Que la prensa tiene gran parte de la culpa de lo que nos pasa en este país es algo que no se dice lo suficiente, y desde luego es algo que no se dice nunca en esa misma prensa en la que uno puede encontrar opiniones políticas para todos los gustos, pero jamás algo parecido a la autocrítica. Por eso creo que es fuera de esos cauces establecidos para la opinión publicada, es decir, es en medios independientes como éste o en las redes sociales, donde debemos insistir sin descanso en lo que para muchos de nosotros es un hecho incuestionable: España está como está porque tiene la prensa que tiene.
nadie ha reparado en un hecho realmente asombroso, como lo es el que los responsables últimos de este robo se delataran a sí mismos casi desde el primer momento
Uno de los más llamativos ejemplos recientes del bajísimo nivel de nuestra prensa es su actitud ante el clamoroso caso de pucherazo que se acaba de dar en las elecciones primarias de Ciudadanos en Castilla y León. Desde luego en la prensa se ha escrito bastante sobre el tema, por ejemplo se ha contado con detalle cómo los afectados se dieron cuenta de que les estaban engañando, se ha llegado a señalar a un posible culpable de esa fechoría, e incluso se ha exigido, con la boca más o menos pequeña, que se investigue a fondo, pero que yo sepa nadie ha reparado en un hecho realmente asombroso, como lo es el que los responsables últimos de este robo se delataran a sí mismos casi desde el primer momento. En realidad, la prensa lo único que tenía que haber hecho para llegar al fondo del asunto era tener un oído mínimamente atento y distinguir, de entre toda la cháchara con la que llenan sus páginas, esas pocas palabras que lo dicen todo, y después explicar por qué esas palabras son simple y llanamente una confesión en toda regla. Pero se ve que pedir algo así al periodismo español es pedir demasiado.
Esas palabras a las que me refiero fueron publicadas por El Mundo en su artículo sobre el tema del día 11 de marzo y son estas: «Fuentes de Cs explican que la dirección del partido puede seguir los resultados en tiempo real.» Yo leí el artículo al día siguiente y, sin apenas dar crédito a que se hubiera publicado algo así, escribí en mi modestísimo perfil de Facebook (tan modesto que solo tengo amigos que lo son en la vida real, calculen ustedes) que no había visto una confesión de culpabilidad tan espectacular desde el famoso “¡Por supuesto que ordené el código rojo, joder!” de la película Algunos hombres buenos. También escribí que si en la película esa confesión suponía la detención inmediata de su autor, esta otra autodelación de la dirección de Ciudadanos no iba a merecer ni un artículo de opinión, y a lo que se ve no me equivoqué ni un poquito.
¿De verdad es necesario explicar, como hice entonces, que no hay un solo procedimiento electoral en ningún lugar del mundo en el que alguien, menos aún en exclusiva, pueda seguir los resultados en tiempo real de una votación mientras ésta se produce? ¿Hay que ser una lumbrera para darse cuenta de que no hay otra razón posible para que quién se guarda secretamente ese privilegio para sí lo haga para poder enderezar, sobre la marcha y por cualquier medio, votaciones que se le tuercen? ¿Es que ningún periodista ha caído en la cuenta de que si la dirección del partido seguía las votaciones en directo fueron, cuando menos, testigos del pucherazo pero callaron hasta que se les amenazó con acudir a la justicia? Pues no, la respuesta es que ningún periodista parece haberse enterado de nada.
Desde luego el que firmaba la información del mundo no hacía ni un comentario al respecto, de hecho daba por buena la explicación que desde el propio partido le daban de que el responsable (convenientemente único) del fraude era el secretario regional de comunicación, al que se le había forzado a dimitir, y a otra cosa. En la misma escuela de periodismo debió estudiar el reportero que días después, en La Gaceta de Salamanca, entrevistaba al candidato al que querían timar y le preguntaba: «¿Los candidatos tenían la opción de ver en cada momento cómo iban las votaciones?» a lo que el otro, consciente sin duda de las implicaciones del tema, despejaba con un simple “No deberíamos”. Por supuesto el periodista ni repreguntaba ni decía nada al respecto y pasaba a otro tema. Con periodistas así Nixon hubiera terminado plácidamente su mandato aunque le hubieran pillado a él mismo dentro del Watergate robando documentos.
el silencio de Podemos con esta cuestión hace sospechar que no quieren que se hable mucho de su propio sistema de voto electrónico
Alguno podría pensar que esta ceguera periodística se debe a que esos medios no quieren perjudicar a un partido al que ven con buenos ojos. Bueno, puede ser que haya algo de eso, pero he leído bastantes artículos en medios declaradamente hostiles a Ciudadanos y no he visto ni una mención al tema, así que creo que la mera incapacidad profesional juega un papel importante en este inaudito silencio. También he visto, en lo poco que de esta cuestión se ha hablado en redes sociales, comentarios de gente que piensa que esto sucede en todas las votaciones electrónicas de todos los partidos, y que de hecho es imposible que no sea así. Bueno, yo no sé si también las direcciones de otros partidos pueden ver en directo y secretamente cómo van esas elecciones internas que tantos quebraderos de cabeza les dan, puede ser, en cuyo caso merecen lo mismo que la dirección de Ciudadanos, esto es, ser desenmascarados como los auténticos estafadores que son. De hecho, he de decir al respecto que el silencio de Podemos con esta cuestión hace sospechar que no quieren que se hable mucho de su propio sistema de voto electrónico. Pero lo que sí sé es que no tiene que ser así, ni muchísimo menos. Sé positivamente que un sistema de voto telemático puede diseñarse, si se quiere, con todas las garantías de limpieza posibles, y lo sé porque tuve responsabilidades en un partido político que también hacía algunas votaciones electrónicas, y les voy a contar cómo lo hacíamos porque igual a alguno le interesa y también porque, si no lo hago yo, desde luego no lo van a leer en ningún periódico.
En los años que yo estuve en UPyD, desde su fundación hasta su muerte clínica en diciembre de 2015, tuvimos un montón de procesos electorales internos, la inmensa mayoría en urna tradicional, pero también unos cuantos, entre ellos algunos de los más decisivos, con voto electrónico. Es curioso recordar ahora cómo yo entonces era muy partidario de la generalización del voto electrónico, de que la gente siempre pudiera votar desde su propio ordenador con las menores complicaciones posibles, cosa a la que se oponía un grupo importante dentro del propio Consejo de Dirección, con la propia Rosa Díez a la cabeza. De hecho tuve algunas discusiones con ella al respecto, huelga decir que no las gané, pero ahora he de reconocer que ella tenía razón en ese tema. En cualquier caso sí que hubo varias votaciones electrónicas, como decía, pero no votaba cada uno desde su propia casa y en su propio ordenador, sino que había mesas electorales con ordenadores en los que cada afiliado con derecho a voto, tras identificarse ante los miembros de la mesa y recibir allí mismo una clave en una tarjeta tipo “rasca”, procedía a votar en una cabina con ordenador usando esa clave junto con otra que había recibido por correo. Así por ejemplo, en los tres congresos en los que participé (y en buena medida organicé junto a otros), elegíamos entre los afiliados de toda España a nuestra dirección.
La identidad real de los votantes se garantizaba porque era necesaria su presencia física para ejercer el voto, eso no requiere mayor explicación, pero impedir que nadie pudiera saber cómo iban las votaciones según tenían lugar era algo más complejo, pero lógicamente era necesario garantizarlo. Para ello se diseñó un sistema en el cual toda la información estaba encriptada sin que nadie, absolutamente nadie, pudiera saber a quién iban destinados los votos que se iban emitiendo. Cerradas las votaciones la Comisión Electoral, formada por siete personas, se encerraba en una sala y, juntando claves individuales que ellos mismos habían creado, procedían a la desencriptación y al escrutinio de las mesas. Vamos, más o menos como el sistema ese de lanzamiento de misiles que sale en las películas. ¿Les parece exagerado? A mí no, a mí me parece lo propio si se toma uno en serio eso de la democracia y el juego limpio. Y les aseguro que durante ese rato en el que esperábamos a que procedieran a la desencriptación y escrutinio el suspense era insoportable, los minutos que duraba aquello se nos hacían eternos, y todos, unos y otros, cuando finalmente los miembros de la Comisión Electoral comparecían, les mirábamos las caras como miran los reos al jurado cuando vuelve a la sala con un veredicto, según se ve también en las películas.
Más de dos años después de que se celebraran unas elecciones internas por este sistema electrónico en una determinada Comunidad Autónoma, un afiliado que estaba muy enfadado con no sé quién dijo públicamente que en aquellas elecciones él y otros habían votado suplantando a otros afiliados
Bueno, pues aún así hubo un caso de probable fraude y es que, no nos engañemos, no hay sistema perfecto. Más de dos años después de que se celebraran unas elecciones internas por este sistema electrónico en una determinada Comunidad Autónoma, un afiliado que estaba muy enfadado con no sé quién dijo públicamente que en aquellas elecciones él y otros habían votado suplantando a otros afiliados. Lógicamente no había posibilidad alguna de impugnar el resultado, pues los plazos establecidos para ello habían expirado años atrás y la seguridad jurídica también es algo a tomarse en serio. Tampoco era del todo fiable lo que aquel afiliado decía pues, si cuando cometió el supuesto fraude quería beneficiar a algunos compañeros, ahora estaba claro que quería perjudicarles pues se había enemistado con ellos. Aún así el tema nos pareció a la dirección de una gravedad extrema y dos personas fueron comisionadas para investigarlo. Una de ellas era yo, si bien en funciones subalternas de la otra que, además de tener responsabilidades en organización, era abogada. Nos fuimos un par de días a aquella Comunidad y entrevistamos a todo aquel que pudo tomar parte o ser testigo de algo relacionado con el caso, una docena de personas más o menos, y llegamos a la conclusión de que probablemente sí se había producido ese fraude, aunque en mucha menor medida de lo que decía el autor/denunciante.
Según nuestra hipótesis, lo que había sucedido es que en una o quizás dos mesas electorales de localidades pequeñas, y aprovechando el momento en que los apoderados se iban a comer, algunos miembros de las mesas se habían compinchado para meter votos de afiliados que no habían podido ir a votar, pero que les habían facilitado sus claves para que lo hicieran por ellos. En realidad no teníamos pruebas concluyentes de nada pero aún así algo había que hacer, se lo debíamos sobre todo a aquella mayoría de honrados afiliados de esa Comunidad, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, cuyas caras de desolación e incredulidad cuando les entrevistábamos no podré olvidar. Afortunadamente bastó la sola determinación que habíamos demostrado por conocer la verdad para que los pocos implicados en aquel asunto que quedaban en el partido lo abandonaran voluntariamente y nunca volviera a pasar nada parecido.
Comparen todo lo que acabo de contar con lo que ha ocurrido ahora con el pucherazo de Ciudadanos. Contrasten el celo con el que protegíamos la limpieza y secreto de las votaciones y ese “la dirección del partido puede seguir los resultados en tiempo real”. Tengan también en cuenta la diferencia entre el caso que he relatado, en el que había una ilegal y por tanto inaceptable delegación de quizás media docena de votos, y esos otros 80 votos fantasma surgidos de la nada gracias a un sistema diseñado para cometer fraudes. Y ahora repitan conmigo: UPyD y Ciudadanos eran la misma cosa, solo que ellos eran más simpáticos. Seguro que lo leyeron en la prensa. Y por último, ahora que el pucherazo está en los tribunales, no descarten que allí sí vean lo que la prensa no ha visto aunque lo tenía delante de sus narices. Ha habido unos cuantos casos últimamente, y mucho más gordos, en los que ha sucedido exactamente lo mismo.