Para contrarrestar la vorágine de poder y recursos del chavismo, un grupo de países democráticos tratan de quebrar el sistema que sostiene a Maduro. Esto lo hacen a través de la presión diplomática y las sanciones económicas, un proceso que no sólo es lento, sino que se produce a costa de la vida de miles de venezolanos que no pueden más. Esta misma semana la ONU informó que un 25% de la población venezolana, unos 7 millones de personas, necesitan asistencia urgente.
Venezuela requiere ayuda inmediata, pero hay temor a la intervención. Ningún país ha hablado formalmente de intervenir militarmente en Venezuela. Incluso, los Estados Unidos y Brasil han hablado tímidamente de “mantener todas las opciones sobre la mesa”, frase que significa todo y nada a la vez, que tiene un efecto intimidatorio y atiza las reacciones de temor a la intervención, a pesar de que recientemente el encargado especial para Venezuela, Elliott Abrams, descartó que esa fuese una opción para la coalición multilateral que busca salidas democráticas a la crisis venezolana. Las medidas se dirigen a lo económico, retirar la financiación del régimen de Maduro y sus aliados, de forma tal que ya no solo se sancionan a funcionarios corruptos sino que se procuran perjuicios directos contra el sistema económico que oxigena al chavismo. Recientemente, EE.UU. emitió sanciones contra 34 buques que transportan petróleo venezolano a Cuba, nación con gran influencia en la toma de decisiones del gobierno de facto de Caracas.
La presión internacional ha radicalizado al régimen venezolano en su política de terror. Se ha incrementado el uso de paramilitares armados – cuya existencia reconocía Michelle Bachelet— para castigar a las clases populares que protestan por la ausencia de agua y luz. Las imágenes de allanamientos de morada, helicópteros dispersando manifestantes y civiles con armas de guerra son dignas de un western distópico. Mientras se violan los derechos de los venezolanos se habla de soberanía y autodeterminación, de la lucha contra el intervencionismo occidental.
El derecho internacional público se sostiene en dos principios fundamentales: la autodeterminación de los pueblos y el principio de la no intervención. Ambos se venden como sacrosantos. Incluso, el gran John Rawls extendía su tolerancia en la comunidad de las naciones con el objeto de permitir prácticas que un Estado democrático no aceptaría dentro de sus propias fronteras. Sin embargo, estos principios fundamentales han dado carta libre para que la tolerancia sea extrema dentro de la comunidad de las naciones, permitiendo la tergiversación del espíritu inicial de los principios de derecho internacional.
En este caso, el principio de la no intervención se erige como la columna vertebral de la dignidad de un pueblo: el venezolano. Se ignora la multilateralidad de los esfuerzos para devolver la democracia a una nación golpeada. El fantasma de la intervención americana aterra al más docto, a los intelectuales, culturetas y, especialmente, a quienes creen que están evitando un derramamiento de sangre en el país. Piensan que se protege la dignidad de todo un pueblo que habita en paz o de un país libre que no ha sido secuestrado por delincuentes. Sin embargo, año tras año Venezuela se supera a sí misma en muertes violentas, pero también en torturas y ajusticiamientos. La dignidad del pueblo venezolano ha sido vejada ya por 20 años de revolución.
Nada aprendió Occidente de Arendt y su disección de la construcción del totalitarismo
La meta es impedir que “Occidente” intervenga y quiebre el orden internacional, que subordine a Venezuela y altere su destino, aunque su destino actual sea fatídico. Los venezolanos tienen derecho a la autodeterminación, a escoger su propia forma de gobierno y tener el control de su futuro. Algunas personas creen que los venezolanos escogieron lo que ocurre hoy. Son muchos los que por la calle, las tertulias y las redes sociales nos recuerdan que al chavismo le elegimos en las urnas. Estos grupos adoran reducir la democracia a meter una papeleta en un buzón o a apretar un botón en una máquina. Nada aprendió Occidente de Arendt y su disección de la construcción del totalitarismo. Peor aún, gran parte de quienes viven en sociedades abiertas y democráticas se hicieron de la vista gorda con el proyecto revolucionario venezolano, hegemónico y totalitario, todo por razones ideológicas: esa fascinación que nunca entenderé, casi romántica, con la izquierda tropical revolucionaria y reivindicativa de no-sé-qué-cosas. Todo se reduce a “los venezolanos votaron al chavismo, ergo, han decidido que su futuro sea el actual”.
Las imágenes de personas humildes encantadas por el carisma de Chávez representaban para ellos la dignidad de un pueblo. Esa ilusión les impidió ver que a esas personas le robaban su incipiente democracia. Parece imposible lograr que quiénes gritan Hands off Venezuela!, como Jill Stein, acepten que fueron timoratos en la defensa de la democracia, que olvidaron hacerlo sin ambages y sesgo ideológico. Estas personas son las mismas que ven la pérdida de calidad democrática en España en cualquier desliz, pero que no ven que los venezolanos perdieron su derecho a la autodeterminación a manos de la revolución. Son los que por su complicidad ideológica olvidaron defender la democracia venezolana. No debería extrañarme cuando he visto a estudiosos y filósofos comentar fotos de Fidel abrazando a una mujer cubana mayor que sonríe como sinónimo de dignidad o resistencia.
Hay que evitar la intervención yanqui. Este es el grito que se oye desde la cumbre de la superioridad moral
Hay que evitar la intervención yanqui. Este es el grito que se oye desde la cumbre de la superioridad moral. Es una intervención mala, todo lo contrario de otras intervenciones que no producen escándalo ni discusiones airadas: las buenas. La comunidad internacional y la élite intelectual calla a pesar de que Rusia maneja los hilos de la política externa venezolana, se da el tupé de amenazar al Estado colombiano y, especialmente, mantiene fuerzas militares y armamento en territorio venezolano sin que se vean manifestaciones al estilo #HandsOffVenezuela en ninguna red social o ciudad del orbe. Parece insolencia pretender que ante la injerencia rusa pretendamos un manifiesto de grandes intelectuales, como Noam Chomsky, pidiendo a Rusia que no intervenga en los asuntos internos de Venezuela. La mala intervención de las democracias occidentales debe evitarse a toda costa, pero los militares rusos se pueden mantener en Caracas hasta que sea necesario sin que una voz se alce contra ello.
La vehemencia contra la intervención en los asuntos internos de Venezuela por parte de Estados Unidos –siempre se omite que se trata de un esfuerzo multilateral— es radical. Es como si existiese un mandato moral que se sustenta en clichés de los años 90: “es otra guerra para hacerse del petróleo”, “los venezolanos deben resolver ellos sus problemas” o “la derecha quiere acabar con un gobierno de izquierdas”. Cualquier excusa es válida para evadir la responsabilidad que conlleva el sostenimiento de los derechos humanos de los venezolanos, verdadero imperativo de las actuaciones en el ámbito internacional. Evadir la responsabilidad ante la complacencia grosera que permitió que la democracia venezolana se destruyese en medio de una lluvia de petrodólares que lo compraba todo, hasta las conciencias.
La buena intervención en los asuntos internos de Venezuela no es solo de Rusia. China también funge de Caballero Negro del régimen de Nicolás Maduro, oponiéndose de forma activa a cualquier control o fiscalización al régimen chavista por parte de la comunidad internacional. China y Rusia vetaron una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para proporcionar ayuda humanitaria y presionar por elecciones libres en Venezuela. Aún así, China es más prudente que Rusia y utiliza la presión económica para ganar influencia en la región. A Venezuela le ha prestado más de 50 mil millones de euros, y quien crea que la sujeción o subordinación no se obtiene mediante la concesión de préstamos a otro país, o es ingenuo o simplemente fanático. Esta influencia le permite influir en el destino de mi país, los tentáculos del gigante asiático no molestan a los grandes intelectuales.
Venezuela necesita la intervención activa de las democracias del mundo, la amenaza totalitaria está representada en el gobierno de Maduro. Quienes no creen esto, deberían ver con seriedad las imágenes de los miembros de la “todopoderosa” Asamblea Nacional Constituyente ofreciendo paredón a los traidores o leer los informes de la ONU sobre el estado de los derechos humanos en el país. No lo duden, el chavismo está dispuesto a hacer lo que sea necesario para mantenerse en el poder.