antifascismo

Un fantasma borroso recorre el mundo

No se habla de otra cosa. Nos preocupa mucho el fascismo. Claro que sí. Pero, al igual que ha ocurrido con “machismo” o “racismo”, “fascismo” se ha convertido en una categoría elástica arquetípica. A saber, un concepto que podemos estirar o contraer a conveniencia. Teóricamente, eso ocurre con todos los términos del lenguaje natural. Los estudiosos de la lógica borrosa (fuzzy logic) suelen hablar de “cercas lingüísticas” (linguistic hedges) o “delimitaciones elásticas” (elastic constraints).[i] En principio, “fascismo” es un término tan elástico como “conejo”, la diferencia estriba en que “fascismo” se amplía o reduce de una forma gratuita y banal mientras “conejo” nos lo tomamos en serio hasta cuando es una metáfora. Ciertamente, “fascismo” todavía no está instalado en esa gratuidad absoluta donde reside desde hace años, por ejemplo, “machismo”. El primero de los errores mayúsculos que está cometiendo la izquierda posmoderna afecta al lenguaje y es haber abandonado la intencionalidad y la pragmática como vías para acceder al significado. El psicoanálisis, una de las tendencias más influyentes en el posmodernismo, ha establecido que el lenguaje es ideológicamente perverso y actúa inconscientemente. Ante una acusación de “machismo”, “racismo” o “fascismo” no tenemos ninguna escapatoria por mucho que apeláramos a nuestra conciencia. Porque el significado está articulado en el nivel de la falsa conciencia, la ideología subyacente: un territorio que no podemos controlar, pero él sí nos controla.

Piénsese, pongamos por caso, en lo que se ha convertido ya en un ejemplo canónico de “micromachismo” tal y como ha sido desvelado por la hermenéutica de la sospecha feminista: el camarero que lleva una consumición a una mesa donde están un hombre y una mujer.[ii] La consumición consiste en un batido de fresa con una pajita en forma de corazón y un lingotazo de whisky. El inconsciente machista del camarero le sirve el whisky al varón, claro está. Ante el veredicto de “micromachismo” el camarero está absolutamente indefenso por más que jure y perjure que él no es machista sino más bien un aliado feminista que te puede citar de memoria a Judith Butler en inglés. Si nuestro machismo reside en el inconsciente entonces nuestra intencionalidad, nuestra racionalidad o nuestra conciencia no juegan ningún papel relevante. Según he deducido de algunos posts de Facebook, parece ser que se estaba poniendo de moda entre las parejas extremadamente progresistas (por lo menos antes de la aparición del coronavirus y el cierre de los bares) el divertimento sádico de pedir la consumición ocultándole al camarero la información de quién quiere qué. Para así montarle un “pollo” reivindicativo y aplicarle una condena rápida por micromachismo si le sirve la copa a quien no debe. Así que ahí tenemos a una criaturita trabajando diez horas diarias por novecientos euros al mes y aguantando un tocamiento continuo de pelotas. Viva la clase obrera.

el término no es útil para representar la realidad política de forma adecuada, su función es suministrar munición simbólica en la guerra cultural en función de un sentido de identidad y pertenencia

Delimitado en su negatividad, lo que hace que el concepto de “fascismo” se amplíe o reduzca son los intereses instrumentales del discurso antifascista. Cuanto más poderoso y amenazante sea el fascismo más presencia y sobredimensión adquirirá el antifascismo. Pero el término no es útil para representar la realidad política de forma adecuada, su función es suministrar munición simbólica en la guerra cultural en función de un sentido de identidad y pertenencia. Nadie quiere ser denominado “fascista” pero son multitud los que quieren subirse al carro del antifascismo encontrándole, por fin, un sentido a sus anodinas vidas. Ahora bien, utilizar el dichoso término para describir tendencias políticas contemporáneas sólo sirve para añadirle magnetismo emocional a costa de restarle claridad intelectual. Además, al tratarse de un fenómeno histórico la comparación entre el viejo y el nuevo mundo nos arrastra por caminos que no son determinantes y provoca que no comprendamos la verdadera dimensión de lo que está pasando. El uso hasta la extenuación de rancios imaginarios históricos sólo puede provocar una visión distorsionada de un problema real, que no es el fascismo sino el populismo (un fenómeno poliédrico que atraviesa a derecha e izquierda y tanto a partidos consolidados como emergentes)[iii].

El test de Reichstag

Como sabe el lector, la extrema derecha está conquistando Occidente, empezando por la primera potencia mundial, Estados Unidos, con la presidencia de Donald Trump, siguiendo por el Brasil de Bolsonaro, la Hungría de Orban, la Italia de Salvini (aunque este ya no está), etc. Hasta llegar al hispánico partido Vox, cuyo éxito en las elecciones andaluzas provocó que el ínclito Pablo Iglesias proclamara la “alerta antifascista” la misma noche de las elecciones. Más adelante hablaremos del caso específico de Vox, fijémonos ahora en los otros. Todos esos personajes mencionados anteriormente han ganado elecciones o han alcanzado el poder por medios absolutamente legales. Sus ideas son como son, pero ninguno está destruyendo el sistema democrático, lo cual ya les aleja del fascismo clásico, cuya principal característica fue la utilización de la violencia. Mussolini y Hitler también ganaron elecciones, lo sabemos. Sin embargo, en el caso italiano, los “camisas negras” utilizaban una represión brutal para amedrentar a los votantes y, en el siempre mencionado caso de Hitler, después de ganar las elecciones da un golpe de estado, le pega fuego al parlamento (el Reichstag) y empieza a encerrar a sus rivales políticos en campos de concentración. La primera diferencia, por tanto, no es moco de pavo. Así que, si se ha respetado el sistema democrático, eso quiere decir que Trump y Cía. están gobernando porque los ciudadanos así lo desean.

Incluso aunque consideremos también la “violencia” como un concepto borroso, que se amplía o reduce en función de nuestras elucubraciones teóricas, no se puede sostener que el populismo de derechas esté utilizando métodos violentos contra el sistema democrático. Para ubicar en su justa dimensión al fascismo contemporáneo yo propondría utilizar un test rápido, al que llamaré test de Reichstag. En democracia, la soberanía del pueblo está representada en el parlamento. Quemar un parlamento, rodearlo, amenazar o presionar a los parlamentarios o, simplemente, manifestarse delante de esos edificios arrogándose los manifestantes una legitimidad que se niega a la institución democrática… eso es fascismo. Como tarea, el lector podría buscar información sobre quiénes en España, en los últimos años, se han manifestado delante de parlamentos con el sano propósito de deslegitimarlos. En Madrid, Barcelona o Sevilla. Pues bien, ahí lo tienen. El fascismo[iv]. Es inconcebible que esos manifestantes sean miembros de Vox. La gente de Vox sabe que tiene la violencia estrictamente prohibida. Y es inimaginable una manifestación de Vox rodeando el Congreso de los Diputados bajo el lema “no nos representan”. Una acción así provocaría de inmediato un conflicto civil grave con violencia de la de verdad. Por la misma razón tampoco cabe en nuestra imaginación ver a simpatizantes de Vox haciendo un “escrache”. Por ejemplo, impidiendo en una universidad que alguien dé una conferencia. O acosando personalmente, cara a cara, a un político rival. O enseñando los testículos pintarrajeados con una proclama en un mitin feminista.

Aunque caben excepciones mínimas, se puede decir que, en democracia, la violencia es una graciosa exclusiva de la izquierda

Aunque caben excepciones mínimas, se puede decir que, en democracia, la violencia es una graciosa exclusiva de la izquierda. La derecha rara vez se echa a la calle, no es revolucionaria. Incluso cuando se manifestaron contra el gobierno durante la pandemia no parábamos de solazarnos con esas pintas y esos peinados: no estamos acostumbrados a ver manifestaciones de gente tan extraña que vive en lugares exóticos como el barrio de Salamanca de Madrid. En nuestra imaginería mental, lo lógico es que los antifascistas le peguen fuego a Barcelona o a Nueva York. Siempre hay una buena causa para pegarle fuego a algo. Podrá alegárseme que también existen “ultras” violentos, por ejemplo, grupúsculos neonazis que agreden a inmigrantes, homosexuales o que cometen, como se dice ahora, “delitos de odio”. Pero esos neonazis saben perfectamente que están cometiendo delitos y que son, por tanto, delincuentes. Sus actos no se pueden insertar dentro de nuestro sistema, ni el valorativo, el jurídico, el político o la opinión pública. Los crímenes del neonazi sólo son justificados por otros neonazis, están agotados en su criminalidad sin poder ir más allá.

Guerras psíquicas en el mundo virtual

Por el contrario, el progresista “escracheador” ni se identifica a sí mismo ni quiere que le identifiquen como un criminal (como tampoco lo hacía, en una dimensión mucho más grave, el viejo terrorismo de izquierdas del siglo XX; no eran terroristas sino “luchadores”). Él es un justo, combate por un mundo mejor. Para él, rodear el parlamento no es un delito antidemocrático sino una simpática performance. Su objetivo es proporcionar a su acción una legitimidad, por así decir, sistémica. Esta diferente percepción de la violencia, que será justamente lo que nos lleve a utilizar elásticamente (o no utilizar) el término “violencia”, también vale para los célebres linchamientos en las redes sociales (que con tanta brillantez ha estudiado Juan Soto Ivars[v]). Yo juraría que derechas e izquierdas linchan de manera diferente. Por supuesto, ambos quieren destruir aquello que odian. Pero para la izquierda el linchamiento particular es una batalla inserta dentro de una guerra más amplia por una utopía. La izquierda tiene objetivos, que son compartidos por un grupo amplio de gente. El odio es un subproducto de la no adecuación entre el objetivo y un determinado contenido de la red. Por ejemplo, la izquierda lucha contra el machismo porque entre sus objetivos de justicia social está la igualdad entre hombres y mujeres, la utopía feminista. Así pues, linchará a aquel que publique un “tuit” considerado machista (con la debida elasticidad y borrosidad de la que hablamos antes).

La izquierda produce Social Justice Warriors. La derecha, trolls

En el linchador de derechas no es posible, por el contrario, encontrar a su odio otro objetivo más que el propio odio. Odia como una forma de expresión. Lo que comparte con sus compañeros no es la utopía sino el simple deseo de que los “normies” reciban su merecido. Lo cual no es óbice para que ese odio pueda cristalizar incluso en opciones políticas concretas lideradas por personajes como Donald Trump. Con o sin ayuda de bots. Pero, en cierto sentido, los linchadores de derechas son más individualistas, aunque ocasionalmente puedan atacar en manada y compartir madrigueras como Forocoches y ese 4chan tan bien analizado por Angela Nagle[vi]. Según Nagle, la victoria de Donald Trump fue posible gracias a las corrientes de opinión generadas en las redes sociales por la denominada alt-right. Más adelante añadiremos algo sobre esto. Pero sigue habiendo matices enfrentados. Mientras que el guerrero social de izquierdas percibe su linchamiento como un deber y una obligación moral hacia la causa, el derechista tiene un perfil más lúdico y bronco, busca el placer de la destrucción y la sobreactuada reacción. La izquierda produce Social Justice Warriors. La derecha, trolls[vii].

Desconozco si existen investigaciones fidedignas que revelen cuál de los dos bandos es dominante en internet, aunque suele ser una metodología muy acertada sostener lo contrario de lo que dice El País

Por supuesto, ambos grupos amenazan, insultan y no razonan. Y los más peligrosamente tarados incluso se atreven a existir más allá de las redes sociales. Un enfrentamiento en el que linchadores de izquierdas y derechas lucharan entre ellos dándose navajazos virtuales sería la guerra cultural más grande, gloriosa y apocalíptica que hayan visto los tiempos. Sin embargo, la gracia que tiene todo esto es que los dos bandos nunca se encuentran en el mismo campo de batalla, o lo hacen de una forma muy tangencial, un comentario destemplado en tu “muro” y cosas así. Como se ha dicho tantas veces, la dinámica que generan las redes sociales es el agrupamiento de afines y no la colisión de opuestos. Lo más corriente es que se solicite amistad o seguimiento a potenciales amigos nuevos con los que ya se comparten muchos amigos viejos (con las excepciones pertinentes de familiares o amigos del mundo real). Cuando se realiza esto centenares de veces se produce un decantamiento muy significativo. Desconozco si existen investigaciones fidedignas que revelen cuál de los dos bandos es dominante en internet, aunque suele ser una metodología muy acertada sostener lo contrario de lo que dice El País[viii]. Y, francamente, no creo que eso se pueda investigar de forma no especulativa. Por lo menos ahora que, con ocasión de la pandemia causada por el coronavirus, España está inmersa no sólo en una guerra sanitaria sino en una guerra propagandística. Cierto, como ocurre en todas las guerras. En las guerras, la primera víctima es la verdad y esa es la única verdad. El problema es que ahora se etiqueta como «bulo” y es susceptible de persecución y “monitorización” toda crítica al gobierno.

En cualquier caso, sería difícil sostener que el juego de las ideologías en las redes sociales es cualitativamente diferente de la opinión pública tal y como se configura fuera de la red. Así dice Carlos Martínez Gorriarán:

“Como suele pasar, casi todos los argumentos tienen algo de verdad y acierto. Internet no es la panacea que producirá por sí misma un mundo mejor y más justo, pero tampoco ha creado la falsa noticia malintencionada (fake) ni los difamadores profesionales (trolls). Fakes y trolls profesionales como Julian Assange (al servicio de Putin y saludado no hace tanto como apóstol de la nueva democracia telemática) son acusados de provocar cambios irracionales y malévolos en la opinión pública. ¿Pero es así?: la respuesta es no. Es cierto que internet logra extender y difundir de un modo antes imposible la circulación de información, mezclando la buena con la mala (y haciendo más importante que nunca una educación crítica en el discernimiento de la calidad que internet no proporciona por sí misma), pero la manipulación social mediante la desinformación y la calumnia son tan viejas como la propia opinión pública” [ix].

¿Quién manda en internet?

Los valores que dominan internet son los mismos que dominan la sociedad. Y actúan de la misma forma, algunos privadamente y otros institucionalmente. Si nos fijamos en las agencias que controlan redes sociales como Twitter, Facebook o YouTube, veremos que su forma de ejercer la censura se corresponde con el imaginario político de las izquierdas. Porque los valores institucionales proceden de la izquierda. El tsunami derechista que estamos viviendo es una reacción dinámica, no sistémica. Igual que viene se podrá ir. Pero los valores son ya permanentes. Por ejemplo, principios originariamente de izquierdas como el ecologismo o el feminismo están insertos en los curricula educativos españoles, pero no se encontrará en las escuelas rastro alguno de tradicionales valores conservadores como la religión o el nacionalismo. Hace años que en las aulas de la escuela pública española no hay retratos del jefe del Estado, no digamos ya crucifijos.

La cuestión no es que en internet pululen todo tipo de discursos radicales, falsos o simplemente estrafalarios sino cuáles son los criterios que utilizan las instituciones de internet (entre las que habría que incluir a sus colaboradoras agencias de fact-checking) a la hora de cerrar una cuenta de Twitter, borrar un vídeo de YouTube o meter algún perfil en la famosa mazmorra virtual de Facebook. Pensemos, ¿qué censura Facebook, la falta de corrección política o el exceso? ¿Qué tipo de mensajes debería emitir yo para que Twitter me castigue como a un niño malo?

Atrapados en el frame

En el hiperespacio virtual hay gente de izquierdas y gente de derechas. Obviamente. Pero, como ya dije, están de forma distinta. Porque se instalan en la sociedad y en esa red de redes que configura la opinión pública de una forma distinta. Puesto a categorizarlos, podríamos considerar a los izquierdistas como cyborgs semihumanos programados para reivindicar una causa. La gente de izquierdas posee un gran vacío en sus mentes presto a ser rellenado con explicaciones de la realidad que derivan en pautas de acción. El único problema es saber cuál es la causa, claro está. Las ideologías son marcos, frames, ese concepto procedente del cognitivismo de Marvin Minsky[x] y que ha sido popularizado en teoría política por Georges Lakoff[xi]. Los frames son la base de la ideología, formas simples de estructurar la información que proporcionan de manera inmediata una confirmación a tus prejuicios y te reafirman en tu rol moral como un luchador por la justicia. La información concreta se inserta en la estructura a través de “ranuras” (slots). Toda la estructura del marco se puede envolver para llevar a casa en versiones más simples como consignas, eslóganes, etc. Recetas elementales para ir tirando, como ubicarnos dentro de esa dialéctica maniquea entre lo público y lo privado cuando se habla, por ejemplo, de sanidad o educación. La dicotomía amigo/enemigo se da por supuesta: lucha de clases, lucha de sexos, lucha de la naturaleza contra el ser humano, al que ataca vengativamente con virus mortales… Sin que falte la búsqueda de chivos expiatorios como Amancio Ortega o el Partido Popular (cuyos legendarios “recortes” sanitarios se han convertido en un frame de manual en esta pandemia). O una bruja malvada que dejó a los niños sin colegio y los atiborró de pizzas.

Sin marcos ideológicos rígidos estaríamos a solas con nuestra superioridad moral, sin saber qué decir frente a un mundo complejo para ninguno de cuyos problemas tenemos una solución

Los frames son indispensables en la ideología progresista. Sin marcos ideológicos rígidos estaríamos a solas con nuestra superioridad moral, sin saber qué decir frente a un mundo complejo para ninguno de cuyos problemas tenemos una solución que valga o, al menos, una solución mínima que no genere más problemas. Tradicionalmente, la causa izquierdista por antonomasia era la emancipación de la clase obrera, luego llegaron las “políticas de la identidad”, el interminable resentimiento y la queja de quienes eligen como identidad la de víctima oprimida. La causa ecologista, anticapitalista, feminista, animalista, antirracista, LGTB+ y muchas más que se nos puedan ocurrir o que puedan aparecer en el futuro. Al estar todas juntas ocupando el mismo hueco mental todas se mezclan y como consecuencia de ello el guerrero social izquierdista puede acabar creyendo que todas son, en el fondo, la misma causa. Y así tenemos, pongamos por caso, anticapitalismo ecologista, ecofeminismo, anticapitalismo antirracista, feminismo antifascista, antitaurinismo decolonial, etc. etc. Ocasionalmente aparece lo que los informáticos llaman un bug o un fallo de Matrix producido por el hecho de que esas causas, en realidad, son lógicamente independientes. De forma sorpresiva pueden llegar a generarse una especie de cortocircuitos mentales al descubrir, por ejemplo, que el mayor desastre ecológico de la historia de la humanidad no lo produjo el capitalismo sino el comunismo. O que la causa “transgénero” no sea una aliada sino más bien una rival de la causa feminista. O que a un maltratador de mujeres se le exima de la condena por “violencia de género” porque ha echado la instancia y se ha cambiado de sexo[xii]. O que un santo progresista practique la eutanasia a su esposa enferma y sea acusado de la susodicha “violencia de género” simplemente porque él es un hombre y su esposa una mujer. O que los vilipendiados plásticos estén salvando vidas en esta crisis sanitaria que nos aflige. O que la clase obrera vote a la extrema derecha. O que nos pongamos del lado de los trabajadores cuando la fábrica se cierra a la vez que abominamos del consumismo que mantenía abierta esa fábrica. Etc.

Conservadores y reaccionarios

El derechista no parte de una explicación de la sociedad tal y como funciona. Ni hace una proyección de cómo debería funcionar. Utópicamente. Lo que genera su mentalidad no es su visión del mundo en sí sino su ubicación dentro de dicho mundo

No se puede establecer un discurso completamente simétrico para la derecha, un discurso que cambiara el contenido, aunque respetara la forma. No existen ideologías de derechas. El derechista no parte de una explicación de la sociedad tal y como funciona. Ni hace una proyección de cómo debería funcionar. Utópicamente. Lo que genera su mentalidad no es su visión del mundo en sí sino su ubicación dentro de dicho mundo. Es conservador y reaccionario. Conserva una situación en la que él mantiene una posición óptima. Reacciona frente a los movimientos que alteran esa situación. No tiene una ideología específica porque, en realidad, no la necesita. Lo que puede hacer, y de hecho está haciendo, es instrumentalizar discursos en función de su conveniencia. Incluso aquellos frames procedentes de la izquierda o el mismísimo liberalismo. Cuando un valor se consolida transversalmente el derechista también lo conserva. Sólo reacciona frente a los valores que están por consolidar. Sus necesidades de identidad y pertenencia a un grupo se pueden satisfacer sencillamente a base de religión o nacionalismo. O buscando chivos expiatorios como la crisis de valores, los inmigrantes, los delincuentes o las dos cosas juntas.

Así que ándese el lector con mucho ojo no vaya a ser que, en determinadas ocasiones, para defender valores izquierdistas tenga que votar a partidos de derechas, habida cuenta de esa “deriva reaccionaria de la izquierda”

Me explicaré con un ejemplo. Ahora mismo, los valores del ecologismo están plenamente consolidados en el imaginario de nuestra cultura. Por supuesto, no estoy afirmando que la gente no contamine o recicle a “tutiplén” sino que el marco ecologista es de curso legal, dominante, incuestionado y multiuso. El ecologismo como ideología política procede de la izquierda. Es sabido. Pero a nadie sorprendería que un político de la extrema derecha más caníbal pudiera usar ocasionalmente un argumento ecologista si eso le resultara útil en un determinado contexto. A la derecha no le importa utilizar argumentos izquierdistas a conveniencia, a condición de que se trate de valores establecidos y poco conflictivos. En el caso del ecologismo, además, es conservador en todos los sentidos del término. Mientras que un izquierdista genuino preferiría que lo enterraran vivo antes de ser considerado un “facha”, las personas de derechas pueden asumir perfectamente todos los valores universalmente aceptados que proceden de la izquierda ilustrada, como la libertad, la igualdad, los derechos humanos… Incluso el laicismo y la secularización. Hay autores que sostienen que el origen de la secularización está en el propio cristianismo, o que el cristianismo es la religión para salir de la religión, o que la esencia del cristianismo es el relativismo posmoderno o incluso el propio ateísmo… Hay gente “pa tó”. Así que ándese el lector con mucho ojo no vaya a ser que, en determinadas ocasiones, para defender valores izquierdistas tenga que votar a partidos de derechas, habida cuenta de esa “deriva reaccionaria de la izquierda” que tan sabiamente ha estudiado Félix Ovejero[xiii]. Y ahora, Vox.

De Marinaleda a Maryland

El votante de extrema derecha… ¿cómo es él? Cuando se supo que en el pueblo sevillano de Marinaleda, una especie de franja de Gaza gobernada desde el inicio de los tiempos por un comunista alucinado, hubo 44 votantes de Vox inmediatamente la Gestapo mediática intentó localizarlos e identificarlos (lo cual llevó a mucha gente a comprender de forma meridiana por qué el secreto del voto es un principio democrático).[xiv] Tal vez si hubieran logrado cazar a alguno podríamos haber elaborado un “perfil” pero es fácil imaginarse quién vota a Vox, a Trump o a Bolsonaro, en Marinaleda o en Maryland: tipos muy enfadados. Hartos. Indignados. Su voto no es un voto normal, es un voto que echa chispas. En ese sentido, el voto de extrema derecha es igual que el de extrema izquierda. De hecho, fue con la extrema izquierda cuando se empezó a hablar de “los indignados” en un sentido político. En cualquier caso, lo que está claro es que la extrema indignación es una fuerza tan poderosa que nos lleva a tomar decisiones que, en circunstancias normales, no tomaríamos. Ni en política ni en la vida cotidiana. La indignación política arrasa con todo, destruye el statu quo, elimina inhibiciones y mecanismos de contención hasta en el sentido estético. Elegimos la opción extremista porque no sentimos la necesidad de conservar nada del viejo mundo o porque nos parece que los acontecimientos del nuevo evolucionan en un sentido excesivamente desviado. No tener nada que perder es uno de los motivos por los que se hacen las revoluciones. En democracia no hace falta pegar tiros; las revoluciones se hacen votando. Incluso se pueden dar golpes de Estado metiendo papeletas en urnas, como se vio en el caso del referéndum independentista en Cataluña. Así que es preciso profundizar un poco más y plantearnos una pregunta más precisa, caliente, caliente… ¿por qué está tan enfadada la gente?

para entender la victoria de Trump no puedo dejar de recomendar la lectura de un libro escrito antes de que el magnate norteamericano ganara la presidencia. Se trata del Manifiesto Redneck de Jim Goad

Aquí ya es preciso diferenciar entre países porque, aunque hay elementos comunes, también hay diferencias. En el caso de Estados Unidos, para entender la victoria de Trump no puedo dejar de recomendar la lectura de un libro escrito antes de que el magnate norteamericano ganara la presidencia. Se trata del Manifiesto Redneck de Jim Goad, un texto absolutamente analítico, intempestivo y lleno de sentido del humor.[xv] Goad nos explica de forma documentada cómo el grupo social más maltratado, vilipendiado, discriminado, drogado y marginado de Estados Unidos no son los negros, queridos niños y niñas, sino los rednecks, “nucas rojas”, la clase obrera blanca. Crucificados con los estereotipos de paletos rústicos, basura blanca, ultraderechistas, racistas, incestuosos (¡Cletus y Brandine!), meapilas armados hasta los dientes… los rednecks no han participado de ningún tipo de beneficio social y han sido derrotados también en el imaginario simbólico puesto que en ese territorio virtual son “opresores” y, por tanto, no merecen ningún tipo de piedad. Nadie se manifiesta, lloriquea ni hinca la rodilla por los rednecks. Esto es así porque, según Goad y otros, la izquierda ha abandonado el concepto de “clase” y ha dejado tirada a su clase favorita: el proletariado. ¿Por qué? Porque le resultaba más fácil hablar de los cuartos de baño.

Jim Goad es mucho más inteligente y divertido que el izquierdista standard. Y, para más inri, está defendiendo al sector de la clase obrera norteamericana que acabó votando masivamente a Donald Trump (aunque él no sabía esto). No obstante, sí podríamos considerar que representa a esa minoría progresista crítica de la “trampa de la diversidad”, aquellos intelectuales que reivindican una especie de back to the basics marxista frente a los delirios posmodernos y sus “políticas de la identidad”. Su lema podría ser algo así como “volvamos a hablar de la clase obrera y de los problemas importantes”. Es fácil identificar a esta gente. Son esos tipos que cuando echas la lagrimita por los siete muertos del atentado yihadista de Londres te recuerdan que estamos ignorando a los miles de niños que mueren todos los días de hambre en África. Y si te muestras horrorizado por los treinta mil muertos por el coronavirus en España te sueltan que el cambio climático es mucho más grave, que matará a millones, y que treinta mil muertos es sólo una mala tarde en Siria.

Dos fracasos de la izquierda

Puestos a representar esta tendencia con una figura podríamos elegir a Bernie Sanders, el ya olvidado político demócrata norteamericano. Fue Sanders quien sugirió que dejáramos de polemizar sobre los cuartos de baño y volviéramos a los problemas que importan a la gente. Justo lo mismo que pensaban los fascistas rednecks. La insuficiencia del análisis marxista volvía una vez más a hacer acto de presencia. La clase obrera blanca quiere mejorar sus condiciones de vida, pero con eso no se refieren sólo a su vida material sino que está implícito un anhelo de reconocimiento y una demanda de dignidad. No se trata de volver a Marx sino al mismísimo Hegel. Así dice Francis Fukuyama:

“Con frecuencia, los individuos no perciben la angustia económica en forma de privación de recursos, sino de pérdida de identidad. El trabajo arduo debe conferir dignidad a un individuo, pero esa dignidad no se reconoce, e incluso se critica, mientras otras personas que no están dispuestos a cumplir las reglas reciben ventajas indebidas. Este vínculo entre el ingreso y el estatus ayuda a explicar por qué los grupos conservadores nacionalistas o religiosos han resultado más atractivos para muchas personas que los tradicionales de izquierda basados en la clase económica” (Identidad, La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento) [xvi].

la necesidad de reconocimiento se ha dejado en manos del nacionalismo o la xenofobia populista, catalizadores de masas de solvencia contrastada históricamente. Mientras tanto, el justiciero leftie seguía enredado tratando de solucionar los problemas que él mismo había creado

El fracaso de la izquierda sería, por tanto, doble. En primer lugar, ha elaborado una política del puro deseo en economía volviendo a narrar mil veces su cuento infantil de los ricos contra los pobres. No obstante, también ha fracasado a la hora de ofrecer una identidad común. Y así ha restringido esa demanda de reconocimiento a un subgrupo de lo que Fukuyama denomina “formas particulares de identidad”[xvii]. Tan particulares han sido esas identidades que se han considerado, de hecho, como una fuente de elitismo, alimentando una “política del resentimiento”. Pero esta vez ya no en los grupos que explotan la industria de la victimización (digamos, los resentidos profesionales) sino en la nueva mayoría realmente victimizada. La consecuencia es que la necesidad de reconocimiento se ha dejado en manos del nacionalismo o la xenofobia populista, catalizadores de masas de solvencia contrastada históricamente. Mientras tanto, el justiciero leftie seguía enredado tratando de solucionar los problemas que él mismo había creado. Problemas como si la terminación en “e” se puede usar como genérico neutro o cuál es el retrete adecuado a mi género fluido.

Controversias urinarias

La disputa de los cuartos de baño ha sido muy bien explicada por Pablo de Lora[xviii] y está relacionada con la ideología “transgénero” y la superación de los conceptos biologicistas de “hombre” y “mujer” por una autoidentificación subjetivista con una categoría como el “género”, está sí absolutamente fuzzy (pueden encontrar una lista de los potencialmente infinitos géneros en el libro ya citado de Angela Nagle[xix]). ¿Dónde hacen pipí los sujetos transgénero? Yo no me enteré de que existía este problemón hasta que un día, en una facultad universitaria, tuve que ir al baño y no supe cuál era la puerta por la que debía entrar porque alguien había quitado los estereotípicos iconos de “hombre y “mujer”. Pensé “bueno, bueno, bueno… así que en esta facultad también piensan que “hombre” y “mujer” son constructos sociales, seguro que también creen en la virtus dormitiva y el mal de ojo”. Es que, no sé si lo he dicho antes, no se trataba de la facultad de ciencias políticas sino la de medicina.

El filósofo Mark Lilla, una de las mentes pensantes del Partido Demócrata norteamericano, ha acusado a las políticas de la identidad de haber socavado el concepto de “ciudadanía” y de provocar un “desdén hacia el demos

“Políticas de la identidad”, “multiculturalismo”, “corrección política”, “guerras culturales”, “perspectiva de género” … son las diversas vigas con las que desde los años sesenta está construyendo la izquierda posmoderna un entramado sobre las ruinas del marxismo. Formas de rellenar el vacío mental permanente. La ciencia social materialista decimonónica del viejo barbudo fue sustituida por las filosofías más fraudulentas del siglo XX, surgidas en Francia y regurgitadas en los campus universitarios norteamericanos[xx] por un ejército de niñatos que se han convertido en el nuevo paradigma antropológico: el copito de nieve o snowflake. Copitos exportados desde USA a todo el mundo. Es fácil identificar a esta gente. Basta con oírles decir “visibilizar”, “estructural”, “fluidez” o “construcción social”. El filósofo Mark Lilla, una de las mentes pensantes del Partido Demócrata norteamericano, ha acusado a las políticas de la identidad de haber socavado el concepto de “ciudadanía” y de provocar un “desdén hacia el demos” (El regreso liberal, Más allá de la política de la identidad) [xxi]. Lo que habría hecho la izquierda norteamericana es desarrollar una retórica resentida y fragmentadora. Así “[c]ada avance de la conciencia identitaria liberal ha marcado un retroceso de la conciencia política liberal. Sin ella no se puede imaginar la visión de un futuro para los estadounidenses”[xxii].

Para asumir una identidad de guerrero social paladín de los grupos históricamente oprimidos se ha ignorado que en democracia lo que nos constituye como pueblo, lo común, es la ciudadanía. “El liberalismo de la identidad”, dice Lilla, “expulsó la palabra «nosotros» a las tinieblas exteriores del discurso político respetable”[xxiii]. Si estas derivas ideológicas nefastas se aderezan con ingredientes filosóficos como el relativismo, el subjetivismo o el sentimentalismo se crea, como dijimos anteriormente, una especie de élite muy entretenida con los bizantinismos de la “corrección política” (como el “lenguaje inclusivo”) pero también muy alejada de las preocupaciones del ciudadano medio. Estas políticas identitarias, al ser asumidas como núcleo doctrinal por los partidos de izquierda, arrojan a personas no especialmente radicales en los brazos de demagogos extremistas que no necesitan para captarlas otra cosa que hablar de algún problema real. Y esto por no mencionar el modus vivendi que para muchos grupos ha producido el victimismo profesional y la asunción de la identidad de oprimido, tanto si estás realmente oprimido (normalmente no) como si lo estuvieron tus antepasados. O da igual, porque tú te autoidentificas con la opresión que te dé la gana. No necesitan otra cosa más que considerarse mártires autoproclamados (en expresión de Pascal Bruckner[xxiv]) e ir ganando puntos a base de “interseccionalidad”[xxv]. Así, ser una mujer, negra, lesbiana, discapacitada, etc. aumenta los niveles de discriminación padecida. Mientras que ser un tío, blanco, hetero, como mi youtuber favorito, aumenta la ratio de opresor[xxvi].

La invasión de los copitos mutantes

Analizar la figura del snowflake nos llevaría muy lejos porque lo que está en juego, como dijimos antes, es la articulación de un paradigma antropológico y un diseño social. Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, en su libro La transformación de la mente moderna (subtitulado “cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso”) hacen un retrato de estos jóvenes partiendo de tres falsedades:

“1. La falsedad de la fragilidad: lo que no te mata te hace más débil.

2. La falsedad del razonamiento emocional: confía siempre en tus sentimientos.

3. La falsedad de «nosotros contra ellos»: la vida es una batalla entre las buenas personas y las malvadas[xxvii].

El copito de nieve, en cambio, es un obseso de la censura, desde un anuncio publicitario o una película clásica a una palabra en un cuento infantil, vive en un permanente estado de alarma ante los estímulos del mundo exterior, huyendo hacia sus “espacios seguros”

El snowflake es la antítesis del sujeto ilustrado tal y como lo concibió Kant[xxviii]. Mientras el ilustrado es mayor de edad y se atreve a saber, el snowflake es un niño consentido al que todo perturba y todo traumatiza. Si el ilustrado es libre y autónomo, el copito de nieve es absolutamente dependiente de su mamá helicóptero y padece de intolerancia a la frustración. El ilustrado es racionalista y crítico, el snowflake es pura emocionalidad y para él razonar es hacer terapia. Como se recordará, Kant sostenía que no había que poner ningún límite a la libertad de expresión en el “uso público de la razón”. El “público de los doctos” es capaz de defenderse con su propio entendimiento. El copito de nieve, en cambio, es un obseso de la censura, desde un anuncio publicitario o una película clásica a una palabra en un cuento infantil, vive en un permanente estado de alarma ante los estímulos del mundo exterior, huyendo hacia sus “espacios seguros”. Si el ilustrado es científico y acepta la realidad tal y como es, el copito de nieve es un relativista absoluto que piensa que los hechos son interpretaciones. Eres lo que sientes. El snowflake cree que tener razón es un derecho. Y ser feliz también. Son legión los sabios que se han dedicado a estudiar a este nuevo modelo antropológico y la sociedad que está configurando. Señalando rasgos como el relativismo (Ian Hacking, ¿La construcción social de qué?[xxix]), el psicologismo (Martin L. Gross, The Psychological Society[xxx]), el narcisismo (Christopher Lasch, The Culture of Narcissism[xxxi]), el emocionalismo (Theodore Dalrymple, Sentimentalismo tóxico[xxxii]), el terapeutismo (Thomas Szasz, The Therapeutic State[xxxiii], Philip Rieff, The Triumph of the Terapeutic[xxxiv]), el pensamiento positivo (Barbara Ehrenreich, Sonríe o muere[xxxv]), la obligatoriedad de la felicidad (Edgar Cabanas y Eva Illouz, Happycracia[xxxvi], Pascal Bruckner, La euforia perpetua[xxxvii]), el victimismo (Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia[xxxviii], Robert Hugues, La cultura de la queja[xxxix]), la irresponsabilidad (Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber[xl])… Como se ve, hay muchos más problemas aparte del fascismo.

Experimentos con la opinión pública

Volvamos a Vox. A mí es un partido que siempre me ha caído muy simpático porque es absolutamente gamberro. Destroyer, tirando a punky. Un “troleo” continuo. Para ellos no existe la corrección política. Al principio parecía que la opinión pública les importaba un pimiento. Normalmente una opinión pública adversa es algo que aterroriza a los políticos. Si utilizan ese pseudolenguaje banal que siempre se les critica es porque lo han desarrollado como rasgo adaptativo al ecosistema del mainstream popular. En sus inicios como formación política, cualquier dirigente de Vox era capaz de decir la barbaridad más grande sin que parecieran importarle mucho las reacciones hostiles. Más que divulgar un ideario político la impresión era que estaban realizando una especie de experimento sociológico o un estudio de mercado. ¡Pero si hasta llegaron a provocar un debate sobre la posesión de armas de fuego! Un debate que jamás ha existido en lo que un cursi posmoderno llamaría la “conversación social” española. No digamos ya su defensa de la caza o los toros. Los políticos profesionales siempre evitan ese tipo de “fregados” morales, huyen de controversias que sólo traen problemas y ningún beneficio electoral. Ellos las buscaban. Como, por ejemplo, el aborto, otra vez el “fregado” por antonomasia. Pero su gran hallazgo no fue ese.

Vox empezó a contagiarse de realpolitik y a parecer un partido político de verdad cuando empezó a tocar poder institucional. Les pasa a todos. Salvo a Podemos. El papel de troll gamberro que a la vez es gobernante lo tienen pillado en exclusiva Pablo Iglesias y Donald Trump

Vox empezó a contagiarse de realpolitik y a parecer un partido político de verdad cuando empezó a tocar poder institucional. Les pasa a todos. Salvo a Podemos. El papel de troll gamberro que a la vez es gobernante lo tienen pillado en exclusiva Pablo Iglesias y Donald Trump. Cuando Vox ya era un apoyo necesario para el gobierno de la Junta de Andalucía, defenestró temporalmente a su líder en la región, Francisco Serrano, por unas declaraciones cuestionando la sentencia de “La Manada”. ¿Ven lo que les dije de la opinión pública? Si gobiernas ya no puedes soltar cualquier cosa que se te ocurra. Y más si estás apoyando a un gobierno de coalición. No obstante, Serrano no hizo más que extraer una especie de corolario de una de las líneas de pensamiento más sólidas de su partido: la crítica al feminismo, singularmente a la Ley Integral contra la Violencia de Género (LIVG). O mucho me equivoco o ese ha sido un factor clave en el éxito de Vox en las elecciones andaluzas y explica sus casi cuatro millones de votos en las elecciones generales. Algunos analistas se sorprendieron del fenómeno paranormal que suponía que en la graciosa, soleada y progresista España aparecieran de repente cuatro millones de fascistas que nadie sabía dónde estaban antes. El enigma es muy fácil de resolver. Simplemente, no se trataba de “fascistas”.

lo que se ha regalado alegremente a Vox es la custodia en solitario de uno de nuestros más sagrados principios. La igualdad

Al descubrir que existe un amplio sector de la opinión pública que considera a la LIVG una ley discriminatoria e injusta para los hombres – y está dispuesto a votar contra ella – Vox tomó posesión de una mina de oro y una licencia de explotación en exclusiva. Ningún partido le ha acompañado en la aventura, aunque es muy probable que en el PP o en Ciudadanos haya militantes que también cuestionen esa ley (pero que, en cualquier caso, preferirían una muerte lenta, dolorosa e infinitamente cruel antes que convertirse en objetivo de la santa ira feminista). La ley contra la violencia de género es una muestra perfecta del estropicio que han provocado las filosofías posmodernas y la French Theory postestructuralista en el pensamiento de izquierdas y en uno de sus pilares fundamentales: el feminismo. No quisiera extenderme mucho pero el lector haría muy bien en estudiar este proceso en el libro de Christina Hoff Sommers Who stole Feminism? (¿quién robó el feminismo?)[xli]. No obstante, convendría hacer algunas matizaciones porque lo que se ha regalado alegremente a Vox es la custodia en solitario de uno de nuestros más sagrados principios. La igualdad.

Igualdad y normatividad

El concepto de “igualdad” pertenece al ADN de la cultura ético-política occidental. Su origen está en la vieja democracia ateniense, en el siglo VI a. de C., pero también lo encontramos en el cristianismo (San Pablo) y, por supuesto, en la Ilustración y en el liberalismo. Al principio es indiscernible del propio concepto de democracia. El poder en la Atenas arcaica residía sobre una estructuración de la sociedad en formas de relación basadas en el parentesco, lo que los griegos denominaban filés y nosotros llamaríamos “tribus”. Era la “política de la identidad” de la época. Lo primero que hizo el inventor de la democracia, Clístenes, fue destruir el sistema de las familias y establecer una estructura espacial basada en distritos o municipios que se denominaron demos. Para ser un ciudadano había que estar inscrito en un demos (estar empadronado como si dijéramos). El poder ya no se heredaba, los ciudadanos tenían derechos, como la isegoría o libertad de expresión en la asamblea, simplemente por el hecho de ser ciudadanos, independientemente de cualquier otra característica que los pudiera definir, singularmente su origen o su parentela. Al sistema se le denominó “democracia”, que significa “poder de los ciudadanos”. “Ciudadanos”, que no “poder del pueblo”. Había mucho más pueblo que ciudadanos, por ejemplo las mujeres, los esclavos y los extranjeros no contaban. El toque de genialidad de Clístenes fue establecer el principio que iba a regir ese sistema, al que denominó isonomía, que significa “igualdad ante la ley”. Es decir, “todos los ciudadanos son iguales ante la ley”. Fácil ¿verdad?

Nosotros no admitiríamos una democracia tan restrictiva, pero en las reformas de Clístenes ya está contenido todo lo que es necesario comprender en el concepto de “igualdad”. La democracia es un proceso de abstracción, se busca un concepto lo más amplio posible y se van eliminando las diferencias. Fuzzy logic total. “Ciudadano” era un concepto estrecho en Atenas pero aún así era más amplio que la filé tal o cual. En el cristianismo, “hijo de Dios” es también un concepto muy extenso, igual que “ser humano” en la Ilustración. Siempre puede aparecer alguien diciendo que incluso “ser humano” es muy estrecho para nuestro gusto actual ¿y los animales? ¿Los embriones? ¿Los robots? ¿Otras especies humanas? ¿Los extraterrestres? Da igual. Independientemente de la categoría que se utilice siempre funciona de la misma manera: igualar es eliminar la “diversidad”. Otra característica decisiva de la isonomía es que se trata de un concepto normativo. No se olvide nunca que es igualdad “ante la ley”. Ser igual significa que el Estado te debe tratar con igualdad. El Estado ignora todo lo que te hace diferente porque no quiere aplicarte una ley distinta. Esto sería un principio de clasismo y autoritarismo propio del Antiguo Régimen.

“Igualdad” no es, por tanto, una idea naturalista o sustancialista, no se trata de describir a la gente ni de explicar lo que la gente, de hecho, es sino de cómo debe ser considerada. A veces se confunde con otros términos que sí son naturalistas como, por ejemplo, “paridad” o “equidad” (incluso en el sentido de John Rawls[xlii]). “Paridad” es descriptivo, podemos contar la cantidad de hombres y mujeres en un determinado contexto y decir “no hay paridad”. O si yo pretendo competir en una carrera atlética con una persona a la que le falta una pierna puedo describir la situación diciendo que “no hay equidad”. Ahora bien, si pretendemos convertir esos principios naturalistas en normativos no pueden entrar en contradicción con el principio de isonomía. Si yo distinguiera entre la igualdad “formal” de la ley y la desigualdad “real” del mundo y estableciera como norma algo así como “hay que tratar desigualmente lo que es desigual para alcanzar la igualdad real” entonces lo que estoy haciendo es elevar la desigualdad a norma. Puede que resuelva algunas injusticias, pero estoy creando otras. No se puede establecer la discriminación positiva de un grupo sin discriminar negativamente a otro. Si Clístenes hubiera pensado en la equidad nunca habríamos tenido democracia. Quizá nos diría que constatar la desigualdad real y pretender eliminarla no implica necesariamente destruir el principio de isonomía. Supongamos, por ejemplo, que somos fans de la paridad y queremos que la sociedad humana sea algo así como el arca de Noé, con una parejita de cada sexo en todos los ámbitos. Igual número de maestras que de maestros, cajeros de parking que cajeras de parking, payasos que payasas, ingenieras de caminos, canales y puertos que ingenieros de caminos, canales y puertos, escritores que escritoras, y así hasta el infinito. Se pueden usar los recursos de la educación, la propaganda o la economía para conseguir eso, pero si pretendes hacerlo normativamente tarde o temprano vas a tener que hacer ingeniería social: obligar a la gente a realizar acciones que no quiere hacer o a no hacer lo que le gustaría. Y provocar injusticias porque no vas a tratar a todo el mundo por igual. En el caso de la equidad ocurre lo mismo. Es posible aplicar muchas políticas constructivas para curar el daño que han creado la sociedad, la economía, la historia, la naturaleza o el azar en multitud de grupos marginados o desfavorecidos. Todo ello sin destruir el principio de igualdad.

Cargando con la cruz

Sigamos con las mujeres. Hay quien ha dicho que la historia de la humanidad es la historia del sojuzgamiento de las mujeres por los hombres. Hum… quizá sea un poco más complicado que eso. No nos gustaría enredarnos ahora en una nueva versión de la eterna polémica entre “naturaleza” y “cultura”. Es muy probable que ese debate esté mal planteado. Además, hay que andarse con pies de plomo con los frames porque defender la existencia de una naturaleza masculina o femenina es algo inevitablemente “facha” mientras que sostener la fluidez subjetiva de los cientos de géneros es cosa de izquierdas. Aunque otras veces lo progresista es defender a la dichosa naturaleza. Hoy en día, con la pandemia del coronavirus, los filósofos están muy contentos e ilusionados de que por fin la Madre Tierra se esté vengando de la crisis ecológica que le hemos provocado los hombres y así nos manda un virus puñetero para acabar con el capitalismo, la globalización, el neoliberalismo y, de paso, convertir las residencias de ancianos en mini campos de exterminio.

La complicación de esta historia estriba en que procedemos de una naturaleza donde lo que hay en el reino animal no son “roles de género” sino instintos grabados a fuego en el código genético

La complicación de esta historia estriba en que procedemos de una naturaleza donde lo que hay en el reino animal no son “roles de género” sino instintos grabados a fuego en el código genético. Instintos que provocan que los machos hagan una cosa y las hembras otra. Innata e “impepinablemente”. Si el cachorrito de león llora por la noche, la que se levanta para atenderlo es la hembra, no el macho. Esto lo sabemos por El Rey León. No intenten explicarle a la leona lo de los “roles de género”. Pero también hemos evolucionado. Fue la naturaleza la que repartió los papeles del drama. A las mujeres las castigó con la maternidad y a los hombres nos convirtió en desechables y nos agració con una vida más breve[xliii]. A cada sexo le tocó una cruz que aguantar. No obstante, la historia de la humanidad es una lucha constante de la racionalidad humana, con sus aciertos y errores, contra unas limitaciones que nos ha dado la naturaleza sin nosotros pedirlas. Podemos rebelarnos o simplemente transformar esas limitaciones, pero no por ello dejan de existir.

Efectivamente, a lo largo de la historia las mujeres han estado subordinadas a los hombres y eso es cultural, es decir, aprendido. Lo cual no quiere decir que no estuviera igual de mal incluso aunque tuviera una base biológica. Si la selección natural hubiera dotado a las mujeres de una extremidad especialmente adaptada para coger la fregona, seguiría siendo injusto que las mujeres continuaran encerradas en el ámbito privado realizando en exclusiva las tareas domésticas. Pero la maternidad no es un invento masculino para someter a las mujeres. Ahora bien, igual que ha ocurrido con la violencia o la esclavitud, ha llegado un momento en el que la racionalidad humana ha iniciado el proceso de corregir los desórdenes. Con la Ilustración se establece definitivamente el concepto de “derechos humanos”, y uno de los principios más importantes fue justamente la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Es probable que los derechos de las mujeres, como ha dicho alguna feminista, sean un hijo no deseado de la Ilustración, pero lo cierto es que en el Occidente contemporáneo no se empieza a hablar de los derechos de las mujeres hasta que no se empieza a hablar también de los derechos de los hombres. El primer feminismo, actualmente marginado, es ilustrado y liberal[xliv] (nunca olvidemos a John Stuart y a Harriet Mill). Sin embargo, hoy en día hablar de “igualdad de derechos entre hombres y mujeres” suena a algo demasiado simple y casi infantil por evidente, a pesar de la gran importancia de la idea. Sobre todo si la comparamos con los ríos de especulación teórica e inflación académica que ha provocado el “género”.

Problemas de perspectiva

Para el feminismo posmoderno, la idea de “género” ya no sirve para aplicar el principio de isonomía. Porque el género ya no es lo que te iguala sino justamente lo que te diferencia. No hay igualdad de género porque los géneros no son iguales. Hay uno que es el opresor y otro que es el oprimido. ¿Acaso vamos a tratar por igual a opresores y a oprimidas? Ya ni siquiera estamos hablando de una categoría que se aplique a individuos sino que estamos trabajando con la categoría en sí misma. A pesar de que el feminismo siga sosteniendo la teoría del género como construcción social aprendida, lo cierto es que los individuos de carne y hueso somos adscritos al género “opresor” o al “oprimido” dependiendo de nuestro sexo biológico. Así, varones y mujeres traemos la marca de “opresores” y “oprimidas” de fábrica, por así decir, como pecado original. Se trata de un rasgo de pensamiento mítico que persiste en algunas tribus primitivas y en el Tribunal Constitucional español. Nuestra individualidad como sujetos no tiene importancia porque estamos insertos dentro de un sistema, una estructura, denominada El Patriarcado.

la paradoja feminista estriba en que se podrá establecer la igualdad formal el día en que haya “igualdad real”, a saber, el día en que ya no haga falta ningún principio de igualdad

Si un hombre asesina a su mujer no tiene ningún sentido explicar el acto usando la psicología, la genética, la neurobiología, la sociología o cualquier otro tipo de ciencia de la conducta. Por la sencilla razón de que no estamos hablando de individuos de carne y hueso. No es un caso aislado. Es el Patriarcado. “Estructura” es un concepto que, en este contexto, pertenece a los juegos de lenguaje del marxismo. El concepto es un frame monumental porque tiene muchos slots que nos permiten conectar todos los fenómenos que queramos, desde el asesinato de una mujer, hasta el lenguaje, la cultura, las imágenes, los juguetes de los niños, servir una copa en un bar, “despatarrarse” en el metro, etc. etc. etc. Al igual que disponemos de un marco abstracto para explicar también creamos un gigantesco enemigo al que combatir. Y ya que hemos hablado del marxismo podríamos traer a colación otro de sus presupuestos, el historicismo. Combatiendo la estructura patriarcal en el siglo XXI estamos librando a las mujeres de la opresión que han padecido, supongamos, desde el Neolítico. Tratando desigualmente a varones y mujeres en la actualidad estamos haciendo justicia histórica, arreglando los problemas del Neolítico también. Y, por lo que respecta al futuro, la paradoja feminista estriba en que se podrá establecer la igualdad formal el día en que haya “igualdad real”, a saber, el día en que ya no haga falta ningún principio de igualdad.

La “perspectiva de género”, en el ámbito jurídico o en cualquier otro, no se asienta en un principio de igualdad sino de diferencia. Ya no hay concepto común de ciudadanía porque lo que hay en la estructura son individuos alfa y beta, según sean adscritos a la categoría que oprime o a la que es oprimida. Se me objetará que lo que se pretende es que nadie oprima a nadie, pero yo también podría objetar que no existe ninguna “estructura” opresora, sino individuos que son machistas como pueden ser asesinos, alcohólicos, celosos, sádicos o poseedores de cualquier otro rasgo de personalidad estupendo. Sin embargo, para el “feminismo de género”, la diferencia entre la estructura y el individuo no es baladí. Sin estructura no hay Patriarcado. No hay enemigo. Sólo hombres que asesinan y mujeres asesinadas. Evidentemente, la violencia ejercida sobre mujeres es un problema grave al que debemos dar respuesta. Hay que castigar a los victimarios, ayudar y proteger a las víctimas e intentar evitar que esto vuelva a suceder. Pero eso es algo que debemos hacer, en general, con todo tipo de acto violento. El feminismo de cuarta generación, por el contrario, necesita elaborar un discurso en el que la violencia sea justamente “de género”, una violencia que afecta específicamente a las mujeres que mueren “por el mero hecho de ser mujeres”, y no una violencia específica de un ámbito como las relaciones de pareja. Si se rechaza la propuesta de Vox de una “ley de violencia doméstica” (que trate por igual la violencia ejercida por hombres o por mujeres) no es por sus repercusiones prácticas ni por su base estadística. La cuestión es que para el feminismo una ley así sería ideológicamente inútil. No podríamos considerar a la violencia de género como el buque insignia de una cruzada universal, que abarcase a casi todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde los muñequitos de los semáforos a las princesas de Disney pasando por los feminicidios de Ciudad Juárez, pongamos por caso. Luchar contra la mutilación genital de las niñas, reescribir El Principito y convertirlo en La Principitamême combat.

La anécdota de Vox

El futuro de Vox se irá estrechando a medida que ellos mismos vayan profundizando en su propia caricatura retórica, cosa que están haciendo en esta pandemia y que probablemente les pasará factura dentro de no mucho tiempo

Terminemos. Vox es un prodigio de marketing. Apenas recién llegado, ha conseguido estar en el centro de todas las polémicas, obteniendo una presencia mediática permanente. Su fuerza en los medios de comunicación no se ha correspondido nunca con su influencia en las instituciones y, en general, en la esfera pública en un sentido más profundo que el mediático. Supongo que, como no son tontos y leen a Gustavo Bueno, se habrán dado cuenta de que ese marketing inflado se lo están confeccionando, fundamentalmente, sus enemigos[xlv]. Para realimentar, a la vez, su propio marketing adoptando el rol “antifascista”. Pero en esta sociedad del espectáculo lo importante es el photocall, los actos de presencia pública, la semántica y la moral vienen después y buena parte de la ciudadanía no sabe percibir nada más que la propia presencia. Como dijo aquel, que hablen de uno, aunque sea bien. El futuro de Vox se irá estrechando a medida que ellos mismos vayan profundizando en su propia caricatura retórica, cosa que están haciendo en esta pandemia y que probablemente les pasará factura dentro de no mucho tiempo. Vox es una anécdota. Si lo que se busca con la demonización de ese partido es realimentar el discurso del miedo al fascismo en las tiernas mentes adolescentes, y obtener beneficios electorales, la estrategia es perfecta. Así que, venga, leña al mono. Pero si lo que se pretende es explicar la evolución del imaginario político en las sociedades desarrolladas, hablar de un renacimiento del fascismo en sus configuraciones más tópicas es una solemne estupidez. Lo siento mucho, pero alguien tenía que decirlo.

Blow Your Heads Up

El auténtico fascismo son los discursos populistas y antiilustrados que se ofrecen en el mercado político como productos antifascistas. O sea, la dieta con la que se alimentan los snowflakes

El auténtico fascismo son los discursos populistas y antiilustrados que se ofrecen en el mercado político como productos antifascistas. O sea, la dieta con la que se alimentan los snowflakes. Trump, Orban, Bolsonaro, el filipino psicópata ese et alii pueden irse tal como vinieron. El truco para que esto ocurra consiste en algo tan sencillo como no votarles. No se pudo hacer eso con Hitler, amigos. Esta pandemia es en realidad una gripe estacional. El virus que la ha provocado es la incapacidad de la izquierda mundial para encontrar soluciones a los problemas reales de nuestras sociedades y seguir anclada en el pensamiento utópico. Lo único que nos están ofreciendo los partidos de izquierdas es un camino hacia la locura. Un bug detrás de otro. Podríamos ilustrar esta situación con una escena cinematográfica. En Desafío total de Paul Verhoeven, la única película buena en la que ha participado Arnold Schwarzenegger, los viajeros que acaban de llegar a Marte pasan por el control de aduanas. Al llegar su turno, una mujer comienza a mostrar síntomas evidentes de un fallo de funcionamiento y se comporta espasmódicamente. De repente, ante la mirada atónita de los policías, se arranca la cabeza y la arroja, resultando ser la cabeza una bomba que estalla inmediatamente[xlvi]. Creo que una cosa así podría haber hecho Manuela Carmena en aquel famoso debate electoral en el que dijo que Madrid era una ciudad segura porque sólo habían sido asesinadas 16 personas en 2017 y esa era una cifra baja en proporción con la cantidad de población[xlvii]. Pero, continuó, lo verdaderamente grave era que 5 de esas 16 personas eran mujeres. Así, después de decir eso, y mientras todos nos preguntábamos qué tipo de entidades podrían ser los otros 11, la entrañable exalcaldesa debería de haberse arrancado la cabeza para que no le estallara sobre los hombros.

Nos enfrentamos a un cóctel explosivo de subjetivismo hardcore rebozado en un sofrito de inquisición, puritanismo, censura y desigualdad

Como sostuve anteriormente, el temido “fascismo” pandémico es un movimiento reactivo y temporal. Pero el populismo antiilustrado está socavando nuestros principios y ese fenómeno va a ser mucho más difícil de combatir porque viene acompañado de una teoría antropológica y, ay, mucha filosofía. Piénsese, por ejemplo, en ese “populismo punitivo”, tan bien diseccionado por Guadalupe Sánchez Baena, que se dedica a establecer un autoritario “derecho penal de autor” y a destruir toda la tradición del derecho garantista que procede de Beccaria y los ilustrados: el principio de legalidad, la presunción de inocencia, la carga de la prueba, el in dubio pro reo… Y el derecho no es el único frente. Como ha dicho la editora de la revista Areo, Helen Pluckrose, en su artículo “Cómo los “intelectuales” franceses arruinaron Occidente: la explicación del posmodernismo y sus consecuencias”: “El posmodernismo representa una amenaza no solo para la democracia liberal, sino para la modernidad misma”[xlviii]. Nos enfrentamos a un cóctel explosivo de subjetivismo hardcore rebozado en un sofrito de inquisición, puritanismo, censura y desigualdad. Los copitos de nieve aguardan el momento de convertirse en grandes bolas rodantes[xlix].

[i] Modestia aparte, a mí se me ocurrió en mi juventud el concepto de “estado crítico” (v. “Estados críticos”, Actas del Congreso de Teorías Formales y Teorías Empíricas, Santiago de Compostela 2001, pp. 571-582). Sobre lógica borrosa también escribí una tesina (v. “La representación del conocimiento en el razonamiento aproximado”, dirigida por Enric Casaban Moya, Departamento de Lógica y Filosofía de la Ciencia, Universidad de Valencia 1993). La referencia obligada en lógica borrosa es la obra de Lotfi Zadeh.

[ii] V. María Murnau y Helen Sotillo, Feminismo ilustrado, Ideas para combatir el machismo, Ed. Montena, Barcelona 2018, pág. 95.

[iii] Hay mucha literatura sobre populismo, pero nosotros recomendamos la lectura del volumen editado por Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón ¿Quién dijo populismo?, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2018. Con textos de los editores, Manuel Arias Maldonado, Miguel Ángel Quintana Paz, Juan Antonio Rivera, Santiago Navajas, Rafael Herrera Guillén, Antonio Rivera García, Jorge Álvarez, Alberto Moreiras, Benigno Pendás, Clemente García y yo mismo. Dentro de la literatura reciente sobresale el libro de Guadalupe Sánchez Baena, Populismo punitivo, Un análisis acerca de los peligros de aupar la voluntad popular por encima de leyes e instituciones, Ed. Deusto, Barcelona 2020. La tesis principal de este libro es que el populismo está socavando principios del Estado de Derecho al pretender sustituir la ley por la voluntad popular entendida como una identidad colectiva (pág. 21). Así, las dos partes del libro están dedicadas cada una a los efectos dañinos del desarrollo de dos tipos de identidad, la “identidad de género” (una crítica a la “perspectiva de género” en el ámbito jurídico) y la “identidad nacional” (la xenofobia populista y la criminalización de los inmigrantes). Es decir, las políticas de la identidad unifican los argumentos populistas a derecha e izquierda.

[iv] Habiendo escrito ya estas líneas, descubrí con alegría un post de Facebook de Fernando Navarro García en el que se remite al trabajo de Umberto Eco “El fascismo eterno” (v. Umberto Eco, Cinco escritos morales, Ed. Lumen, Barcelona 1998, trad. de Helena Lozano Miralles, pp. 31-58). Eco analiza lo que él denomina el Ur-Fascismo y señala el cuestionamiento del parlamento como una de sus características. Así dice: “Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la «voz del pueblo», podemos percibir olor de Ur-Fascismo” (pág., 55). También me sorprendió que Eco utilice la fuzzy logic para definir el fascismo. ¡Gracias, Fernando, por recordarme este texto que ya había olvidado! Great minds think alike!

[v] V. Juan Soto Ivars, Arden las redes, La poscensura y el nuevo orden virtual, Ed. Debate, Madrid 2017.

[vi] V. Angela Nagle, Muerte a los normies. Las guerras culturales en internet que han dado lugar al ascenso de Trump y la alt-right, OrcinyPress, Tarragona 2018, trad. de Hugo Camacho.

[vii] Según Miguel Ángel Quintana Paz, la izquierda internáutica tampoco tiene sentido del humor, véase su interesante artículo “¿Por qué la izquierda no sabe hacer memes?”. En ese artículo también se defiende la tesis que hemos asumido nosotros de que la izquierda es dominante en la red. (https://theobjective.com/elsubjetivo/por-que-la-izquierda-no-sabe-hacer-memes/).

[viii] V. Jordi Pérez Colomé y Javier Salas, “Así caemos por la espiral tóxica de YouTube, Un experimento de EL PAÍS muestra cómo la plataforma de vídeos escoge contenido extremo, aunque esté repleto de bulos, para lograr mantener enganchada a la audiencia” (https://elpais.com/tecnologia/2019/06/28/actualidad/1561716358_873128.html). También Borja Andrino y Jordi Pérez “Así se ha vuelto Twitter más de derechas en España, Las cuentas conservadoras han experimentado desde el inicio de la pandemia un crecimiento solo comparable a lo que fue el 15-M para la izquierda” (https://elpais.com/tecnologia/2020-06-02/asi-se-ha-vuelto-twitter-mas-de-derechas-en-espana.html).

[ix] V. Carlos Martínez Gorriarán, “Opinión, internet y democracia” (https://www.elasterisco.es/opinion-internet-y-democracia/).

[x] V. Marvin Minsky, “A Framework for Representing Knowledge”, en J. Haugeland (Ed.), Mind Design, M.I.T. Press, Cambridge MA, 1981.

[xi] V. George Lakoff, No pienses en un elefante, Lenguaje y debate político, Ed. Universidad Complutense de Madrid, Madrid 2007, trad. Magdalena Mora.

[xii] V. “Un bombero acusado de maltrato cambia de sexo durante el proceso judicial, El procedimiento penal podría quedar sin efecto al tratarse de la acusación de una mujer contra otra, un supuesto no contemplado en el Código Penal” (https://elpais.com/politica/2017/05/23/diario_de_espana/1495562280_725882.html).

[xiii] V. Félix Ovejero, La deriva reaccionaria de la izquierda, Página Indómita, Barcelona 2018.

[xiv] V. “Los 44 de Vox en Marinaleda: piden echarlos del pueblo, pero nadie sabe quiénes son” (https://www.elconfidencial.com/elecciones-andalucia/2018-12-05/marinaleda-vox-bandera-espana-sanchez-gordillo_1686818/) y “Críticas a La Sexta por ir a la caza de los votantes de Vox en Marinaleda” (https://www.abc.es/play/television/noticias/abci-criticas-lasexta-caza-votantes-marinaleda-201812101327_noticia.html).

[xv] V. Jim Goad, Manifiesto Redneck, trad. de Javier Lucini, Dirty Works, Barcelona 2017.

[xvi] V. Francis Fukuyama, Identidad, La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, E. Deusto, Barcelona 2019, trad. de Antonio García Maldonado, pág. 103.

[xvii] Ibid., pág 105.

[xviii] V. Pablo de Lora, Lo sexual es político (y jurídico), Alianza Editorial, Madrid 2019, pág. 171 y ss. Este es un libro absolutamente imprescindible hoy en día para analizar las controversias acerca del “género”.

[xix] Ibid., pp. 94-95.

[xx] V. François Cusset, French Theory, Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. Y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, trad. de Mónica Silvia Nasi, Ed. Melusina, Barcelona 2005.

[xxi] V. Mark Lilla, El regreso liberal, Más allá de la política de la identidad, Ed. Debate, Barcelona 2018, trad. de Daniel Gascón, pág. 68. Como es habitual hay que recordar que “liberal” es Estados Unidos significa nuestro “izquierdista” mientras que a nuestro “liberal” ellos lo llaman “libertario”.

[xxii] Ibid., pág. 20.

[xxiii] Ibid., pág. 127.

[xxiv] V. Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia, Ed. Anagrama, Barcelona 1996, trad. de Thomas Kauf.

[xxv] En este corto genial se critica esa idea: https://www.youtube.com/watch?v=9d46lg-ewpM.

[xxvi] Aparte de sus vídeos en YouTube, es muy recomendable el libro que Un Tío Blanco Hetero ha escrito junto a la antropóloga Leyre Khyal, Prohibir la manzana y encontrar la serpiente, Una aproximación crítica al feminismo de cuarta generación, Ed. Deusto, Barcelona 2019.

[xxvii] V. Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, La transformación de la mente moderna, Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso, Ediciones Deusto, Barcelona 2019, trad. de Verónica Puertollano, pág. 23.

[xxviii] Naturalmente, v. Inmanuel Kant, “Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?”, hay varias ediciones de este texto clásico.

[xxix] V. Ian Hacking, ¿La construcción social de qué?, Ed. Paidós, Barcelona 2001, trad. de Jesús Sánchez.

[xxx] V. Martin L. Gross, The Psychological Society, Random House, New York 1978.

[xxxi] V. Christopher Lasch, The Culture of Narcissism, W. W. Norton & Company, New York 1991.

[xxxii] V. Theodore Dalrymple, Sentimentalismo tóxico, Cómo el culto a la emoción pública está corroyendo nuestra sociedad, Alianza Editorial, Madrid 2010, trad. de Dimitri Fernández.

[xxxiii] V. Thomas Szasz, The Therapeutic State, Prometheus Books, New York 1984.

[xxxiv] V. Philip Rieff, The Triumph of the Therapeutic, ISI Books, New York 2007.

[xxxv] V. Barbara Ehrenreich, Sonríe o muere, La trampa del pensamiento positivo, Ed. Turner, Madrid 2011, trad. María Sierra.

[xxxvi] V. Edgar Cabanas y Eva Illouz, Happycracia, Ed. Paidós, Barcelona 2019, trad. Nuria Petit.

[xxxvii] V. Pascal Bruckner, La euforia perpetua, Sobre el deber de ser feliz, Ed. Tusquets, Barcelona 2001, trad. de Encarna Castejón.

[xxxviii] V. Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia, Ed. Anagrama, Barcelona 1996, trad. de Thomas Kauf.

[xxxix] V. Robert Hugues, La cultura de la queja, Ed. Anagrama, Barcelona 1993, trad. de Ramón de España.

[xl] V. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Ed. Anagrama, Barcelona 1994, trad. de Juana Bignozzi.

[xli] V. Christina Hoff Sommers Who stole Feminism? How Women Have Betrayed Women, Simon and Schuster, New York 1995.

[xlii] V. John Rawls, Teoría de la justicia, Fondo de Cultura Económica, México 2012, trad. de María Dolores González, y Justicia como equidad, Una reformulación, Ed. Paidós, Barcelona 2012, trad. de Andrés de Francisco.

[xliii] Resulta muy interesante la crítica al feminismo desde un punto de vista evolucionista realizada por la youtuber Xeno Shenlong, siempre muy documentada científicamente. El vídeo sobre cómo la evolución perjudica a los varones, “Desechabilidad masculina”, está aquí: https://www.youtube.com/watch?v=6T61r1d3tWI. El canal es https://www.youtube.com/channel/UCCWO6lp1t4nwLz5hta1K5PQ.

[xliv] Aparte de la inevitable Camille Paglia, siempre quedan aldeas galas donde residen las feministas liberales, como María Blanco, Afrodita desenmascarada, Una defensa del feminismo liberal, Ed. Deusto, Barcelona 2017. Y feministas liberales varones como Santiago Navajas (v. “Un feminismo neoilustrado: La visión liberal, cosmopolita y tecno-humanista”, en Rosalía Romero Pérez (Ed.), Filosofía, Mujeres y Naturaleza, Homenaje a Celia Amorós, Alfa n. 35, se trata de las actas del XII congreso de la Asociación Andaluza de Filosofía: https://revistasaafi.es/index.php/alfa-no-35/). No obstante, habida cuenta de la corrupción ideológica que actualmente padece el término “feminismo”, algunos como la youtuber InMatrix sugieren denominar al feminismo ilustrado-liberal simplemente como “isonomismo” (el canal es este: https://www.youtube.com/channel/UCRLpOxGjSJgzbG9wEoEamUw).

[xlv] V. esta misma idea en el artículo de Javier Marías “Ayudar al enemigo”, en el volumen Cuando la sociedad es el tirano, Ed. Alfaguara, Madrid 2019, pp. 294-296.

[xlvi] https://www.youtube.com/watch?v=kbRtvNQhHn4.

[xlvii] https://www.youtube.com/watch?v=iWWLHpSiqR8.

[xlviii] V. https://www.letraslibres.com/mexico/cultura/como-los-intelectuales-franceses-arruinaron-occidente-la-explicacion-del-posmodernismo-y-sus-consecuencias. Pluckrose es la editora de una de las revistas digitales más interesantes, Areo (https://areomagazine.com/), un medio de pensamiento, junto con Quillette (quillette.com) de los más críticos con el posmodernismo.

[xlix] Probablemente vamos a estar varias décadas hablando de estos temas. Para empezar, no puedo sino recomendar tres artículos muy buenos. Juan Soto Ivars, “¿Y si los antifascistas más eficaces están en el centroderecha?” (https://blogs.elconfidencial.com/sociedad/espana-is-not-spain/2020-06-06/antifascistas-eficaces-centroderecha_2621612). David Mejía, “Antifascistas” (https://theobjective.com/elsubjetivo/antifascistas). Y, last but not least, el gran Christian Campos, “¿Está naciendo una nueva fe totalitaria frente a nuestros ojos? 8 argumentos para el ‘sí’” (https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20200607/naciendo-nueva-fe-totalitaria-frente-ojos-argumentos/496070389_12.html).