¿Que puede ocurrir en Venezuela? - Pedro MIG

Quien diga que sabe con certeza lo que va a ocurrir en Venezuela, miente. Si algo caracteriza la política de mi país es la incertidumbre, el sinvivir, el estrés y la improvisación. Los análisis políticos que vemos a diario están plagados de tendencias e intereses ideológicos. Es innegable que estamos en una época de polarización en la que todo tiene que ver con la dicotomía derecha-izquierda y que en el caso venezolano suele producir lecturas erradas. Así, por ejemplo, se sigue titulando que Guaidó es un presidente “autoproclamado”, que en Venezuela existe “polarización política”, como si no hubiesen pasado 20 años desde esas épocas de chavismo y contrachavismo, de marchas y contramarchas, de revolución y contrarrevolución.

Parece que las verdades existen pero se ocultan bajo los sesgos ideológicos de personas que, como Grandes, dudan de las evidencias y prefieren los relatos que se ajustan a su sistema de creencias

Es tan errada la lectura que se hace de la situación política de mi país, que una escritora afamada como Almudena Grandes tuvo la desfachatez de decir: “No recuerdo haber leído en ninguna parte un relato fiable sobre lo que ocurre en Venezuela. Sobre mí se han derramado, eso sí, toneladas de información.” Parece que las verdades existen pero se ocultan bajo los sesgos ideológicos de personas que, como Grandes, dudan de las evidencias y prefieren los relatos que se ajustan a su sistema de creencias. La banalización de la crisis venezolana solo contribuye a un relato que sirve a la ideología, que se sirve de referentes infames como Juan Carlos Monedero que justifica la represión del Estado venezolano y los lamentables muertos a manos de las fuerzas de seguridad.

Por mi parte, como venezolano tengo claro que hay verdades como piedras. En primer lugar, que el país está bajo una dictadura de nuevo cono que vulnera derechos humanos fundamentales. Esto no lo digo yo, lo dice Naciones Unidas en su informe de marzo de 2019, en donde no sólo advierte de las violaciones sino que las tacha de “sistemáticas y generalizadas”. La segunda verdad es la legitimidad democrática del Parlamento venezolano, escogido en las últimas elecciones competitivas en el país y, en consecuencia, en la legitimidad constitucional de Juan Guaidó como presidente encargado, como bien escribí en este portal web. Pero, por supuesto, en un escenario complejo en el que hay un poder de facto que gobierna y un poder legítimo que resiste sin autoridad material, la incertidumbre es la reina del panorama.

La tradición caudillista y militarista es fundamental para entender a Venezuela. Cualquier análisis que niegue la influencia que tienen las Fuerzas Armadas en el país es incompleto. De esta manera, pretendo exponer los escenarios que considero factibles para el futuro venezolano.

El primer escenario es una victoria política de Maduro. Si bien es cierto que en el chavismo pululan las fracturas internas, no es menos cierto que han sabido mantenerse como unidad por el bien superior de su perversión: no dejar nunca el poder. Los hechos del 30 de abril demuestran que el chavismo no puede ser subestimado. Es cierto que el movimiento de rebelión liderado por Juan Guaidó y la liberación de Leopoldo López, tomó por sorpresa al chavismo y fue un revés, pero también demostró que Maduro tiene buenos apoyos para sostenerse en el sillón presidencial, pero que debe cuidarse hasta de sus más cercanos colaboradores, especialmente de Cabello, el segundo del chavismo. Esta realidad la ilustra la crónica periodística del Wall Street Journal sobre los hechos del 30 de abril y sus vericuetos. Maduro también cuenta con apoyo geopolítico importante: Abrams, el asesor americano para Venezuela, acusa a Putin de haber evitado una salida pacífica. La injerencia rusa es cada vez mayor.

En este primer escenario, Venezuela seguiría la senda de la desgracia. Se consolidaría como un paraíso para las mafias del narcotráfico, de la extracción minera sin control y un Estado forajido. La otra consecuencia es el crecimiento del área de influencia de Vladimir Putin en la geopolítica internacional, una persona que dirige un gobierno autoritario, que interviene en los asuntos internos de los países y persigue a disidentes políticos. La crisis regional empeoraría, afectando aun más a los países vecinos.

El segundo escenario es el de la intervención militar. Para mí, el menos factible de todos. Hay un sector de la oposición venezolana que ha visto demasiadas películas de Hollywood

El segundo escenario es el de la intervención militar. Para mí, el menos factible de todos. Hay un sector de la oposición venezolana que ha visto demasiadas películas de Hollywood. Este sector exige, incluso amparándose en una interpretación errónea de la constitución venezolana, que Juan Guaidó, pida una intervención extranjera de carácter militar. La principal vocera de este sector es María Corina Machado. Pero ¿es realmente sencillo que ocurra una intervención?, ¿esto conlleva necesariamente a la democratización? Mi respuesta a estas dos interrogantes es que no. En los demás países, en donde la democracia funciona más o menos bien, este tipo de decisiones requieren de consensos y debates, autorizaciones de los órganos democráticos y la participación de otros países de la región y sus propios procesos constitucionales. No hay llamado automático a la intervención.

Si nos adentramos en el escenario bélico, ya sea una intervención de fuerzas en territorio venezolano o ataques hacia objetivos específicos, debemos dar por cierto que las fuerzas militares venezolanas son poco profesionales y débiles en comparación con las de la región. Pero, es ingenuo creer que éstas y las cientos de organizaciones delictivas (milicias, colectivos, guerrilla, paramilitares, delincuencia organizada) se rendirían incondicionalmente. Lo cierto es que muchas lucharían y resistirían sin importar el precio a pagar.

El fracaso de una intervención podría hacer de Venezuela un país de guerrillas, un país en el que hay más de ocho millones de armas en condición ilegal, según estimaciones del Observatorio Venezolano de la Violencia. Una intervención podría solucionar uno de los muchos problemas del país: Maduro y la cúpula chavista en el poder, pero claramente abriría una caja de Pandora. Una visión más amplia de esta realidad la aporta Frank Mora en su artículo para Foreign Affairs, en el que aborda los escenarios bélicos posibles.

Además, todos los estudios de ciencia política serios apuntan a que no hay relación directa entre intervención armada y democratización. De esto dan cuenta S. Levitsky y L. Way, Pickering y Peceny o Benjamin Denison. Este último publica una nota interesante en el Washington Post donde expone los pocos casos exitosos y los inconvenientes de creer que la vía militar es la más adecuada. Finalmente, debo apuntar que el sector político venezolano que aboga por la intervención es el mismo sector incapaz de construir consensos y estrategias para la reconstrucción de la democracia, el que propugna salidas mágicas sin planes de recuperación factibles y, principalmente, el que se opone al pluralismo político para cuando acabe la dictadura.

El último escenario es el de la transición. La salida deseada por la oposición y la comunidad internacional

El último escenario es el de la transición. La salida deseada por la oposición y la comunidad internacional. Esta solución permitiría abordar los problemas de violencia y criminalidad, así como la construcción de consensos para aplacar la crisis económica y, a la vez, honrar los compromisos de deuda externa. Esta solución abre la puerta a un proceso de democratización que contaría con el apoyo de la comunidad internacional y los organismos multilaterales de financiamiento. En este proceso, las diversas fuerzas políticas deberían participar, incluso el chavismo. Las transiciones son complejas y enseñan que hay que convivir con el opresor mientras que la justicia hace su trabajo en la determinación de responsabilidades.

Un cambio en Venezuela no ocurrirá de forma pacífica si se pide la cabeza de toda la cúpula chavista o la militar. De allí que la vía optada por el Parlamento (hoy salvajemente perseguido por Maduro) sea la del perdón: la Ley de Amnistía y la Ley de protección de garantías a funcionarios públicos son instrumentos que propician la transición democrática y la reinstitucionalización. Ahora bien, este escenario presenta inconvenientes: 1) Es lento. Un país con los números económicos y sociales de Venezuela tiene el tiempo en contra. Cada hora supone más muertes por la violencia y la crisis sanitaria. 2) Las transiciones pueden echar tierra a crímenes de lesa humanidad y favorecer la impunidad de criminales. Estos sacrificios por la democracia tienen un gran coste, pero también es cierto que un proceso de justicia transicional podría ser el adecuado para la solución de todos estos asuntos. 3) Finalmente, este tercer escenario es incierto, pues los factores de poder que sostienen a Maduro han demostrado no ser de fiar en diálogos y negociaciones, salvo que la presión internacional crezca y les arrincone. Tampoco descartaría la posibilidad de unas elecciones anticipadas medianamente competitivas, con pocas garantías, en contra de uno de los principales líderes del chavismo (Maduro u otro). Esta posibilidad, que parece negada, deberá contar con una movilización avasallante por parte de la oposición que permita una concurrencia masiva de votantes que haga de toda treta del chavismo un esfuerzo inútil para mantenerse en el poder.

Todos los escenarios anteriores son meras posibilidades para un país que en cualquier momento puede amanecer de golpe, sometido o en plena rebelión. Yo entiendo las esperanzas que una población sometida al escarnio, al exilio y la separación, tiene puesta en una intervención. Incluso he llegado a creer que es la única salida posible pero cuando me pregunto si estaría tranquilo al pensar que en un fuego cruzado un familiar o un amigo inocente podría morir, sigo abogando por las vías democráticas.