Exilio 2.0 - Humberto R. Solla

España es un país que dispone de multitud de recursos, pero no hay que olvidar que, al margen de los recursos científicos y tecnológicos que posee una sociedad avanzada como la nuestra, el principal valor está determinado por el capital humano. Somos una sociedad dúctil que ha sabido adaptarse a cada nueva situación y que, tras cada nueva embestida (en términos de crisis económica, política y social), hemos sabido crecer y fortalecernos ante las dificultades. Por ello, podemos decir que la riqueza de España, en cuanto país, radica en su carácter, que conforma una sociedad difícil de amilanar y que ve con cada reto una oportunidad para crecer, mejorar y ser cada vez más competitiva. Eso sí, cuando las decisiones políticas nos dan la oportunidad.

Exilio forzoso a otros países donde entienden que un principio económico fundamental es que una inversión sin aprovechamiento posterior de los resultados implica un “negocio” deficitario que cualquier economía “doméstica” no puede asumir

A pesar de todo ello, España está en una situación precaria como indican los rankings referidos a investigación internacional, y quizás la famosa máxima, “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, pueda explicar esta situación. Aunque las formas son distintas, más modernas, así como las razones, menos dramáticas, el efecto es el mismo que en el periodo posterior a la Guerra Civil, un exilio forzoso en el que enviamos a nuestros jóvenes talentos  a otros países con mejores tasas de empleo, a otros países en los que el aprovechamiento científico a través de la puesta en valor de sus recursos humanos está a años luz del nuestro, y a otros países donde entienden que un principio económico fundamental es que una inversión sin aprovechamiento posterior de los resultados implica un “negocio” deficitario que cualquier economía “doméstica” (sin necesidad de sesudos conocimientos macro y/o microeconómicos) no puede asumir.

España, en este contexto, debe desprenderse de la idea de que la investigación es un gasto, más si consideramos que estamos en una economía basada en el conocimiento. No podemos crear una imagen de país “generoso” que regala sus mejores científicos a otros países a cambio de nada, de un país que se deshace de personas altamente capaces y bien formadas negando oportunidades que condicionarán el futuro de España.

Trataremos de aproximarnos a las cifras de lo que supone formar a nuestros investigadores

Sirva pues esta entrada para rendir un humilde homenaje a esos científicos, compañeros y amigos silenciosos que luchan diariamente en la escena nacional e internacional para conseguir proyectos científicos con los que financiar su investigación y que llevan la marca España a todos los rincones del mundo. Para ello, trataremos de aproximarnos a las cifras de lo que supone formar a nuestros investigadores, pudiendo comprobar el error que supone cederlos posteriormente a terceros países.

Comencemos con la etapa universitaria. Un Grado en Química, por ejemplo, de cuatro años, supone un coste cercano a los 1.300 €/año y uno de máster posterior, 1800 €. Así, solo la formación universitaria implica una cuantía total de 7.000 €. Teniendo en cuenta que el estado financia alrededor del 80% del coste real de la matrícula, podemos entender que la inversión inicial en formación universitaria de un graduado y egresado de máster en química, es de unos 20.800 € para el período universitario. Eso asumiendo que se trate de un buen estudiante que realice sus estudios de Grado y Máster, año a año.

Una vez finalizada la etapa formativa inicial llega el Doctorado. En lo mejores casos el doctorado se financia a través de convocatorias públicas en concurrencia competitiva, lo que supone que tras evaluar los méritos de los egresados de Máster Universitario y en el caso de ser beneficiarios de una ayuda, recibirán unos 1.100 € netos/mes. El importe anual (que puede proceder de planes regionales/nacionales/europeos) está pues en torno a los 14.000 € que, durante cuatro años, suponen unos 56.000 € como coste total de formación financiado a través de organismos públicos.

Tras la etapa predoctoral es habitual la realización de estancias postdoctorales en centros de prestigio extranjeros. Estos contratos suelen tener una duración de dos años, recibiendo el investigador postdoctoral unos 2.000 €/mes. En dos años, eso implica un coste de 48.000 € que, sumados a los 56.000 € del doctorado y al coste durante la etapa formativa universitaria, ascienden a unos 125.000 €.

Una vez finalizada la estancia postdoctoral y hasta que el investigador consigue estabilizar su situación laboral, por ejemplo, en el ámbito académico, este atraviesa un periplo que, hasta hace poco, consistía en un contrato Juan de la Cierva (contrato de incorporación de Doctores en centros de investigación con una duración de tres años) y a continuación, en el mejor de los casos, un contrato Ramón y Cajal de cinco años de duración. El bruto anual de un contrato Juan de la Cierva y de uno Ramón y Cajal está en torno a los 30.000 €/año. Ocho años de contratos concatenados que hacen un total de 240.000 € que, sumados a los 125.000 € acumulados en las etapas anteriores, ascienden a unos 365.000 €.

Estas cantidades están basadas únicamente en datos referidos a RR.HH., por lo que, si sumamos gastos de material fungible e inventariable, bibliografía, reuniones de los equipos de investigación, etc., la factura sigue aumentando

Esta nada desdeñable cifra es el coste aproximado para la administración pública por la formación de un único investigador que, en muchas ocasiones y como consecuencia de los recortes existentes, acaba optando por abandonar nuestro país y poner su capital intelectual al servicio de los países acogedores que, con sumo agrado, reciben el beneficio de nuestra inversión.  También cabe mencionar que estas cantidades están basadas únicamente en datos referidos a RR.HH., por lo que, si sumamos gastos de material fungible e inventariable, bibliografía, reuniones de los equipos de investigación, etc., la factura sigue aumentando. Esta es, expuesta de forma cruda y realista, la “inversión” que hace nuestro gobierno para el aprovechamiento de otros países.

Recientemente, un artículo anunciaba una exposición que reivindicaba el papel de muchos científicos españoles exiliados debido a la Guerra Civil. En ese artículo se mencionaba a españoles refugiados durante la misma y cuyo talento fue aprovechado por otros países. Se hablaba de la Edad de Plata de la ciencia española y en esas líneas, se aludía a investigadores de primer nivel como nuestro nobel Severo Ochoa, Dorotea Barnés, Blas Cabrera, Amparo Poch, Odón de Buén, Maria Teresa Toral, Enrique Moles, Pilar de Madariaga, Arturo Duperier (también propuesto como Nobel y discípulo de Cabrera)… Todos ellos, exiliados de nuestro país, configuraron una generación perdida debido a un país en conflicto, en unos años de los que nos podemos sentir poco orgullosos.

Esperemos no caer en el error de volver a dejar que una situación complicada o económica se lleve por delante las aspiraciones científicas de nuestros investigadores, obligándoles a un exilio 2.0

 “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, decíamos al comienzo del texto. Esperemos que esta pequeña contribución sirva para contextualizar el problema y para no caer en el error de volver a dejar que una situación complicada o económica se lleve por delante las aspiraciones científicas de nuestros investigadores, obligándoles a un exilio 2.0. Hace unos 80 años fue la Guerra Civil la que acabó con una generación muy preparada. Esperemos que hoy en día no sea un Gobierno o una clase política autorreferente y preocupada por su propia situación, la que contribuya a que perdamos la Edad de Oro de la ciencia española. Esperemos que hoy en día, nuestro gobierno, partidos que lo sustentan, y oposiciones poco centradas no contribuyan a poner de actualidad, a través de su inacción, incapacidad, y poca ambición de país, las palabras que Miguel de Unamuno decía en 1906 en su ensayo “El Pórtico del Templo”: Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”.