El dichoso master - Jesus Quijano

Es preocupante que uno de los efectos colaterales más peligrosos del ya famoso máster de la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid haya sido, o esté siendo, la provocación de una cierta desconfianza sobre las titulaciones que imparten las universidades; y especialmente peligroso si el objetivo de la desconfianza son las universidades públicas. Comprenderán, además, que a quienes hemos hecho vocación y profesión, ya durante varias décadas, de la actividad académica, este asunto nos haya producido especial inquietud, por no decir irritación.

Fácilmente atravesamos esa delicada frontera que distingue el problema de un máster concreto, en una universidad concreta, con unos profesores y una alumna concreta, o de varios concretos si fuera el caso, con el problema de los másteres impartidos por las universidades españolas con carácter general

Por diversas circunstancias que no es del caso detallar ahora, nuestra sociedad es bastante proclive a la generalización y fácilmente atravesamos esa delicada frontera que distingue el problema de un máster concreto, en una universidad concreta, con unos profesores y una alumna concreta, o de varios concretos si fuera el caso, con el problema de los másteres impartidos por las universidades españolas con carácter general. Y ni siquiera con la Universidad Rey Juan Carlos podría hacerse tal salto en el vacío. Conozco de hace tiempo a mis colegas que imparten el Derecho Mercantil en esa Universidad, con frecuencia me han requerido para formar parte de tribunales de tesis doctorales, de oposiciones a cátedras, o de otras actividades, y jamás percibí irregularidad, ni excepción o trato de favor a quienes sometían a evaluación su tarea o sus opciones académicas. Me consta que esos colegas están igual de apesadumbrados, o más, que muchos otros, que la inmensa mayoría que trabaja con rigor y con dedicación en nuestras universidades. Las generalizaciones suelen ser injustas casi siempre; y en este caso lo son.

Empecemos por un mínimo relato de lo que es la implantación y gestión de los másteres en las universidades públicas, que es bien reciente. Hasta no hace mucho tiempo, los másteres de verdad sólo se impartían en entidades privadas, con rango de universidad o no. Las universidades públicas impartían las licenciaturas de entonces, de cinco o más años, y las diplomaturas de tres años; y más allá de eso, cursos de especialización de duración más limitada, en forma de títulos propios. El máster de verdad era un artículo de lujo, caro y selectivo, y quien podía iba a hacerlo a una universidad extranjera de prestigio, porque ese tipo de máster aportaba una especialización muy valorada en el mercado laboral. Ocurría también que, a falta de regulación y de reconocimiento como título oficial, cualquier curso de formación podía llamarse máster, ya fuera impartido por una escuela de negocios, una institución, un medio de comunicación, una sociedad de auditoría, una cámara de comercio, una fundación, o un partido político. Y había de todo; en precio, en duración, en utilidad y en calidad. Algunos ciertamente buenos; otros…, me reservo la opinión.

No es de extrañar que, habiendo coincidido la absurda codicia de alguien con poder que quería presumir de un título de máster y la falta de conciencia de docentes dispuestos a ofrecerlo a la espera de cualquier ventaja, se hayan dado episodios como el conocido

Esa situación ha cambiado de forma radical en estos últimos tiempos. Tras la implantación del “modelo Bolonia”, con grados de cuatro años en general, las universidades públicas han empezado a ofrecer títulos de máster, orientados hacia una especialización que los simples grados no proporcionan. Incluso hay títulos de máster que son obligatorios para ejercer determinadas profesiones, como pasa ahora con la abogacía. Pero no había experiencia académica ni organizativa en ese nivel de la enseñanza y, bajo una regulación de mínimos, las universidades han aplicado su margen de autonomía con resultados muy variados y no siempre con el debido control. Así que no es de extrañar que, habiendo coincidido la absurda codicia de alguien con poder que quería presumir de un título de máster y la falta de conciencia de docentes dispuestos a ofrecerlo a la espera de cualquier ventaja, se hayan dado episodios como el conocido. Puede haber un máster con más dificultad, con más exigencia, con más nivel, o con más prestigio que otros; por ejemplo, los que combinan formación especializada con práctica profesional son muy apreciados.

Pero lo sucedido en el caso que nos ocupa es otra cosa; no es que fuera un máster más flexible o más fácil de obtener, porque todo apunta a que fue obtenido sin haberlo cursado, con el agravante de intentar salir del aprieto con mentira y falsedad una vez que fue descubierto. Esto es lo que agrava la situación. Por eso es explicable la irritación de tantos profesores y alumnos que imparten y cursan másteres con rigor y con esfuerzo; y por eso carece de sentido la renuncia al título a posteriori, porque el hecho de haberlo ostentado, conociendo las circunstancias, permite pensar que, de no haberse hecho público el desaguisado, se hubiera seguido ostentando sin mayor reparo. Confieso que a mí se me disiparon las dudas cuando se supo que, pasadas unas horas, el famoso trabajo de fin de máster no había aparecido; he participado en bastantes ocasiones, en universidades españolas, extranjeras y en otras instancias, en la impartición de másteres de mi materia académica, y sé de sobra la cantidad de trámites que el trabajo pasa y la cantidad de copias que se hacen, en papel y digitales, para acceder a su defensa en acto público. Que no aparezca ninguna es sencillamente increíble, por imposible.

Afirmo, pues, con rotundidad que para nada esta situación se puede generalizar o extender, ni siquiera si aparecieran y se demostraran otros casos concretos. Ni la universidad, ni ninguna otra institución, está exenta de la posibilidad de actuaciones irregulares o delictivas, como bien lo sabemos. Pero expandir la sombra de la sospecha es radicalmente injusto. Por eso urge restaurar la credibilidad y la confianza con rigor, lo que va a depender de la resolución final de tan lamentable episodio. Como casi siempre, cuestión de ejemplaridad otra vez; y esta vez con doble entrada, política y universitaria para más inri.