Pese a la discreción con que se celebró, la reunión que el presidente del Gobierno mantuvo en La Moncloa con el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, y el de Madrid, Carlos Osoro, trascendió a los medios, añadiendo una nueva coloración a la crisis nacional que tiene por protagonista a la región catalana.
La reunión, solicitada por Mariano Rajoy, se sumaba a las mantenidas por Junqueras con el propio Omella y con el abad de Montserrat, y sintonizaba con el comunicado de la posconciliar Conferencia Episcopal Española en el que esta pedía diálogo
La reunión, solicitada por Mariano Rajoy, se sumaba a las mantenidas por Junqueras con el propio Omella y con el abad de Montserrat, y sintonizaba con el comunicado de la posconciliar Conferencia Episcopal Española en el que esta pedía diálogo. A estos hechos hemos de añadir que en la misa de la Merced, el arzobispo de Barcelona pidió seny a Puigdemont y al delegado del Gobierno, Enric Millo, presentes en la homilía. Por cerrar este moroso repaso de datos, hemos de citar la declaración conjunta de más de 400 sacerdotes, diáconos y religiosos catalanes favorables a la autodeterminación, los mismos que pidieron al papa Francisco su intercesión con el Gobierno español para que este autorizara un referéndum de independencia que, sépanlo o no sus más ardorosos defensores, presupone la soberanía de Cataluña. No podemos concluir este párrafo sin mencionar los aromas secesionistas emanados de Montserrat o el espectáculo del conteo de papeletas en el altar de la iglesia de Vila-rodona en presencia de su clérigo titular debidamente estolado.
En este proceso de transformación nacional, la Iglesia, especialmente en su dimensión regional, conviene subrayarlo, jugó un importante papel, como pudo comprobarse en la campaña xenófoba que se desplegó bajo el lema Volem bisbes catalans!
En definitiva, la vieja conexión entre Iglesia y secesionismo catalán aparece de nuevo en escena. Un maridaje que viene de antiguo, pero del que nos interesa señalar algunas líneas concretas relacionadas con la actualidad política española. En definitiva, lo que tratamos de subrayar es la pervivencia de una ligazón, la de la Iglesia y el Estado español, que a lo largo del último medio siglo ha ido transformando a ambas partes, pasando del llamado nacionalcatolicismo con el que muchos siguen refiriéndose al franquismo, a una democracia cimentada en un Estado de Autonomías, pero también de nacionalidades, que en Cataluña puede dar paso a la secesión de tal territorio, efecto que de algún modo está implícito en la venerada Constitución de 1978. En este proceso de transformación nacional, la Iglesia, especialmente en su dimensión regional, conviene subrayarlo, jugó un importante papel, como pudo comprobarse en la campaña xenófoba que se desplegó bajo el lema Volem bisbes catalans! En ella participaron dos distinguidas figuras del catalanismo como Josep Benet y Jordi Pujol, personajes en los cuales concurren algunas líneas de lo que hemos dado en llamar, por contraste con el manido nacionalcatolicismo, federalcatolicismo, impulsado por una determinada oposición al franquismo de fondo inequívocamente anticomunista.
Del primero de nuestros hombres cabe destacar su formación religiosa, primero en la Escolanía de Montserrat, y luego en la atmósfera jesuítica de la Academia Ramón Llull, antes de integrarse en la Federación de Jóvenes Cristianos e ir pasando por el Frente Universitario de Cataluña, las juventudes de Acción Católica, y entrar finalmente en contacto con el presidente de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Nada menos que Félix Millet y Maristany, padre del célebre expoliador del Palacio de la Música, y creador en 1961 de Omnium Cultural, hoy convertido en callejero brazo ejecutor de la agitación golpista bajo el mando del arriscado Jordi Cuixart.
Fue fortaleciéndose en los años 60, con el impulso económico del norteamericano Congreso por la Libertad de la Cultura, un amplio colectivo de hombres de letras, y en su amplia mayoría de acendrada fe católica, cuyo objetivo era la transformación de la España franquista en una nación federal
En tan piadosos ambientes fue fortaleciéndose en los años 60, con el impulso económico del norteamericano Congreso por la Libertad de la Cultura, un amplio colectivo de hombres de letras, y en su amplia mayoría de acendrada fe católica, cuyo objetivo era la transformación de la España franquista en una nación federal que ni siquiera colmaba las más exaltadas ansias de don Josep quien, en pleno éxtasis catalanista, durante el Encuentro Cataluña-Castilla, con la masía de La Ametlla del Vallés, propiedad en Millet, como escenario, anticipó algunos de los lugares comunes que hoy hacen las delicias de la CUP o Podemos: «Nuestro país [Cataluña] otra vez en su historia ha sufrido una ocupación total», hecho al que unía esta rotunda afirmación: «Si no vemos que España es un Estado plurinacional, nos engañaremos».
La reunión de 1966, de nuevo en la masía de Félix Millet, contó con un Pujol ya pertrechado de una potente y turbia herramienta financiera, Banca Catalana
Ríos de tinta se han escrito sobre Jordi Pujol y su sagrada familia. No obstante, sin soltar la mano de Benet, este nos conducirá a él, concretamente a la reunión que en 1966, y de nuevo en la masía de Félix Millet, contó con un Pujol ya pertrechado de una potente y turbia herramienta financiera, Banca Catalana. La cumbre sirvió para articular un frente ideológicamente transversal con un denominador común: su catalanismo, y sirvió como antesala de las iniciativas políticas que hoy han conseguido dominar las instituciones catalanas y crear una amplísima red clientelar. Con Tarradellas al tanto de lo que allí discutía, así lo narró un Manuel Sacristán embozado bajo un pseudónimo, hombres de la política, la banca, pero también de la industria, entre ellos el señor Carulla, fundador de Gallina Blanca, sentaron las bases de muchas de las estrategias que hoy reclaman el bendito rocío del hisopo.
Lanzada hacia la secesión, Cataluña, fiel a su tradición, no renuncia a agarrarse a vestiduras talares tan distinguidas como las del negrolegendario jesuita Mario Bergoglio, constructor de puentes metafísicos, pero también políticos
El final de la historia, o al menos de los convulsos episodios a los que asistimos estos días, es conocido. Bajo los dictados de Pujol, hábil conseguidor en Madrid, la sociedad catalana, nutrida por oleadas de nuevos jóvenes educados en una inmersión que recuerda fórmulas bautismales, ha dejado atrás la fórmula sesentera de las «comunidades diferenciadas» que tanto recuerdan al famoso hecho diferencial que ha servido como coartada para la discriminación de lo común y la exacerbación en diversas regiones españolas de los más aldeanos particularismos. Lanzada hacia la secesión, Cataluña, fiel a su tradición, no renuncia a agarrarse a vestiduras talares tan distinguidas como las del negrolegendario jesuita Mario Bergoglio, constructor de puentes metafísicos, pero también políticos.