicado en el Parlamento de la Comunidad de Cataluña hasta que irrumpió Ciudadanos; se pensaba que era contraproducente no hablar sólo en catalán. Por eso Aznar confesó sus pinitos de catalán en la intimidad: el votante catalán parecía sólo votar a quien hablase catalán, aunque fuera en familia. El hecho diferencial catalán que vendían los nacionalistas era comprado y adjudicado por el resto del país, por lo que los asesores de los partidos preferían ir sobre seguro: “catalán, idiota”. Ciudadanos demostró que los mitos electorales de Cataluña no funcionaban. No sólo crecieron hablando castellano, es que además lo hicieron con el objeto de todas las mofas supremacistas, con una candidata andaluza.

Todo iba bien…, hasta que llegó Vox. Como se ha podido ver con la estrategia de Ciudadanos a raíz de las elecciones en Andalucía, parece que Ciudadanos se ha creído el mito del hecho diferencial y si bien hasta ahora el votante catalán no era diferente del gallego, leonés o extremeño, han llegado a la doble conclusión de que: Vox en Cataluña no tiene nada que hacer y hay que recuperar la izquierda. No obstante, lo que no se puede perder de vista es que Vox es un fenómeno social identitario que se pretende combatir con las herramientas que tan útiles han resultado hasta ahora: llamarles fachas y extrema derecha (por ejemplo, como hace el candidato Valls). Pero de la misma manera que Podemos no perdió su base cuando se les llamaba populistas, de extrema izquierda y se les acusaba de aceptar dinero de Venezuela e Irán, Vox no va a dejar de crecer por que alguien pida un cordón sanitario que les aísle. Vox perderá votos cuando sus votantes piensen que el partido ha traicionado sus expectativas o cuando haya otro partido que ofrezca valores que les haga identificarse mejor.

La necesidad de valores y de identidad es algo que va más allá de lo político. En una sociedad occidental que milita contra los valores universales al socaire de la integración de las minorías, las posturas se radicalizan porque las personas ven peligrar sus raíces. Esa misma radicalización es usada como justificación para continuar erradicando los valores universales, que a su vez da lugar a más reafirmación y más necesidad de identidad. Este fenómeno se da muy claramente en la educación.

En una entrevista reciente a Camille Paglia, votante del partido demócrata americano, atea militante y prestigiosa académica, comentaba el efecto negativo que había tenido esa educación timorata, habiendo dado lugar a una sociedad que carece de valores compartidos y que percibe ataques a la identidad constantemente. Hay muchos otros ejemplos de esta tendencia. Universidades cuyos estudiantes se oponen a posturas discrepantes, que exigen que se les notifique por anticipado los temarios que puedan causar confrontación, que demandan el cambio de nombre de edificios y lugares universitarios.

Lo que nos encontramos es que, al querer elevar a universal cualquier expresión identitaria, por muy transitoria que sea, se entra en un bucle infinito de confrontación e imposición neurótica de los nuevos valores

Esa postura identitaria multiculturalista pretende crear espacios asépticos en los que se dé cabida a cualquier tendencia por vía de imponer las posturas de las minorías a la mayoría. No se trata de reconocer los derechos de las minorías, sino de elevar a universal lo minoritario. Por ello, en lugar de alcanzar la armonía deseada, siempre se estará en tensión y confrontación porque la medida de la minoría puede ser tan leve como el pensamiento cambiante de la persona. Así las cosas, el yoga ha pasado de ser una práctica que debía sustituir cualquier otro tipo de meditación religiosa (la minoría del yoga convirtiéndose en el nuevo dogma de la mayoría), a ser una expoliación cultural de los legítimos propietarios culturales del yoga (otra fuente de conflicto, con una nueva minoría emergente que ha de sistematizarse en una nueva mayoría). Lo que nos encontramos es que, al querer elevar a universal cualquier expresión identitaria, por muy transitoria que sea, se entra en un bucle infinito de confrontación e imposición neurótica de los nuevos valores. La expresión de valores y preferencias de cada persona humana no es un como una barra de pan que puede trocearse con un principio y un fin. La persona cambia constantemente de parecer, por lo que esperar que cada juicio de valor, cada ofensa, cada expresión artística o cultura, se convierta en una nueva expresión que haya que integrar e imponer a la mayoría no es utópico, es antihumano.

Un ejemplo gráfico que ilustra muy bien este absurdo es el corto ‘The Postmodern Pioneer Plaque’, de Boris Kozlov. En esta película ampliamente galardonada se muestran las dificultades que existirían hoy para enviar al espacio una placa como la del Pioneer 10. El grado de individualización que habría que representar harían que el proyecto no fuera viable. Resulta paradójico que este muticulturalismo que se presenta como una ideología global, en realidad es radicalmente individualista. En lugar de potenciar la diversidad, exige uniformidad para lograr una convivencia entre las culturas que no es posible tanto en cuanto las culturas pierden su capacidad de expresión.

El rechazo a ese multiculturalismo, al no rechazarse por parte de los partidos tradicionales (y Ciudadanos forma parte de esa tipología) deja el espacio abierto a partidos como Vox

El rechazo a ese multiculturalismo, al no rechazarse por parte de los partidos tradicionales (y Ciudadanos forma parte de esa tipología) deja el espacio abierto a partidos como Vox. Partidos casi monotemáticos que actúan contra el multiculturalismo tienen éxito porque son capaces de representar uno o más de los valores que se han visto sometidos en favor de la sociedad aséptica. Por ello, cuando Ciudadanos se suma a la descalificación de Vox utilizando el mismo mensaje que el resto de los partidos, sólo consigue perder votos de aquellos que les votaban por sus valores ideológicos (la defensa de la unidad de España) dado que hay otro partido que lo representa mejor. Sin duda, hay muchos asuntos de fondo por los que se puede oponer a Vox. Pero si la oposición es meramente “porque son extrema derecha”, se les convierte en un partido maldito, y todo el mundo siente una admiración irracional hacia el rebelde.

En conclusión, si hay algo que tienen que aprender los partidos políticos es que los valores identitarios fidelizan al electorado. En un contexto bipartidista un partido se puede permitir no definirse porque los votantes tienen pocas opciones. Pero en una situación en la que el votante puede elegir, la tendencia multiculturalista, en la que se quiere incorporar cada discrepancia y cada expresión individual, acaba por difuminar el mensaje tanto que acaba generando hastío en el votante.

Abogado y solicitor (Inglaterra y Gales) – no en ejercicio -