A pesar de los avisos sobre sus peligros, las redes sociales de internet son un instrumento único para conocer la sociedad. Y también para configurarla. En la sociedad sin internet una persona normal puede entablar trato con algunos centenares de personas a lo largo de su vida, y bastantes menos si sólo vive entornos como la familia, amistades, compañeros de trabajo, vecinos del barrio y poco más. Esto conduce a creer que todo el mundo piensa más o menos como uno mismo –“lo que dice todo el mundo”, “lo normal”, “el sentido común”- porque un círculo social reducido comparte muchas creencias, experiencias, hábitos, prejuicios e ideas.
Hoy cualquiera puede comprobar en Facebook, Twitter, Youtube o cualquier otra red que muchas personas no sólo tienen ideas distintas, sino antagónicas a las de uno mismo
Para bien y para mal, internet y las redes sociales crean un mundo social mucho más amplio que volatiliza esa creencia tranquilizadora. Hoy cualquiera puede comprobar en Facebook, Twitter, Youtube o cualquier otra red que muchas personas no sólo tienen ideas distintas, sino antagónicas a las de uno mismo. Muchos viven la expresión de esas diferencias como un ataque personal o colectivo (a su grupo, a su pueblo, a su gente) y a menudo responden con miedo y virulencia. No es casual que el auge presente del populismo esté muy relacionado con el miedo, como expuse en este otro artículo de El Asterisco.
El problema es que la agresividad resulta favorecida por el anonimato de la mayoría de los participantes en esas discusiones digitales (y habría que preguntarse si no sería buena idea acabar con el anonimato para pacificar internet); muchas personas escriben en las redes cosas que jamás se permitirían decir en público ni cara a cara. Por ejemplo, una estadística de las discusiones en Twitter a propósito del proceso separatista en Cataluña seguramente confirmaría que el epíteto más extendido ha sido el de “facha” o fascista, a veces utilizado con pertinencia pero en general como pura descalificación del otro, especialmente por los separatistas y populistas de paleoizquierda, para quien cualquier opuesto al separatismo es simplemente fascista.
Por otra parte, y para consternación de la gente sensata, el estilo camorrista, insultante y provocador del Presidente Trump traslada a la Casa Blanca el tono habitual de muchos foros digitales. Las réplicas de Kim Jong-un a Trump no le han ido a la zaga en estilo barriobajero, mostrando que aunque en Corea del Norte no haya internet libre, sus dirigentes saben perfectamente que el nuevo estilo diplomático es popular en el resto del mundo.
Las redes sociales muestran que la mayoría de las personas se mueven por el mundo de las ideas con un paquete prefabricado y preconcebido, seguramente sin darse cuenta
Las redes facilitan la extensión de la conducta agresiva y destructiva del hombre-masa, un sujeto irresponsable sin rostro diluido en la multitud y predispuesto a la violencia. Es un sujeto que interesó mucho a Elias Canetti (los interesados leed su libro Masa y poder), y a psicólogos y pensadores como Wilhem Reich, Herbert Marcuse, Víctor Klemperer y Anna Harendt, no por casualidad alemanes que sufrieron el nazismo, exaltación del hombre-masa. Pero el tema que me propongo explorar es otro: las redes sociales muestran que la mayoría de las personas se mueven por el mundo de las ideas con un paquete prefabricado y preconcebido, seguramente sin darse cuenta.
Ideas empaquetadas
En España, las personas que se definen en redes como “de izquierdas” portan un paquete de ideas que a menudo incluye la condición de republicano, ecologista, animalista o antitaurino, feminista, ateo, pro nacionalista y anticapitalista (otras antaño prestigiosas, como la de internacionalista, se citan rara vez); las “de derechas” suelen definirse como monárquicas, liberales, tradicionales, religiosas, patriotas, respetuosas y legalistas. No es necesario que cada paquete contenga los mismos elementos, de modo que alguien de derechas se defina siempre como religioso y liberal, pero si se observa se ve que son raras asociaciones como liberal y ateo, o republicano y religioso. Sin embargo, no hay ninguna razón lógica que impida a un republicano ser religioso o ateo a un liberal. ¿Qué pasa entonces?
A veces el paquete de izquierdas incluye la propensión a creer en “ciencia alternativa”, el apoyo a cualquier causa “crítica con el sistema” (de los okupas al chavismo), y la tendencia a creer que todo está teledirigido por poderes oscuros resumidos en “el capitalismo” (concepto que no define una economía, sino la conspiración). Por efecto de ese paquete interrelacionado de creencias, que en principio parecen independientes, una persona “de izquierdas” tiende a creer teorías como que el terrorismo yihadista es una consecuencia del imperialismo occidental culpable, que está financiado por la venta de armamento, y que obedece directrices de Israel y las monarquías árabes.
El antisemitismo suele ser otro contenido del paquete izquierdista, pero además los terroristas quedan absueltos de culpa personal para convertirse también ellos en víctimas de un sistema manipulador. En el pregón de la fiesta barcelonesa de la Mercè de 2017, la “filósofa” Marina Garcés sostuvo, tras lamentar la pérdida de los muertos en el atentado de agosto, que “también la de unos jóvenes de Ripoll (Lleida) que tampoco estarán y sobre los que siempre tendremos la duda de si realmente querían morir matando, como hicieron”.
En el campo de la derecha la lógica no varía: hay una tendencia simétrica a creer que el orden social y político vigente es un valor en sí mismo, basado en la historia y justificado por esta, y a entender esa historia como un relato ininterrumpido que, además, no debe cambiar de rumbo. La periodista Isabel San Sebastián afirmó en su cuenta de Twitter tras el atentado yihadista de Barcelona del 16 de agosto que los españoles ya habían expulsado a los yihadistas con la reconquista, y que ahora volverían a hacerlo: “Malditos seáis, islamistas hijos de… Ya os echamos de aquí una vez y volveremos a hacerlo. España será occidental, libre y democrática”. De ese modo los andalusíes Abderramán III, Averroes o el poeta Ibn Hazm dejaban de ser españoles musulmanes medievales para degenerar en yihadistas, un fenómeno moderno. Las personas que piensan así también son propensas a creer cualquier historia que identifique a musulmanes con violadores, asesinos y cualquier amenaza contra la cultura y la sociedad.
La realidad no basta para cambiar un prejuicio profundamente arraigado, porque el creyente rechaza la realidad y elige el prejuicio, como una especie de yonki de la ideología
En los Estados Unidos, muchos votantes de Trump sustituyen para ese papel a nuestros “moros” por inmigrantes latinoamericanos y afroamericanos. Como es fácil colegir, a grandes rasgos estos dos paquetes antagónicos coinciden bastante bien con los votantes de partidos populistas. Otro rasgo compartido es su llamativa resistencia a la realidad y a las noticias que desmientan sus prejuicios. En Estados Unidos muchos votantes de Trump rechazan que su hijo Donald junior se reuniera con personajes rusos durante la campaña electoral incluso cuando éste ya lo ha reconocido de modo explícito, y en España muchos votantes de Podemos rechazan que Venezuela esté hundida en el crimen, el caos, el desabastecimiento y la dictadura por obra del régimen chavista a pesar de todas las evidencias. La realidad no basta para cambiar un prejuicio profundamente arraigado, porque el creyente rechaza la realidad y elige el prejuicio, como una especie de yonki de la ideología.
Las faenas del lenguaje y la ideología
Así pues, se trata de prejuicios más que de ideas propiamente dichas, y eso explica las extrañas familias que forman. En la vida real, un taurino puede definirse como progresista, activista LGTBI y republicano. Un monárquico puede ser antitaurino, activista LGTBI y enemigo de la islamofobia. Las combinaciones son prácticamente ilimitadas: incluso hay activistas gais católicos pese a la actitud hostil de la Iglesia, o tradicionalistas partidarios de seudociencias como la homeopatía. Pero estas combinaciones personales de creencias apenas tienen influencia social en comparación con los paquetes preconcebidos que excluyen tales opciones.
Parece que hay dos razones de este modo de pensar. La primera es de tipo cognitivo: damos por válidas muchas ideas sin necesitar una demostración personal. Es puro sentido común: no necesitamos tirarnos por una ventana para comprobar si Newton tenía razón, y admitimos que personas de culturas diferentes tendrán creencias diferentes sobre una porción de cosas.
En segundo lugar, la lógica del lenguaje ordena las cosas por similitud, real o aparente, mediante una clase especial de metáfora (muy corriente) llamada metonimia que combina la observación con los prejuicios: si la categoría de las frutas incluye manzanas, melones y cerezas, la de “izquierda política” incluye republicanismo, feminismo y ecologismo. Los paquetes de prejuicios son una clase de metonimia.
Cuando encontramos creencias reunidas en un paquete es fácil pensar que será porque son similares; la metonimia nos ahorra el fastidio de averiguarlo, pero también nos confunde
En cierto modo, la lengua piensa por nosotros más de lo que creemos. Cuando encontramos creencias reunidas en un paquete es fácil pensar que será porque son similares; la metonimia nos ahorra el fastidio de averiguarlo, pero también nos confunde. Y así aparecen los paquetes monárquico-liberal-religioso-patriota y republicano-anticapitalista-ateo-nacionalista. Da igual que a un liberal del siglo XIX le pareciera un horror asociarlo con la religión, o que un socialista clásico no quisiera saber nada con el nacionalismo. Ahora el paquete viene así. Aunque seamos perfectamente capaces de pensar críticamente, hay una razón para que tanta gente piense usando paquetes preconcebidos, y se llama ideología.
Como dice el filósofo alemán de moda, Markus Gabriel, la ideología lleva a creer que sabes algo cuando en realidad no sabes nada y en dosis excesivas, la ideología sirve para eludir las contradicciones e ignorar realidades incómodas
La ideología no es un sistema lógico, racional y sometido a la crítica, sino un conjunto de prejuicios empaquetados. Como dice el filósofo alemán de moda, Markus Gabriel, la ideología lleva a creer que sabes algo cuando en realidad no sabes nada (cosa que te descubre la filosofía). En dosis excesivas, la ideología sirve para eludir las contradicciones e ignorar realidades incómodas. Por ejemplo, los creyentes en la homeopatía creen saber que su descrédito es una maniobra de la industria farmacéutica para seguir ganando dinero a costa de la salud: el hecho irrebatible de que también existe una industria homeopática semejante no les parece contradictorio, como tampoco que los tratamientos homeopáticos no curen enfermedades graves (ni leves, salvo como placebo).
El paquete ideológico funciona como las cerezas en un plato: cuando coges un par levantas muchas más, y las redes sociales no hacen otra cosa que comprobarlo de un vistazo y permitir examinar su dimensión
El paquete ideológico funciona como las cerezas en un plato: cuando coges un par levantas muchas más. Así, criticar la monarquía conduce fácilmente a defender el chavismo a través de unos cuantos pasos ideológicos aunque ambas cosas no tengan nada que ver, y viceversa, pedir más seguridad contra el terrorismo puede conducir a rechazar a todos los musulmanes o a limitar los derechos humanos. Más o menos siempre ha sido así, y las redes sociales denostadas por los apocalípticos no hacen otra cosa que comprobarlo de un vistazo y permitir examinar su dimensión. El verdadero peligro radica en que los activistas ideológicos pueden desinformar, contaminar y alienar a un número suficiente de personas como para llevar sus delirios y prejuicios al gobierno de los países. Trump lo ha conseguido (sólo hasta donde se lo impide la sólida división de poderes de Estados Unidos), y en Europa lo consiguieron los eurofóbicos del UK con el Brexit; intentan hacerlo Podemos en España (con la posible incorporación del PSOE de Sánchez) o el Front National en Francia. Por eso no puede ignorarse como un fenómeno peculiar de gentes incultas (muchos catedráticos piensan igual): este modo de constituir mentalidades de hombre-masa irresponsable representa un verdadero peligro para todo.