Ordesa - Carlos Martinez Gorriaran

Ojalá pudiera medir el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré.”

Hablé de ese libro a mis alumnos de Filosofía y Literatura y lo describí como un libro que trata de la necesidad de amor y su extrema dificultad; sigo creyendo que es un buen resumen

Este es el arranque de Ordesa, el libro de Manuel Vilas. Hablé de ese libro a mis alumnos de Filosofía y Literatura y lo describí como un libro que trata de la necesidad de amor y su extrema dificultad; sigo creyendo que es un buen resumen. Por lo demás es, felizmente, una obra inclasificable. No porque el tema sea oscuro, pues no puede ser más claro: es la penumbra un tanto temblorosa de la existencia corriente, iluminada por algunos destellos de luz entre numerosos apagones. Ordesa forma parte de una literatura emergente que aún no dispone, para clasificarla, de una categoría tradicional como las de novela, autobiografía, memorias o poema. Ordesa tiene un poco de todo esto; acaba rematada con un poemario-epílogo titulado La familia y la Historia. Pero como sucede en las obras de arte conseguidas, donde el conjunto es mucho más que la suma de sus partes, este libro es mucho más que una síntesis de géneros.

Manuel Vilas ha escrito un libro sobre el amor torturado por la dificultad de comunicarse, como habría querido con su padre y madre, y luego con sus hijos. Ordesa muestra la insondable profundidad de sentimientos de soledad, tristeza, privación, desvalimiento y desdicha, de todo eso que nos hace tan vulnerables. Pero también son sentimientos que nos hacen tal como somos, no sólo a veces tristes cenizos y patéticos amantes no correspondidos, sino seres vivos con chispa, generosos, sensibles e imaginativos, activos y creativos aún viviendo a remolque de la experiencia y el presentimiento de la pérdida irreparable, de la devastación sin remedio que ha traído y traerá la muerte. Y, pese a todo, capaces de sentir, dar y recibir amor, pues en esa “ingravidez de su paso por el mundo”, insoportable y desarraigada, hay destellos de misterio, momentos de asombro, logros, pequeñas dosis de felicidad memorable. Pasar por toda esta perturbación es el precio que pagamos por el milagro de ser conscientes, y esta es una literatura perturbadora que te sumerge en ese aspecto de la conciencia.

Pero si crees que hablamos de una autobiografía te equivocas. Ordesa no ofrece unas memorias al viejo estilo, aunque contiene material autobiográfico y su eje narrativo es la memoria. Muchas veces una memoria más disruptiva e incluso intrusa que otra cosa (también trata de cómo no podemos olvidar).

Las memorias clásicas eran libros que contaban los sucesos extraordinarios vividos por grandes personajes o personas excepcionales. La gente corriente o de vida ordenada y normal no escribía memorias, en todo caso diarios privados rara vez escritos pensando en su publicación, ni nadie escribía biografías de esas personas porque la vida corriente y moliente no parecía digna del relato biográfico, si acaso aporta un material necesario para el teatro y la novela realistas.

La novela, por otra parte, es básicamente ficción, pero Ordesa no es una ficción porque narra la atormentada vida interior de su autor bajo su existencia normal y corriente. Los sucesos aparecen desdibujados –Barbastro, Madrid, la explotada vida de viajante del padre, las manías de la madre, un divorcio, unos hijos, una profesión docente-, el caudal narrativo lo aportan las emociones y sentimientos entrelazados con los sucesos, desde los más nimios –limpiar una cocina, la visita de un hijo, el viejo coche de su padre o los muebles de su madre- a los irremediables de la muerte de los seres queridos y la premonición de la propia. El yo es una criatura muy frágil, la conciencia de una vida leve y vulnerable, ansiosa de un amor que resulta temporal, incompleto, distante y elusivo. Lo demás es importante, pero no colmará ese vacío.

La revolución literaria y la vida de cualquiera

Convertir la vida cotidiana y las emociones del autor-protagonista en creación literaria es una revolución. Y Manuel Vilas no es el único en ese empeño, al contrario

Convertir la vida cotidiana y las emociones del autor-protagonista en creación literaria es una revolución. Y Manuel Vilas no es el único en ese empeño, al contrario: hay pruebas de que desde hace algunos años la literatura está cambiando profundamente, quizás porque también nuestra experiencia de la conciencia ha cambiado profundamente. Es posible que eso signifiquen también las críticas (elogiosas) de Ordesa que lo califican como “el libro de una generación”. Quizás seamos más conscientes de que no es posible vivir aferrados a las seguridades tradicionales de la familia y la vida social, a las promesas de la política o la cultura, con sus esperanzas de trascender. El resultado son libros perturbadores, y no poco impúdicos (en el buen sentido), donde un autor desnuda su intimidad para los demás.

Pensemos por ejemplo en la narración de sus propios días que hace Andrés Trapiello en las entregas anuales del excelente Salón de Pasos Perdidos, obra normalmente comparada con la publicación de diarios personales, pero cuya diferencia respecto al género tradicional de memorias se capta mejor comparándola con Ordesa. Otra novela de Trapiello, Ayer no más, abordaba el conflicto entre memoria personal e historia en torno a la Guerra Civil con la perspectiva anti épica y anti historicista tan característica de esta nueva literatura del yo. Hay más libros: tenemos el último de Fernando Aramburu, Autorretrato sin mí, que bucea en su mundo privado de sentimientos “sin piedad pero sin psicoanalizarme”, como dice el autor señalando de paso algunas claves fundamentales de esta literatura, distanciada con gran libertad de los viejos paradigmas teóricos explícalo-todo (por cierto, los monólogos interiores de las protagonistas de Patria siguen también esta vía tortuosa de la memoria sin concesiones).

Hay otros menos conocidos en la misma dirección. Por ejemplo, Los refugios de la memoria, de José Luis Cancho

Hay otros menos conocidos en la misma dirección. Por ejemplo, Los refugios de la memoria, de José Luis Cancho: este librito es el relato autobiográfico de una auténtica juventud antifranquista en el seno del PCE en la Universidad de Valladolid, la posterior captura, procesamiento y encierro en la cárcel y de sus miserias, más los años inmediatos de la liberación y el liberador abandono de la política, e incluso de la renuncia a la consoladora seguridad en el empleo de maestro público en la isla de La Gomera. Cancho ofrece una historia llena de humor y voluntariamente despojada de toda épica, justificación ideológica y apología personal, pese al indudable derecho a reivindicarse como un resistente real a la dictadura (a diferencia de la legión de los imaginarios).

Esta literatura emergente (o quizás ya emergida del todo) es internacional. Tenemos la monumental sucesión memorística de Mi lucha, por el momento cinco novelas del noruego Karl Ove Knausgård, impresionante tour de force narrativo con la propia vida sin quitarle ni un gramo de la humana vulgaridad en todos los sentidos (quizás podría hablarse al respecto de cierta épica de la existencia al desnudo). O la excelente introspección emocional y existencial de la novelista Siri Hutsvedt La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, que además es un magnífico paseo por los desvaríos de las teorías sociales acerca de la sexualidad y la psicología femeninas.

Algo ha cambiado profundamente en nuestra manera de contemplarnos y de entender la vida propia y la de todos, y estos libros lo están mostrando. Y además de una nueva comprensión de algo tan importante, nos regalan una experiencia sin la cual no hay auténtica literatura: el placer incomparable de leer narraciones espléndidas.

Referencias:
Manuel Vilas, Ordesa. Alfaguara, 2018
Andrés Trapiello, Salón de pasos perdidos. Pre-textos.
Fernando Aramburu, Ayer no más, Destino, 2012
José Luis Cancho, Los refugios de la memoria. Papelesmínimos, 2017
Karl Ove Knausgård, Mi lucha. Alfaguara.
Siri Hutsvedt, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios. Anagrama, 2010