No hemos terminado todavía con el golpe separatista de Puigdemont y compañía cuando muchos comienzan a preguntar cómo ha sido posible llegar a esto, algo completamente inesperado para la mayoría del establishment y la opinión pública. “Esto” es el intento de imponer la independencia unilateral de Cataluña, y “esto” es una sociedad dramáticamente dividida por la ideología sectaria del separatismo en dos partes desiguales, pues sólo una de ellas, y es la más pequeña, se considera representante, encarnación y dueña real de Cataluña, la parte separatista.
La mayoría de la sociedad española, catalana inclusive, está sorprendida y asustada porque no estaba preparada
La mayoría de la sociedad española, catalana inclusive, está sorprendida y asustada porque no estaba preparada. Lleva oyendo desde hace muchos años que lo del nacionalismo no es para tanto, que tiene una base cultural justa o una identidad propia respetable, y que todo se arregla con más diálogo, más competencias y más dinero. Y menos Estado, hasta que se ha convertido en prácticamente residual. Es cierto que muchas voces, dentro y fuera de Cataluña, advertían de lo que se estaba organizando, pero eran voces minoritarias rápidamente marginadas. Nadie debía estropear la dulce nana del “España va bien”.
La información de lo que iba claramente mal fue silenciada por la repetición de una frase hueca: el Estado garantizaba que la Constitución iba a respetarse en Cataluña. Pero la realidad es que la Constitución llevaba muchos años en un limbo a la catalana: sentencias judiciales incumplidas impunemente, como todas las relativas a la elección de lengua vehicular en la educación, y construcción paulatina y descarada, financiada por el propio Estado, de las estructuras administrativas propias de una futura república catalana independiente.
¡Ay de los “fascistas”!
Sin embargo, las señales de alarma saltaron hace muchos años. Contaré una pequeña anécdota al respecto. Allá por 1997 fui a la Universidad de Barcelona para algún evento académico. Vino a recogerme al aeropuerto un conocido catedrático de Estética y escritor, miembro por más señas de una de las familias notables catalanas. Hablando de una cosa y de otra saqué a colación los ataques –pintadas intimidatorias, abucheos públicos, boicots y hasta el destrozo de la puerta de su despacho- que estaba recibiendo otro profesor de la facultad y amigo mío, Paco Caja, sufridos en la mayor de las soledades. El catedrático liquidó el tema con este ucase: “Caja es un fascista”. Fin de la cuestión.
¿Por qué Paco Caja era un fascista? Básicamente, por su beligerancia pública contra el nacionalismo obligatorio, y particularmente en el campo de la educación. Paco era, además, presidente de un combativo colectivo, Convivencia Cívica Catalana, que promovía el bilingüismo, el pluralismo político y la igualdad de oportunidades. Pero, ¡ay!, además de enfrentado al nacionalismo hegemónico, este colectivo estaba ligado a Alejo Vidal Cuadras, durante un tiempo cabeza visible, y brillante, del Partido Popular en Cataluña. Todo ello convertía a Paco Caja en un fascista de manual para el indignado catedrático, respetado colaborador habitual en las secciones de opinión de los principales diarios y revistas culturales españolas y catalanas. Y eso que Paco Caja no había publicado aún su excelente estudio sobre los orígenes del supremacismo catalán y los delirios de los miembros de Omnium Cultural y otros antros similares. Se titula La raza catalana.
Viven convencidos de que no hay contradicción alguna entre marginar y reprimir en la propia Cataluña a los disidentes políticos y culturales, y predicar el europeísmo, la libertad, el progreso y las buenas causas a los pobres españoles
La actitud de la mayor parte de la intelligentsia catalana durante los últimos veinte o treinta años ha sido muy semejante a la del eximio catedrático poeta, y puede definirse brevemente como cierto supremacismo catalán. Viven convencidos de que no hay contradicción alguna entre marginar y reprimir en la propia Cataluña a los disidentes políticos y culturales, y predicar el europeísmo, la libertad, el progreso y las buenas causas a los pobres españoles, más atrasados y torpes que los, creen ellos, refinados intelectuales, artistas, editores y periodistas catalanes. El supremacismo y el negacionismo eran las actitudes que cualquier observador avispado captaba pronto en ese mundillo, acunado en la privilegiada situación de quien dice detestar un sistema del que es primer adalid y beneficiario.
La negación de los hechos desagradables bordaba altas cotas de cinismo. En Cataluña no existía ningún problema en la educación a causa de la inmersión lingüística obligatoria para los niños castellano-hablantes; la cultura era rica, vanguardista y tolerante; el pluralismo político, ejemplar (pues los nacionalistas pueden elegir varios partidos nacionalistas); y los incidentes violentos de acoso a los disidentes como Paco Caja o los escraches en la Universidad (personalmente he vivido dos, una en la de Barcelona en compañía de Jon Juaristi, y otro en la Autónoma de Barcelona con Rosa Díez) se resolvían por el simple procedimiento de ignorarlos: inútil buscar en algún medio de comunicación catalán la más mínima alusión a que en la culta, refinada y cosmopolita Barcelona fuera posible e incluso habitual boicotear activa, violenta e impunemente a escritores, filósofos o políticos respetados en el resto del mundo.
Como solía decir Fernando Savater cuando hablábamos del tema, “Cataluña se va”: para la intelectualidad catalana, Cataluña era su feudo en un sentido muy literal, la ruptura definitiva con España era sólo cosa de tiempo y, por supuesto, amable y sin menoscabo alguno para sus intereses personales. Cataluña tendría con España una relación amistosa como la de, por ejemplo, la propia España con Perú o México. Según decía tranquilamente el vecino de escaño Alfred Bosch, escritor y portavoz de ERC en el Congreso durante la X legislatura, en realidad Cataluña aspiraba a ser reconocida como parte de la comunidad hispanohablante… aunque sea imposible estudiar en español en un centro público de primaria o secundaria. Esta disonancia cognitiva, similar a la que sostiene que una Cataluña independiente será miembro de la UE aunque esta lo niegue, está muy extendida en ese ambiente; divorcio unilateral donde impongo las condiciones, pero amigos para siempre por decisión igualmente unilateral.
El marco político del golpe separatista
Ningún rector español va a poner en peligro su carrera enfrentándose a grupos a los que debe el cargo y la paz para sus manejos en la Junta de Gobierno, y por eso ninguno lo ha hecho, ni en Barcelona ni en Madrid
Naturalmente, la ofensiva separatista nunca ha sido solamente cosa de intelectuales, en general gente poco dada a asumir riesgos o dedicar su tiempo a cosas de otros. Los escraches en la universidad tampoco son una invención catalana. Más aun, esa clase de actos que violan la naturaleza de la propia universidad, pues eso es lo que son, están facilitados por la absurda Ley de Universidades española que regala a los pequeños grupos bien organizados, incluyendo a grupúsculos de estudiantes antisistema o ultranacionalistas, el control de los órganos de gobierno universitarios. Ningún rector español va a poner en peligro su carrera enfrentándose a grupos a los que debe el cargo y la paz para sus manejos en la Junta de Gobierno, y por eso ninguno lo ha hecho, ni en Barcelona ni en Madrid. Y ni el PP ni el PSOE, ni por supuesto los nacionalistas o IU y ahora Podemos, quieren por una razón inconfesable u otra cambiar las reglas para proteger la libertad amenazada en las universidades, ni en la educación en general ni en su absurdo y negativo enjaulado autonómico.
Lejos de ser un problema específicamente catalán, el auge del separatismo hunde sus raíces y encuentra sus nutrientes en el sistema político español del Estado de las Autonomías. En realidad es un Estado concebido como una confederación informal de poderes locales en los distintos ámbitos, tanto territoriales como sectoriales, cementada por el capitalismo de amiguetes. Eso explica conductas que muchos encuentran incomprensibles, como que las grandes empresas que ahora han huido de Cataluña hayan financiado generosamente entidades siniestras como Omnium Cultural, disfrazadas de entes culturales pero, como ha quedado en evidencia, cajas de reclutamiento y centros de activismo y propaganda del separatismo más fanatizado. Esa financiación era un favor que les pedían sus socios políticos de Convergencia y Unió dentro del sistema del 3% de comisión y soborno, tan practicado por CIU como por el PP en Madrid o Valencia y el PSOE en Andalucía.
Entre todos crearon esa estructura corrupta y ninguno ha querido desmontarla. Pero ha bastado la amenaza de la acción de la justicia contra el intocable clan de los Pujol y de la financiación ilegal para que los antiguos “moderados” encabezaran la fuga a la independencia y su contador judicial a cero. La corrupción, lejos de atemperar el problema repartiendo sobres y cerrando los ojos, lo ha convertido en sedición.
Muchos asisten horrorizados al adoctrinamiento ideológico y el odio supremacista en la educación y los medios de comunicación públicos catalanes, pero de nuevo volvemos al hecho raíz de que el reparto territorial de la educación y su entrega a los nacionalistas (y a los futuros podemitas) fue una regla no escrita de la transición al Estado de las Autonomías, denunciado por muchas voces hartas veces, y siempre desoído.
El extremado sectarismo de TV3 es también posible gracias al sistema de creación de medios públicos al servicio del gobierno, sin el menor control real de su calidad y sin ningún pluralismo ni profesionalidad informativa
El extremado sectarismo de TV3 es también posible gracias al sistema de creación de medios públicos al servicio del gobierno, sin el menor control real de su calidad y sin ningún pluralismo ni profesionalidad informativa. Del mismo modo, la obsequiosidad de La Vanguardia y otros medios presuntamente privados hacia el separatismo es consecuencia de la compra de su línea editorial mediante la concesión de ayudas económicas ilegales disfrazadas de publicidad y otros trucos, con resultados históricos como aquel editorial conjunto de la prensa catalana contra el Tribunal Constitucional acerca de la intocabilidad del nuevo Estatuto, infamante para la libertad de prensa y el pluralismo político. Pero sólo esa práctica unanimidad mediática en apoyar los objetivos del nacionalismo sin dar la menor cancha a las opciones críticas explica fenómenos como el ascenso fulgurante del independentismo catalán desde el 14% de 2006 a casi el 50% del 2013 y años inmediatos, que llevó a los golpistas a creer en un golpe factible, por la vía de los hechos consumados, para septiembre de 2017 (un buen informe de los datos principales, este del Real Instituto Elcano).
La implosión del Estado de las Autonomías
La creación de un entramado de organismos superfluos controlados por partidos, sindicatos y patronales afines ha servido a los separatistas para crear un embrión de Estado que habrá que deshacer
La creación de un entramado de organismos superfluos controlados por partidos, sindicatos y patronales afines ha servido a los separatistas para crear un embrión de Estado que habrá que deshacer, pero solo es una aplicación particular de la costumbre generalizada de multiplicar los entes públicos para controlar estrechamente una comunidad autónoma, como ha hecho con arte innegable el PSOE en Andalucía no para proclamar la independencia, sino para controlar y administrar todo lo que se mueva en aquella región.
Por supuesto, nada de esto habría ocurrido de esta manera de no existir en origen un nacionalismo antiguo, arraigado y dispuesto a dominarlo todo. Pero el nacionalismo tampoco habría podido llegar tan lejos de no existir una configuración política tan favorable a sus designios como la que han dispuesto el Estado de las Autonomías y su estructura subyacente, el capitalismo de amiguetes, en el que las grandes empresas y partidos catalanes han jugado un papel protagonista. Este sistema se ha visto sometido a dos fuertes crisis que han agotado su viabilidad futura.
El primero fue la crisis económica, durísima y prolongada, que sacó a la luz los tejemanejes de la coalición político-financiera que nos han costado los 75.000 m€ del rescate de las Cajas de Ahorro quebradas. España ha salido de ese trance siendo una sociedad más desigual, más fracturada y apuntada al desastroso populismo como solución de los problemas.
Aunque como es de prever la legalidad vuelva a implantarse en Cataluña, la fractura, la frustración y el odio que ha alentado y producido el “proceso” quedarán activos durante mucho tiempo
El segundo es, evidentemente, el golpe de Estado separatista en Cataluña, que tampoco puede desligarse por completo de la crisis económica convertida en crisis político-social. Todavía estamos lejos de conocer el desenlace y cabe esperar numerosos tejemanejes e incluso incidentes violentos, pero aunque como es de prever la legalidad vuelva a implantarse en Cataluña, la fractura, la frustración y el odio que ha alentado y producido el “proceso” quedarán activos durante mucho tiempo. El que está herido de muerte es el Estado de las Autonomías y su modelo de convivencia política.