El problema de Guaido - Pedro Manuel Uribe

Venezuela no es noticia de primera página. Desde el fracaso de la Operación Libertad parece que la situación de mi país pertenece a la segunda plana. Hemos entrado en un estado similar al de un coma del que solo se sale milagrosamente. Dentro del país se respira cansancio. Los venezolanos pasan sus días sobreviviendo y lidiando con los problemas materiales que hay que sortear para ganarle a la miseria revolucionaria: la falta de electricidad, de combustible, de gas doméstico, la hiperinflación y la corrupción en todos los niveles. Un sondeo de opinión publicado en junio concluye que un “72% de los venezolanos dicen estar entre angustiados, enojados, desesperados o desilusionados; mientras apenas 28% dice tener sentimientos positivos como pudiese ser estar optimista, entusiasmado, agradecido, satisfecho o tranquilo.”

A pesar del clima desesperanzador, Juan Guaidó sigue siendo el líder mejor valorado. Datanálisis, la encuestadora con mayor trayectoria del país estima los apoyos de Guaidó sobre el 56%, en contraposición al 14% de Nicolás Maduro. Esto significa que en unas elecciones con plenas garantías, si el candidato fuese Juan Guaidó vencería con amplia ventaja al chavismo.

No es de extrañar que exista un clima de frustración del que surgen sentimientos de ira y acusaciones de traición hacia Guaidó

En estos siete meses ha ocurrido de todo, victorias y derrotas. No es de extrañar que exista un clima de frustración del que surgen sentimientos de ira y acusaciones de traición hacia Guaidó, cuya forma de hacer oposición dista mucho de lo que hemos visto durante la Venezuela revolucionaria. Incluso, el periodista español Fernando Díaz Villanueva hace una pertinente crítica a Guaidó  en su podcast, haciendo énfasis en las contradicciones y los coqueteos de éste con el chavismo y una posible negociación, pues para Díaz, solo podría negociarse su salida del poder y nada más.

El desgaste y la pérdida de popularidad en la complejidad de la situación venezolana es algo que políticos como Henrique Capriles y Leopoldo López han acusado. Que Guaidó pueda perder ese empuje es algo que ha sido advertido por el diario colombiano El Tiempo, al señalar los peligros de la estrategia de calle del presidente encargado. Sin embargo, aunque en Caracas no se ven las multitudes como hace meses, en el interior del país las movilizaciones de apoyo mantienen viva la esperanza de cambio.

Claro, sería ideal poder sentarse con el chavismo y negociar su rendición, abrir paso a una transición y lograr una nueva Venezuela cuanto antes, mañana mismo de ser posible. Pero el mundo real no es así, la situación dista de ello y una solución en Venezuela pasa por dos opciones: una transición negociada con el chavismo o una intervención extranjera. La primera puede ocurrir, bajo el riesgo de negociar con criminales; la segunda ha sido descartada por todas las naciones vecinas y es rechazada por un gran número de venezolanos (salvo que Maduro cometa un error gravísimo que cambie esta realidad).

Una solución mágica que acabe con Maduro y su camarilla, haga desaparecer al chavismo y a la extrema izquierda proviene de lo irracional, de los deseos de quienes más sufren los efectos devastadores de 20 años de revolución. Pero lo entiendo, porque sé que es cruel decirle a los habitantes de Maracaibo, la segunda ciudad en importancia económica del país, que tienen que esperar a que unos cuantos políticos se sienten a negociar una solución para su tragedia y, además, explicarles que en esa mesa están los causantes de la desgracia que ha sumido a Maracaibo en un escenario digno de una película distópica. También entiendo que los habitantes de mi ciudad natal, San Cristóbal, en franca oposición al chavismo durante 20 años, no quieran sentarse a negociar con el enemigo y anhelen salidas rápidas, pues no ha habido ciudad más reprimida, castigada y vejada que ésta: no solo fue sitiada en 2014 en las protestas más intensas que ha vivido el país, sino que este año uno de sus habitantes, un adolescente, perdió la vista al recibir 52 perdigonazos por las fuerzas del Estado por protestar contra la falta de gas doméstico.

Pero el que yo entienda los sentimientos de frustración y odio que existen en mis compatriotas no significa que apoye salidas irracionales para la crisis venezolana. Especialmente, porque creo firmemente en que la mejor salida es aquella que permita la democratización y porque me preocupa ver que estos deseos irracionales son aprovechados por los populistas del bando contrario del chavismo: un grupo de políticos que acusan a Guaidó de no ejercer el poder como es debido y de estar oxigenando a la dictadura, que venden a diario la intervención extranjera y prometen una transición en la que no tendría cabida la izquierda (toda la izquierda) y que haría de Venezuela una potencia en pocos años. Y es que los populistas se parecen todos: te prometen el paraíso terrenal y cuando llegas no es más que un tiempo compartido de mala muerte. Nadie esta libre de caer en las garras de los populistas, ahí tenemos el Brexit como muestra de los peligros de las utopías de los radicales.

Este discurso populista cala con facilidad en importantes grupos de venezolanos. No sería la primera vez que el odio y el deseo de venganza nos juega una mala pasada, así llegó el demencial Hugo Chávez al poder

Este discurso populista cala con facilidad en importantes grupos de venezolanos. No sería la primera vez que el odio y el deseo de venganza nos juega una mala pasada, así llegó el demencial Hugo Chávez al poder. Este fervor causado por la urgencia de cambio aleja la vista de la realidad: 1. Juan Guaidó posee el poder con arreglo a las leyes, pero carece de poder fáctico; 2. Es falso de toda falsedad que Guaidó pueda pedir una intervención militar extranjera mediante un decreto u otro acto de gobierno; 3. El gobierno chavista cuenta con un apoyo criminal importante, desde bandas armadas hasta el control de las fuerzas de seguridad del Estado; y, 4. La increíble incapacidad de la oposición venezolana de asumir compromisos éticos en torno al objetivo inmediato, que no es otro que salir del chavismo de la forma menos dramática posible y que permita la democratización del país. Es grotesco ver que en un país con unas cifras escandalosas de sufrimiento humano, las facciones políticas opositoras sean incapaces de alinearse a una sola estrategia detrás de quien constitucionalmente detenta la presidencia de la república.

Actualmente Oslo patrocina una serie de encuentros para consensuar una salida a la crisis venezolana. El gobierno de Guaidó anunció que participaría en las sesiones que tendrán lugar en Barbados. Esto levantó la ira de la oposición a la oposición, lo que pone de manifiesto el principal problema que tiene Guaidó: ante un posible acuerdo electoral que reúna unas mínimas garantías y observación internacional fiable, ¿cómo movilizará políticamente a todas las facciones opositoras? Únicamente con el concierto de todas las fuerzas que adversan al chavismo se puede garantizar una victoria como la obtenida en 2015, esa elección de donde surgió lo que Elías Pino Iturrieta llama el último reducto de la República venezolana: la Asamblea Nacional y su presidente, Juan Guaidó. En la épica elección de 2015 la victoria estuvo garantizada por la labor unitaria de todos los actores políticos opositores que evitaron la delincuencia electoral del chavismo.

Los venezolanos deberíamos prepararnos para un escenario electoral que nos enfrente al monstruo criminal que encarna el aparato revolucionario. No podemos dejar de hacer política ni claudicar en la defensa de la democracia. La democracia se defiende ejerciéndola. Renunciar a la herramienta que abre la puerta a la democratización sería un grave error, especialmente ahora que el chavismo no cuenta ni con el 15% de apoyo popular. Esto lo explica con claridad el profesor Fernando Mires en su último artículo sobre Venezuela, en donde manifiesta su profunda preocupación por el panorama desolador que acompaña a la oposición, la ausencia de espacios de discusión y la forma en que la hegemonía política es ejercida desde los extremos en la oposición –y también en el oficialismo—. Mires acierta, según mi parecer, al afirmar que “una lucha por la hegemonía tendiente a desarticular el discurso extremista y recuperar el carácter democrático, constitucional, pacífico y electoral de la oposición venezolana, puede crear las condiciones para enfrentar a Maduro por su flanco más débil: el político.”

El chavismo es un monstruo vivo, voraz, peligroso, violento y que no conoce de límites para mantenerse en el poder

El chavismo es un monstruo vivo, voraz, peligroso, violento y que no conoce de límites para mantenerse en el poder. Las cifras de la tragedia crecen cada día: ACNUR contabiliza más de 4 millones de migrantes venezolanos; la FAO teme que más de 21 millones de venezolanos pasen hambre y Naciones Unidas, a través del informe presentado por Michelle Bachelet, reconoce la tortura sistemática y las ejecuciones extrajudiciales en el país, sin que Nicolás Maduro dé señales de querer siquiera aliviar el sufrimiento de los venezolanos. Este monstruo será capaz de matar para ganar unas elecciones. Por esta razón nos toca a los venezolanos luchar por la defensa de los restos que quedan de la democracia nacional y que residen en la única institución democrática y plural del país: la Asamblea Nacional y su presidente, Juan Guaidó (o quien le sustituya en enero de 2020). El problema de Guaidó no es que el chavismo quiera deshacerse de él, no. Su problema es que, llegado el momento, pueda contar con la capacidad y el liderazgo que le permita aglutinar a toda la oposición política y que ésta, a su vez, entienda que la defensa de la democracia va primero que el asalto al poder y la repartición de cuotas de poder político.