Cierta vez escuché a Rosa Díez decir algo que me pareció una perfecta radiografía de nuestra corta andadura en política. Venía a decir que UPyD fue un partido de gente altruista que llegó a la política a ofrecer su trabajo con la misma dignidad con la que se fue cuando los españoles nos mandaron a casa. Es una frase que se me quedó grabada por su carga realista y porque me pareció una forma muy sencilla de resumir algo muy grande.
No hay ninguna duda de que los votantes no apoyaron nuestro proyecto político (no entraré ahora analizar por qué, aunque les recomiendo para ello La democracia robada de Carlos Martínez Gorriarán o Los aventureros cuerdos de Rosa Díez), obteniendo UPyD unos pírricos resultados en las elecciones generales de 2015, en las que, a pesar del anterior batacazo electoral de las elecciones autonómicas de ese mismo año, todavía quedaba una mínima esperanza de al menos conservar un escaño en el Congreso de los Diputados para salvar los muebles y sobrevivir de alguna manera hasta que viniesen tiempos más favorables.
Pero ni siquiera eso fue posible, a pesar de presentar como número uno al Congreso de los Diputados al abogado Andrés Herzog, que se había enfrentado a toda la cúpula de Bankia y conseguido sentarla en el banquillo. Los votantes, en su derecho a elegir a sus representantes políticos como en cualquier democracia, hablaron. Y eligieron a otros partidos para que les representaran, lo cual es totalmente respetable, compartas o no su decisión.
En mi opinión los españoles prefirieron elegir a un partido antisistema promocionado por el sistema que ha acabado haciendo la revolución por arriba, es decir por ellos mismos y su choza de Galapagar
¿Qué motivo hay para no aceptar el veredicto de la ciudadanía, esa manida “voluntad popular”? La “decisión del pueblo” podrá gustar más o menos, pero es una decisión que hay que respetar. A mí sin ir más lejos me parece que la decisión fue totalmente desacertada, o quizá acertada (esto lo pienso cada vez más a menudo) pues en realidad elegimos lo que nos gusta. En mi opinión los españoles prefirieron elegir a un partido antisistema promocionado por el sistema que ha acabado haciendo la revolución por arriba, es decir por ellos mismos y su choza de Galapagar, en vez de a un partido ajeno al sistema y sin padrinos que iba a cambiarlo de raíz desde el respeto a las instituciones. Prefirieron también a un partido sin principios fomentador del transfuguismo y lo peor de la vieja política oportunista en vez de a un partido insobornable sin hueco posible para la corrupción. O prefirieron votar a los de siempre, que habían llevado al país a la situación en la que estaba en vez de al partido que llevó a los responsables de aquella estafa a los tribunales.
Pero, ¿por qué no aceptar que los ciudadanos prefieren a otros para que les representen y empeñarnos en cambiar esa voluntad a través de transfuguismos o triquiñuelas varias para burlar una decisión legítima? Que yo sepa en España no hay listas abiertas, por lo que los ciudadanos elegimos partidos o listas cerradas y no políticos de distintas listas.
Nos pasamos la vida quejándonos de los políticos que ponen sus intereses personales por encima del interés general, pero cuando un político o un partido demuestra lo contrario se le acusa de “falta de pragmatismo” o “excesiva rigidez” mientras se aplaude a quienes cambian de chaqueta o sufren sorprendentes transformaciones camaleónicas transfugando, coaligándose o presentándose ahora por Ciudadanos, un partido oportunista sin principios, habitual de las prácticas más sucias que siempre hemos denunciado y defensor de los privilegios fiscales de unas comunidades frente a otras, que es exactamente lo contrario a lo que era UPyD, un partido decente y con principios defensor de la igualdad de todos los españoles.
Nos cansamos de escuchar que éste o aquel diputado es un valor que preservar en la vida política y que no podemos permitirnos el lujo de perderlo porque su partido no vaya a obtener representación, encomendándonos a esa idea absurda de que una manzana sana en un cesto de manzanas podridas acabará sanando al resto y no al revés como es natural. Es una especie de entronización del diputado, olvidándonos de que todos somos mortales y nadie es imprescindible, sobre todo si los ciudadanos han decidido elegir a otras personas. ¿Por qué metérselo con calzador a quienes ya han optado, por los motivos que sean, por otra opción? Porque si de verdad a los ciudadanos les parecieran políticos imprescindibles, no habrían dejado de votarles, digo yo.
Lo importante para algunos es lograr un acta de diputado y un sueldo. El cómo, con quién o a costa de qué ya es secundario
Bueno, esto tiene una explicación bastante sencilla desde mi punto de vista, y no es otra que el apego al sillón. Lo importante para algunos es lograr un acta de diputado y un sueldo. El cómo, con quién o a costa de qué ya es secundario. Y no le den muchas más vueltas porque no hay más. Así de sencillo. Y de triste. Yo desde luego me quedo con toda esa gente grande con ideas y principios, que sabe aceptar el veredicto de los ciudadanos. Entre otras cosas porque representan de verdad lo que debe ser un político: un servidor público. Porque servirse de lo público es algo muy diferente.