Lo que pasa en la calle - Paco Pimentel

El pasado 26 de mayo me tocó otra vez formar parte de una mesa electoral, y ya va la tercera. En las elecciones europeas de 2004 fui presidente de mesa en mi antiguo colegio electoral de la calle Nicasio Gallego, en las generales de diciembre de 2015 repetí en el cargo pero en mi nuevo colegio en la calle Alcalá 34, y está última vez fui convocado sólo como suplente, pero una de las vocales falló y me tuve que quedar en su lugar. No hace falta decir que ninguna de las tres veces me hacía ninguna gracia ir, sobre todo esta última, pero para ser sinceros las tres veces he salido muy contento de haber estado. Creo que me pasa un poco como con las bodas: me da muchísima pereza ir, pero luego acabo pasándolo bien. De hecho pienso que una jornada electoral tiene otra cosa en común con una boda, y es que ambas son buenas ocasiones para ver cómo es la gente a pie de calle, y de eso es de lo que quería hablarles aprovechando que aún tengo fresca esta última “fiesta de la democracia” a la que fui invitado, no solo como votante, sino también como camarero por así decirlo.

La de la Administración la miró como miran los profesores a esos alumnos tan aventajados que les pueden poner en un aprieto

A primera hora del día 26 el pequeño disgusto que me supuso darme cuenta de que la vocal titular no iba a aparecer, y que por tanto mis planes de volverme a casa se esfumaban, se suavizó bastante en cuanto crucé cuatro palabras con la que iba a ser presidenta de mi mesa. Era una chica joven, de veintitantos años, y desde el primer momento dio claras muestras de que se había tomado su responsabilidad muy en serio, tanto que el manual que se nos envía a casa previamente no es que se lo hubiera leído, es que se lo había estudiado y lo traía subrayado. Para que se hagan una idea les diré que cuando una representante de la Administración se acercó a nosotros mientras constituíamos la mesa para ver qué dudas teníamos, mi presidenta le respondió que no tenía del todo claro cómo era el proceso para el voto en sistema Braille. La de la Administración la miró como miran los profesores a esos alumnos tan aventajados que les pueden poner en un aprieto y zanjó el tema diciendo que si nadie había pedido previamente voto en Braille, eso significaba que nadie iba a hacerlo en esa mesa, así que no debía preocuparse. Durante toda la jornada esa joven presidenta estuvo impecable y demostró un saber estar que sinceramente me sorprendió. Según nos explicó acababa de terminar sus estudios de educadora social y llevaba años trabajando en el sector inmobiliario, actividades que complementadas deben ayudar bastante a comprender cómo funciona el mundo.

La otra vocal era una mujer mestiza, colombiana de nacimiento, aunque lógicamente con nacionalidad española porque si no no estaría allí, que en cambio no se había estudiado el manual, quizás porque pensaba que quien tenía que tomar decisiones era el presidente y a ella la habían llamado sólo como vocal, o quizás porque a sus más de sesenta años pensaría que aquello no podía ser muy difícil y que ya se las arreglaría sobre la marcha, como tantas otras veces habría hecho en la vida y como finalmente hizo ese día sin mayor problema. Llevaba más de treinta años en España, desde antes de que naciera la presidenta ahora que lo pienso, y trabajaba de odontóloga en el barrio por lo que conocía a muchos más votantes que nosotros dos, así que esa primera impresión que creo que todos tuvimos de que estaba un poco fuera de lugar se reveló completamente equivocada.

Los apoderados e interventores de los partidos políticos son también parte importante de estos saraos y en mi experiencia, e incluyo las muchas veces que yo mismo he sido apoderado, son en su inmensa mayoría gente que acude con la mejor disposición para apoyar desinteresadamente a su partido, que procura llevarse lo mejor posible con los representantes de los partidos rivales, y que muchas veces son una gran ayuda para los miembros de las mesas que casi siempre tienen menos experiencia que ellos. En la mesa en la que estuve esta última vez no había interventores, pero sí había en el colegio apoderados de prácticamente todos los partidos, varios de cada uno de hecho, e incluso tuvimos una apoderada del PP que parecía asignada a nuestra mesa y que no se movió de allí más que para comer y votar en su propio colegio. Esta señora, que aparentaba también unos sesenta años, era el colmo de la discreción y se pasó las horas allí sentada, un poco alejada de nosotros y sin intervenir en ninguna conversación por intranscendente que fuera si no le dábamos pie a ello, dejando claro en todo momento con su actitud que ella estaba allí para ayudar cuando hiciera falta y pasar desapercibida el resto del tiempo. También me produjo una magnífica impresión el apoderado de Madrid en Pie, que acudía a nuestra mesa a pedirnos las copias de las actas con las maneras de un perfecto caballero y que de hecho tenía un porte francamente aristocrático, aunque el más alejado de la imagen que se esperaba de él era el apoderado de Vox, un chico muy joven y simpático que por su indumentaria y aspecto general no hubiera desentonado en una asamblea del 15M ni en un bar de Chueca, que es el barrio en el que vivimos los que allí votamos. Hubo otros muchos más que pasaron por allí, varios de cada partido como decía, y prácticamente todos fueron amables con nosotros y entre ellos, incluso francamente simpáticos algunos, salvo quizás un par de ellos que por lo que sea eran menos amables.

Los ciudadanos que acudieron a votar, salvo alguna pequeña excepción, también dieron muestras de civismo, cordialidad y sentido del humor. Recuerdo que nos reímos mucho con una de las últimas votantes, que llegó apresuradamente cuando estábamos a punto de cerrar, vestida de amazona con casco incluido, jadeante y cubierta de polvo y sudor. Al ver nuestras caras nos dijo que había dejado el caballo en la entrada, que era exactamente lo que cualquiera hubiera imaginado al verla entrar así. También hubo un momento bastante triste cuando vimos llorar literalmente a una ciudadana británica que acababa de votar, quizás por última vez en su vida según decía a sus acompañantes, en unas elecciones europeas. No fue la única extranjera que votó en nuestra mesa pues por allí pasaron, que recuerde, franceses, alemanes, italianos, irlandeses, portugueses e incluso un griego cuyo pasaporte, afortunadamente, tenía escrito su nombre también en alfabeto latino. De los locales tuvimos una muestra de lo variados que somos en nuestro país, en nuestra ciudad y en nuestro barrio: una familia de origen andaluz de ocho hermanos de los cuales el pequeño acababa de cumplir los 18, abundantes parejas del mismo sexo y también de las otras, curas incluso alguno de ellos con sotana, gentes de aspecto alternativo, otros más clásicos, muchos con el clásico desarreglo madrileño, otros endomingados, etc. No votó ningún político conocido, cosa que casi agradezco porque creo que esas situaciones enrarecen un poco el ambiente, aunque sí algún personaje más o menos famoso. Concretamente en mi mesa votó Julio Medem y en la de al lado vi a Javier Gurruchaga, con quien coincido mucho en el supermercado, aunque esta vez iba acompañado nada menos que de Popotxo, como en las grandes ocasiones. También votó en mi mesa uno muy simpático que no sé quién es pero que se apellidaba Martínez Bordiú y que tenía todo el aspecto de pertenecer efectivamente a la jet set.

Si a todo lo anterior añadimos que quienes estaban allí trabajando (representantes de la Administración, policías de todos los cuerpos, personal de centro) cumplieron tranquilamente con sus obligaciones, estuvieron en todo momento atentos con los que formábamos las mesas y sobre todo con los votantes, y que no se registró el más mínimo incidente, creo que se puede concluir que quizás llamar “fiesta” a una jornada electoral en España no sea del todo correcto, y lo digo porque es demasiado civilizada y las fiestas o tienen algo de desmadre o no nos parecen verdaderas fiestas. No sé, quizás no suene muy bien pero “reunión de amigos de la democracia” me parece más adecuado.

¿cómo es posible que, siendo esto lo que pasa en la calle, sin embargo desde los partidos políticos y otras organizaciones, y desde luego desde los medios de comunicación, se nos ofrezca a diario la imagen de que vivimos en un país tensionado hasta el límite?

Dicho esto, y es donde quería llegar: ¿cómo es posible que, siendo esto lo que pasa en la calle, sin embargo desde los partidos políticos y otras organizaciones, y desde luego desde los medios de comunicación, se nos ofrezca a diario la imagen de que vivimos en un país tensionado hasta el límite? Uno vive lo que vive en su día a día, pero enciende la tele y parece que hay otra Guerra Civil a punto de estallar entre izquierda y derecha, que las mujeres están siendo exterminadas, que a la gente se le persigue por su orientación sexual, que ir con alzacuellos es un deporte de riesgo, que el racismo y la xenofobia campan a sus anchas, y que ricos y pobres, cada vez más alejados unos de otros, se odian sin disimulo. Afortunadamente, por lo que yo veo en mi entorno y creo que muchos opinarán lo mismo, esa pedagogía del odio no ha funcionado. Deberíamos estar agradecidos y orgullosos de ello, y también alerta porque en otros sitios, incluso en zonas de nuestro propio país, a personas normales y corrientes les han convencido de que su vecino es su enemigo y hay que combatirlo y derrotarlo porque no es posible convivir con él. Lo que voy a decir ahora suena a libro de autoayuda, que Dios me perdone, pero creo que si nos esforzáramos en ser nosotros mismos solucionaríamos un montón de problemas que, en realidad, no tenemos.