Derecho a decidir leche cruda - Carlos Martinez Gorriaran

La consejera de Agricultura de la Generalitat catalana, Teresa Jordà, consiguió su minuto de gloria de este verano recomendando el consumo de leche cruda (de vacas catalanas, por supuesto). Cuando fui diputado, la señora Jordà se sentaba en el escaño de arriba con Tardá y Bosch, las señorías de ERC. Como eran de trato llano, pudimos conversar sobre muchas cosas. Sus delirios iban por el lado de la representación de la realidad. El “derecho a decidir” que invocan como justificación del golpe de Estado y la secesión unilateral de Cataluña no se limita a la pretensión de que una parte decida por todos, sino que también se extiende a la realidad en su conjunto: el mundo era, es y será como mejor le parezca al creyente en el derecho a decidir. Eso incluye el “derecho a contraer (y contagiar) enfermedades” si ha decidido, por ejemplo, consumir leche cruda en vez de pasteurizada.

Teresa Jordà está muy interesada en la “soberanía alimentaria”, engendro que puede resumirse como una protesta militante contra el comercio, la agricultura industrializada, los transgénicos y los cambios de costumbres alimentarios de la sociedad abierta y multicultural que mezclan el sushi con la butifarra. Una especie de encierro político en el huerto ecológico convertido en aldea gala irreductible, cerrada a la modernidad y a la globalización. Jordà también solicitó la regulación legal de las “terapias alternativas” y la homeopatía. En definitiva, su señoría era un magnífico ejemplo de la amalgama del separatismo catalán con la homeopatía.

La xenofobia nacionalista y el culto a la leche cruda no son una coincidencia casual

Una de las promesas separatistas era que en la nueva república catalana descendería la tasa de cáncer. Así que no resultó de extrañar que, tras ser nombrada consejera de agricultura, Teresa Jordà se encaminara a la “vuelta a la tierra”, en el sentido más reaccionario del término. La xenofobia nacionalista y el culto a la leche cruda no son una coincidencia casual. Es la lógica de la fobia a la modernidad en sus distintas vertientes: fobia al progreso científico-técnico, a la caída de barreras culturales, a los estilos de vida eclécticos, a la mezcla de poblaciones y a la progresiva integración del mundo en un sistema económico único.

No prestamos la debida atención a los fuertes vínculos entre esas peligrosas seudociencias y las no menos peligrosas ideologías políticas reaccionarias: nacionalismo, populismos y corrientes “antisistema” varias

Muchos se escandalizaron por la propuesta de regreso a la leche cruda olvidando a Pasteur y lustros de lucha contra las numerosas enfermedades que producía su consumo, y mucho se está lamentando el avance de las seudociencias y la pura y simple necedad revestida de reivindicación social –como esta política láctea-, pero creo que no prestamos la debida atención a los fuertes vínculos entre esas peligrosas seudociencias y las no menos peligrosas ideologías políticas reaccionarias: nacionalismo, populismos y corrientes “antisistema” varias. Ambas cosas forman parte del mismo paquete ideológico y ofrecen una cierta manera de estar en el mundo; exigen “derecho a decidir” y consumir leche cruda como rechazan la leche del súper y a España y su democracia.

La aversión a la ciencia

Cuando alguien asume su derecho a imponer a los demás la santa voluntad de la tribu a la que pertenece también está preparado para rechazar cualquier visión racional y realista del mundo. Los movimientos populistas actuales han actualizado esa vieja hostilidad a la realidad y a la modernidad, que también van juntas. Para unos, la detestada modernidad será la “invasión de inmigrantes” y su reacción será la xenofobia y el nacionalismo; para otros, lo peor son “los dogmas de la ciencia oficial”, y reaccionarán apoyando a seudociencias y teorías paranoicas. Y no faltan reaccionarios xenófobos y seudocientíficos, en realidad son legión.

En Italia encontramos un gobierno populista y xenófobo (con mayoría del movimiento Cinco Estrellas, que muchos consideraban progresista) cuya ministra de sanidad es una militante antivacunas: Giulia Grillo

En Francia, el porcentaje de población convencida de que las vacunas causan enfermedades como el autismo, un 41%, se acerca sospechosamente al de votantes del Frente Nacional, el 34% que votaron a Marine Le Pen en 2017. Podría alegarse que es algo casual –un caso de concurrencia y no de causalidad-, pero en Italia encontramos un gobierno populista y xenófobo (con mayoría del movimiento Cinco Estrellas, que muchos consideraban progresista) cuya ministra de sanidad es una militante antivacunas: Giulia Grillo.

El movimiento antivacunas combina seudociencias y populismo. Rechaza a las élites científicas y académicas con el lema “nadie es más ni sabe más que nadie”, como hacen también los negacionistas del cambio climático, los creacionistas, los relativistas culturales y los partidarios de la ciberdemocracia del referéndum diario (o más). Se basa en falacias tan brutales como que si todos los niños autistas han sido vacunados, entonces las vacunas causan autismo, algo semejante a inferir que si la mayoría de hombres muertos en accidente de tráfico son aficionados al fútbol, entonces el fútbol será el responsable.

Pero el rigor lógico no es el objetivo ni el fuerte de estos movimientos, sino el derecho a decidir creencias y estilos de vida alternativos a los condenados como imposiciones del poder, por ejemplo la vacunación infantil. Por eso son responsables del rebrote de enfermedades infantiles erradicadas hace años. Del mismo modo en que no ven ningún problema en privar de sus derechos a los que no están de acuerdo con sus decisiones, por ejemplo a los catalanes no nacionalistas, tampoco ven problema alguno en crear focos de infección patógena que pueden afectar a los que no piensan como ellos. Es el derecho a decidir con leche cruda.

Estos movimientos irracionalistas no pueden achacarse a la falta de educación e información. Los promueven personas con títulos académicos y líderes políticos y de opinión

Estos movimientos irracionalistas no pueden achacarse a la falta de educación e información. Los promueven personas con títulos académicos y líderes políticos y de opinión. Un partido como Podemos está lleno de profesores universitarios e intelectuales (o que dicen serlo) y promotores de las “terapias alternativas” que pretenden convertir en derecho “la elección libre de medicamentos” y la inclusión de la “medicina natural en el SNS”. Es la actitud mental de quienes confunden la “apertura de ideas” con el relativismo que pone al mismo nivel la homeopatía con la oncología y los viajes a la Luna con los ovnis de Roswell.

Como todos los movimientos irracionalistas, rechazan las evidencias estadísticas. Prefieren las convicciones paranoides impermeables a datos, inferencias y argumentos racionales; por ejemplo, si aumentan los casos de sarampión es porque las multinacionales quieren engañar a la gente con las vacunas. Conozco a una catedrática que dirige “investigaciones” basadas en la premisa de que el capitalismo heteropatriarcal ha introducido el cáncer de mama en el Amazonas… porque antes no se diagnosticaba. Es la lógica de la caza de brujas.

Una de las razones de la popularidad de Trump es su negación del cambio climático, atribuido a una conspiración mundial de científicos mentirosos, que quieren más dinero público

Una de las razones de la popularidad de Trump es su negación del cambio climático, atribuido a una conspiración mundial de científicos mentirosos, que quieren más dinero público, con los políticos chinos: “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer no competitiva a la manufactura de EE UU”, dijo en un famoso tuit. Disparatado, pero es una explicación que une a colectivos sociales muy diversos, desde racistas a creacionistas pasando por partidarios del libre comercio de armas y obreros industriales. Rechazan las ciencias como imposición de élites académicas arrogantes que buscan dominar el mundo, o al menos como un conjunto de teorías indemostradas tan probables como las que digan lo contrario. Que el cáncer se cura con quimioterapia o con agua de carabaña, por ejemplo.

El “derecho a decidir” como programa político y estilo de vida

La condena de la ciencia, de la democracia “formal” y la promoción del “regreso a la tierra” ofrece dos aspectos: uno es claramente político, la defensa de comunidades homogéneas cerradas y soberanas, es decir del nacionalismo, y otro cultural, la “vuelta a los orígenes” definidos por una mitología inventada, precientífica y muchas veces anticientífica. El “derecho a decidir” es a la democracia lo que los antivacunas a la medicina.

Los movimientos fascistas, y particularmente el nazismo, eran maestros en crear puentes entre vivir con los supuestos valores de los antepasados, volviendo a la patria natural (Heimat), y el rechazo de la modernidad política

Los movimientos fascistas, y particularmente el nazismo, eran maestros en crear puentes entre vivir con los supuestos valores de los antepasados, volviendo a la patria natural (Heimat), y el rechazo de la modernidad política (excepto la tecnológica de aplicación militar). Las “montañas nevadas y banderas al viento” de los falangistas eran un buen resumen estético de lo que se pretendía. También es muy conocido el crecimiento del nacionalismo catalán y vasco de fines del siglo XIX a través de asociaciones de excursionistas y montañeros que ligaban culto a la tierra tribal con exaltación nacionalista. Ir el domingo de excursión por las montañas patrias para reencontrar las raíces era una alternativa al modo de vida urbano y cosmopolita de los partidos burgueses y obreros.

Antes de la guerra civil, los mendigoizales (montañeros) de las juventudes del PNV formaban una especie de milicia paramilitar semejante a muchas otras de signo parecido extendidas como una peste por toda Europa y América. La expresión más genuina de esta amalgama fue el lema alemán de origen romántico Blut und Boden (tierra y sangre), asumido por los nazis y que -vaya por Dios- incluía la preocupación por la agricultura tradicional que hoy llaman “soberanía alimentaria” las gentes de Bildu, Podemos y ERC. En el otro lado del espectro ideológico, el anarquismo tuvo relación activa con el nudismo, el naturismo y diversas obsesiones eugenésicas (mejora natural de la raza) también presentes en la raíz –nunca mejor dicho- de los movimientos fascistas del siglo XX.

El problema surge cuando tales opciones personales se transforman en un movimiento político que pretende convertirlas en formas de vida y creencias que definen a un pueblo

Naturalmente, no hay el menor problema en que alguien quiera beber leche cruda que ha hervido personalmente, en preferir la dieta vegetariana del huerto ecológico, ni en ser muy crítico con la industria farmacéutica o las revistas científicas con cuartiles. No, el problema surge cuando tales opciones personales se transforman en un movimiento político que pretende convertirlas en formas de vida y creencias que definen a un pueblo: Blut und Boden. Es decir, cuando pasan a ser populismo de algún tipo al asalto del poder. Entonces sí que el cóctel de leche cruda y derecho a decidir de la señora Jordà, que lo mismo justifica los golpes de Estado que el regreso irresponsable de enfermedades infecciosas, es un auténtico problema.