Batota
“Mira”, me dice Ricardo, un ingeniero agrónomo antiguo empresario de productos agrícolas reconvertido en profesor de economía, “desde España pueden seguir mirando el ejemplo portugués como un triunfo de las políticas de izquierdas, pero la realidad es exactamente la contraria. Se ha reducido la deuda, al mismo tiempo que se ha hecho lo mismo con la inversión pública. Por supuesto: al aumentarse la presión fiscal sobre las rentas del trabajo y los impuestos indirectos, la recaudación aumenta, pero no ha existido reinversión ni mejora en los servicios. Se ha atraído capital al convertir el país en un paraíso para ricos y rentas altas: el turismo nos ha ayudado. Pero eso es todo”.
“Aún más,” continúa Ricardo “las medidas que han venido a paliar el desempleo han sido todas sacadas del catecismo más liberal en lo económico, mientras que no se ha aplicado ninguna o casi ninguna del corpus de la izquierda. Fundamentalmente porque ni es posible ni conveniente. Costa y su gobierno pueden llamarse socialistas y estra asociados en la geringonça con Bloco de Esquerda o los comunistas, pero todo lo que hacen podría llevarlo en su programa cualquier partido de derechas”. El tono que Ricardo, antiguo militante del PCP, usa para decir esto quiere sonar descorazonador; desde la pared de su despacho, los retratos de Alvaro Cunhal, Engels y un Saramago que estrecha su mano en una entrega premios, parecen mirar hacia lados opuestos, como un motivo decorativo pasado de moda que no combina demasiado bien con el lugar en que han sido colocados.
Hay algo, de cualquier forma, que es cierto sobre el momento posterior a lo más duro de la crisis, cuando se recortaron las pensiones y se congeló el sueldo a los funcionarios en 2013: se ha recuperado parte del poder adquisitivo y el desempleo se ha desplomado. Puede que el trabajo sea de baja calidad en general y que la protección a los derechos de los trabajadores sea mínima, pero los indicadores mejoran, y parte de los recortes se han intentado revertir como anunció el actual gobierno que haría: así las pensiones mínimas han subido por encima de los 300 euros. El salario mínimo se ha establecido en 8.400 euros anuales. Todo esto no cambia que el problema real no es ese salario mínimo, sino que el salario mediano no es mucho más alto (en torno a 800 euros mensuales), y no ha hecho más que bajar la capacidad real de compra en los últimos años. No sólo no es suficiente ni lo que se esperaba: invita muy poco a la confianza en el futuro.
No hay forma de convertirse en una potencia turística y de convertir al sector inmobiliario en motor de la economía sin que los precios de compra y alquiler de vivienda suban hasta hacerse prohibitivos. No hay ningún escenario en que la subida de impuestos indirectos y de tasas moderadoras en la sanidad pública hagan vivir mejor y mejoren los servicios que reciben los portugueses. Cualquiera que viva una temporada en cualquier localidad portuguesa puede experimentar: acudir a consulta de médico de cabecera conlleva siempre un pago de 5 euros; si la consuta es de urgencias, entre 18 y 20; análisis y pruebas diagnósticas son de pago; combustibles cuestan de media 40 céntimos más por litro que en la vecina España. Nada iguala a la bombona de butano: 29 euros en el lado portugués de la frontera, 14 dos kilómetros más allá. Puede, sin embargo, que no salga a cuenta coger el coche para traer esa bombona o comprar productos de higiene más baratos: el alto coste de los peajes de las autopistas para los portugueses es el mejor disuasorio.
“Lo cierto”, admite Ivo, un profesor de secundaria que no vota a la izquierda, “es que la mayor parte de esas medidas son de antes de 2013; pero el partido de Costa prometió revertirlas. Eso es lo que enfada precisamente a la gente, a los trabajadores y a quienes dependen del Estado, pero también a quienes buscan invertir o crear un negocio y se encuentran con una maraña de impuestos que les obliga a hacer magia”. Lo que cuenta es la sensación que está instalada entre los portugueses: mientras se anima a que los jubilados europeos se instalen sin gravar las pensiones, desaparecen impuestos de sociedades o se pone alfombra roja a cualquiera que quiera instalarse en el país trayendo al menos 500.000 euros, a los nacionales se les hace pasar por una administración laberíntica y llena de tasas difíciles de justificar.
Quizá todo se contrarresta con una manga ancha a la hora de tratar con las construcciones ilegales o la economía sumergida; en el Algarve, por ejemplo, uno puede encontrar sin dificultad con enormes fortunas surgidas de este sector al servicio de turistas y al margen del Estado. Pero no parece que los trabajadores esté dispuestos a aceptar ese funcionamiento, y menos pasar que lo fomente un gobierno nominalmente de izquierdas. Ivo de nuevo: “A los profesores nos siguen debiendo nueve años de complementos salariales, que se comprometieron a abonar: cuando Costa sale diciendo que si se abonan él dimite, no podemos más que animarle a hacerlo, sin que eso vaya a parar lo que es justo. Sería interesante que al menos dotaran de medios o contrataran personal en lugar de apuntarse tantos de propaganda por estar haciendo desaparecer la enseñanza concertada”.
cuando tienes en contra, mal pagados y con plantillas cortas, a la sanidad, la educación y los cuerpos de seguridad ¿de qué tipo de política de izquierdas estamos hablando?”
Desde que el gobierno socialista de Costa se estableció, la huelgas de funcionarios no hacen sino aumentar en número y en gravedad. Hay razones de sobra, aunque resulta difícil sentirse solidario cuando la huelga de la enfermería o de bomberos se enquistan -cuando los bomberos se pusieron en huelga indefinida en enero, parte de la plantilla cobraba nóminas de 600 euros y se enfrentaba a jubilaciones cercanas a los 300 y las condiciones del trabajo no eran adecuadas para este trabajo; en mayo de 2019 la huelga está desconvocada sin que el gobierno haya cumplido aún el acuerdo-. Como le gusta decir a Ivo y a sus compañeros: “OK, llevan en el nombre del gobierno las palabras socialista, de izquierdas y hablan de solidaridad e igualdad; pero cuando tienes en contra, mal pagados y con plantillas cortas, a la sanidad, la educación y los cuerpos de seguridad ¿de qué tipo de política de izquierdas estamos hablando?”.
Saudade
María, quién encarna un tópico es psicólogo, se especializó en deportes y se ha instalado hace poco en una ciudad del sur de Portugal. En un país que hace bromas con el carácter nacional -somos el único sitio en que ese carácter incluye disfrutar de la tristeza- y en que el fútbol es una obsesión y uno de los factores determinantes de la recuperación de la autoestima, su negocio no puede tener un mejor encaje. “No sé si los españoles sois capaces de entender el concepto de saudade, una añoranza difusa, relacionada con el mar y con la pérdida de algo que no conocemos; añoramos lo que probablemente nunca existió”. André, su marido, un antiguo portero de un equipo de primera división de fútbol retirado prematuramente por lesión, no lo ve igual: “En realidad, la famosa depresión portuguesa y falta de vida en las calles tiene más que ver con que para nosotros el gasto de 20€ hace la diferencia; si fuera por tristeza, las consultas de psicólogos ocuparían el lugar de todas las perruquerias y pastelarias. La única tristeza del país es sentir que estamos siempre en crisis y que cada vez que nos prometen soluciones hay una parte de engaño y otra de picaresca”.
Y sin embargo se mueve. Portugal ha crecido desde 1974, tiene una escena cultural sólida, es sin duda uno de los países en que mejor calidad de vida se disfruta, con mejores servicios y con menores índices de criminalidad. Los trabajadores portugueses se cuentan entre los más cualificados en el mundo. A base de esfuerzo y de sacrificio, cualquier indicador en Portugal no deja de mejorar y de estar entre los mejores del mundo. Pese a todo, la saudade la sienten quienes no dudan en emigrar (23,9% de la población vive en otro país) cuando es necesario, al tiempo que un montón de empresas aprovechan la cualificación combinada con un bajo coste laboral. Sienten que siguen siendo engañados sin atreverse a protestar como si la resignación fuera una hermana melliza inseparable de la saudade. La mayoría de los portugueses luchan y trabajan con la vista puesta en Europa como ejemplo imaginado. “Los españoles al menos saben sentirse bien en sus zapatos”*, dice María, a quien no deja de sorprender que en España políticos y periodistas de izquierdas miren al gobierno portugués como ejemplo de buena práctica. “Al menos en España han sabido salir de la crisis y el gobierno trabaja para los ciudadanos. Puede que hiciera falta otro 25 de abril para que todo empezara a funcionar ”.
*Literal.